A continuación tienes el largo poema Los amores de Hero y Leandro de Museo (siglo V-VI d. C.) traducido en verso (1837) por un tal G. A., D. de C. Más información.
Canta, ¡oh, musa!, la antorcha, fiel testigo,
de secretos amores y el nocturno
esposo nadador, que el mar conduce,
y oscuro enlace, queno vio la Aurora:
y a Abidos canta, y la marina Sestos,
sitio infelice de las nupcias de Hero.
Nadar escucho intrépido a Leandro,
y miro relucir la antorcha clara;
antorcha, precursora de Citera,
que Hero adornara en su nocturna boda;
luminaria de Amor, gran simulacro,
que excelso Jove colocar debiera
(cuando cumplido el tenebroso oficio
entre los astros del Olimpo alzado,
y la aclamar constelación de Amores,
brillante adorno de la esposa amante;
de amorosos desvelos fiel ministra,
y vigilante nuncia de Himeneo:
y canta, en fin, a la extinguida antorcha,
y a Leandro, en el ponto pereciendo.
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Baña al undoso mar Sestos y Abidos,
y en frontera región sus brazos tiende;
el arco de Cupido, que no yerra,
ambas traspasa, de una flecha sola,
de Hero y Leandro el corazón hiriendo:
en Sestos mora aquella; este, en Abidos;
hermosos ambos, relucientes astros
de una y otra ciudad; muy semejantes.
Si tú fueres allá, curioso, inquiere,
y me lo contarás, cuál fue la torre
en que Hero de Sestos, en su mano,
la antorcha tuvo, que a Leandro guía;
pregúntalo también al mar sonoro
de Abidos veneranda, que lamenta
de Leandro el amor y muerte aciaga.
Pero Leandro, habitador de Abidos,
¿de Hero cómo sintió la llama ardiente
y en sola una cadena Amor les ata?
Hero, la linda, de prosapia ilustre,
era sacerdotisa de Ciprina
y, libre de los fueros de Himeneo,
del techo paternal lejos habita,
cabe la mar, una empinada torre,
cual la reina de Pafos; puro, intacto
su virginal pudor conserva atenta,
de entrambos sexos la frecuencia huyendo;
evitando la Envidia, que devora
lívido seno de celosas hembras;
aplacando la diosa, y a Cupido,
y a su madre celeste en libaciones,
temiendo siempre su encendida aljaba,
pero ni cauta el evitarla pudo.
La gran popular fiesta se acercaba,
que a Adonis bello, y la risueña Venus,
consagra Sestos; en tropel confuso,
y a festejar un día tan solemne,
presurosos corrían los que habitan
en las remotas islas, que el mar ciñe,
y los de Harmonía y la marina Chipre:
no quedó en Citerea una Belleza;
ni morador al Líbano oloroso,
ni a Frigia rica, o la vecina Abidos,
y cuantos aman las doncellas tiernas,
que, ansiosos, vuelan al festejo sacro
por contemplar los virginales rostros.
Histori(et)as de griegos y romanos

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Hero la virgen el augusto templo
pasea de sus ojos despidiendo
un grato resplandor, cual nueva luna
con las mejillas cándidas luciendo;
y en las suyas brillaban, con rubíes,
en círculos de nieve aljofarados,
rosa en dobles colores matizada;
los albos miembros de la virgen casta
un prado ofrecen, que encendidas rosas
tornaran rojo; las delgadas túnicas
de las otras doncellas rojas brillan.
Tres Gracias solas los antiguos mienten;
y resaltaban, ciento los ojuelos,
de Hero la hermosa, que naciera digna,
sacerdotisa de Ciprina bella;
tras si arrastraba su divina imagen,
las almas tiernas de pulidos mozos;
y todos anhelaban, suspirando,
su esposa fuera el celestial hechizo;
ojos y corazones la seguían,
do quier que hollara el majestuoso templo;
y uno, entre tantos, que un volcán devora,
así exclamara, en amoroso acento.
