Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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En cuanto Cimón fue desterrado, Pericles se convirtió en el único líder de los atenienses y, como gobernó un largo tiempo que fue próspero, este periodo suele conocerse como el siglo de Pericles.
Los espartanos que habían despachado tan desconsideradamente a los aliados atenienses resolvieron apañarse ellos mismos, y lo hicieron con tal determinación que no tardaron mucho tiempo en volver a meter a los hilotas en cintura y reconstruir la ciudad. Sin embargo, cuando ya se habían asentado, se acordaron de la tibia ayuda que les brindaron los atenienses y decidieron castigarlos.
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Más sobre Pericles
El general persa por aquel entonces estaba planeando una nueva invasión de Grecia, por lo que los atenienses se encontraban amenazados con un doble peligro. En su desesperación se acordaron de Cimón, que era un excelente general, y le imploraron que se hiciera cargo del ejército.
Cimón cumplió sobradamente con las expectativas y no solo obtuvo varias victorias contra los espartanos, sino que los obligó a acordar una tregua de cinco años. Resuelto ese asunto, luego atacó a los persas, a los que derrotó por tierra y mar.
Luego forzó a Artajerjes, el rey persa, a jurar solemnemente que no volvería a guerrear con los atenienses y prohibió que los navíos persas volvieran a entrar en el mar Egeo.
Con esos triunfos, Cimón murió de todas las heridas que había recibido durante la guerra. Sin embargo, su muerte se mantuvo en secreto todo un mes para que la gente tuviera tiempo de acostumbrarse a un nuevo líder y no sintieran miedo de luchar sin su victorioso general.
Mientras Cimón había estado batallando exitosamente con el enemigo extranjero, Pericles se había estado encargando de los asuntos en Atenas. Hizo que los atenienses finalizaran las murallas y, siguiendo su consejo, construyeron también las largas murallas que unían la ciudad con el Pireo, el puerto que estaba a unos ocho kilómetros.
Además, Pericles aumentó la flota ateniense para que, cuando terminara la tregua de cinco años, tuviera una magnífica flota para luchar contra los espartanos.
Como cada victoria obtenida por los atenienses había enojado cada vez más a los espartanos, acabaron retomando la guerra, que se luchó con gran ferocidad por parte de ambos bandos. Los espartanos ganaron las primeras veces, pero, gracias a su mejor flota, los atenienses empezaron a ganarse a las ciudades vecinas y así obtuvieron la ventaja sobre sus enemigos.
Histori(et)as de griegos y romanos

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Estaban a punto de obtener la victoria final en Coronea, cuando la fortuna los abandonó repentinamente, y fueron aplastados de forma tan penosa que aceptaron de buena gana una nueva tregua, y así pudieron regresar a casa.
Según el tratado que se firmó entonces, los atenienses quedaban obligados a mantener la paz durante un periodo de treinta años. A cambio, los espartanos les permitían conservar las ciudades que habían conquistado y el liderazgo de una de las alianzas formadas por los estados griegos, mientras que los propios espartanos se quedaban con el liderazgo de la otra alianza.
Durante esos treinta años de paz, Pericles estuvo muy ocupado y dirigió sus esfuerzos principalmente a mejorar la ciudad de Atenas. Gracias a él se construyó el Partenón, un magnífico templo edificado en lo alto de la Acrópolis, en honor a Atenea.
Este maravilloso templo estaba decorado con hermosas obras del escultor Fidias, y todos los atenienses adinerados fueron a verlo en cuanto estuvo terminado. Este artista también hizo una estupenda estatua de la diosa de oro y marfil, y la colocó en medio del Partenón.

Más sobre Fidias
Sin embargo, a pesar de todo su talento, Fidias tenía muchos enemigos. Tras un tiempo, lo acusaron de robar parte del oro que le habían confiado. Fidias trató de defenderse en vano, pues no se molestaron en escuchar lo que tenía que decir, por lo que lo encarcelaron y murió preso.
Entre el templo de Atenea y la ciudad había una serie de escalinatas y hermosos pórticos decorados con pinturas y esculturas que nunca han sido superadas.
Se erigieron muchos otros hermosos edificios bajo el mandato de Pericles, y los atenienses, a los que les encantaba la belleza y el arte, pudieron presumir de que su ciudad era la más hermosa del mundo. Los artistas de todas partes del país se amontonaban allí para trabajar, y todos fueron bien recibidos por Pericles.
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