Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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La propuesta de Jenofonte gustó a los griegos: pensaron que era mucho mejor tratar valientemente de regresar a casa que entregar cobardemente las armas y pasar a ser súbditos de un rey extranjero.
Por tanto, todos eligieron al propio Jenofonte para liderar aquella difícil expedición. Sin embargo, él solo consintió aceptar con la condición de que todo soldado le diera su palabra de honor de que lo obedecería, pues sabía que la más mínima desobediencia dificultaría el éxito y que la unión hace la fuerza. Los soldados entendían eso también, y no solo juraron obedecerle, sino que incluso le prometieron no pelearse entre ellos.
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Así pues, el pequeño ejército comenzó su marcha hacia casa, yendo por áridos descampados y pasos llenos de rocas. Cuando llegaron a un río demasiado profundo como para cruzarlo vadeándolo, prosiguieron hasta su origen y entonces encontraron un lugar apropiado para cruzarlo, y, como no tenían ni dinero ni provisiones, se vieron obligados a ir cogiendo la comida que iban encontrando por el camino.
Los griegos no solo tuvieron que superar incontables obstáculos naturales, sino que también tuvieron que soportar la continua lucha con los persas que los perseguían. Cada mañana Jenofonte tenía que formar a su ejército en forma de cuadro para poder defenderse por todas partes.
De esa forma iban avanzando y defendiéndose cada día casi hasta el anochecer, cuando los persas se retiraban para acampar a distancia suficiente. En lugar de permitir que los agotados soldados se sentaran a descansar, Jenofonte daba orden de seguir avanzando a la luz de la luna hasta que era demasiado oscuro o estaban demasiado cansados para seguir.
Tras una cena apresurada, los griegos se echaban a descansar en el duro suelo bajo la luz de las estrellas, pero incluso aquellas cabezadas duraban poco, pues Jenofonte los despertaba al alba. Poco antes de que los persas despertaran, los griegos ya llevaban un rato marchando y, cuando los enemigos a caballo los alcanzaban y los obligaban a pararse para luchar, al menos habían caminado varios kilómetros más rumbo a casa.
Como los griegos pasaban por entre las salvajes montañas, a menudo se encontraban con pueblos montañeses que trataban de detenerlos tirándoles troncos o árboles o rocas colina abajo. Aunque algunos eran heridos o morían, el pequeño ejército continuaba avanzando y, tras marchar más de mil quinientos kilómetros de esta forma tan penosa, finalmente vieron el mar.
Es fácil imaginar la alegría que todos sintieron al contemplar las azules aguas del mar, que conectaban aquella tierra inhóspita con Grecia.
Pero, aunque Jenofonte y sus hombres habían llegado al mar, sus problemas no habían terminado, pues, como no tenían dinero para pagar la travesía, ninguno de los capitanes de los barcos estaba dispuesto a cruzarlos.
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Por tanto, en lugar de embarcar y descansar en cubierta con la suave brisa en la cara, se vieron obligados a continuar marchando por la costa. Ya no estaban expuestos a tan grandes peligros como antes, pero seguían estando exhaustos y descontentos y por primera vez comenzaron a olvidar lo que le prometieron a Jenofonte.
Para conseguir dinero para pagar la travesía a Grecia, capturaron varios pueblos pequeños y los saquearon. Y entonces, al enterarse de que había una nueva expedición en marcha para liberar las ciudades jonias del yugo persa, decidieron no seguir su camino a casa, sino unirse para ayudar.
Entonces, Jenofonte los llevó a Pérgamo, donde los entregó a su nuevo líder. Aún quedaban vivos unos diez mil de los once mil que empezaron a luchar junto a Ciro, y Jenofonte tenía razones para sentirse orgulloso de haberlos llevado por territorio enemigo con tan pocas pérdidas.
Tras despedirse de ellos, Jenofonte regresó a casa y escribió el relato de la retirada de los diez mil en un libro llamado Anábasis. El relato es tan interesante que a menudo se usa para practicar griego en cuanto se han aprendido los básicos, y de esa forma no solo se sigue aprendiendo la lengua, sino también la aventura de aquellos diez mil griegos.
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