Mosco de Siracusa floreció hacia el año 150 a. C. No se sabe prácticamente nada de su vida.
A continuación tienes la traducción, dispuesta en verso, de José Antonio Conde y García (1766-1820) publicadas en 1796, en dominio público. Me limito a transcribir tal cual, solo modernizando ortografía y puntuación y si acaso alguna mínima modificación. Escaneado original disponible en Google Books.
Idilio I: amor fugitivo
Venus a su hijo Amor con altas voces
buscándole gritaba: si vio alguno
entre caminos al amor errante,
de mí se huyó. Cualquier que le enseñare
tendrá su hallazgo: de Citere un beso
será su premio; tú, si le trajeres
no solo un beso, sino más, amigo.
Es asaz señalado el pequeñuelo,
y le conocerás aun entre veinte.
No es blanco de color; parece fuego:
sus ojos son agudos y fulgentes;
es de mala intención y hablar suave;
ni lo mismo que entiende es lo que dice:
es como miel su voz; y, si se enfada,
es de ánimo cruel, es engañoso,
nada veraz, doloso rapazuelo,
y de pesadas burlas. Bien trenzadas
su frente, y de mirar feroz y osado.
Son sus manos pequeñas, pero tira
lejos y asaetea hasta el Erebo,
y hasta al monarca del escuro Dite.
Lleva desnudo el cuerpo, y encubiertas
las mientes. Como pájaro es alado,
y de unos a otros vuela como quiere
varones y mujeres, y se sienta
en las mismas entrañas. Tiene un arco
muy pequeño, y en él, una saeta
sutil, pero con ella al cielo llega.
Tiene a los hombros su dorada aljaba,
y dentro de ella las doradas flechas,
con las cuales a mí también me hiere.
Todo, todo es cruel, y más la tea
pequeña, más al mismo sol enciende.
Tú, pues, si lo cogieses, tráelo atado,
y ni te compadezcas aunque llore.
Guárdate no te engañe y, aunque ría,
tú tráele; y si besar también te quiere,
huye: su beso es malo, y en sus labios
tiene veneno; y si por caso dice
«Toma, todas mis armas quiero darte»,
¡ay!, no las toques, engañosos dones,
todas en vivo fuego están bañadas.
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Idilio II: Europa
Venus un tiempo a la doncella Europa
envió un dulce y apacible sueño,
a la tercera parte de la noche,
cerca ya de la aurora, cuando el sueño
sentado en las pestañas es más dulce
que miel, los miembros laxos, y los ojos
ata con blando lazo, cuando viene
la tropa de los sueños (1) verdaderos.
Durmiendo entonces en las altas casas,
Europa, hija de Fénix, aún doncella,
parecíale ver las dos regiones
por ella contender. Asia la una,
y la otra la de enfrente. Su figura,
cual de mujeres, una parecía
extraña; mas la otra semejante
a las de aquella tierra, y más pugnaba
por su doncella, y como la pariera,
decía, y ella misma la criara.
La otra con fuertes manos forcejaba,
y la llevaba, bien que no a desgrado,
decía ser dispuesto por el hado
de Júpiter Egioco, que fuese
por premio suyo Europa. Entonces ella
saltó del blando lecho amedrentada,
palpitando su pecho, pues vio el sueño
como verdad, estúvose callando
un buen rato sentada, pues tenía
delante las mujeres, bien que abiertos
sus ojos ya; pero después ya tarde
así la voz alzaba la doncella:
«¿Quién (2) de los celestiales ha enviado
tales visiones, y en el blando lecho,
cuando dormía yo suavemente,
qué sueños me asustaban? ¿Y quién era
la forastera que durmiendo vía?
¡Ay, cuál hirió su amor el pecho mío!
¡Ella cuán dulcemente me abrazaba
y me miraba como a su hija propia!
Mas los dioses en bien el sueño tornen».
Diciendo así, se levantó y buscaba
sus dulces compañeras, sus iguales
en ánimo y querer y bien nacidas,
con las que solazarse acostumbraba,
ya en sus placientes juegos y ya cuando
la danza disponían o sus miembros
bellísimos en baños deliciosos
bañaban en corrientes del Anauro;
o bien cuando del prado recogían
los olorosos lirios: ellas vienen
al punto, y en las manos cada una
para flores llevaba un canastillo:
con sueltos pies andaban por los prados
a par del mar, donde venir solían
juntas, y recrearse con las rosas
y el fragor estruendoso de las ondas (3).
