Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Los tebanos, encantados por haberse librado de sus enemigos, habían nombrado a Pelópidas y a Epaminondas beotarcas, líderes de Beocia, la región de la que Tebas era la capital. Estos dos hombres, que sabían que los espartanos no tardarían en enviar un ejército para recuperar la ciudad, hicieron importantes preparativos para enfrentarse a ellos.
Epaminondas fue nombrado general del ejército, y Pelópidas instruyó a un grupo de hombres selectos llamado Batallón Sagrado. Estaba formado por trescientos valerosos jóvenes tebanos, que juraban solemnemente no volver la espalda al enemigo ni rendirse bajo ningún concepto, y morir por su patria si era necesario.
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Los tebanos entonces marcharon a enfrentarse a sus enemigos, y los dos ejércitos se enfrentaron en Leuctra, una pequeña población de Beocia. Como siempre, los tebanos habían consultado los oráculos para saber qué debían hacer, y estos les habían dicho que todos los augurios eran desfavorables. Sin embargo, Epaminondas respondió que ninguno prohibía luchar por la defensa de la patria, y con audacia ordenó el ataque.
Los espartanos se tomaron a broma que Epaminondas, un aprendiz de filósofo, fuera el comandante del ejército, y esperaban obtener una victoria sumamente fácil. Por tanto, les pilló por sorpresa la tenaz resistencia a su acometida y, a pesar de su valor, los espartanos se vieron derrotados, y su propio líder, Cleómbroto, había muerto.
Naturalmente, los tebanos celebraron su triunfo, pero Epaminondas permaneció humilde y modesto como de costumbre, y se limitó a decir que se alegraba de que la victoria redundaría en el bien de su patria y sus padres. Para conmemorar su buena fortuna, los tebanos erigieron un trofeo en el campo de batalla de Leuctra, donde las tropas se habían cubierto de gloria.
Los habitantes de Esparta, que contaban con la victoria, se vieron quebrantados cuando solo unos pocos de sus soldados regresaron de la batalla y oyeron que los tebanos los iban siguiendo de cerca. Antes de poder reunir más tropas, los enemigos marcharon hacia Laconia, y las mujeres de Esparta ahora contemplaban el humo del campamento enemigo por primera vez en muchos años. Como no tenían ni murallas ni fortificaciones de ningún tipo, los habitantes de Esparta vieron que su hora había llegado.
Si Epaminondas hubiera sido una persona vengativa, podría haber destruido la ciudad fácilmente; pero era amable y compasivo y, permaneciendo a poca distancia del lugar, dijo que se iban sin más daño contra los espartanos, siempre y cuando prometieran no volver a atacar Tebas y liberar a los mesenios.
Los espartanos aceptaron al momento aquellas condiciones, y así se vieron obligados a tomar un segundo puesto una vez más. Atenas había sido la mejor de Grecia y había sido relegada por Esparta, pero ahora era Esparta la que se veía obligada a reconocer la supremacía de Tebas.
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