Nació en Roma en el año 100 a. C. y allí murió también, en el año 44 a. C. Fue hijo del senador Gayo Julio César y de Aurelia, una mujer de gran inteligencia alabada por la educación e influencia sobre su hijo.
Conflicto con Sila
Gayo Julio César nació de una familia de alta cuna. A los 16 años perdió a su padre y, poco después, se casó con Cornelia, cuyo padre era enemigo de Sila. Por esta razón, Sila trató de obligar a César a repudiarla, pero no lo consiguió. Y es que César, desde el principio, había seguido la facción popular de su tío Mario, contraria a la de Sila.
Por esta razón, César no solo fue despojado de sus bienes, sino que incluso fue perseguido por los sicarios de Sila. Una noche consiguió escapar de Roma con ropas diferentes a las de la nobleza. A pesar de que por entonces estaba enfermo, se veía obligado a ir cambiando de lugar, pero finalmente fue atrapado por un liberto de Sila. Sin embargo, César consiguió sobornarlo para que le dejara marchar.
Gracias a la intercesión de familiares y personas influyentes, obtuvo el perdón de Sila. (En esa ocasión, se dice que Sila advirtió de que César llegaría a ser la perdición del partido de los optimates, pues en César había muchos Marios). En cualquier caso, sabiendo que ese perdón podía ser revocado en cualquier momento, César decidió alejarse yéndose a las guerras mitridáticas. Allí obtuvo la corona cívica.
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Los piratas
Muerto Sila, decidió marcharse a Rodas para aprender de Apolonio Molón, el más famoso maestro de oratoria del momento. Por el camino fue atrapado por unos piratas y fue retenido unos 40 días. Se dice que los piratas le tenían miedo y respeto a partes iguales: en broma, les decía frecuentemente que algún día los crucificaría. César, que tenía libertad de movimiento, para no darles motivo de sospecha, nunca iba descalzo. Envió a sus esclavos a buscar el dinero del rescate. Cuando los piratas decidieron que el rescate era de 20 talentos, César dijo que su precio era de 50.
En cuanto fue liberado, se dirigió a Mileto y allí contrató una flota. Esa misma noche atacó a los piratas, que seguían aún por los alrededores: hundió algunos barcos y capturó otros, y a los piratas prisioneros los crucificó, tal y como había dicho.
Hispania
César fue nombrado cuestor y marchó a Hispania. Mientras cruzaba los Alpes, a la vista de una villa pobre, sus compañeros bromearon si también aquel sería un buen lugar para ganar popularidad. César les dijo muy en serio que prefería ser el primero en aquel villorrio que el segundo en Roma.
Así, desde el principio se veía su afán de poder, y siempre tenían en la boca estos versos de Eurípides: Si hay que violar la ley, que se viole para gobernar; para lo demás, cultiva la justicia.
Al llegar a Gades, al sur de Hispania, vio una estatua de Alejandro Magno y gimió y lloró. Cuando le preguntaron la causa, dijo: «¿Es que no es suficiente causa de llanto que hasta el momento no he conseguido nada memorable, cuando Alejandro a mi edad ya era dueño del mundo?».
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Consulado y triunvirato
Para ganarse el favor de la plebe invirtió todo su patrimonio y contrajo tal deuda que él mismo decía que necesitaría cien millones de sestercios para quedarse a cero. Adornó el Capitolio con pórticos y celebró espectáculos con fieras, de gladiadores e incluso desvió el Tíber para celebrar una naumaquia.
Por estos medios llegó a obtener el consulado junto a Marco Bíbulo, a quien no le agradaban las decisiones de César. Introdujo una ley agraria para repartir terrenos públicos entre los ciudadanos necesitados; cuando el senado rechazó la propuesta, César presentó la medida al pueblo. Se formó tal revuelo que le lanzaron a Bíbulo una cesta llena de estiércol y fue expulsado hasta su casa, de donde ya no salió por el resto de su mandato.
Entretanto, César administraba todo según su sola discreción, hasta el punto de que la gente, en lugar de hacer mención al año, según la costumbre, con el nombre de los dos cónsules —Caesare et Bibulo consulibus—, en broma decían Iulio et Caesare.
Había hecho una alianza con Gneo Pompeyo y Marco Licinio Craso para mantener el equilibrio de poder entre los tres hombres más poderosos, de modo que ninguno pudiera hacer nada sin el visto bueno de los otros.
