Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Aunque los treinta tiranos gobernaron Atenas poco tiempo, condenaron a muerte a unos mil quinientos hombres y exiliaron a muchos buenos ciudadanos. Durante su breve periodo de autoridad incluso incriminaron a Sócrates y lo habrían matado por mucho que fuera el mayor filósofo hasta el momento.
Como el mando de los treinta tiranos había sido impuesto por los espartanos, los atenienses no tardaron en resolver librarse de ellos. Entre los buenos ciudadanos a los que los crueles gobernantes habían exiliado estaba Trasibulo, un auténtico patriota.
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Había visto el sufrimiento de los atenienses y se había compadecido de ellos, por lo que comenzó a maquinar un plan contra los treinta tiranos: reunió a unos cuantos hombres valerosos, entró en la ciudad, expulsó a los espartanos y subvirtió su gobierno cuando menos lo esperaban.
Unos años más tarde, los atenienses reconstruyeron las grandes murallas que Lisandro, el general espartano, había derribado al son de música festiva. Estaban tan contentos de haberse liberado de los crueles tiranos que erigieron estatuas en honor a Trasibulo, su salvador, y cantaron alabanzas en festivales públicos.
Los espartanos, entretanto, habían decaído bastante rápido, pues la derrota de los atenienses los había ensoberbecido y ahora creían que eran el pueblo más fuerte y valiente del mundo. Semejante arrogancia nunca es buena.
Lisandro, al capturar Atenas y las ciudades pequeñas del Ática, había obtenido un gran botín, que llevaron por completo a Esparta. Los éforos se negaron al principio a aceptar o distribuir este oro, diciendo que el ansia de riquezas es el origen de todos los males, pero finalmente decidieron usarlo para mejorar su ciudad.
El propio Lisandro era un hombre noble y un gran general, y no se quedó nada del botín para sus causas personales. Al contrario, cuando volvió a Esparta era tan pobre que, cuando murió, la ciudad tuvo que pagar los gastos de su funeral.
Los espartanos se sintieron tan agradecidos por lo que había hecho por ellos que no solo celebraron un magnífico funeral, sino que también dieron compensaciones a sus hijas y les ayudaron a casarse con buenos esposos.
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