Bion de Esmirna vivió a finales del siglo II a. C. No se sabe prácticamente nada de su vida y buena parte de su obra se ha perdido, aunque influyó en autores posteriores como Virgilio y Ovidio.
A continuación tienes la traducción, dispuesta en verso, de José Antonio Conde y García (1766-1820) publicadas en 1796, en dominio público. Me limito a transcribir tal cual, solo modernizando ortografía y puntuación y si acaso alguna mínima modificación. Escaneado original disponible en Google Books.
Idilio I: canto fúnebre de Adonis (1)
Yo lloro a Adonis: el hermoso Adonis
falleció: el bello Adonis ha finado,
los Amores lamentan. No ya, Cipria,
en purpúreas alfombras te reclines;
levántate, cuitada, enlutecida,
y hiere el pecho, y di por todas partes:
«Falleció, falleció el hermoso Adonis».
A Adonis lloro; lloran los Amores.
Yace el hermoso Adonis en los montes,
herido el blanco muslo con el diente,
con el cándido diente; ya cuitada
fue Cipria de su aliento delicado.
Pero la negra sangre se desliza
por los nevados miembros, y los ojos
se entorpecen debajo de las cejas,
y la rosa los labios abandona,
y con él muere el beso que Citere
no olvidará jamás, que a Cipria el beso
aun del que ya no vive es agradable.
Mas Adonis no siente que, besado
por ella, fue cuando muriendo estaba.
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A Adonis lloro; lloran los Amores.
Cruel, cruel herida tiene Adonis (2)
en el muslo; mas tiene Citerea
herida muy mayor en las entrañas.
En torno del doncel los caros canes
aullaron; las ninfas Oreades
lloran; la misma Venus, esparcidas
las bellas trenzas, vaga en la floresta
llorosa, descompuesta, sin calzado,
y hiérenla al pasar los espinales,
y tíñense de la sagrada sangre:
grita con alta voz por largos valles,
vocea al siro (3) esposo, al doncel llama;
y en torno al vientre denegrida sangre
altamente brotaba, y desde el muslo
purpureaba el pecho, y los costados
de Adonis antes blancos rojeaban.
¡Ay! ¡Ay! Citere, lloran los Amores.
Perdió su dulce esposo, y juntamente
su divina hermosura; cuando Adonis
vivió, gentil belleza en Venus era,
mas murió con Adonis la hermosura.
¡Ay! ¡Ay de Citerea! Las montañas
todas, los encinales «¡Ay, Adonis!»
dicen; los ríos (4) al quebranto lloran
de Citere; las fuentes en los montes
por Adonis lamentan, y las flores
de dolor enrojecen; mas Citere
por todas las ciudades y por todos
los valles forma doloroso canto.
¡Ay! ¡Ay, Venus! Murió el hermoso Adonis.
Eco resuena, el bello Adoni es muerto.
¡Quién será que de Ciprea el amor fiero,
ay, ay, no llore! Como vio de Adonis,
luego que conoció la mortal llaga,
al ver del mustio lado la purpúrea
sangre, los brazos extendiendo, en llanto
decía: «Espera, Adoni, espera, guarte,
Adonis infeliz, que ya siquiera
última vez te estrecharé en mis brazos.
Que yo te abrace, y a lo menos junte
mis labios con tus labios. Ea, Adonis,
tórnate un poco, y los postreros besos
me da; bésame en tanto que se siente
el besar delicioso de tus labios,
de tus purpúreos labios, mientras sale
del ánimo a mi boca, y a mi pecho
tu aliento con el último suspiro.
Así recogeré tu dulce encanto
y beberé tu amor (5), y aqueste beso
guardaré como al mismo, al mismo Adonis.
¿¡Por qué, infeliz, tú me huyes!? Huyes lejos,
Adonis, y a Aqueronte vas, al fiero,
al triste rey… ¡Mas yo, cuitada, vivo,
y diosa soy, y ni seguirte puedo…!
A mi esposo recibe, ¡oh, Proserpina!
Eres pues tú muy más afortunada
que yo, y todo lo bello a ti se torna.
Yo soy muy infeliz: dolor furioso
me aflige, y lloro a mi finado Adonis,
y te temo. ¡Dulcísimo, ¿ó yaces?!
