Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Las leyes de Licurgo eran muy estrictas. Por ejemplo, en cuanto se daba a luz al bebé, la ley ordenaba que el padre lo envolviera en una manta y lo llevara ante una asamblea formada por los hombres más ancianos y sabios.
Observaban cada detalle del niño y, si parecía fuerte y saludable y no tenía ningún defecto físico, decían que podía vivir. Se lo devolvían al padre y le mandaban que criara al niño para mayor gloria del país.
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Si el bebé parecía débil o tenía algún defecto, se lo llevaba a una montaña cercana y se lo abandonaba para que muriera de hambre o sed, o se lo comieran las fieras salvajes.
Los niños espartanos permanecían en casa de sus padres y al cuidado de sus madres hasta que tenían siete años. En este periodo se les enseñaban todas las antiguas leyendas griegas, y escuchaban con deleite las historias de los antiguos héroes, y especialmente los poemas de Homero sobre la guerra de Troya y las aventuras de Odiseo.
En cuanto los niños alcanzaban los siete años, eran puestos al cuidado del Estado y apenas se les permitía ir a visitar a sus padres. Los niños se ponían al cargo de hombres escogidos que los entrenaban para hacerse fuertes y valientes, mientras que las niñas corrían a cargo de una mujer buena y sabia que no solo les enseñaba todo lo necesario para cuidar de la casa, sino que también las entrenaba para que fueran tan fuertes e intrépidas como sus hermanos.
A los niños espartanos solo se les permitía disponer de un manto de lana basta, que les servía para cubrirse de noche y de día, y era del mismo material en verano y en invierno.
No se les enseñaba demasiada lectura, escritura y aritmética, pero sí practicaban cuidadosamente recitar los poemas de Homero, canciones patrióticas y a acompañarse habilidosamente con la lira. También se les obligaba a cantar en el coro público y a bailar en todas las fiestas religiosas.
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Como los espartanos estaban deseosos de que sus niños fueran fuertes y valientes, se les enseñaba a soportar el dolor y la fatiga sin quejarse; y, para asegurarse de ello, sus maestros los hacían pasar un entrenamiento muy severo.
Liderados por uno de los niños más mayores, los más pequeños a menudo eran enviados a largas caminatas por duros y pedregosos caminos bajo el sol abrasador; y era considerado el mejor el que durara más, aunque le sangraran los pies y tuviera mucha sed y fatiga.
A los niños espartanos no se les permitía dormir en camas, no fuera que se volvieran vagos y autocomplacientes. Lo único que tenían para dormir era una pila de ramas que recogían de los bancos del Eurotas, un río cerca de Esparta; y en invierno se les permitía que recubrieran las ramas con una capa de totora o espadaña para que fueran algo más cómodas y cálidas.
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