Este es un capítulo de La historia de los romanos (original: The Story of the Romans, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Eneas, siguiendo el consejo de Venus, se dirigió a la recién fundada Cartago. Allí fue recibido hospitalariamente por la hermosa reina, que les dio la bienvenida a él y a sus compañeros en el palacio. Una vez allí, Eneas le contó todo sobre el largo asedio de Troya, la toma de la ciudad, su huida durante la noche, sus largas travesías por el mar y su naufragio cerca de la ciudad.
Estas historias interesaron muchísimo a Dido, y durante casi un año tuvo de invitados a los troyanos en el palacio. Como ella se había enamorado de él, le habría gustado tenerlo allí por siempre, pero los dioses habían decidido que Eneas había de volver a zarpar, y un día le enviaron órdenes claras de que debía marcharse cuanto antes.
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Eneas sabía que Dido haría todo lo posible por retenerlo en Cartago, así que se escabulló mientras la reina dormía, sin tan siquiera despedirse de ella. Cuando Dido despertó y preguntó por él, los barcos de los troyanos apenas se podían ver ya en el horizonte.
Apesadumbrada por la marcha de Eneas, Dido tomó la decisión de acabar con su propia vida. Dio órdenes de poner en una gran pila todo lo que Eneas había estado usando durante su estancia. Entonces, le metió fuego con su propia mano y, tras apuñalarse a sí misma, se echó sobre las llamas, donde murió.
Aunque hoy tenemos otra percepción de acabar con la propia vida, en la Antigüedad la gente consideraba un acto de gran nobleza suicidarse en determinadas situaciones límite.
Eneas y sus compañeros, tras abandonar Cartago, ahora iban de vuelta a Sicilia, donde visitaron la tumba de Anquises tras un año de su muerte. Para mostrar respeto por la memoria de su padre, Eneas celebró unos juegos fúnebres, como era costumbre entre los troyanos. Los hombres compitieron en carreras, en boxeo y en tiro con arco, y los niños hicieron una especie de simulacro de competición a caballo.
Cuando terminaron los juegos, los troyanos fueron recorriendo la costa de Italia por un tiempo, hasta que finalmente llegaron a la desembocadura del río Tíber. Cuando Eneas vio el hermoso país que se extendía ante él, mandó a sus hombres remontar el río y ya al atardecer desembarcaron para preparar la cena. Hicieron una especie de tortas y, como no tenían platos, Julo propuso que las usaran como platos.
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Todos se sentaron en torno al fuego, y Julo, que estaba muerto de hambre, no tardó en comerse su ración de carne, e inmediatamente se comió la torta que había usado como plato. Mientras se tragaba el último bocado gritó:
—¡Qué hambre tenía! ¡Me he comido incluso el plato en el que estaba servida la comida!
Ante esas palabras Eneas saltó sobre sus pies y gritó que al fin se había cumplido la profecía, y que ahora podían asentarse en el hermoso país al que habían llegado. Al día siguiente fueron recibidos por Latino, el rey del Lacio, quien, tras oír su historia, se acordó de su sueño y le prometió a Eneas que le daría a su hija Lavinia en matrimonio.