Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Aunque todas las ciudades griegas eran libres gracias al tratado de Antálcidas, los espartanos retuvieron a los mesenios bajo su control y, como seguían siendo el pueblo más poderoso de Grecia, se encargaron de que las demás ciudades no interfirieran en sus asuntos de ninguna manera.
Bajo el pretexto de mantener a sus vecinos a raya, los espartanos estaban siempre en armas y en una ocasión incluso se metieron a la fuerza en la ciudad de Tebas. Los tebanos, que no los esperaban, no estaban preparados para rechazarlos luchando, sino que estaban pensando en sus festividades.
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Estaban todos en el templo celebrando el festival de Deméter, la diosa de la cosecha, y, cuando los espartanos se echaron sobre ellos, se vieron obligados a rendirse sin oponer resistencia alguna, pues no tenían ni siquiera armas a mano.
Los espartanos temían que los mejores y más ricos ciudadanos fueran a incitar a una revuelta del pueblo, por lo que los exiliaron a todos de Tebas, y solo permitieron quedarse a los pobres e insignificantes.
Para mantener la ciudad que habían obtenido mediante aquella estratagema, los espartanos apostaron a tres mil de sus mejores guerreros en la ciudadela, con órdenes de defenderla y conservarla a cualquier precio.
Entre los tebanos exiliados había un hombre noble y rico llamado Pelópidas. Lo habían herido de gravedad en una batalla hacía ya tiempo, y habría muerto si no lo hubiera salvado un conciudadano llamado Epaminondas, que arriesgó su propia vida en el rescate.
También este hombre era de noble cuna, y se decía que descendía de los hombres que habían brotado de los dientes del dragón sembrados por Cadmo, el fundador de Tebas. Sin embargo, Epaminondas era muy pobre, y no tenía ningún interés en las riquezas, pues era discípulo de Pitágoras, un filósofo que era casi tan conocido como Sócrates.
Aunque Epaminondas era pobre, tranquilo y diligente, mientras que a Pelópidas le gustaban particularmente el ajetreo y el bullicio, se hicieron grandes amigos y compañeros casi inseparables. Pelópidas, al ver lo bueno y generoso que era su amigo, hizo todo lo posible por ser como él, e incluso abandonó los lujos para vivir de forma simple también.
Por tanto, tenía mucho dinero para gastar, y lo empleó liberalmente en el bien de los pobres. Cuando sus antiguos amigos le preguntaron por qué ya no le importaban las riquezas, señaló a un pobre lisiado que había cerca, y dijo que el dinero era importante solo para los infelices como aquel, que no podían valerse por sí mismos.
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