Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Un tiempo después de que Ínaco construyera Argos, otro príncipe egipcio vino a asentarse en Grecia. Su nombre era Cécrope y, como llegó a Grecia tras la inundación de Ogiges, encontró que no quedaban muchos habitantes. Al desembarcar decidió construir una ciudad en un promontorio al noreste de Argos. Entonces, invitó a todos los pelasgos que no se habían ahogado en la inundación a que se unieran a él.
Los pelasgos, contentos de encontrar a un líder tan sabio, se juntaron en torno a él y pronto aprendieron a labrar los campos y a sembrar trigo. Bajo las órdenes de Cécrope también plantaron olivos y viñas y aprendieron cómo extraer el aceite de las aceitunas y el vino de las uvas.
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Cécrope les enseñó cómo uncir los bueyes y, no mucho después, las mujeres empezaron a hilar la lana de las ovejas y a tejerla para hacer bastos ropajes de lana para vestirse, en lugar de las pieles de animales salvajes.
Tras construir varias ciudades pequeñas en el Ática, Cécrope fundó una más grande, que al principio se llamó Cecropia en honor al propio Cécrope. Sin embargo, este nombre pronto se cambió por el de Atenas para complacer a Atenea (llamada Minerva más adelante por los romanos), una diosa a la que la gente veneraba y que se decía que protegía el bienestar de esta ciudad, que era su favorita.

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Cuando Cécrope murió, le siguieron otros príncipes que continuaron enseñando a la gente muchas cosas útiles como la domesticación y el entrenamiento de los caballos, la construcción de carros y la forma apropiada de cosechar el grano. Uno de los príncipes incluso les enseñó a hacer colmenas y a usar la miel como complemento alimenticio.
Como las laderas de las montañas griegas están cubiertas de una alfombra de aromáticas hierbas y flores salvajes, la miel que hacían las abejas era muy buena; y la gente aún dice que la mejor miel del mundo es la que hacen las abejas del monte Himeto, cerca de Atenas, donde reúnen el dorado producto durante todo el verano.
Poco después de construir Atenas, una colonia fenicia dirigida por Cadmo se asentó en una parte cercana llamada Beocia, donde fundaron la ciudad que más tarde se llamó Tebas. Cadmo también enseñó a la gente muchas cosas útiles, entre ellas el arte del comercio y el de la navegación (la construcción y el uso de naves), pero especialmente trajo el alfabeto a Grecia y le enseñó a la gente cómo expresar sus pensamientos por escrito.
Histori(et)as de griegos y romanos

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Casi al mismo tiempo que Cadmo fundó Tebas, un egipcio llamado Dánao vino a Grecia y fundó una colonia en el mismo lugar donde había estado una vez la de Ínaco. La nueva Argos se alzó en el mismo lugar que la antigua, y el territorio de los alrededores, llamado Argólide, estaba separado de Beocia y del Ática solo por una larga pero estrecha línea de tierra, conocida como istmo de Corinto.
Dánao no solo mostró a los pelasgos todas las artes útiles que Cadmo y Cécrope habían enseñado, sino que también los ayudó a construir naves como aquella con la que él mismo había llegado a Grecia. También inauguró festivales religiosos o juegos en honor de la diosa de la cosecha, Deméter. Las mujeres eran invitadas a estos juegos y solo se les permitía llevar antorchas en las procesiones públicas, donde cantaban himnos en honor a la diosa.
Los descendientes de Dánao gobernaron durante mucho tiempo aquellas tierras, y uno de los miembros de su familia, Perseo, construyó la ciudad de Micenas en un lugar donde todavía se pueden contemplar muchos de los muros de piedra pelasgos.
Los pelasgos que se unieron al joven héroe le ayudaron a construir grandes murallas alrededor de la ciudad, que estaban provistas de enormes portones y altas torres, desde las que los soldados podían contemplar todo el país y ver desde lejos si algún enemigo se acercaba.

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Esta misma gente construyó tumbas para algunos de los antiguos reyes, y muchos tesoros y almacenes. Estos edificios, enterrados bajo la tierra y los residuos, se redescubrieron en el siglo XIX. En las tumbas se encontraron espadas, lanzas y restos de armaduras, adornos de oro, antiguos ejemplares de alfarería, huesos humanos y, lo más especial, finas máscaras de oro puro, que les cubrían la cara a algunos de los muertos.
De estas forma, como ves, los pelasgos, poco a poco, se unieron a las nuevas colonias que llegaron a tomar posesión de la tierra, y fundaron pequeños estados o países en sí mismos, cada uno gobernado por su propio rey y con sus propias leyes.
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