Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Cuando Epaminondas oyó que su amigo Pelópidas había muerto, lo lamentó profundamente, pero, aun así, sabiendo que su país lo necesitaba, continuó las preparaciones para enfrentarse vigorosamente y derrotar al ejército espartano.
La batalla prometía ser feroz, pues, mientras que Epaminondas, el vencedor de Leuctra, era el general de los tebanos, Agesilao, héroe en incontables batallas, volvía a estar al mando del ejército espartano. Los dos ejércitos se enfrentaron en Mantinea, en la parte central del Peloponeso.
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A pesar del coraje y experiencia de Agesilao y la famosa disciplina de las tropas espartanas, los tebanos volvieron a obtener una espléndida victoria sobre sus enemigos. Sin embargo, su alegría se volvió luto cuando se enteraron de que Epaminondas había recibido una herida mortal casi al final de la batalla.
Una lanza le había atravesado el pecho y, conforme se desplomaba en el suelo, algunos de sus compañeros lo recogieron, se lo llevaron a cuestas y lo tumbaron con cuidado bajo un árbol de una colina cercana. En cuanto abrió los ojos, preguntó con impaciencia cómo iba la batalla.
Lo levantaron para que pudiera ver el campo de batalla, y sus amigos le dijeron que el ejército espartano estaba ya en retirada, y que los tebanos habían obtenido la victoria. Epaminondas se echó con un suspiro de alivio, pero al momento volvió a incorporarse para preguntar si su escudo estaba a buen recaudo.
Solo cuando lo hubo visto permitió a los médicos que inspeccionaran su herida. Vieron la punta de una lanza con púas bastante profunda en su pecho, y dijeron que había que sacarla. Aun así, dudaron si debían hacerlo, pues temían que, al sacarla, se desangrara y muriera.
Por tanto, Epaminondas hizo llamar a sus capitanes para darles unas cuantas órdenes de importancia. Los amigos que quedaban junto a él le dijeron que los dos habían caído en batalla y ya no podrían llevar a cabo las órdenes. Cuando Epaminondas oyó aquella triste noticia, se dio cuenta de que ya no quedaba nadie para reemplazarlo y mantener la supremacía tebana, por lo que aconsejó a sus conciudadanos que aprovecharan aquella favorable oportunidad para acordar la paz con los espartanos.
Cuando hubo hecho todo lo que pudo para asegurar el futuro bienestar de su patria, Epaminondas se sacó los restos de lanza con sus propias manos, pues veía que sus amigos no se atrevían a hacerlo.
Como los médicos habían supuesto, de la herida salió muchísima sangre y era evidente que a Epaminondas le quedaban pocos minutos de vida. Sus amigos lloraron por él, y uno de ellos expresó abiertamente su lamento de que no hubiera dejado hijos.
Esas palabras las oyó el héroe moribundo, que abrió los ojos por última vez y dijo:
—Considero Leuctra y Mantinea como mis hijas, que mantendrán mi nombre vivo.
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Esas últimas palabras resultaron ser ciertas, pues aquellas dos grandes victorias siguen siendo famosas, y nunca se habla de ellas sin mencionar al noble general que las venció por el bien de su patria, y murió en el campo de batalla cuando la última victoria ya era segura.
En memoria de Epaminondas, su mejor ciudadano y general, los tebanos erigieron un monumento allí mismo y grabaron en él su nombre, con una imagen del dragón de cuyos dientes habían nacido sus antepasados.
Los tebanos, recordando su última voluntad, propusieron la paz, que todas las ciudades griegas aceptaron sin problemas, pues ya estaban agotadas de la constante guerra que llevaban haciendo tantos años.
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