Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Los atenienses estaban muy contentos porque pensaban que, habiendo derrotado a los persas una vez, ya no debían tenerles miedo. Sin embargo, estaban muy equivocados. El gran rey había visto fracasar sus planes dos veces, pero aún no estaba dispuesto a rendirse en cuanto a la conquista de Grecia.
Al contrario, juró solemnemente que regresaría con un ejército más grande que nunca, y se hizo dueño de una orgullosa ciudad que lo había desafiado. Temístocles tenía sospechas de todo esto, por lo que urgió a los atenienses a reforzar su armada para poder estar listos para cuando volviera la guerra.
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Arístides, el otro general, era de la opinión de que era inútil construir más barcos, y que lo que los atenienses debían hacer era incrementar sus fuerzas terrestres. Como cada general tenía muchos partidarios, no tardó en surgir la disputa. Se hizo claro que, antes de mucho tiempo, a menos que uno de los dos generales abandonara la ciudad, habría una guerra civil.
Por tanto, todos los atenienses se reunieron en el mercado, donde habían de votar a favor o en contra del destierro de uno de los dos líderes. Por supuesto, en esta gran ocasión, todos los trabajadores dejaron su faena e incluso los granjeros acudieron desde los campos.
Arístides iba caminando por entre los votantes, cuando un granjero le paró. El hombre no sabía quién era, y le pidió que escribiera su voto, pues él nunca había aprendido a escribir.
—¿A quién quieres desterrar? —preguntó Arístides.
—A Arístides —respondió el granjero.
—¿Por qué quieres desterrarlo? ¿Alguna vez te ha causado algún mal? —preguntó Arístides.
—No —dijo el hombre—, pero estoy harto de que la gente lo llame «el justo».
Sin decir más, Arístides escribió su propio nombre en el voto del granjero. Cuando se hizo el escrutinio, contaron seis mil votos en su contra, así que Arístides el justo fue exiliado de su ciudad natal.
Este fue un segundo ejemplo de la ingratitud de los atenienses, pues Arístides nunca había hecho nada malo, sino que, por el contrario, había hecho todo lo que había podido para ayudar a su país. Sin embargo, sus enemigos eran hombres que no eran ni honrados ni justos y que sentían que las virtudes de Arístides eran una amenaza para ellos; y esta fue precisamente la razón por la que estaban tan deseosos de expulsarlo de la ciudad.
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