Voló mi amor cual sueño, y Citerea
abandonada queda, y, despreciados
conmigo los Amores, juntamente
contigo se acabó el cinto (6) de Venus.
¿Por qué cazabas, temerario, y siendo
tan bello, con las fieras contendías?».
Histori(et)as de griegos y romanos

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Así lloraba Venus, y lloraban
los Amores también. ¡Ay! ¡Ay! ¡Citere!
Falleció el bello Adonis. Derramaba
tantas lágrimas Pafia, cuanta sangre
Adonis esparcía, y en la tierra
toda ella en flores era convertida.
Nacen de sangre rosas, y amapolas
de las lágrimas fueron levantadas.
Yo lloro: Adoni, el bello Adoni es muerto.
No ya en las selvas llores al esposo,
Citerea: esle ornado un bello lecho
a Adonis, bien frondoso. ¡Oh, Citerea!,
yace en tu lecho tu finado Adonis.
Aunque finado hermoso y cual dormido,
el bello muerto está: ponle en los blandos
paños en que dormía, en que contigo
por la noche gozaba el dulce sueño
en colcha de oro: al triste Adonis ama,
reclínalo en guirnaldas (8) y entre flores:
todas con él, después que ha fallecido,
todas las flores mustias han quedado.
Cúbrele de arrayán, báñale en mirra
y ungüentos; todos bálsamos se acaben,
que tu bálsamo (9), Adoni, es acabado.
El delicado Adonis en purpúreos
mantos yace, y en torno suspirando
los llorosos Amores, sus cabellos (10)
cortados por Adoni; uno las flechas,
el otro el arco huella, aquel la aljaba
alada despedaza, otro el calzado
de Adonis desenlaza, otro en dorados
vasos el agua lleva, otro le lava (11)
los muslos, y otro el lado con sus alas
refresca a Adonis. Los Amores lloran.
¡Ay! ¡Ay, Citere!, e Himeneo apaga
la tea toda en el umbral y esparce
la corona nupcial, no ya Himeneo,
de Himeneo no más la cantinela
se cantará, y tan solamente: «¡Ay! ¡Ay!
¡Ay! ¡Ay!». Aún más, Adoni: «¡Ay! ¡Himeneo!».
Las Gracias lloran de Cínira al hijo:
«Murió el hermoso Adoni», entre sí dicen,
aún con más alta voz que tú, Dione,
lo dicen, y las musas también lloran
a Adonis: «¡Adonis!», y le llaman,
y él no las oye, no porque no quiere,
mas Proserpina no se lo concede.
Da fin al llanto, Cipria, y hoy frecuenta
los convites: llorar otra vez debes,
que en otro tiempo (12) tornarás al llanto.
Idilio II
Un doncel cazador en bosque espeso
mientras las ave sigue, al fugitivo
Amor vio estar de box en una rama.
Luego que le miró regocijose
porque le pareció pájaro grande:
junta luego entre sí las cañas todas,
acechando al Amor que resaltaba
por acá y por allá; y enfurecido
el doncel por no ver fin del trabajo,
alanzando las cañas se llegaba
a un viejo labrador que le enseñara
esta caza: le cuenta y manifiesta
al asentado Amor, pero el anciano
moviendo la cabeza se reía;
y respondió el doncel: «Tú de tal caza
te deja, ni este pájaro persigas:
huye lejos, pues es dañosa fiera,
serás feliz mientras que no le cojas
y, si tú llegas de varón al tiempo,
el que hora salta, y huye, por sí mismo
sentarse ha de repente en tu cabeza».
Idilio III
La grande Cipria mientras yo dormía
a mí llegose, y de la hermosa mano
traía al niño Amor mirando al suelo,
y así me hablaba: «Tú, boyero amado,
a mi Amor toma, y a cantar le enseña».
Así dijo, y se fue; mas yo, tontillo
cuanto cantaba, como si él quisiese
aprender, al Amor fui enseñando:
cómo de Pan la flauta fue inventada,
de Minerva, la trompa, y de Mercurio,
la harpa, y del dulce Apolo, la vihuela;
todas aquestas cosas le enseñaba;
mas él a mis palabras no atendía
y amores me cantaba, y enseñome
de dioses y de hombres los amores
y juegos de su madre, y olvideme
de lo que yo al Amor había enseñado,
y aprendí las canciones amorosas,
todas cuantas Amor quiso enseñarme.