Galia, Germania, Britania
A pesar de los intentos de Bíbulo por evitarlo, César obtuvo la provincia de la Galia. Durante nueve años llevó a cabo las siguientes cosas: pacificó la Galia; fue el primero en mantener a raya a los germanos que vivían al otro lado del Rin; derrotó a los britanos, hasta entonces desconocidos para los romanos, y les impuso tributos y la entrega de rehenes.
En una ocasión, con el ejército de César en fuga, él mismo cogió el escudo de la mano de un soldado que huía y se colocó en la primera línea de batalla, por lo que todos volvieron a sus puestos. En otra ocasión, agarró por el cuello a un aquilífero que huía y, lanzándolo hacia el frente mientras señalaba hacia el enemigo, dijo: «¿Adónde vas? ¡Nuestros enemigos están allí!».
Él mismo cuenta sus gestas en sus Commentarii, que escribió para que luego otros elaboraran esa información; sin embargo, el propio Cicerón dijo que sería imposible contar esas hazañas mejor que el propio César.
Antecedentes de la guerra civil
Mientras tanto, Craso resultó muerto mientras luchaba con los partos en Carras. Al morir en el parto Julia, la hija de César, que era lo único que mantenía la concordia entre su padre César y su marido Pompeyo, pronto surgieron las diferencias.
Pompeyo llevaba un tiempo receloso del poder que César había acumulado en la Galia, y César de la fama de Pompeyo el Grande. Para protegerse, César pidió un segundo consulado, que el senado le negó con el apoyo de Pompeyo, y le ordenaron que trajera de vuelta al ejército y entregara el poder de la Galia antes de una determinada fecha.
El cruce del Rubicón
Indignado por tal afrenta, volvió a Italia dispuesto a vengarse por las armas. Cuando llegó al río Rubicón, que era la frontera oficial de la provincia, paró un momento y, según se cuenta, dijo: «Aún estamos a tiempo de dar marcha atrás; pero si cruzamos el río, ya habrá que hacer todo por medio de las armas». Cruzó y gritó: Alea iacta est!
La guerra civil
Con esto comenzaba oficialmente la guerra civil. Se dirigió a Bríndisi, adonde Pompeyo había huido con buena parte de los senadores. Lo primero de todo, César, para proteger su retaguardia y suministros, se dirigió a Hispania, donde había un poderoso ejército de Pompeyo, y lo aplastó. Entonces actuó con aún mayor audacia: aunque Pompeyo intentó impedirle que cruzara a Epiro, se dirigió a Dirraquio en pleno invierno por mar, por medio de la poderosa flota de Pompeyo. En medio de una tremenda tormenta, el timonel estaba muerto de miedo; César le dijo: «¿De qué tienes miedo? ¡Llevas a César en el barco!».
En Dirraquio César fue derrotado, pero Pompeyo no supo aprovechar la victoria. El siguiente encuentro fue en Tesalia, donde César destruyó el ejército de Pompeyo en la batalla de Farsalia. Pompeyo huyó a Egipto, donde fue asesinado a traición y decapitado por orden del faraón Ptolomeo. Cuando César, que iba persiguiendo a Pompeyo, se enteró de su mísera muerte, lloró.
El pódcast de mitología griega
Cleopatra
Entonces César luchó contra Ptolomeo, quien parecía que tramaba algo también contra él. Entregó el gobierno de Egipto a Cleopatra, la hermana de Ptolomeo, con quien se dice que tuvo un hijo ilegítimo llamado Cesarión.
Guerra en Asia
César se dirigió al Ponto, donde Farnaces, el hijo de Mitrídates, se estaba rebelando contra el poder de Roma aprovechando su guerra civil.
La victoria de César sobre Farnaces fue tan rápida y fulminante —lo aplastó en una única batalla al quinto día de llegar— que cuando celebró su triunfo iba con un letrero que decía Veni, vidi, vici.
Restos pompeyanos
Aún no se había acabado la buena fortuna de César. Escipión y Juba, el rey de Numidia, habían reunido los restos de las tropas pompeyanas, pero César también los derrotó en la batalla de Tapso. En ella, la V legión resistió la carga de los elefantes africanos con tal valor que César les concedió llevar un elefante en su estandarte. Se dice que César solo tuvo 50 bajas en total.
Entonces se dirigió a Hispania, donde luchó contra los hijos de Pompeyo. En esta ocasión, la batalla fue tan igualada que César bajó de su caballo y, colocándose junto a sus soldados, que empezaban a ceder, empezó a gritar que, pasara lo que pasara, él no se iba a mover de allí. Más por vergüenza que por valor, los soldados volvieron a formar la línea de batalla.