Yo viajé a Esparta, y la ciudad famosa
vi de Lacedemonia, y la Hermosura
disputando el valor al sexo fuerte;
mas, prudente doncella, tierna y linda
como esta, nunca vi; Venus, acaso,
de las Gracias alguna oculta en ella;
cansados ojos de mirarla tengo,
pero de la admirar no me sacio,
muera yo al punto, que su lecho alcance:
ser dios no quiero en el Olimpo excelso,
si Hero en mi casa dulce esposa fuera:
si me niegas, ¡oh, reina!, tu ministra,
dame una esposa que sus gracias tenga.
Así hablara este joven, y otros y otros,
mudos deliran con la oculta llama,
que al pecho enciende la doncella hermosa.
¡Leandro!, sufridor de mayor pena,
luego que vistes la gallarda joven,
ni oculto el fuego contener quisieras;
que traspasado de la flecha ardiente,
sin Hero bella ya vivir no sabes;
tu hoguera encienden sus radiantes ojos,
y el pecho hierve en indomable fuego:
pura rara Hermosura es más aguda
que el veloz dardo al corazón del hombre;
por el sendero de sedientos ojos
entra la flecha, al corazón clavando,
y sangre y fuego el corazón destila.
Descaro y estupor, temor, vergüenza
de tu alma se apoderan; y temblaba
tu corazón llagado; el Pudor tímido
te aprisiona cruel, y absorto quedas
de la sin par Belleza, en el asombro.
Amor vence al Pudor; luego, afectando
atrevido descaro, la seguías
con atentados pasos; y de frente
de hito en hito la miras incesante.
Con maliciosos ojos y con gestos
ganas, astuto, el inocente pecho;
pero, así que ella vio tu amor doloso,
su corazón se holgara remirando
su nuevo amante, de mil gracias lleno;
y absorta contemplaba, de soslayo,
su linda faz, con gestos respondiendo,
mas luego la aprisiona el disimulo:
palpita entonces de Leandro el seno,
Hero mirando arder con igual fuego
que el pudor vence y virginal respeto;
Leandro al punto, del Amor guiado,
horas propicias al Amor buscaba;
cuando al ocaso se ocultara Febo,
o mostrara su faz Héspero umbroso,
tiende la noche su esmaltado manto
y atrevido la sigue; y oprimía
entre los suyos los rosados dedos,
encendidos suspiros exhalando,
de lo profundo de su ardiente pecho.
Ella, callada, resistir fingiendo.
Airada, esconde la rosada mano.
Al mirar tan contrarios sentimientos,
Leandro osado, poderoso, asiera
la túnica, florida, y la guiara
a los recesos del oscuro templo;
y Hero la virgen, tarda, le seguía,
como si no quisiera irle siguiendo;
y con su voz, que amenaza dulcemente,
a Leandro le dice: «¡Oh, extranjero!,
estás fuera de ti, porque, ¡infelice!,
una virgen cual yo, ¿vender procuras?
Huye el enojo de mis ricos padres;
sacerdotisa de la Ciprea diosa,
tu amor me ultraja; ni alcanzar pretendas
que una virgen conduzcas a tu lecho.
Lenguaje propio de doncellas tiernas
las amenazas son; pero Leandro,
el furor y amenazas escuchando,
el lenguaje entendió del vencimiento;
que hembra, que ultraja al atrevido amante,
correo envía de su amor desecho:
y al sonrosado cuello imprime al punto,
con labio ardiente un amoroso beso,
y abrasado en su fuego, así le dice:
«¡Oh, amorosa beldad! Venus segunda
eres después de Venus; y Minerva
que después de Minerva la siguiera;
ni a terrestres beldades te comparo,
sino a las hijas del Saturnio Jove.
Dichoso veces mil, quien te plantara;
y dichosos los pechos que libaste.
¡Felicísimo el vientre que te trajo!
