Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Con solo trece años, Alejandro vio a unos vendedores de caballos que le llevaban un magnífico ejemplar al rey. El animal tenía una mancha blanca en la nariz con una forma que recordaba a la cabeza de un buey, y por eso se llamaba Bucéfalo, que quiere decir ‘cabeza de buey’.
Filipo se quedó boquiabierto al ver al caballo y les dijo a los pajes que lo probaran para ver su paso. Aunque varios lo intentaron, al momento de montarse en él acababan en el suelo, pues el enérgico caballo no los aceptaba.
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El animal parecía tan inquieto que finalmente Filipo les dijo a los vendedores que se lo llevaran, añadiendo que solo un necio compraría un caballo tan incontrolable. Justo entonces Alejandro pidió probarlo.
Al principio Filipo se burló de él por querer montar un caballo que ninguno de los pajes había conseguido controlar, pero, como Alejandro insistía en su petición, finalmente el rey se lo permitió.
El joven príncipe fue caminando despacio hacia el inquieto caballo, tomó las riendas, las sujetó firmemente y comenzó a hablarle con suavidad y a acariciarle el cuello. Tras un momento, Alejandro condujo a Bucéfalo unos cuantos pasos hacia delante y, entonces, lo giró, pues se había dado cuenta de que al caballo lo asustaba su propia sombra.
Entonces, cuando ya no podía ver su sombra y se tranquilizó, el joven se quitó la capa y se montó a lomos del caballo. Nuevamente Bucéfalo comenzó a cocear y brincar y correr, pero Alejandro se agarraba firmemente y le hablaba con suavidad, y le permitió correr por la llanura sin tratar de frenarlo.

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Al rato terminó el desboque del caballo, y Alejandro pudo llevarlo de vuelta adonde estaba el padre. Filipo quedó tan orgulloso del coraje y destreza de su hijo que le regaló el caballo. Desde entonces Bucéfalo fue la montura favorita de Alejandro y, aunque no dejaba que lo montara nadie más, obedecía al más mínimo gesto de su amo.
Lo normal era que los jóvenes empezaran a estudiar filosofía con dieciséis años, pero Alejandro, poco después del episodio de Bucéfalo, fue puesto bajo la tutela de Aristóteles, que había sido discípulo de Platón. Era tan sabio y culto que Filipo, cuando le escribió sobre el nacimiento de Alejandro, expresó su agradecimiento por el hecho de que los dioses hubieran hecho coincidir en el mismo periodo a Alejandro y a Aristóteles para que aquel pudiera ser el discípulo de este.
Alejandro apreciaba mucho a Aristóteles y aprendía diligentemente todo lo que se le encargaba. A menudo mostraba su gratitud por todos los conocimientos que el filósofo le había transmitido. La serenidad, juicio y perseverancia de Alejandro se debían en buena parte a su maestro y, si hubiera seguido siempre los consejos de Aristóteles, le habría ido aún mejor.
Aunque Alejandro no siempre practicó las virtudes que Aristóteles había tratado de transmitirle, nunca se olvidó de su maestro. Le pagaron grandes cantidades de dinero para que pudiera continuar sus estudios y seguir descubriendo cosas nuevas, y durante sus viajes siempre le enviaba colecciones completas de los animales y plantas de las regiones que visitaba.
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