Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Como dijimos, los griegos, al final de la guerra del Peloponeso, habían visto que Esparta era la ciudad más fuerte de todo el país, pues, aunque los atenienses lograron expulsar a los espartanos de su ciudad, seguían obligados a reconocerlos como los líderes de toda Grecia.
Los espartanos estaban orgullos de haber alcanzado tal posición, y estaban dispuestos a mantenerla a toda costa. Por tanto, mantuvieron a todas las ciudades griegas bajo sus órdenes y estaban encantados de pensar que su rey, Agesilao, era uno de los mejores generales de su día.
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Sin embargo, no era ni alto ni fuerte, como la mayoría de sus conciudadanos, sino enclenque y esmirriado. Eso sí: su reducida estatura y mala salud no habían disminuido su coraje, y siempre estaba listo para planear una nueva campaña o llevar a sus hombres a la guerra.
Cuando se supo que Artajerjes estaba a punto de marchar contra las ciudades griegas de Jonia para castigarlas por apoyar a su hermano Ciro y por enviarle a los diez mil, Agesilao se decidió a ir a ayudar.
Por aquel entonces no había perspectivas de lucha en Grecia, por lo que los guerreros espartanos se alegraron de marchar con su rey a Asia. En cuanto hubieron desembarcado en Asia Menor, las ciudades griegas le dieron el mando de sus ejércitos y le pidieron que las defendieran de la cólera de Artajerjes.
Aunque la hueste persa, como de costumbre, ampliamente superaba en número al ejército griego, Agesilao obtuvo diversas victorias sobre sus enemigos, que se quedaron asombrados de que un hombre tan enclenque pudiera ser no solo rey, sino también un fantástico general.
Estaban tan acostumbrados a tanta pompa y ceremonia, y a ver a su propio rey vestido de forma tan lujosa, que les pareció sumamente extravagante ver a Agesilao con los mismos harapos que sus hombres, y a él personalmente dirigiendo la batalla.
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