Pero escucha mi ruego, oye piadosa
el suspirar de mi amoroso pecho;
si eres sacerdotisa de Citere,
ejercita sus obras, complaciente.
Aquí has venido a conocer las leyes
que a los esposos dicta el Himeneo:
las vírgenes no sirven a Ciprina,
ni en vírgenes se placen sus afectos;
si aprender quieres de la diosa el rito,
la gratas ceremonias e institutos,
busca las nupcias y olorosos lechos:
si a Venus amas, ni el amar resistas,
y suave ley de Amor, que dulce oprime;
déjame ser tu esclavo y, si lo quieres,
venturoso seré tu esposo tierno.
Mercurio alado, de la vara de oro,
de Almena al hijo, por su sirvo diera
a la sardania Ónfale; a ti me envía,
más que el sabio Mercurio, Amor potente.
Hágate temerosa el hado infausto
de Atalanta Arcadania, que, aspirando,
casto, guardar su virginal tesoro,
de Milianis desprecia el regio lecho;
y Venus enojada la encendiera,
con igual fuego, que a su amante hermoso.
Ríndete, sí, mi amor, y no provoques
la cólera de Venus implacable.
Así el joven habló, y el poder mágico
de sus palabras la doncella rinde;
fijos en tierra los modestos ojos,
muda, ocultando el encendido rostro,
y con los pies frotando el pavimento,
a los hombros ajusta el traje hermoso;
signos visibles del pudo vencido;
silencio, es la promesa de la virgen,
pronta a subir al tálamo oloroso;
el dulce amargo estímulo la punza,
y el corazón se quema en dulce fuego,
de su amante admirando la belleza.
Mientras inclina los brillantes ojos,
Leandro mira el sonrosado cuello
con la vista insaciable, ardiendo el seno.
Tarda, al fin, Hero con la voz suave,
dice, del rostro destilando rojo,
el húmedo rubor de la vergüenza:
«Lindo extranjero, tus palabras pueden
un peñasco ablandar. ¿Quién te enseñara
de tan varios discursos el camino?
¿Quién a mi patria, ¡ay, cielo!, te condujo?
Cuando has dicho es en vano; ¿cómo un vago,
un extranjero infiel, a amarme aspira?
Jamás serás mi esposo; ni a mis padres
placerá tal proyecto; y ni aun intentes,
un prófugo extranjero, amarme oculto.
¿Acaso ignoras que la lengua infame
del hombre se complace en la calumnia?
¿Y lo que en casa custodió el secreto,
negra envidia en las plazas lo publica?
Dime, pues, no lo ocultes: ¿cuál tu nombre,
cuál es tu patria? Ínclita Hero
el mío fuera y habitará, sola;
una alta torre en la marina Sestos,
junto a la orilla, en la profunda playa
por el severo paternal consejo:
ni las doncellas, compañeras trato,
ni las alegres danzas yo frecuento;
solo en mi oído resonar escucho
del mar ventoso el mugidor estruendo.
El pódcast de mitología griega
Bajo del velo de brillante púrpura
el rostro oculta, que el pudor colora,
cuando así hablara; mas Leandro, en tanto,
acabar piensa esta amorosa guerra;
del dardo agudo del amor herido:
pero amor, en arbitrios tan fecundo,
al hombre doma, que rindió su aljaba,
y luego cura su llagado pecho,
de los que vence, consultor sublime,
más que los sabios de profunda ciencia;
y a Leandro hermoso su poder le auxilia:
al fin, gimiendo, con locuela astuta,
responde a Hero en amorosos ecos.
«Por ti atravesaré, virgen garrida,
el mar rabioso que bulliera en llamas
o innavegable si su espalda fuera;
ni del áspero mar las ondas temo,
ni su rugir feroz ondisonante;
cuando a tu lecho voy, venceré ansioso
de Helesponto la rápida corriente,
consorte hermoso, por la noche umbría.
