Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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No mucho después de que Solón hubiera dado sus nuevas leyes a los atenienses, los dos bandos políticos de la ciudad volvieron a pelear. Uno de ellos estaba compuesto al completo por hombres ricos y nobles, los áristoi, que significaba literalmente ‘los mejores’, y de ahí viene la palabra «aristócrata»; el otro incluía a los granjeros y a la gente pobre, el démos, el pueblo, de donde viene «democracia».
Entre los aristócratas o nobles estaba uno de los sobrinos de Solón, llamado Pisístrato. Era muy rico, pero, en lugar de hacer lo propio de los de su partido, parecía que desdeñaba a los ricos y siempre se ponía del lado de los pobres. Para ganarse la amistad de los demócratas, hacía como que obedecía las leyes con sumo cuidado y se dirigía a cada uno con gran respeto.
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Una vez, tras haber matado a un hombre accidentalmente, Pisístrato fue por su propia voluntad ante los jueces del Areópago, confesó su crimen y fue tan humilde que desarmó por completo a la gente en su furia.
En cuanto sintió que se había granjeado muchas amistades entre los pobres, Pisístrato apareció un día en el mercado cubierto de sangre, que le goteaba por varias heridas superficiales que se había hecho él mismo.
Sus maneras educadas y palabras amables habían sido una farsa, y no era solo un hipócrita, sino también un mentiroso. En ese momento dijo que los aristócratas habían tratado de matarlo porque era amigo del pueblo.
Como prueba de sus palabras, señaló las heridas que tenía por todo el cuerpo. Los atenienses más pobres, que le creyeron, estaban muy indignados y empezaron a hablar furiosamente sobre los malvados nobles, que habían herido a Pisístrato solo porque estaba siempre listo para ayudarles.
Cuando Pisístrato gritó que su vida estaba en peligro, todos los demócratas exclamaron que le protegerían; y, como tenían derecho a voto, en ese momento dijeron que debía tener una escolta personal de cincuenta hombres armados para protegerlo.
Pisístrato hizo ver que estaba muy agradecido por este favor y, bajo el pretexto de elegir su escolta, metió a un gran número de soldados. Cuando sus planes estaban ya listos, tomó posesión de la Acrópolis por la fuerza.
El pueblo descubrió, aunque demasiado tarde, que Pisístrato los había engañado solo para conseguir más poder; y que, gracias a la escolta que le habían concedido, se había hecho dueño de la ciudad y tenía las riendas del gobierno.
Sin embargo, los atenienses no estuvieron enfadados con él mucho tiempo, pues Pisístrato hizo todo lo posible por contentarlos y los gobernó muy sabiamente. Mejoró la ciudad construyendo magníficos templos y otros edificios públicos, e hizo un gran acueducto para que la gente tuviera en abundancia agua pura para beber.
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Pisístrato también dispuso un parque público, el Liceo, justo fuera de las murallas de la ciudad, para que los atenienses pudieran ir allí a disfrutar la fresca sombra de los árboles que se habían plantado.
Entonces comenzó a compilar todos los poemas de Homero, hizo que se pusieran por escrito con sumo cuidado, y los puso en una biblioteca pública, para que los griegos pudieran leerlos siempre que quisieran. Hasta entonces, estos poemas solo se habían recitado y no existían copias escritas. Por tanto, Pisístrato hizo un muy buen trabajo al conservar de esta forma los mayores poemas épicos compuestos jamás.
Como Pisístrato gobernaba como le venía en gana, sin consultar al tribunal o al pueblo, fue llamado tirano. Sin embargo, esta palabra en aquellos días significaba simplemente ‘gobernante supremo’; pero, como muchos de los que le siguieron hicieron un mal uso de su poder y fueron crueles y avariciosos, su significado no tardó en cambiar y ahora la palabra significa más bien ‘gobernante egoísta y despótico’.
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