Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Al día siguiente de la muerte de Patroclo, tras obtener una nueva armadura y armas, Aquiles volvió a salir a luchar. Su propósito era el encuentro con Héctor, matarlo y así vengar la muerte de su amigo.
Por tanto, iba de una a otra parte del campo de batalla y, cuando finalmente se encontró cara a cara con su enemigo, entablaron mortal combate. Los dos jóvenes, cada uno el campeón de su bando, luchaban ahora con el coraje de la desesperación, pues Aquiles ansiaba vengar a su amigo, mientras que Héctor sabía que el destino de Troya dependía principalmente de sus armas.
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El combate fue terrible. Fue contemplado con interés sin igual por ambos bandos, y también por el anciano Príamo y las mujeres troyanas desde las murallas de Troya. A pesar de la bravura de Héctor, a pesar de su habilidad, estaba condenado a morir, y no tardó en caer ante las embestidas de Aquiles.
Entonces, a la vista de los dos ejércitos y de la apesadumbrada familia de Héctor, Aquiles lo despojó de su armadura, ató por los pies su cuerpo sin vida al carro y lo arrastró tres veces alrededor de las murallas de la ciudad antes de volver al campamento a llorar ante los restos de Patroclo.
Aquella noche, guiado por uno de los dioses, el anciano rey Príamo fue en secreto al campamento griego y, metiéndose en la tienda de Aquiles, se arrojó a sus pies. Había acudido a rogarle a Aquiles que le devolviera el cuerpo de Héctor para que pudiera llorarlo y enterrarlo con todas las ceremonias y honores al uso.
Emocionado por las lágrimas del anciano, y preparado ahora para hacer caso a sus mejores sentimientos, Aquiles alzó amablemente al viejo rey, lo tranquilizó con buenas palabras y no solo le dio el cuerpo, sino que también le prometió una tregua de unos cuantos días para que ambos ejércitos pudieran enterrar a sus muertos en paz.
Se celebraron los funerales, se quemaron los cuerpos, se organizaron juegos fúnebres; y cuando la tregua terminó, se reemprendió la larga guerra. Tras unas cuantas batallas más, Aquiles murió de una herida en el talón causada por una flecha envenenada disparada a traición por Paris.
Entonces, los apesadumbrados griegos enterraron al joven héroe en la ancha llanura entre Troya y el mar. Aquel lugar ha sido visitado por muchos personajes famosos que admiraban al valiente héroe de la Ilíada.
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