Abidos, mi ciudad, frontera a Sestos,
bástame solo que de la alta torre
antorcha muestres en la niebla oscura,
que entonces yo seré de amor la nave
y ella la estrella y luminoso norte;
y viéndola, a Bootes mal hadado,
ni al ominoso Orión ni al Carro vea,
que el mar no baña en su albicante espuma.
Pero, cauta, mi Amor, la antorcha guarda,
de Eolo soplador; que si ella muere,
Lúcifer, conductor, de mi esperanza;
tal vez yo muera en el salado centro.
Leandro es mi nombre, si mi nombre inquieres
de Hero la bella enamorado esposo».
Así pactos de Amor amor sellara,
y oscuras bodas y amistad nocturna
con la antorcha que anunca el desposorio;
ella encender el luminoso faro
y surcar él el proceloso ponto
sin anhelar el regalado sueño,
que nupcias veladoras alejaban,
dura necesidad separa a entrambos,
que no la voluntad: ella a la torre,
pero él, en torno del alzado muro,
vaga, callando, en la sonora playa,
de la torre buscando las señales
desde Abidos su patria; suspirando
Hero y Leandro las secretas bodas
y suplicando a la callada noche,
grata adornase el venturoso lecho.
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Mas ya tendiera el tenebroso manto
a los hombres trayendo el dulce sueño,
pero a Leandro no, que amor despierta,
y en la ribera, do la mar se agita,
fija la vista en la frontera Sestos,
espiara la antorcha precursora,
y el lúgubre fanal, que el lecho muestra.
Hero también miró, bañada en gozo,
que, ya Febo, muriendo en el ocaso,
noche desplega el atezado velo;
y monstrando la antorcha luminosa,
Amor sacude de Leandro el seno,
ardiendo a par del luminar de Sestos;
y al escuchar el rebramar las ondas,
multisonantes con su loco estruendo,
temor asalta el agitado pecho,
pero, atrevido, consolarse intenta,
dulces plegarias al Amor diciendo.
¡Oh, duro Amor! ¡Océano indomable!
Empero, agua eres tú, y el vivo fuego
que a Leandro abrasa en un volcán desecho;
no temas, corazón: el fuego empuña;
ni las tendidas aguas te den miedo;
el fuego de tu amor irán suplando;
que la risueña Venus del mar nace
y calma suave el padecer acervo.
Mientras hablara así, con ambas manos
despoja, presto, los rosados miembros
de los vestidos que en la frente enrolla;
y saltando veloz, en la ribera
abandona su cuerpo al mar salado,
y presuroso nada de la antorcha,
que lejos brilla, el resplandor siguiendo,
remos, tripulación y nave a un tiempo.
Hero, la virgen, en la aérea torre,
cubre la antorcha, con el rico velo,
do quier que el aura perniciosa sopla,
hasta que Leandro, fatigado, llega
de Sestos, la portuosa, a la ribera;
y ella le lleva a la empinada torre,
y abraza, tierna en los umbrales mesmos,
a su anhelante esposo con silencio;
aun destilando lasmojadas trenzas,
lucientes gotas de la mar undosa:
luego en alcoba del ornado lecho,
de aromas unge su rosado cuerpo,
que el mariscoso olor destruyen pronto
y, aunque anhelante, a su consorte hermoso
en altiornado lecho así le dice:
«Gran fatiga has tenido, esposo amado;
más que otro alguno sufrimientos pasas;
bastaran solas las salobres ondas
y el fétido exhalar del mar pescoso:
mas las fatigas y el sudor olvida
entre mis brazos y el mullido lecho».
Histori(et)as de griegos y romanos


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Ella así dijo; mas Leandro, osado,
afloja al punto el envidioso cinto
y a las leyes de Venus da principio:
bodas eran, sin danzas; lecho hermoso,
sin los himnos que aclaman la belleza.