Idilio IV
Las musas al Amor cruel no temen:
antes bien, le aman de ánimo y sus huellas
siguen, y si, seguidas son de alguno
de alma desamorada, dél se apartan
y ni enseñarle quieren; mas si dulce
canta de Amor, movido el blando pecho,
se le llegan corriendo luego todas;
testigo yo de que verdad es esto,
pues, si canto los dioses o los hombres,
se me traba la lengua, ni cuál antes
ya canta; y si de Amor yo canto luego
o de Licida, entonces de la boca
me sale un ledo y apacible canto.
Idilio V
Si bellos son mis versos, estos solos,
que poco ha la musa me ofrecía,
me dan honor, y, si estos no son gratos,
¿qué a mí por afanar en adelante?
Porque si de la vida doble tiempo
Jove nos diera, o la prudente parca,
de suerte que uno en juegos y alegrías
y en trabajos el otro se pasara,
gozáramos después de las cuitas
las delicias del bien; mas si los dioses
solo un tiempo de vida concedieron
que viniese a los hombres, y este breve
y muy menor que a todos, ¿hasta cuándo,
cuitados en trabajos y fatigas,
afanamos? Y en artes y ganancias,
¿hasta cuándo los ánimos ponemos
de mayor bien contino deseosos?
Y todos olvidamos ser mortales
que nos toca del hado breve tiempo.
Idilio VI
Felices los amigos cuando amados
son igualmente: así feliz Teseo
era estando presente Pirítoo,
aun al terrible Dite descendiendo;
entre fieros Axenos fue dichoso
Orestes por seguir comunes vías
con Pílades; y Aquiles el de Éaco
fue venturoso en vida de su amigo,
y muriendo también fue fortunado,
por la venganza de su cruda suerte.
El pódcast de mitología griega
Idilio VII: Cleodamo y Mirson
Cleodamo
Mirson, la primavera o el otoño,
el estío o invierno, ¿cuál te agrada
y cuál deseas más que ya se llegue?
¿Es por caso el estío, en que se acaban
todos nuestros trabajos, o el otoño
dulcísimo, en que la hambre no fatiga
a los varones, o el invierno ocioso,
porque en invierno muchos se recrean
calentándose en ocio y en holganza?
¿O más te agrada bella primavera?
Di: ¿qué quieres? El ocio hablar consiente.
Mirson
No conviene al mortal juzgar las obras
de los dioses, que todas son sagradas
y apacibles. Por ti diré, Cleodamo,
cuál me sea más grata que las otras.
Yo no quiero el estío, pues entonces
el sol me abrasa; ni el otoño quiero,
porque produce los dañinos frutos.
Sufrir al duro invierno, escarcha y nieve
lo temo. Primavera muy deseada
me dure todo el año, en que no daña
ni el resfrior, ni el sol: en primavera
todo cría y tallece dulcemente,
y es igual a los hombres noche y día.
Idilio VIII: epitalamio de Aquiles y Deidamía
Mirson
¿Quieres cantarme, Licida, algún tono
siciliano, suave y apacible
y blando y amoroso, cual cantaba
Polifemo en la playa a Galatea?
Licidas
Aunque el cantar me agrada, Mirson mío,
¿qué cantaré?
Mirson
De Esciro la tonada,Licidas, imitando, el amor dulce
los escondidos juegos amorosos
del hijo de Peleo, y cómo el joven
el peplo se vistió y fingió su forma;
y como Deidamía entre las hijas
de Licomedes esquivar solía
al disfrazado Aquiles desdeñosa.
Licidas
Robó a Helena un boyero en otro tiempo,
y el Ida la llevó: tormento fiero
de Enone, y enfurécese la Esparta;
ni griego alguno de Micenas o Elis
ni de Laconia se quedó en su casa,
llevando el fiero Marte (13) a la alta Troya.
