Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Como hemos visto, Filipo tenía un gran enemigo en Grecia, el orador Demóstenes. Había desconfiado de Filipo desde el primer momento y no había parado de advertir a los atenienses de que el rey de Macedonia era muy ambicioso y trataría de adueñarse de toda Grecia.
Cuando los olintios pidieron auxilio, exhortó a los atenienses a mandárselo, diciendo que lo mejor era enfrentarse a Filipo cuanto antes para que la lucha tuviera lugar fuera de Grecia. Sin embargo, a pesar de sus buenos argumentos, Demóstenes no pudo convencerlos.
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Filipo había tomado no solo Olinto, sino también todas las ciudades que formaban parte de la unión olíntica, y las arrasó hasta el punto de que unos pocos años después era imposible saber dónde habían estado aquellas ciudades tan prósperas.
Demóstenes dio tres excelentes discursos a favor de los olintios y varios contra Filipo. Luego los escribió, y desde entonces se han traducido siglo tras siglo.
Cuando Filipo oyó hablar de los discursos de Demóstenes, se enfadó, pero creyó que su oro podría encargarse del asunto, por lo que envió una buena cantidad del metal precioso al orador. Demóstenes aceptó el regalo, pero, en lugar de quedarse callado como esperaba Filipo, siguió hablando contra él como si nada.

Más sobre Demóstenes
Aunque Demóstenes fue uno de los mayores oradores de la historia, no siempre fue así. Era huérfano, pero tenía grandes ambiciones. Al darse cuenta de que a los atenienses les encantaba escuchar discursos de grandes oradores, decidió que él sería el mejor de todos.
Por desgracia para él, tenía problemas al hablar y, en vez de hacerle caso, la gente se burlaba de sus tartamudeos. En lugar de llorar y quejarse, Demóstenes decidió aprender a hablar mejor que ningún otro. Por tanto, estudió muchísima poesía, que recitaba día tras día con la mejor dicción posible. Para hacerlo sin llamar la atención, se iba a un lugar apartado en la costa, y allí cogía guijarros y se los ponía en la boca, y entonces trataba de recitar lo más fuerte que podía, de modo que su voz se oyera sobre el ruido de las olas.
Para fortalecer sus pulmones, corría colina arriba mientras recitaba, y, para mejorar su estilo, copió nueve veces las obras del gran historiador Tucídides. Cuando era joven, se encerraba en casa para estudiar todo el rato. Entonces, como temía caer en la tentación de salir para dejar de estudiar, se afeitaba un solo lado de la cabeza y se dejaba el pelo en el otro.
Con tanto esfuerzo y dedicación era difícil que no llegara a tener éxito, y efectivamente acabó teniéndolo. Llegó a ser de los más cultos, elocuentes y enérgicos, y cada vez que se levantaba para hablar ante los atenienses se veía rodeado de una multitud que lo escuchaba con la boca abierta.
Sin embargo, los atenienses de su época se habían vuelto demasiado indolentes como para esforzarse mucho, incluso por su propio bien. Por tanto, a pesar de todos los discursos de Demóstenes, no ofrecieron gran resistencia contra Filipo, que poco a poco iba aumentando su poder.
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