Llevaba Europa un canastillo (4) de oro
muy bello y admirable, gran trabajo
de Vulcano, que en don a Libia diera
cuando al tálamo vino de Neptuno.
Ella lo dio a la bella Telefesa,
porque era de su sangre, a la doncella
Europa, este don ínclito su madre
Telefesa donó, en el cual labradas
había muchas cosas muy preciosas:
de oro esculpida estaba Ío, de Ínaco
siendo novilla aún, sin forma humana.
Enfurecida por sus pies corría
los salados caminos cual nadante:
estaba el mar azul, y dos varones
juntos estaban sobre la alta playa
viendo la vaca traspasar los mares.
También estaba Jove, que halagaba
con su divina mano blandamente
la marina novilla, y junto al Nilo
de siete bocas, de cornada vaca
en mujer otra vez la trasformara.
De plata era del (5) Nilo la corriente;
de bronce, la novilla; de oro, Jove.
Bajo del cerco del redondo cesto,
y en derredor también Mercurio estaba,
y a par del extendido Argos ornado
de veladores ojos, y nacía
de su purpúrea sangre una gran ave,
ufana del color muy floreado
de sus plumas, sus alas extendiendo
como una veloz nave, y encubría
con sus plumas los labios del cestillo.
Tal era el cesto de la bella Europa.
Ellas, después que a los floridos prados
vinieron, con las flores recreaban
variamente sus ánimos, algunas
con narciso oloroso, o con violas;
otras, con el jacinto; otras cogían
el serpol, y caían por el suelo
de los prados que crían primavera
muchas hojas: algunas contendían
para coger las olorosas hebras
de azafrán colorado; en medio de ellas
la reina estaba, cual la Cipria Venus
entre las Gracias brilla, y con sus manos
el esplendor de la purpúrea rosa
cogía; pero ya no mucho tiempo
su corazón de flores cuidaría,
ni guardar puro el cinto (6) de doncella.
Luego que la vio Jove, ¡cómo herido
su corazón, y cómo fue domado
de Cipria con las flechas improvisas!
Que sola domar puede al mismo Jove.
Él por huir de la celosa Juno (7)
la saña, y engañar las tiernas mientes
de la doncella, su deidad oculta
el cuerpo muda, y se convierte en toro,
no cual en los establos se apacienta,
ni cual abre los sulcos, arrastrando
el corvo arado, o cual paciendo vaga
en los rebaños, o domado lleva
el muy cargado carro. Era su cuerpo
todo rojo, y en medio de la frente
resplandecía (8) un círculo de plata.
Fulguraban de amor sus ojos garzos;
iguales entre sí de la cabeza
los cuernos le salían, cual parecen
los cuernos de la luna a medio cerco.
Al prado vino, ni asustó asomando
a las doncellas, y tuvieron todas
deseo de llegarse más de cerca
y de halagar al amoroso toro,
cuyo divino olor, aunque de lejos,
aventajaba al dulce olor del prado.
Paró a los pies de la inocente Europa,
y el cuello le lamía y halagaba
a la doncella, y ella blandamente
le acariciaba y con sus blancas manos
mucha espuma limpiaba de sus labios;
y besó al toro, y él suavemente
mugió, que oír dirías de la flauta
migdonia el dulce son; dobló las manos
delante de sus pies; miraba a Europa
volviendo el cuello, y descubriole el lado
de sus anchas espaldas; y ella dijo
a las otras doncellas bien trenzadas:
«Venid, dulces amigas, mis iguales,
subamos en el toro a recrearnos
asentadas en él, que ciertamente
nos llevará tendiendo sus espaldas
como nave. ¡Qué manso y apacible
es al mirar! En nada es semejante
a otros toros, y tiene intención buena
como de hombre, y la voz le falta solo».
Así dijo y, sentada en las espaldas,
reía, y a subir iban las otras;
pero el toro saltó con gran presteza,
robando a quien quería, y velozmente
al mar llegó; mas ella se volvía
y a sus caras amigas voceaba
y extendía sus manos; pero aquellas
seguirla no podían. De la playa
entrando al mar como delfín corría,
y del mar las Nereidas asomaron
sentadas en espaldas de ballenas:
iban todas en orden, y Neptuno (9),
que rodea la tierra y causa estruendo
encima de las aguas, allanaba
las ondas, y en los húmedos caminos
a su hermano guiaba; y dél cercanos
se congregaban todos los tritones,
que la hondura del mar contino moran,
con anchas y torcidas caracolas
una nupcial canción iban cantando.
