Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Harmodio y Aristogitón, tras decidir acabar con los tiranos, contaron sus planes a unos cuantos de sus amigos. Mantuvieron reuniones secretas en casa de una valiente mujer llamada Leena, «la leona», que era la única mujer que participaba en la conspiración.
Como los atenienses acostumbraban acudir al festival con armadura, los jóvenes esperaron hasta entonces para llevar a cabo sus planes. Se distribuyeron por entre la multitud, encontraron un buen lugar cerca de los tiranos y todos a la vez sacaron las espadas y atacaron a sus enemigos.
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Harmodio fue tan rápido que logró matar a Hiparco, pero, antes de que sus compañeros pudieran ir junto a él y protegerlo, fue abatido por los guardias del tirano.
Aristogitón fue corriendo para tratar de salvarlo, pero fue hecho prisionero y llevado ante Hipias, que le ordenó que le dijera los nombres de sus compañeros. El joven al principio se negó a hablar, pero tras un tiempo, fingiendo ceder, nombró a algunos de los amigos del tirano que lo estaban ayudando a oprimir a los atenienses.
El tirano, desconsolado, hizo traer a los acusados, y los ejecutó a ellos y a Aristogitón sin juicio. Cuando se dio cuenta de su error, volvió a tratar de averiguar los nombres de los conspiradores de verdad. Sabía que Harmodio y Aristogitón se habían visto frecuentemente con Leena, así que la arrestó y la torturó para obligarla a decirle los nombres de los conspiradores, porque quería matarlos a todos igual que a Aristogitón.
La valiente mujer, sabiendo que las vidas de varios jóvenes dependían de ella, y que una sola palabra podía causar sus muertes, resolvió no decir ni una palabra. A pesar de las más terribles torturas, mantuvo la boca cerrada, y cuando finalmente fue liberada resultaba que se había mordido y tragado la lengua para asegurarse de no traicionar a sus amigos.
La pobre Leena no vivió mucho después de esto y, cuando murió, fue enterrada en una hermosa tumba sobre la cual sus amigos pusieron una estatua de una leona sin lengua, para recordar al pueblo su coraje.
Los atenienses sintieron mucho su muerte, y lloraron a los valientes jóvenes Harmodio y Aristogitón mucho tiempo; pero la tiranía del hijo de Pisístrato seguía creciendo cada día y haciéndose cada vez más cruel y odiosa.
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