Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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En cuanto desterraron a Temístocles de Atenas, Arístides volvió a ser el hombre más importante de la ciudad, y también fue nombrado líder de los aliados. Era tan honrado y justo que todos lo obedecían de buen grado y le dejaron hacerse cargo del dinero del Estado.
Como recompensa por sus servicios, los atenienses le ofrecieron un gran salario y muchos ricos regalos, pero él los rechazó todos, diciendo que no necesitaba nada y podía permitirse servir a la patria sin que se le pagara.
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Por tanto, continuó encargándose de todos los asuntos públicos hasta su muerte, cuando se descubrió que era tan pobre que no tenía suficiente dinero para pagar su funeral. Los atenienses, conmovidos por sus virtudes, le hicieron un entierro público y tuvieron su nombre en gran consideración, y a menudo se arrepentían de haber sido tan desagradecidos como para haber desterrado una vez a Arístides el justo.
Como Arístides había controlado con cuidado el dinero de los aliados y había gobernado a los atenienses muy sabiamente, no es de extrañar que Atenas hubiera sobrepasado poco a poco a Esparta, que había ocupado el primer lugar desde la batalla de las Termópilas.
Los atenienses, mientras Arístides vivió, se mostraron justos y liberales; pero, en cuanto murió, comenzaron a tratar a sus antiguos aliados de forma injusta. El dinero que las ciudades griegas habían aportado ya no se usaba para fortalecer el ejército y la flota, como se había acordado al principio, sino que se dilapidaba en embellecer la ciudad.
Aunque no hay nada malo en hacer que una ciudad sea lo más bonita posible, sí que era incorrecto usar el dinero de los demás para ello, y los atenienses no tardaron en ser castigados por aquella falta de honradez.
Cimón, el hijo de Milcíades, fue nombrado líder del ejército y ganó diversas victorias sobre los persas en Asia Menor. Al regresar a Atenas, llevó una gran cantidad de botín y generosamente cedió su parte para mejorar la ciudad y fortalecer las murallas.
Se dice que Cimón también agrandó y embelleció los jardines de la Academia, y los ciudadanos, al ir y venir por aquellos sombreados lugares, mostraban que les gustaba tanto como el Liceo, el que les había construido Pisístrato.
También iban en multitudes a aquellos jardines para escuchar a los filósofos, que enseñaban en los frescos pórticos y plazas de piedra construidas a su alrededor, y allí aprendían muchas cosas buenas.
Cimón mostró su patriotismo también de otra forma, convenciendo a los atenienses de que los restos de Teseo, su antiguo rey, debían descansar en la ciudad. Los huesos de Teseo fueron llevados desde Esciros, la isla donde lo habían asesinado a traición, y fueron enterrados cerca del centro de Atenas, donde la tumba de aquel gran hombre fue marcada con un templo llamado Teseion.
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