Ni poeta que entone epitalamio,
ni lucieron las teas misteriosas,
ni en torno saltan danzarines ágiles,
ni los ancianos padres venerandos.
Empezaron el canto de Himeneo.
Mudo silencio celebrara solo,
y la esposa adornara y blando lecho
y, en vez de las antorchas nupciales,
lóbrega noche fue nupcial festejo;
ni aljofarada rubicunda aurora
el lecho vido de Leandro hermoso,
que navegaba a la ribera opuesta,
siempre insaciable de placeres nuevos.
Con la túnica larga, Hero se oculta
a sus padres; si virgen por el día,
mujer matrona por la noche fuera;
y ambos suspiran que la blanca aurora
baje el ocaso en presuroso vuelo.
Así, ocultando de su amor la fuerza,
en secretos amores se deleitan.
Ni duró mucho este placer callado;
yerto, el canoso Hibierno el norte deja,
con tormentas horribles agitando
del mar undoso los profundos senos;
y los vientos y lluvia, arrebatada,
la selva agitan, y el pastor medroso
corre a salvarse a la cabaña huyendo;
y la nave, que teme al ponto airado,
ansiosa busca el abrigado puerto;
y mar y tierra y cielo en remolinos
confuso arrastra el aterido Hibierno;
y suspirando la Natura entera,
muda obedece a su nevado cetro:
menos Leando, que burlara intrépido
del mar de Hibierno el indomable esfuerzo,
que cuando viera relucir la antorcha
se lanzara, seguro, al mar furioso
y la pérfida luz y feroz hado
crueles preparan su destino adverso.
Y tú, Hero celeste, ¿por qué, sabia,
no persuadiste al abrasado amante,
temer, prudente, el Aquilón y el Euro,
pieles ministros del airado ponto?
Pero el Hado y Amor ya la estrechaban
las parcas ocultando los amores.
Era la noche tenebrosa, oscura,
de encapotado Hibierno compañera,
y los vientos rabiosos combatían
del ponto mugidor la espalda inmensa
con eco turbulento en la ribera.
Leandro, entonces, que el amor inflama,
sobre montañas de encrespadas ondas
lucha brioso de esperanza lleno;
y al éter sube y al abismo baja;
el Céfiro y el Euro, Bóreas, Noto
luchan contrarios con fragor horrendo,
y al amador agitan implacables.
Leandro implora a la marina Cipria
y a Neptuno, que rige azul Nereo;
ni a Bóreas olvida que de Atidis
sintió también el amoroso fuego.
Pero sordas quedaron las deidades
y sus plegarias disipara el viento.
Arrastrábanle airados viento y ponto;
y al fin faltó el vigor, los pies fallecen
e inmobles quedan las tranquilas manos;
llenan sus fauces las amargas ondas
y crudo el Euro el luminar extingue,
y la vida infeliz del fiel Leandro.
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De Hero, la esposa veladores ojos,
el pecho fatigando fieras ansias,
buscaban su amador sobre la espalda
del tumultuoso mar, cuando la aurora
su albor tendiera en la anchurosa playa,
extinguida la antorcha malhadada:
pero allí no le vio; mas luego mira
de la torre al cimiento, que el mar baña,
y el cuerpo vido de Leandro hermoso
que el ponto rompe con sañosa rabia:
y rasgando del pecho hasta la fimbria,
la rica vestidura, el cuerpo lanza
junto a Leandro y con furor se estrella:
Hero así muere por su muerto esposo,
y aún se gozaron en su ruina extrema.
Más información
El tal G. A., D. de C. parece ser Graciliano Afonso Naranjo (1775-1861) desterrado de Canarias (fuente).
Mi misión en AcademiaLatin.com ha sido la mera transcripción y modernización de alguna cosa, a partir del escaneado disponible en Google Books (pp. 69-82). El texto original es considerado bastante erudito, y la traducción de G. A., D. de C. no ayuda con su puntuación y uso de mayúsculas absolutamente caóticos.