Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Al volver de la aventura del vellocino de oro, los héroes regresaron a sus casas, donde continuaron sus esfuerzos por hacer feliz a la gente.
Teseo, uno de los héroes, volvió a Atenas y fundó un festival anual en honor a la diosa Atenea. Este festival fue llamado Panateneas, que significa ‘todos los adoradores de Atenea’. Resultó ser un gran éxito, y era un nexo de unión entre la gente, que de esta forma aprendió las costumbres y maneras de unos y otros, y se hacían más amigos que si se hubieran quedado siempre en casa.
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Teseo es uno de los héroes más conocidos de Grecia. Además de ir con Jasón en la Argo, liberó a su país de muchos ladrones y navegó a Creta. Allí visitó al rey Minos, que, habiendo derrotado un tiempo antes a los atenienses, los obligó a enviarle cada año una remesa de jóvenes muchachos y doncellas para alimentar al monstruo que tenía encerrado en el laberinto.
Para liberar a su país de este tributo, Teseo, por su propia iniciativa, subió a bordo a uno de los barcos que llevaban cada año a los jóvenes atenienses. Cuando llegó a Creta, primero fue al laberinto y mató al monstruo con su espada. Luego encontró la salida del laberinto gracias a un largo hilo que la hija del rey le había dado. Uno de sus extremos lo llevaba consigo al entrar, mientras que el otro extremo lo ató a la puerta.
Su viejo padre, Egeo, que le había permitido ir solo tras mucha persuasión, le había dicho que cambiara las velas negras de su navío por unas blancas si es que conseguía escapar. Teseo prometió hacerlo, pero se olvidó por completo de ello cuando iba de regreso a Atenas.
Egeo, que estaba pendiente del retorno día tras día, finalmente vio la nave de Teseo volver, y cuando la luz del sol reflejó en las velas negras, creyó que su hijo había muerto.
Histori(et)as de griegos y romanos

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Su pesar fue tan grande por su pérdida que se cayó de la roca desde donde observaba al mar y se ahogó en él. En su memoria, el cuerpo de agua cercano a aquella roca aún es conocido como mar Egeo.
Cuando Teseo llegó a Atenas y tuvo noticias del pesar y repentina muerte de su padre, su corazón se llenó de pena y remordimiento, y con mucho ruido lamentó su descuido, que le había costado la vida a su padre.
Teseo entonces se convirtió en rey de Atenas y gobernó sobre su gente muy sabiamente durante muchos años. Tomó parte en muchas aventuras y batallas, perdió a dos esposas y a un hijo, y en su pesar y vejez se volvió tan arisco y duro que su pueblo dejó de quererlo.
Llegaron a cansarse tanto de su crueldad que se sublevaron contra él, lo expulsaron de la ciudad y lo obligaron a asentarse en la isla de Esciros. Entonces, temiendo que fuera a volver inesperadamente, le dijeron al rey de la isla que lo vigilara de día y de noche y que se librara de él a la primera oportunidad.
Haciendo caso a esas órdenes, el rey llevaba a Teseo consigo dondequiera que él fuera, y un día, cuando estaban los dos paseando a lo largo de un alto acantilado, de repente empujó a Teseo. Incapaz de defenderse o salvarse, Teseo cayó a unas afiladas rocas tras una fuerte caída y murió instantáneamente.
Los atenienses se alegraron mucho cuando se enteraron de su muerte, pero pronto se olvidaron de su severidad y solo recordaban su bravura y todo el bien que les había hecho en su juventud, y se arrepintieron de su ingratitud.
Mucho tiempo después, como verás, su cuerpo fue llevado a Atenas y fue enterrado no muy lejos de la Acrópolis, que era una colina fortificada, o una ciudadela, en medio de la ciudad. En este sitio los atenienses construyeron un templo sobre sus restos y lo adoraron como a un dios.
Mientras Teseo luchaba por sus súbditos y más tarde contra ellos, uno de sus compañeros, el héroe Heracles (o Hércules) volvió al Peloponeso, donde había nacido. Allí sus descendientes, los Heraclidas, pronto empezaron a luchar con los Pelópidas por el poder de la tierra.
Tras mucha guerra, los Heraclidas fueron expulsados y desterrados a Tesalia, donde se les permitió permanecer solo bajo la condición de que no intentaran reanimar aquella disputa con los Pelópidas durante cien años.
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