Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Los niños codiciosos y desobedientes eran vistos en Esparta con el desprecio que merecían, por lo que se les enseñaba a obedecer sin rechistar, cualquiera que fuera la orden, y solo se les daba la comida imprescindible y más simple posible.
Aunque pueda parecer raro, a los espartanos también se les entrenaba para robar. Se les halagaba cuando conseguían robar sin ser descubiertos, y se les castigaba solo cuando eran descubiertos.
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La razón para esta extraña costumbre era la siguiente: a menudo estaban inmersos en alguna guerra y, como no tenían mulas de carga ni nada parecido con el ejército, ni ningún oficial específico al cargo de la comida, dependían enteramente de las provisiones que cada uno pudiera obtener en el camino.
Cuando se veía a lo lejos un ejército espartano, la gente escondía no solo las riquezas, sino también la comida; y, si los soldados espartanos no estuvieran bien entrenados para robar, a menudo habrían sufrido hambre mientras estaban en guerra.
Para probar el coraje de los niños espartanos, sus maestros nunca les permitían tener luz, y a menudo los enviaban solos en medio de la noche a hacer mandados, que tenían que llevar a cabo de la mejor forma posible.
Además, una vez al año, todos los niños eran llevados al templo de Ártemis, donde se ponía a prueba su coraje aguantando una dura tanda de azotes; y los que aguantaban sin llorar ni quejarse eran halagados. Los niños espartanos estaban tan deseosos de que los consideraran valientes que se dice que algunos se dejaban azotar hasta morir antes que quejarse.
Histori(et)as de griegos y romanos

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Se cuenta la historia de un niño que había robado un zorro vivo. Lo escondió entre sus ropajes y de esta forma fue a la escuela. El zorro, tratando de escapar, empezó a roerle el pecho y a desgarrarle la piel con sus garras; pero, a pesar del dolor, el niño no hizo nada, y de esa forma murió. No fue hasta que cayó muerto al suelo que los maestros descubrieron el zorro y vieron el agujero en su pecho.
Para que los niños aprendieran a comportarse adecuadamente en toda circunstancia, nunca se les permitía hablar a menos que se les hablara a ellos primero, e incluso así se esperaba que sus respuestas fueran lo más cortas y exactas posible. Esta forma de hablar, donde se decía lo máximo posible con las menos palabras posibles, era tan frecuente en todo el territorio de Laconia que todavía hoy se habla de estilo lacónico.
Con el objetivo de entrenarlos en esta forma de hablar, los mayores les hacían pasar cada día una especie de examen oral, haciéndoles preguntas sobre cualquier cosa que se les pudiera ocurrir. Los niños tenían que responder al momento, de forma breve y con cuidado; y si no eran capaces de ello, se consideraba que habían fracasado.
Estas preguntas día tras día tenían la intención de agudizar su ingenio, fortalecer su memoria y enseñarles a pensar y decidir rápida y correctamente.
A los jóvenes espartanos se les enseñaba a tratar a sus mayores con el máximo respeto; y debía de ser curioso ver a todos estos hombretones saludando respetuosamente a cada uno de los ancianos con los que se cruzaban, e incluso paraban lo que estuvieran haciendo para dejarles pasar en la calle.
Para fortalecer sus músculos, los niños también entrenaban concienzudamente en el gimnasio. Podían manejar armas, lanzar grandes pesos, luchar, correr velozmente, nadar, saltar y cabalgar, y eran expertos en todos los ejercicios que los hacían fuertes, activos y saludables.
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