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César, dictador
Terminada así la guerra civil, César volvió a Roma, donde fue nombrado dictador perpetuo, y empezó a administrar la república: corrigió el calendario y acomodó el año al curso del sol; nombró senadores; perdonó a los que alguna vez se hubieran levantado contra él; otorgó la ciudadanía romana a los expertos en medicina y artes liberales…
También quiso reorganizar las leyes, que eran muchísimas, para que pudieran recogerse en unos pocos libros; quería construir un gran número de bibliotecas con libros griegos y latinos; planeaba controlar a los dacios y retomar la guerra con los partos a través de Armenia.
Asesinato
Sin embargo, muchas de estas cosas no pudo realizarlas, pues le sobrevino la muerte, ya que empezó a actuar de forma cada vez más soberbia. En una ocasión, Marco Antonio, compañero de César durante todas sus gestas y en ese momento compañero de consulado, le impuso una corona, señal de los reyes.
Pensando muchos senadores que César quería hacerse rey, se conjuraron más de sesenta de ellos, de los que estaban al frente Casio y Bruto. Decidieron matarlo en pleno senado en las Idus de Marzo.
Se dice que un día un adivino advirtió a César de que se precaviera de las Idus de Marzo (otros dicen que fue su esposa Calpurnia). Ese mismo día, mientras entraba en la Curia, César vio al adivino y se rio de él diciéndole que ya eran las Idus de Marzo y aún seguía vivo. El adivino contestó: «Ya han llegado las Idus de Marzo, pero aún no han pasado».
César se sentó y los conjurados, simulando estar preparándose para la sesión del senado, lo rodearon. Uno de ellos, como si fuera a pedirle algo, se acercó a César. El dictador lo ignoró y, entonces, el conjurado lo agarró de la toga. En ese momento César gritó: «¿¡Qué violencia es esta!?».
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Entonces Casio —según otros, Casca— lanzó el primer ataque y lo hirió cerca del cuello. César consiguió agarrarle el brazo y desviar el puñal, pero, mientras intentaba zafarse, recibió otra herida. Cuando se dio cuenta de que era atacado por todas partes y de que Bruto, a quien consideraba un hijo, estaba entre los conjurados, dijo: «¿Tú también, Bruto, hijo mío?». Se cubrió la cara con la toga y recibió hasta 23 puñaladas.
Casi ninguno de los asesinos sobrevivió más de tres años. Todos murieron poco después de diversas maneras: en naufragios, en batalla, o incluso suicidándose con el mismo puñal que habían usado para matar a César.
Semblanza de César
César era un hombre de gran estatura y tenía unos vivos ojos negros. Sin embargo, nunca aceptó su calvicie y le resultaban molestos los chistes al respecto. Así pues, de todos los honores que le ofrecieron el senado y el pueblo, ninguno aceptó de mejor grado que el derecho a llevar siempre la corona de laurel.
Ni siquiera sus enemigos se atrevieron a negar que apenas probaba el vino. Incluso Catón solía decir que César fue el único sobrio de los que intentó apoderarse de Roma.
Era experto en el manejo de las armas y en la equitación. No tenía problemas en soportar penalidades: durante las marchas algunas veces iba a caballo, pero casi siempre iba a pie y con la cabeza sin cubrir, ya hiciera sol o lloviera.
Realizó grandes obras de ingeniería, como calzadas y puentes: nada lo detenía, ni siquiera los ríos, que cruzaba incluso a nado o apoyado en odres llenos de aire.
Cuanto más rara es la moderación en reyes y gente importante, más ha de ser alabada. César fue siempre clemente en la victoria civil. En una ocasión, obtuvo un cofre lleno de cartas enviadas a Pompeyo por quienes debían de ser contrarios a sus intereses o neutrales; no quiso leerlas, sino que las quemó para no dar lugar a más enemistades y persecuciones. Cicerón le concedió esa alabanza, pues César no solía olvidar nada, excepto las afrentas.
Fuentes
Esta breve biografía de Julio César la he escrito traduciendo y adaptando (y en alguna ocasión ampliando) el De viris illustribus de Lhomond y el Fabulae ab urbe condita de Steadman. Naturalmente, el propósito no es la exposición detallada de los hechos, sino tener una visión general de la vida de César en su conjunto.