Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Cuando Filipo murió, lo sucedió su hijo Alejandro, un joven de veinte años que ya se había ganado la confianza de los demás cuando lideró magníficamente parte del ejército en la batalla de Queronea: gracias a su liderazgo derrotaron al batallón sagrado de Tebas, lo cual fue clave para la victoria.
Su madre Olimpia decía ser descendiente de Aquiles, el famoso héroe de la guerra de Troya. Nació en Pela, una ciudad de Macedonia, en el año 356 a. C. Filipo se alegró tanto el día del nacimiento de su hijo que mandó reunir en palacio a todos los niños que hubieran nacido el mismo día para que se criaran todos juntos y, llegado el día, fueran la guardia personal de Alejandro.
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Así, el joven príncipe tuvo muchos amigos desde el principio, y desde muy jóvenes jugaban a los soldados y Alejandro practicaba con su pequeño regimiento.
Desde el principio los macedonios afirmaron que Alejandro estaba destinado a llevar a cabo grandes hazañas, y diversas cosas que ocurrieron el mismo día de su nacimiento confirmaban aquella creencia.
En primer lugar, Parmenión, general de Filipo, obtuvo una gran victoria ese día; luego, los caballos de Filipo que competían en Olimpia ganaron las carreras de carros; y por último, el famoso templo de Ártemis en Éfeso ardió hasta los cimientos.
Los dos primeros acontecimientos fueron sumamente positivos, pero el incendio del templo, que era una de las siete maravillas del mundo, fue una gran calamidad. Todos querían saber cómo había ocurrido, y finalmente descubrieron con gran enfado que no fue un accidente, sino que había sido a propósito.
El hombre que le había prendido fuego, un tal Eróstrato, estaba trastornado. Cuando le preguntaron por qué había hecho algo tan terrible, dijo que fue simplemente para inmortalizar su nombre. La gente se indignó tanto que no solo lo condenaron a muerte, sino que prohibieron incluso mencionar su nombre, esperando que acabara olvidándose.
(A pesar de ese propósito, el nombre de Eróstrato ha llegado hasta nosotros. Efectivamente es inmortal, pero ¿quién querría que su nombre sea recordado por haber hecho algo tan malvado?).
Volviendo a Alejandro, al principio estuvo al cuidado de una nodriza, a la que apreció mucho toda su vida, y su hermano Clito fue uno de sus más leales camaradas.
En cuanto fue lo suficientemente mayor, Alejandro comenzó a aprenderse de memoria la Ilíada y la Odisea, y le encantaba oír historias de los héroes más importantes, y especialmente las de su antepasado Aquiles.
Admiraba tanto estos poemas que llevaba siempre consigo una copia a todas partes, y dormía con ella bajo la almohada, y cuando no las estaba leyendo las guardaba en un arcón de oro puro, porque, en su opinión, nada era lo suficientemente bueno para las obras de Homero.
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