Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Mientras Teseo reinaba en Atenas, el trono de la vecina Tebas, en Beocia, estaba ocupado por el rey Layo y la reina Yocasta. En aquellos días, la gente creía que podía averiguar el futuro consultando oráculos, o sacerdotes que vivían en los templos y hacían como que daban a los mortales los mensajes de los dioses.
Con la esperanza de averiguar qué habría de sucederle a sí mismo y a su familia, Layo envió ricos presentes al templo de Delfos y preguntó qué le ocurriría en los siguientes años. El mensajero volvió al poco tiempo, pero, en lugar de traerle buenas noticias, temblando le repitió las palabras del oráculo: «Rey Layo, ¡pronto tendrás un hijo que matará a su padre, desposará a su madre y traerá la destrucción a su ciudad natal!».
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Estas noticias llenaron el corazón del rey de terror, y cuando, unos cuantos meses más tarde, le nació un hijo, se decidió a matarlo en lugar de dejarlo vivir y que cometiera aquellos horribles crímenes. Pero Layo era demasiado escrupuloso como para matar a un bebé, por lo que le ordenó a un sirviente que llevara al niño fuera de la ciudad y allí le pusiera fin.
El hombre obedeció la primera parte de las órdenes del rey, pero, cuando había llegado a un lugar solitario en la montaña, no fue capaz de matar al pobre bebé. Pensando que el niño moriría pronto si lo dejaba en aquel lugar solitario, el sirviente lo ató a un árbol y, al volver a la ciudad, informó de que se había librado de él.
No se hicieron más preguntas, y todos pensaron que el niño había muerto. Sin embargo, no fue así. Sus llantos habían llamado la atención de un pastor que pasaba por allí y lo llevó a su casa, y, como era demasiado pobre como para poder mantenerlo, lo llevó ante el rey de Corinto. Como el rey no tenía hijos, adoptó alegremente al pequeño.
Cuando la reina vio que los tobillos del niño estaban hinchados por la cuerda con la que lo habían atado al árbol, cuidó de él y lo llamó Edipo, que significa ‘el de pies hinchados’. Este apodo se le quedó al niño, que creció pensando que el rey y la reina de Corinto eran sus padres de verdad.
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