Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Como hemos visto, cuando Filipo se dio cuenta de su error, no dudó en admitirlo y tratar de mejorar. También era muy paciente e indulgente. Una vez oyó que un hombre llamado Nicanor lo criticaba constantemente.
Por tanto, hizo llamar al hombre, que acudió temblando de miedo, pues creía que el rey lo encarcelaría o lo ejecutaría. Sin embargo, Filipo lo recibió con amabilidad, lo sentó a su mesa y lo dejó marchar con ricos regalos. Como en ningún momento habían tenido diferencias, Nicanor se quedó sorprendido y juró que no volvería a hablar de un hombre tan generoso.
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En cuanto Filipo hubo asegurado su autoridad en casa, reunió a su ejército y su oro y comenzó sus audaces planes. Lo primero que deseaba era someter a algunos de sus vecinos más rebeldes, como los tracios y los olintios.
Un arquero llamado Áster acudió a él justo antes de emprender esta guerra. Le ofreció su ayuda al rey, y empezó a fanfarronear de su puntería. Filipo, que solo creía en las lanzas para pelear, despachó al hombre diciéndole que lo llamaría cuando les declarara la guerra a los estorninos y otros pájaros.
Aquella respuesta enfureció tanto a Áster que se pasó al ejército de los enemigos. Filipo finalmente llegó a la ciudad donde estaba Áster y la asedió, y, en cuanto el arquero se enteró de ello, tomó una flecha y en el astil escribió: «Para el ojo izquierdo de Filipo».
Entonces se subió a la muralla, apuntó con cuidado y efectivamente le atravesó el ojo izquierdo al rey. Filipo se encolerizó tanto al enterarse de lo que había escrito que ordenó disparar una flecha que decía: «Si Filipo toma la ciudad, colgará a Áster».
Y el rey tomó la ciudad y colgó a Áster, pues Filipo se enorgullecía siempre de cumplir sus promesas, fueran del tipo que fueran. Los olintios, cuando vieron que no podrían resistir mucho, escribieron una carta a los atenienses rogándoles que fueran en su auxilio.
Los atenienses leyeron la carta en el ágora para que todos pudieran oírla, y entonces empezaron a debatir si debían enviar ayuda. Como solía ser el caso, unos estaban a favor, y otros, en contra, y hubo mucha discusión sobre ello.
Entre los mejores oradores de la ciudad estaba Demóstenes, un hombre muy perspicaz que sospechaba de los planes de Filipo. Por tanto, aconsejó a los atenienses que hicieran todo lo posible por oponerse al rey de Macedonia para evitar que llegara a apoderarse de Grecia.
Demóstenes hablaba tan elocuentemente contra Filipo y le dijo a la gente de forma tan clara que el rey ya estaba planeando conquistar Grecia, que desde entonces se habla de Filípicas para referirse a los discursos vehementes dirigidos contra alguien.
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