Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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En aquellos días, Príamo y Hécuba eran los reyes de Troya (también llamada Ilio o Ilión), una hermosa ciudad cerca de la costa de Asia Menor, prácticamente en el lado contrario a Atenas. Eran los padres de una gran familia de hijos e hijas, y entre los hijos estaban Héctor y Paris, unos jóvenes de extraordinaria fuerza y belleza.
Paris había tenido una vida muy aventurera. Cuando no era más que un bebé, su madre soñó que veía un fuego en la cuna, justo donde estaba tumbado el niño, y este fuego incendiaba la cuna y todo el palacio; la reina se despertó sobresaltada, pero se alegró al ver que había sido solo un sueño.
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La gente en aquellos días creía que los sueños los enviaban los dioses para advertir de lo que había de venir, así que Hécuba quería saber qué significaba aquel fuego. Se lo dijo a su esposo, y finalmente decidieron consultar un oráculo para que les explicara el sueño.
Unos días más tarde, el mensajero que habían enviado al oráculo regresó, y Hécuba lloró mucho con el mensaje que traía de que su hijo Paris estaba destinado a causar la destrucción de su ciudad natal.
Para escapar a esta calamidad, Príamo ordenó que se llevaran a Paris fuera de la ciudad, y que fuera abandonado en el bosque, donde las bestias salvajes se lo comerían, o donde sin duda moriría de hambre y frío.
Así pues, sacaron al pobre niño Paris de su cómoda cuna y lo dejaron solo en el bosque, donde lloró tan fuerte que un cazador que pasaba por allí lo oyó. Este hombre sintió tanta lástima por el pobre niño que se lo llevó a casa con su mujer, quien lo crio junto a sus demás hijos.
Como vivía con cazadores, Paris pronto aprendió todo ese tipo de cosas, y se hizo tan activo que cuando ya hubo crecido fue a Troya a tomar parte en las competiciones atléticas que se celebraban a menudo en honor a los dioses. Era tan fuerte que ganó con facilidad todos los trofeos.
Histori(et)as de griegos y romanos

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Cuando Paris fue a que le entregaran la corona de hojas de olivo, todos se dieron cuenta de su parecido con la familia real, y su hermana Casandra, que podía predecir el futuro, dijo que aquel joven era hijo de Príamo y Hécuba, y que había de traer grandes penalidades a Troya.
El rey y la reina no prestaron atención a aquellas palabras, sino que recibieron alegremente a Paris, y le hicieron todo tipo de regalos para compensar su crueldad en el pasado.
A Paris le gustaban tanto los cambios y las aventuras que pronto se cansó de la vida en el palacio y le pidió un barco a Príamo, pues quería navegar a Grecia.
El rey le concedió su petición, y Paris se marchó. El joven príncipe fue de isla en isla y llegó finalmente al sur del Peloponeso, donde los descendientes de Heracles habían fundado la ciudad de Esparta. Allí fue recibido hospitalariamente por el rey Menelao, pero el rey tenía un compromiso y tuvo que marcharse al poco de llegar Paris, por lo que le pidió a Helena, su esposa, la mujer más hermosa del mundo, que se encargara de atender al noble extranjero.
Helena fue tan amable con Paris que el príncipe se enamoró de ella. Su mayor deseo era tenerla como esposa, por lo que empezó a decirle que Afrodita, la diosa del amor, le había prometido que se casaría con la mujer más hermosa del mundo.
Eso lo decía día tras día, hasta que el apuesto joven Paris finalmente convenció a Helena de que dejara a su marido y su hogar. Se embarcaron juntos y se marcharon a Troya como marido y mujer. Por su puesto, esta fechoría no podía traer nada bueno, y no solo recibieron su merecido castigo, sino que, como verás pronto, el crimen de Paris causó gran sufrimiento y muerte incluso a sus amigos.


Más sobre Menelao
Cuando Menelao volvió a casa y vio que su huésped se había llevado a su esposa, se encolerizó y juró que no descansaría hasta castigar a Paris y recuperar a la hermosa Helena.
Por tanto, se preparó para la guerra y envió mensajes a sus amigos y parientes para que acudieran a ayudarle, diciéndoles que se encontrarían en Áulide, un puerto donde encontrarían rápidas naves que los llevarían por mar hasta Troya.
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