Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Mientras la Liga Aquea estaba haciendo un buen esfuerzo por devolver a Grecia a su antiguo esplendor, Esparta permanecía inactiva. Los espartanos habían cambiado mucho desde los días de Licurgo. Ya no obedecían sus sabias leyes y, en lugar de ser valientes y frugales, eran avariciosos, holgazanes y malvados.
Uno de sus reyes se llamaba Leónidas, pero no era en absoluto como el famoso Leónidas que había luchado en las Termópilas. Se había casado con una mujer oriental y, para darle gusto, asumió toda la pompa típica y las maneras de los reyes orientales.
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El otro rey era tan codicioso que amasaba grandes pilas de tesoros de todo tipo. Al morir, se dice que su mujer y su madre tenían más oro que la ciudad y el pueblo juntos. El avaro rey fue sucedido por su hijo, pero la única ambición de este joven era devolver a Esparta a su antiguo esplendor.
Se llamaba Agis. Vivía como los antiguos espartanos, practicaba todas las virtudes de sus ancestros y era extremadamente frugal y valiente. Para restablecer Esparta hacían falta espartanos de verdad, pero, al contarlos, Agis vio que solo quedaban unos setecientos espartanos de antiguo linaje.
Lo primero que hizo fue restaurar la equidad. Para ello, habría que dividir de forma equitativa el dinero y las tierras, por lo que Agis comenzó por persuadir a su propia madre y abuela para ceder sus riquezas. A Leónidas no le gustaba el plan de la equidad y no tardó en oponerse públicamente, aunque su yerno Cleómbroto se posicionó con Agis y lo apoyaba.
Pero la gente estaba deseosa de esta nueva división, que los haría a todos iguales, como antaño; y se enfadaron tanto con Leónidas por resistirse a ello que se sublevaron contra él y propusieron destituirle reviviendo una antigua ley que prohibía que un rey se casara con una mujer extranjera.
Leónidas había tenido tiempo de huir al templo de Atenea y, cuando los éforos lo convocaron ante ellos, se negó a acudir, pues temía por su vida. Como tal negativa era un crimen, los éforos dijeron que no podía reinar más, y nombraron rey a Cleómbroto en su lugar.
Leónidas, que había llevado una vida centrada en sí mismo y sus placeres, fue ahora dejado de todos excepto su hija, Quilonis, que dejó a su marido y el trono para consolar a su desgraciado padre. Le hacía compañía en el templo, lo cuidaba y lo entretenía y, cuando su marido le rogó que volviera, respondió que su sitio estaba con su infeliz padre más que con su afortunado marido.
Cuando se dio a conocer que los espartanos estaban planeando matar al desdichado Leónidas, Agis le ayudó a escapar, y Quilonis le siguió en el exilio.
La Liga Etolia, que por entonces era muy poderosa, envió un ejército por el istmo para atacar Esparta. Los espartanos salieron al encuentro bajo el liderazgo de Agis, que resultó ser un general tan habilidoso que no solo obtuvo una gran victoria, sino que también expulsó a los etolios de la península.
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Durante la ausencia de Agis, muchos de los espartanos más ricos que aún no habían cedido sus propiedades se negaron a hacerlo y, cuando se vieron azuzados por Cleómbroto, se rebelaron contra él y llamaron a Leónidas para que volviera.
Cleómbroto casi no tuvo tiempo para refugiarse en el mismo templo donde lo había hecho su suegro. Allí se le unió pronto su esposa, Quilonis, que, siempre fiel al más desgraciado, fue para consolarle.
Leónidas estaba tan furioso que probablemente habría tratado a Cleómbroto con la mayor de las severidades, si no hubiera sido por Quilonis, que se echó a sus pies y le rogó que le perdonara la vida a su marido. Sus lágrimas conmovieron a su padre y le concedió el favor que le pedía, declarando, no obstante, que Cleómbroto tenía que ir al exilio.

Más sobre Cleómbroto II, Quilonis
A pesar de que su padre le pidió que se quedara con él, Quilonis insistió en acompañar a su marido. Le dio a Cleómbroto uno de los dos niños que tenía, se puso el otro al pecho, y abandonó la ciudad, caminando con orgullo junto a su marido.
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