Este es un capítulo de La historia de los romanos (original: The Story of the Romans, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Por mucho tiempo, el pueblo romano tuvo la costumbre de enterrar a sus muertos, pero poco a poco fueron cambiando a quemar los cuerpos y guardar las cenizas en pequeñas urnas.
Sin embargo, cuando Numa Pompilio murió, la gente puso su cuerpo en un sarcófago de piedra. Muchos años después, según los romanos, un granjero, mientras araba, se topó con la tumba. La abrió y en el sarcófago encontró, además de los huesos del rey, unos cuantos libros viejos. En ellos estaban escritas las leyes que Numa Pompilio había dado a su pueblo, y una relación de las ceremonias religiosas de su tiempo.
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El granjero, por desgracia, era un hombre ignorante. Se imaginó que tales libros, viejos y mohosos, carecían de valor, así que los quemó. Al hacer eso, destruyó un tesoro de gran importancia, pues, si hubiera conservado esos antiguos libros, sabríamos mucho más sobre los primeros romanos.
Como Numa era un rey tan bueno y sabio, la gente sintió mucha pena al perderlo, y se decía que incluso la náyade Egeria lloró su muerte. Las madres romanas solían decir a sus hijos que esta ninfa lloraba tanto que los dioses, por piedad, la transformaron en una fuente, que todavía tiene su nombre.
Numa Pompilio no tenía hijos que ocuparan su lugar en el trono, por lo que los senadores eligieron a Tulo Hostilio, un patricio, como el tercer rey de Roma. Al contrario que el rey anterior, el nuevo gobernante era soberbio y beligerante; y, como disfrutaba la batalla, los romanos no tardaron en ser llamados a las armas.
En primer lugar, Tulo peleó con sus vecinos de Alba, la ciudad donde Amulio y Numitor habían reinado. Ninguno de los dos pueblos estaba dispuesto a claudicar ante el otro, pero tampoco querían ser ellos los que comenzaran el derramamiento de sangre, pues veían que sus fuerzas estaban empatadas, y que la lucha solo acabaría con sus muertes. Como no podían esperar eternamente, los dos bandos finalmente decidieron concluir la disputa mediante un combate de tres guerreros de cada uno.
Los albanos eligieron como sus campeones a tres hermanos, los Curiacios, todos conocidos por su fuerza, su coraje y su gran habilidad en el manejo de las armas. Los romanos eligieron también cuidadosamente a tres hermanos de la familia de los Horacios.
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Durante los días pacíficos con Numa Pompilio, mucho antes de que hubiera perspectivas de guerra, los romanos y los albanos se habían visitado a menudo, y los Horacios y los Curiacios eran amigos. De hecho, las dos familias eran tan cercanas que uno de los Curiacios se iba a casar con Camila, la hermana de los Horacios.
A pesar de esta antigua amistad, las dos familias habrían considerado una vergüenza no luchar si habían sido elegidos como campeones; y a pesar de las lágrimas y ruegos de Camila, los seis jóvenes se prepararon para el cercano duelo.
La pobre Camila había perdido la esperanza, pues o sus hermanos mataban a su prometido, o él los mataría a ellos. Sin importar el desenlace de la batalla, había de traerle una gran pena y pérdida, pues amaba tanto a sus hermanos como a su prometido; y trató una y otra vez de hacerles desistir de luchar los unos contra los otros.