Ella sentada en la boyuna espalda
de Jove, el largo cuerno en una mano
tenía, y con la otra los purpúreos
pliegues del manto alzaba, que la orilla
aun así levantada humedecían
del cano mar las ondas infinitas.
De Europa el ancho velo por los hombros
se hinchaba como vela de una nave,
y muy más leve a la doncella hacía,
y de su patria tierra ya lejana,
cuando ni vía las marinas playas
ni alto monte, y mirando solamente
abajo el hondo mar, y arriba el cielo,
mirando de sí en torno así decía:
«¿Dónde me llevas, ¡oh, divino toro!?
¿Quién eres? ¿Cómo vas este camino
con graves pies? ¿Ni temes el mar bravo?
A las naves ligeras el mar se halla
abierto, mas los toros siempre temen
los caminos del mar. ¿Cuál será ahora
tu suave bebida? ¿Y de las ondas
cuál será la comida? Si por caso
eres un dios, ¿cómo haces lo que a dioses
no conviene? Ni vagan por la tierra
los marinos delfines, ni los toros
en el mar; pero tú tierras y mares
enjuto pasas, y te son las manos
remos, y acaso por el aire glauco
en alto alzado volarás cual ave
veloz. ¡Ay mí! ¡Ay mí, desventurada!
Que, dejada la casa de mi padre
y siguiendo este buey, sola y perdida
navegación extraña voy haciendo.
Mas tú, Neptuno, rey del cano ponto,
socórreme propicio, y bien espero
verte mi guía en el marino curso:
no ando sin dios los húmedos caminos».
Así dijo, y el buey de grandes hastas
así hablaba: «Buen ánimo, doncella,
y no temas del mar las bravas ondas.
Yo soy Jove, y de cerca ser parezco
toro, y parecer puedo lo que quiera.
Forzome, pues, tu amor a que midiese
tanto mar, semejante a un rojo toro.
Recibirate Creta, que a mí mismo
me crio: allí serán las bodas tuyas
y parirás de mí gallardos hijos (10),
que reinarán sobre los hombres todos».
Dijo así, y acabó lo que dijera.
Apareciose Creta, y otra forma
Jove tomó, y el cinto desatole
y las Horas el lecho aderezaron:
y la que antes doncella, al punto esposa
de Jove fue, pariole dulces hijos
al mismo Cronio, y ya llamose madre.
Histori(et)as de griegos y romanos

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Idilio III: canto fúnebre de Bion, boyero enamorado
Llorad, ¡oh, valles! (1), con lamentos tristes;
¡onda dórica y ríos!, al amable
Bion llorad; las plantas todas lloren;
¡lamentad, selvas!; ¡y vosotras, flores,
con tristes copas respirad!; las rosas
bellas, las amapolas se purpuren
lúgubremente, y el jacinto clame
con sus letras, y ponga más «¡ay, ay!»
en sus hojas: murió el cantor divino.
¡Sículas musas!, comenzad el llanto.
¡Ruiseñores, que en densas enramadas
lamentáis!, anunciad a las fontanas
sículas de Aretusa que ha finado
aquel pastor Bion, y juntamente
la dulzura finó, y dórica musa.
¡Sículas musas!, comenzad el llanto
cabe las ondas; ¡estrimonios cisnes!,
tristemente llorad; fúnebre canto
con gemidora boca cantad, como
un tiempo en vuestros labios él cantaba.
Decid a las doncellas eagrias,
decid a todas las bistonias ninfas:
falleció, falleció el dórico Orfeo.
¡Sículas ninfas!, comenzad el llanto.
Ya no canta el amado del rebaño;
ya no más solitario so la encina
cantará reclinado; el son leteo
con Plutó canta; mudos son los montes,
y las vacas que vagan con los toros
lloran, y del pacer se han olvidado.
¡Sículas musas!, comenzad el llanto.
Tu acelerada muerte el mismo Apolo
lloró, Bion; los sátiros lloraban;
y también los Príapos enlutados,
y los faunos suspiran por tu canto.
Las ninfas de las fuentes por la selva
lloran: su llanto en agua se convierte.
