Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Como Pericles era un hombre muy culto, le gustaba encontrarse y hablar con filósofos y hacerse amigo de los artistas. Le tenía mucho aprecio al escultor Fidias y por tanto hizo todo lo que pudo para salvarlo de la envidia de sus conciudadanos.
Anaxágoras, un filósofo de gran renombre, era el amigo y maestro de Pericles. También él se granjeó la animadversión de la gente y, como no podían acusarlo de robar, lo acusaron de enseñar públicamente que los dioses que veneraban no eran verdaderos, y propusieron que fuera condenado a muerte por ello.
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En aquellos tiempos en Grecia se veneraba a Zeus, Atenea y todos esos dioses y no se habían tenido noticias aún del dios judeocristiano, pero él ya imaginaba que el mundo no podía haber sido creado por dioses como los olímpicos.
Observaba todo lo que veía con mucha atención y asombraba a la gente cuando decía que el Sol no era un dios que conducía un carro de oro, sino una gran roca brillante que, a pesar de su aparente pequeño tamaño, él suponía que debía de ser tan grande como el Peloponeso.
Por supuesto, ahora sabemos que el Sol es mucho más grande que la Tierra, pero Anaxágoras vivió hace unos veinticinco siglos y desde entonces la gente ha estado haciendo constantes descubrimientos y documentándolos, por lo que hoy en día cualquiera puede saber más que Anaxágoras. En cualquier caso, Anaxágoras tenía parte de razón, y su postura era más cercana a la realidad que la de los demás griegos.
Anaxágoras también trató de explicar que la Luna probablemente era similar a la Tierra, con montañas, llanuras y mares. Estas cosas, que no se entendían entonces, enfadaron tanto a los atenienses que finalmente exiliaron al filósofo, a pesar de los intentos de Pericles.
A pesar de todo, Anaxágoras se marchó sin armar revuelo alguno y se retiró a una ciudad lejana donde continuó sus estudios como antes. Mucha gente lamentó su ausencia y echó de menos sus sabias conversaciones, pero nadie tanto como Pericles, que nunca se olvidó de él y le dio suficiente dinero para que viviera bien.
Pericles también tenía una gran amiga llamada Aspasia, que era tan inteligente que los hombres más sabios de Atenas solían ir a su casa por el solo placer de charlar con ella. La gente mejor informada de la ciudad se reunía allí, y Cimón, Pericles, Fidias, Anaxágoras y Sócrates se encontraban entre sus amigos.
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