Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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A las niñas espartanas, que eran criadas por las mujeres, también se les enseñaba, como a los niños, a luchar, correr, nadar y entrenar en el gimnasio, hasta que también ellas eran fuertes y ágiles y podían soportar casi cualquier fatiga.
También se les enseñaba a leer, escribir, contar, cantar, tocar y bailar; a hilar, tejer y teñir; y a hacer todos los trabajos tradicionales de las mujeres. En resumen, se esperaba que fueran fuertes, inteligentes y capaces, de modo que cuando se casaran pudieran ayudar a sus maridos y criar a sus hijos con buen juicio.
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En algunos festivales públicos, las niñas competían entre ellas en varios juegos, que eran contemplados solo por sus padres, sus madres y los demás padres de las demás niñas de la ciudad. A las ganadoras en esas competiciones les daban hermosos premios, que eran muy codiciados.
Licurgo deseaba que los espartanos fueran un pueblo fuerte y bueno. Para evitar que los reyes hicieran algún mal, hizo que el pueblo eligiera a cinco hombres, llamados éforos, para que los vigilaran y aconsejaran.
Entonces, sabiendo que no es deseable una gran riqueza, Licurgo dijo que los espartanos debían usar solo dinero de metal. Todas las monedas espartanas eran, pues, barras de metal, tan pesadas que hiciera falta un yugo de bueyes y un carro robusto para transportar cantidades no muy grandes de dinero. El dinero ocupaba tanto que no podía ocultarse ni robarse; y nadie se preocupaba por hacerse rico, ya que requería un gran terreno para amontonar incluso una pequeña cantidad.
Cuando Carilo, el rey niño, hubo crecido, Licurgo se preparó para marcharse. Antes de dejar la ciudad, convocó a todos los ciudadanos, les recordó todo lo que había llevado a cabo para hacerlos un gran pueblo, y terminó pidiendo a cada hombre presente que jurara obedecer las leyes hasta que regresara.
Los espartanos le estaban muy agradecidos por todo lo que había hecho por ellos, por lo que juraron gustosamente, y Licurgo se marchó. Algún tiempo después, volvió a Grecia, pero, al oír que los espartanos estaban prosperando gracias a las leyes que les había dado, tomó la decisión de no volver a Esparta nunca más.
De esa forma, los espartanos se encontraron obligados a cumplir el pacto de obedecer las leyes de Licurgo para siempre.
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