Solo Aquiles se oculta entre las hijas
de Licomedes, y entendía en lanas,
en vez de armas trataba de doncella
la escoba, y ser muchacha parecía:
cual ellas deliciaba y la flor misma
sus nevadas mejillas purpuraba,
y su paso y andar como doncella,
sus cabellos cubría con un velo,
de Marte era el valor; pero tenía
de varón los amores, y pasaba
desde la alba a la noche con Deidamía:
ya su mano besaba, y muchas veces
su hermoso cuerpo alzaba, y sus suaves
lágrimas celebraba; ni comía
con otra compañera, mas en todo
hacía por tener comunal lecho,
y decíale así: «Las otras todas
entre sí duermen; sola yo cuitada
quedo, y tú, ninfa, duermes también sola,
dos doncellas iguales, bellas ambas,
pero solas yacemos en los lechos,
y una mala pared de ti me aparta,
ni yo de ti…
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Idilio IX
¡Oh, blanda Citerea, hija de Jove
y del mar!, ¿por qué tanto a los mortales
y a los dioses afliges? Poco he dicho.
¿Por qué, pues, tan dañosa, y por qué causa
pariste al Amor con todos malo?
Fiero, cruel, de faz desemejante
a las mientes, ¿por qué también alado
y diestro tirador nos le presentas,
que de su crueldad ni huir podemos?
Notas
Me limito a transcribir (casi) tal cual las notas de Conde, algunas de las cuales hay que coger con pinzas.
Idilio I
(1) Este idilio se hizo para las Adonias, fiestas que se hacían todos los años a la
muerte de Adonis. Eran célebres en todo Oriente; era fiesta de mujeres, y salían las kadesim o sacerdotisas de Afrodita a llorar a Adonis, y en algunas partes todas las mujeres. En Alejandría se hacía cierta representación del funeral de Adonis, y una actriz representaba a Afrodita. Adonis es voz fenicia que significa ‘señor’ […].
(2) Estas repeticiones son de gusto oriental.
(3) Lo llama siro porque era de Siria.
(4) Dice que los ríos lloraban: esta puede ser expresión oriental, o por la credulidad de los de Siria, que dice Luciano que pensaban que era la sangre de Adonis la que enrojecía las aguas del río de Biblis que baja del Líbano.
(5) Alude a los últimos besos que se daban a los moribundos para recoger su último aliento; es tan expresivo el original y tan bello que no puede traducirse.
(6) El cinto de Afrodita era un adorno propio de esta diosa, en el cual estaban todos los encantos amorosos.
(7) Era tan celebrada la muerte de Adonis que se llamaban sus fiestas las del muerto, y así se nombran en la Santa Escritura.
(8) Cubrían de flores los cadáveres de las personas muy estimadas; la costumbre de embalsamarlos es muy conocida.
(9) «Tu bálsamo» es modo de decir muy amoroso y del mismo genio que la mayor parte de estas poesías.
(10) Los más allegados y amigos del difunto hacían esta demostración de sentimiento. En los funerales de Patroclo y en otros lugares de Homero se ofrece esta costumbre.
(11) También es muy antigua la de lavar los cadáveres. Los orientales la usan aún, y nuestros moros españoles lo hacían.
(12) Alude al aniversario de estas fiestas fúnebres, que se terminaban en festines y convites.
Idilio III
En este bellísimo idilio ocurren los nombres de las deidades inventoras de los instrumentos musicales.
Hermes es nombre griego de Mercurio, voz que en su origen significa ‘astuto, sagaz’; el nombre que le daban los latinos es siro-griego; la voz Mer es en sirio señor, y la otra parte curius es interpretación griega de la voz mar o emir que dicen los árabes.
El nombre de Apolo también es oriental y significa ‘el maravilloso’.
La cítara es voz que usan los árabes; los hebreos dicen que su kinnor o kinnura (que dice Josefo) es la cítara; los alejandrinos traducen siempre cytharas por kinnoroth […].
La lira, la cítara, el bárbito y el chelys se usan sin diferencia unos por otros en Homero, Anacreonte y Píndaro. Los persas conservan el barbet que es el bárbito griego, y los árabes explican esta voz por aud, que nosotros decimos con artículo laud, que significa ‘el desentristeciente, el que alegra al triste’.
Idilio VIII
(13) Marte, aquí se entiende ‘la guerra’: el nombre griego es Ares, de Hari, voz oriental que significa ‘feroz, montés’, nombre que se daba a los antiguos valientes, que se distinguían en el robo o en la caza.