Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Como todos los griegos adoraban los juegos olímpicos, Alcibíades siempre estaba por allí. Participaba sobre todo en las carreras de carros, y sus caballos ganaron tres premios consecutivos, para el deleite de sus admiradores.
A pesar de su vanidad, Alcibíades era lo suficientemente inteligente como para entender que la gente de Atenas lo admiraba principalmente porque era apuesto y rico. También sabía que se complacían en los cotilleos y chismorreos, por lo que a veces hacía cosas solo para que hablaran de él.
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Por ejemplo, tenía un perro precioso, y todo el mundo alababa lo precioso que era, hasta que todos se acostumbraron a ello y dejaron de hablar de él. Entonces Alcibíades le cortó el rabo al perro, por lo que todos volvieron a hablar de él. Algunos atenienses se extrañaron tanto que le preguntaron por qué lo había hecho, a lo que él, entre risas, respondió que era solo para darles tema de conversación en su día a día.
Alcibíades era tan alegre y despreocupado que trataba incluso los asuntos serios a chanza. Se dice que, al principio de admitírsele en la asamblea de la ciudad, actuaba como un niño de colegio y hacía travesuras como soltar una codorniz para que revoloteara entre los reunidos y graznara y molestara a los reunidos.
En otra ocasión, estaban todos esperando a Alcibíades para comenzar. Cuando entró, lo hizo con una corona de flores en la cabeza y les pidió que lo disculparan, pues no era capaz de centrarse en asuntos serios, ya que estaba celebrando un banquete en su casa, por lo que pidió posponer la asamblea e invitó a todos a ir al banquete.
Aunque pueda parecer raro, su forma de actuar era tan fascinante para todos que los serios asambleístas hicieron lo que Alcibíades quería: dejaron sus graves asuntos y se fueron de fiesta con él. Era por todo esto por lo que una vez un ciudadano ateniense gritó indignado:
—¡Vamos, valiente! Tu prosperidad nos traerá la ruina a nosotros.
Tan admirado era Alcibíades entre ricos y pobres que los atenienses lo habrían nombrado rey. Afortunadamente, el joven conservaba la suficiente cordura como para rechazar ese honor, pero, aunque no aceptó el título, sí que actuaba a menudo como si fuera un rey, y él y Nicias eran los principales políticos del momento.
Alcibíades era tan ambicioso como Nicias era precavido. Mientras que este estaba siempre tratando de mantener a los atenienses lo más calmados y contentos posible, Alcibíades pensaba constantemente en algún plan para aumentar el poder de la ciudad.
Esta ambición de Alcibíades estaba destinada a tener efectos terribles en su propia fortuna y en la de sus conciudadanos, como se verá respecto al final de su carrera.
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