Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Los espartanos, cuando se hicieron con Tebas, exiliaron a Pelópidas, hombre rico e importante, pero permitieron que Epaminondas se quedara. En absoluto sospechaban que aquel hombre, en apariencia insignificante, llegaría a ser su mayor enemigo, y que la mera mención de su nombre les aterrorizaría en su corazón.
Pelópidas, obligado a abandonar su hogar, se retiró a Atenas, donde fue recibido hospitalariamente. Sin embargo, no estaba feliz y anhelaba volver a casa y ver a su amigo Epaminondas, cuya compañía echaba de menos.
Por tanto, reunió a varios de los exiliados tebanos y propuso volver a Tebas disfrazados y, aprovechando el descuido de los espartanos, matar a sus líderes y devolver la libertad a la ciudad.
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La propuesta fue bien recibida, aunque los espartanos eran tres mil, mientras que los exiliados tebanos eran solo doce: las probabilidades, por supuesto, estaban en su contra; pero los hombres ansiaban tanto liberar su ciudad que aun así decidieron intentarlo.
Por tanto, se fueron de Atenas con armas y perros de caza, como si fueran a pasar un día de cacería en el campo. Armados de esa forma, entraron sin ser vistos en la casa de Caronte, uno de sus amigos en Tebas. Allí cambiaron sus atuendos de caza por ropas de mujer, pues, al enterarse de que el general espartano y sus oficiales estaban en un banquete, decidieron hacer como que eran bailarinas para conseguir entrar en el salón del banquete y matar a los hombres mientras bebían.
En cuanto se hubieron vestido se oyó que alguien llamaba a la puerta, y un soldado espartano entró para informar a Caronte de que el comandante deseaba verle.
Por un momento, Pelópidas y sus compañeros imaginaron que sus planes habían sido descubiertos, y que Caronte los había traicionado. Él notó las sospechas en sus rostros asustados y, antes de irse con el soldado, puso a su único hijo, un inofensivo bebé, en los brazos de Pelópidas, diciendo:
—Lo dejo a tu cargo: si descubrís que os he traicionado, cobraos vuestra venganza matando a mi hijo único, mi tesoro más preciado.

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Tras decir aquello, Caronte salió y pronto volvió para decir que no había nada de qué preocuparse.
Los exiliados tebanos fueron al salón del banquete, donde se les permitió entrar para entretener a los espartanos. Los oficiales espartanos, que ya no eran tan frugales ni moderados como sus antepasados, iban tan cargados de vino que las supuestas bailarinas los mataron con facilidad.
Una versión de esta historia dice que Pelópidas y sus compañeros salieron corriendo a la calle con antorchas encendidas y mataron a cuantos espartanos encontraron. Los soldados espartanos, privados de la mayoría de sus oficiales y muy asustados, huyeron en la oscuridad ante lo que ellos creían que era un gran ejército, y volvieron a toda prisa a Esparta.
¡Habría que imaginar su vergüenza cuando se enteraron de que habían sido puestos en fuga por tan solo doce hombres! Los ciudadanos espartanos se enfurecieron tanto que condenaron a los dos oficiales restantes a muerte y, tras reunir otro ejército, lo encomendaron a Cleómbroto, su segundo rey, porque Agesilao no estaba disponible para luchar.
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