Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Uno de los oficiales del rey llevó a Hipias a través de todos los guardias, que le dejaron pasar respetuosamente, y finalmente llegaron al edificio más magnífico que Hipias había visto jamás. Todas las paredes estaban cubiertas de paños de seda ricamente teñida, y los muebles brillaban con oro y piedras preciosas.
Tras atravesar muchas estancias, donde vio a muchos cortesanos ricamente vestidos y guardias con joyas en las armas, Hipias por fin llegó a la gran sala de audiencias, donde había una pesada cortina de regia púrpura.
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Todos los cortesanos se arrodillaron y se inclinaron tanto que tocaban el suelo con la frente, en señal de homenaje al gran rey. El oficial entonces mandó a Hipias que hiciera lo mismo; y, cuando el ateniense alzó la cabeza después de cumplir el ritual de mala gana, vio que habían corrido silenciosamente la cortina.
En un hermoso trono de marfil y oro, todo eclipsado por una viña dorada cargada de racimos de joyas con forma de uvas, estaba sentado el rey persa. Iba vestido con ropajes ricamente bordados, llevaba una corona de diamantes, sujetaba un cetro de oro puro y estaba rodeado por sus oficiales, que estaban casi tan ricamente vestidos como él.
Como los atenienses eran gente modesta, Hipias nunca había visto algo semejante, y se quedó con la mirada fija en los ropajes, que eran mucho más hermosos que los de los propios dioses en los templos griegos.
Se le invitó a hablar libremente, y entonces Hipias le dijo a Darío que había ido a pedirle ayuda contra los atenienses sublevados. Darío escuchó cortésmente todo lo que tenía que decir, y entonces lo despachó, prometiéndole gentilmente que pensaría sobre el asunto, y dio órdenes de que, entretanto, se tratara a Hipias como a un invitado del rey.
Entre los numerosos esclavos de Darío, la mayoría de los cuales eran prisioneros de guerra, había un médico griego muy sabio, de nombre Democedes. Este hombre, esperando recuperar pronto su libertad pagando una suma de dinero, tenía mucho cuidado de no revelar su nombre y no decirle a nadie cuánto sabía.
Sin embargo, ocurrió que el rey se hizo una herida en el pie, y después de que los médicos persas hubieran tratado en vano de curarle, mandó llamar a Democedes, diciendo que lo condenaría a muerte si no lo curaba de forma rápida.
Obligado de aquella forma a usar sus conocimientos, Democedes hizo todo lo posible por el rey y trató la herida de tal forma que pronto se curó. El rey, que había averiguado por los otros prisioneros que era médico, entonces lo nombró médico real e incluso estaba a cargo de sus esposas.
Histori(et)as de griegos y romanos

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Una de estas mujeres era Atosa, la reina favorita; y una vez que enfermó, Democedes tuvo la suerte de salvarle la vida. El rey estaba tan contento con la cura que le dijo a Democedes que eligiera cualquier recompensa que quisiera excepto la libertad.
Democedes, tras pensarlo un poco, pidió permiso para visitar su tierra natal una vez más, y Darío se lo concedió, con una escolta de quince oficiales, que tenían órdenes de no perder de vista al médico ni un momento, para llevarlo de vuelta a Persia por la fuerza si era necesario, y de paso para espiar lo que pudieran en Grecia.
A pesar de la constante vigilancia de estos quince hombres, Democedes se las apañó para escapar mientras estaba en Grecia, y se escondió tan bien que nunca lograron encontrarlo. Por tanto, tuvieron que volver a casa sin él y, en cuanto llegaron a Persia, informaron a Darío de todo lo que habían hecho de camino.
El gran rey los interrogó minuciosamente acerca de todo lo que habían visto, y sintió tanta curiosidad por todo lo que le decían que se decidió a conquistar Grecia para añadirla a su reino.
Por tanto, hizo llamar a Hipias y le dijo que estaba listo para ayudarle, y dio órdenes de reclutar uno de los mayores ejércitos que se habían visto jamás. Con este ejército esperaba no solo tomar toda Grecia, sino también recuperar a Democedes, que entonces estaba viviendo tranquilamente en Grecia, donde se había casado con la hija de un hombre famoso, Milón de Crotona.
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