Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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No muy lejos de Esparta, al lado de Laconia, había un país llamado Mesenia, que era mucho más fértil y había estado ocupado desde hacía mucho tiempo por el linaje de Lélege, hermano de Lacedemón.
Cuando los espartanos se enteraron de que los campos de Mesenia eran más fructíferos que los suyos, anhelaron poseerlos y ávidamente buscaron alguna excusa para hacer la guerra contra los mesenios y poder quitarles sus tierras. Y no tardaron mucho en encontrar esa excusa.
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Había un templo en la frontera de Mesenia con Laconia, donde la gente de ambos países solían reunirse determinados días para ofrecer sacrificios a los dioses. Los muchachos mesenios, al ver la belleza de las chicas espartanas, y deseosos de tener por esposas a aquellas fuertes, hermosas e inteligentes mujeres, un día se llevaron a varias de ellas a su territorio y se negaron a devolverlas. Los espartanos, indignados por aquello, tomaron las armas y, una noche, liderados por su rey, atacaron la ciudad mesenia de Anfea.
Como nadie los esperaba, no tardaron en tomar el lugar, y en su cólera mataron a todos los habitantes. Los demás mesenios, al enterarse de aquel acto cruel, rápidamente se prepararon para luchar valientemente y así comenzó la llamada primera guerra mesenia.
A pesar de su valor, los mesenios no estaban tan bien entrenados como los espartanos y no pudieron expulsarlos. Más bien al contrario, ellos iban siendo rechazados de un lugar a otro hasta que se vieron forzados a refugiarse en la ciudad fortificada de Itome. Allí se encerraron con su rey, Aristodemo, que era un hombre orgulloso y valiente.
Itome estaba construida en lo alto de una roca, tan escarpada que los soldados espartanos no podían treparla, y tan alta que tampoco podían disparar flechas contra la ciudad.
Histori(et)as de griegos y romanos

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Los mesenios, con la esperanza de conservar aquel lugar de refugio, hacían escrupulosas guardias y, cada vez que los espartanos intentaban trepar las rocas, lanzaban grandes bloques de piedra ladera abajo.
Todo fue bien mientras duró la comida, pero llegó el momento en que los mesenios guarecidos en Itome ya no tenían nada que comer. Algunos de los más valientes trataban de bajar al valle a buscar provisiones, pero, como eran atacados por los espartanos, no podían llevar gran cosa para comer.
Cuando Aristodemo vio que todos iban a morir de hambre a menos que encontraran alguna forma de conseguir comida, consultó un oráculo para averiguar qué debía hacer. El oráculo respondió que debía haber una batalla, y prometió la victoria al rey que ofreciera a su hija en sacrificio a los dioses.
Aristodemo, al oír aquella respuesta, se estremeció de temor, pues, aunque sabía que sus ancestros habían hecho sacrificios humanos en los altares, él amaba a su única hija demasiado como para aquello.
Por algo más de tiempo pudo resistir los ataques espartanos, y trataba de pensar en alguna otra forma de salvar a su pueblo. Sin embargo, finalmente vio que todos morirían si no hacía algo, así que sacrificó a su hija, aunque la quería mucho.
Los mesenios se conmovieron por su generosidad y su disposición a hacer cualquier cosa en su poder para salvarlos. Sintieron que ahora los dioses les darían la victoria, así que salieron de la ciudad dispuestos para la batalla. Su ataque fue tan repentino, y lucharon con tal furia, que no tardaron en matar a trescientos espartanos y a uno de sus reyes.
Pero esta batalla no terminó la guerra, que duró varios años. Finalmente, Aristodemo, perdiendo la esperanza de la victoria, fue ante la tumba de su querida hija y allí se quitó la vida.
Una vez muerto, la ciudad de Itome cayó en manos de los espartanos, que trataron a los vencidos con gran crueldad, los esclavizaron a todos y los trataron tan mal como a los ilotas.
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