Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Cimón era tan rico como generoso. Además de gastar mucho para mejorar la ciudad, siempre mantenía su casa abierta: su mesa estaba abundantemente servida y recibía con alegría a cualquiera que entrara en su casa.
Cada vez que salía, iba seguido de sirvientes que llevaban bolsas llenas de dinero y cuya misión era ayudar a los pobres con los que se cruzaran. Como Cimón sabía que muchos de los más desfavorecidos sentirían vergüenza de recibir ayuda, estos hombres averiguaban sus necesidades y los ayudaban en secreto.
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Aunque Cimón era tan bueno y considerado, no siempre le era fácil serlo. Parece que, cuando era joven, era muy vago y ocioso, y nunca pensaba en nada más que en su propio placer.
Arístides el justo se dio cuenta de lo vago y egoísta que era aquel joven, y un día fue a visitarlo. Tras una pequeña charla, Arístides le dijo gravemente que tenía que avergonzarse de la vida que estaba llevando, ya que era totalmente indigna de un buen ciudadano o de un hombre noble.
Este reproche fue tan justo que Cimón prometió mejorar, e hizo tal esfuerzo que no tardó en hacerse uno de los hombres más trabajadores y altruistas de su tiempo.
Sin embargo, Cimón no era el único hombre rico en Atenas, pues Pericles, otro ciudadano, era incluso más rico que él. Como Pericles era astuto, culto y muy elocuente, consiguió una gran influencia sobre sus conciudadanos.
Mientras que Cimón solía ser visto en compañía de hombres de su misma clase y por tanto era considerado el líder de los nobles o aristócratas, a Pericles le gustaba hablar con los más pobres, a los que podía encandilar fácilmente gracias a sus elocuentes discursos, por lo que acabaron haciéndolo su ídolo.
Día tras día los dos bandos se iban haciendo más distintos, y pronto los atenienses se posicionaron con Pericles o con Cimón en lo relativo a todos los asuntos importantes. Los dos líderes al principio eran muy buenos amigos, pero poco a poco fueron distanciándose y finalmente se hicieron rivales.
Por esta época hubo un terrible terremoto en Grecia. Todo el país tembló, y los efectos del terremoto fueron tan desastrosos en Esparta que todas las casas y templos resultaron destruidos.
Histori(et)as de griegos y romanos

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Muchos de los habitantes acabaron aplastados bajo las piedras y vigas, y solo quedaron cinco casas en pie. Los espartanos estaban en una situación desesperada, y los hilotas, sus esclavos, que llevaban largo tiempo esperando una oportunidad para liberarse, consideraron que aquel era un buen momento.
Se reunieron de inmediato y decidieron matar a los espartanos mientras se ocupaban de las ruinas y el rescate de sus familiares y amigos.
El plan habría tenido éxito si no hubiera sido porque el rey, Arquidamo, lo descubrió. Sin perder un segundo, congregó a todos los hombres capaces y envió a toda prisa un mensajero para pedir ayuda a Atenas.
Según mandaba su formación militar, los espartanos dejaron todo lo demás al ser convocados, y, cuando los hilotas aparecieron para llevar a cabo su plan, se encontraron con que sus antiguos amos estaban dispuestos en formación de batalla y tan tranquilos como si no hubiera habido ningún terremoto.
Aquella resistencia inesperada asustó tanto a los hilotas que se retiraron aprisa a Mesenia, donde persuadieron fácilmente a los mesenios para que se les unieran y declararan la guerra a los espartanos.
Mientras tanto, el rápido corredor enviado por Arquidamo había llegado a Atenas y les contó la destrucción de la ciudad y la peligrosa situación de su pueblo. Acabó implorando a los atenienses que enviaran auxilio inmediato o, de lo contrario, sería la perdición de los espartanos.
Cimón, que era generoso y de buen corazón, inmediatamente dijo que los atenienses no podían negarse a ayudar a sus desgraciados vecinos; pero Pericles, que, como la mayoría de sus conciudadanos, odiaba a los espartanos, aconsejó a todos sus amigos que permanecieran en casa.
Hubo una gran discusión acerca de esta cuestión. Sin embargo, finalmente Cimón prevaleció y enviaron un destacamento para ayudar a los espartanos. Por culpa de la vacilación de los atenienses, estos hombres llegaron tarde y lucharon con tan pocas ganas que los lacedemonios, indignados, les dijeron que para eso podrían haberse quedado en casa.
Aquel insulto enfureció tanto a los atenienses que se marcharon de vuelta, y, cuando se hizo público cómo los espartanos habían tratado a los soldados atenienses, la gente empezó a murmurar contra Cimón. En su enfado, olvidaron todo el bien que había hecho por ellos y, tras reunirse en la plaza del mercado, lo condenaron al ostracismo.
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