Este es un capítulo de La historia de los romanos (original: The Story of the Romans, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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Tarquino se había quedado al cargo de los hijos de Anco Marcio, pero, como estaba ansioso por ser él mismo rey de Roma, dijo que los muchachos eran demasiado jóvenes como para reinar sabiamente, y no tardó en convencer a la gente de que le dieran la corona a él.
Aunque Tarquino obtuvo de esta forma el poder injustamente, al final resultó ser un muy buen rey, e hizo todo lo que pudo para mejorar y embellecer la ciudad de Roma. Para hacer el lugar más salubre y evitar otra peste como la que había matado a Tulo Hostilio, construyó un gran alcantarillado por toda la ciudad.
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Fue conocido como Cloaca Máxima, y también servía para drenar el agua de los lugares cenagosos entre las colinas sobre las que estaba construida Roma. Como Tarquino sabía que el trabajo bien hecho se conserva mucho tiempo, puso mucho esfuerzo en la construcción del alcantarillado.
Lo había hecho tan grande que diversos grupos de bueyes podían pasar unos junto a otros, y el trabajo se hizo tan bien que todavía hoy se usa en el drenaje.
Uno de los lugares que drenaba el alcantarillado era el foro, un sitio abierto que se usaba como mercado y que Tarquino rodeó de galerías. Allí los romanos solían ir a comprar y vender y a hablar sobre lo que ocurría en el día a día. Más tarde en la historia, también iban allí a hablar de política, y en el centro del foro se erigió una tribuna desde la que se podían pronunciar discursos.
Tarquino también construyó un enorme circo abierto para los romanos, a quienes les encantaba ver todo tipo de juegos y espectáculos. Para hacer la ciudad más segura, empezó a construir una fortaleza nueva y sólida en lugar de la antigua ciudadela. Esta fortaleza a veces era llamada Capitolio, y de ahí que la colina sobre la que estaba se llamara Capitolina. El rey también dio órdenes de construir una gran muralla alrededor de toda la ciudad de Roma.
Como esta muralla no estaba terminada cuando murió Tarquino, fue completada por el siguiente rey. La ciudad era por entonces tan grande que cubría las siete colinas de Roma: Palatina, Capitolina, Quirinal, Celia, Aventina, Viminal y Esquilina.
Histori(et)as de griegos y romanos

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Poco después de que Tarquino llegara al poder, aumentó el tamaño del ejército. También decidió ser escoltado siempre por doce hombres llamados lictores, que llevaban unas varas unidas, y en el centro de todas había una afilada hacha. Las varas significaban que quien desobedeciera sería azotado, y las hachas, que los criminales serían decapitados.
Durante el reinado de Tarquino, los augures se volvieron cada vez más atrevidos, y a menudo decían que las señales estaban en contra de las cosas que el rey quería llevar a cabo. Esto enfadó a Tarquino, que deseaba deshacerse de los obstinados sacerdotes, pues, al hacer como que sabían la voluntad de los dioses, eran más poderosos que él.
El más importante de estos augures, Ato Navio, era uno de los hombres más inteligentes de su tiempo. Tarquino sabía que, si era capaz de demostrar que se equivocaba, podría desestimar lo que cualquiera de los augures dijera. Por tanto, el rey mandó llamar al augur un día y le preguntó si lo que él estaba pensado podía hacerse o no.
El augur consultó las señales habituales y, tras la debida consideración, respondió que sí podía hacerse.
—Pero —dijo Tarquino, sacando una cuchilla y un guijarro de entre los amplios pliegues de su manto— me estaba preguntado si sería capaz de cortar este guijarro con esta cuchilla.
El pódcast de mitología griega
—¡Corta! —dijo el augur decididamente.
Se dice que Tarquino obedeció y que, para su inmensa sorpresa, la cuchilla cortó el guijarro tan limpia y fácilmente como si fuera arcilla. Tras esta demostración del poder de los augures, Tarquino no volvió a atreverse a oponerse a sus decisiones y, aunque era el rey, no hizo nada sin la aprobación de los sacerdotes.