Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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La ciudad de Esparta, fundada en los tiempos de los pelasgos, y en su día gobernada por Menelao y Helena, había caído, como hemos visto, en manos de los Heraclidas cuando estos volvieron al Peloponeso después de su exilio de cien años.
El primero en gobernar fue Aristodemo, uno de sus tres líderes; y, como pronto empezaron a llevar un registro de las cosas, hoy disponemos de mucha información sobre la historia temprana de esta famosa polis.
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La ciudad había pertenecido en el pasado a los Heraclidas y había sido gobernada por uno de sus ancestros, llamados Lacedemón, así que la llamaron con su nombre, y al conjunto del territorio de los alrededores lo llamaron Laconia. Tras haber recuperado la ciudad en batalla, los Heraclidas dijeron que se dedicarían a la guerra y a la política, y forzarían al pueblo conquistado a labrar la tierra.
Los antiguos habitantes de Laconia, por tanto, siguieron viviendo allí, donde sembraban y cosechaban en beneficio de los espartanos. Todos los prisioneros de guerra, sin embargo, eran hechos auténticos esclavos. Eran los conocidos como ilotas, y eran obligados a servir a los espartanos en todos los sentidos.
Cuando Aristodemo murió, sus dos hijos gemelos fueron nombrados reyes; y, como cada uno de ellos dejó su trono a sus descendientes, Esparta tenía dos reyes, en lugar de uno, a partir de aquel momento.
Uno de los miembros de la familia real, aunque nunca fuera propiamente rey, es el hombre más conocido de la historia de Esparta. Se trata de Licurgo, el hijo de uno de los gobernantes, hermano de otro, y tutor de un rey niño llamado Carilo.
Licurgo fue un hombre bueno y justo de pies a cabeza. Se dice que la madre de Carilo ofreció matar a su propio bebé para que Licurgo pudiera reinar. Sin embargo, temiendo por la vida del bebé, Licurgo dio a entender que estaba de acuerdo con el plan, y pidió que le dieran al niño para que él acabara con su vida de la forma que le pareciera más adecuada.
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Entonces Licurgo, con el bebé en su poder, se lo llevó al concejo, donde lo nombraron rey, y Licurgo prometió cuidar de él en cada detalle, criarlo adecuadamente y gobernar en su lugar hasta que fuera lo suficientemente mayor y sabio como para que reinara solo.
En todo este tiempo en que Licurgo actuaba de gobernante, se sirvió de su poder para introducir muchas nuevas costumbres a Esparta y para cambiar las leyes. Como era uno de los hombres más sabios que habían vivido nunca, sabía muy bien que los hombres han de ser buenos para ser felices.
También sabía que la salud es mucho mejor que las riquezas; y, con el deseo de que los espartanos fueran buenos y sanos, fue acostumbrándolos a obedecer una nueva serie de leyes que había creado tras haber visitado muchos de los países vecinos y aprendido todo lo que había podido.
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