Eco llora en las peñas su silencio,
y ya no más imitará tus labios.
Cayó en tu muerte el fruto del plantío;
todas las flores mustias han quedado,
ni a las ovejas viene dulce leche,
ni miel de las colmenas: se ha perdido,
en la cera ha faltado, nada importa
hallar otro dulzor si el tuyo falta.
¡Sículas musas!, comenzad el llanto.
No así el delfín en la marina playa
lloró, ni ruiseñor así en las peñas
cantó jamás, ni con lamento tanto
suspiró golondrina en altos montes,
ni de Alción así en las desventuras
el cuitado Ceix se afligía.
¡Sículas musas!, comenzad el llanto.
No así Cerilo en las azules ondas
cantó, ni en los collados del oriente
al hijo de la Aurora: así lloraba
el ave de Memnón, volando en torno
de su tumba, cual estos lamentaron
al finado Bion, al ya finado.
¡Sículas musas!, comenzad el llanto.
Ruiseñores, y vos las golondrinas,
que un tiempo deleitó, las que enseñaba
a gorjear, sentadas en los ramos
unas a frente de otras lamentabais
entre sí respondiéndose las aves.
¡Oh, vosotras, también gemid, palomas!
¡Sículas musas!, comenzad el llanto.
¿Quién, pues, amado, tocará tu flauta?
¿Quién aplicará el labio a tus reclamos?
¿Quién será tan osado? Pues aún hora
respiran a tus labios y a tu aliento,
y aún Eco entre las cañas tus cantares
resuena: a Pan yo llevo tu flautilla,
acaso no osará poner el labio
por no quedar después de ti segundo.
¡Sículas musas!, comenzad el llanto.
Tu melodía llora Galatea,
aquella que contigo se aplacía
reclinada del mar en la ribera,
no cierto como el ciclope cantabas
que dél la bella Galatea huía,
pero a ti desde el mar suavemente
miraba y, ya del piélago olvidada,
agora yace en la desierta arena,
tu vacada la misma apacentando.
¡Sículas musas!, comenzad el llanto.
Contigo han fenecido de las musas
los dones, ¡oh, pastor!; de las doncellas,
los amorosos besos; y los labios,
de los mozos; y tristes los Amores
de tu túmulo en torno se lamentan.
La misma Venus más que al beso te ama
con que besaba al falleciente Adonis.
Esto a ti el más sonoro de los ríos
otro dolor será, nuevo quebranto.
¡Oh, Mele!, te faltó el primer Homero (2)
aquel de Calíope dulce labio,
y es fama que lloraste al hijo hermoso
con tus llorosas ondas, y llenaste
todo el mar con tus voces, mas ahora
de otro tornas al lloro y consumido
del fiero llanto estás, ambos amados
de las fuentes, el uno que bebía
de la Pegasia fuente, el otro siempre
bebía de las aguas de Aretusa.
Uno cantó de Tíndaro la hermosa
hija, y de Tetis al doncel gallardo,
y a Menelao de Atreo; mas el otro
no las guerras, no muertes, a Pan solo
cantó, y entre pastores resonaba,
y cantando pacía y flautas hizo,
y ordeñó las novillas blandamente,
cantó los besos de la edad florida,
siempre al amor alimento en su seno,
y amado fue de la risueña Venus.
¡Sículas musas!, comenzad el llanto.
Bion, todas las ínclitas ciudades
te lloran, todas las aldeas Ascra
muy más que a su Hesíodo te suspira,
ni así lloran a Píndaro las selvas
de Beocia, ni así la defendida
Lesbo lloraba a Alceo, ni de Ceyo
la aldea lloró tanto a su poeta,
Paros más que a Arquíloco te desea,
y por su Safo ahora tus cantares
resuene Mitilene. Los pastores,
todos cuantos han labio fervoroso,
tu fatal muerte con canciones lloran,
Sicelida te llora, honor de Samo,
y aquel que en los Cidones en un tiempo
con risueño mirar se recreaba,
llora Licida, en llanto doloroso
se deshace; Filetes se lamenta
cabe el undoso Alente, en las ciudades
de Tríope y también en Siracusa
Teócrito; mas yo te canto tonos
de ausónico dolor, aunque no ajenos
del canto pastoral, que tú enseñabas
a tus zagales, y por don postrero
con las dóricas musas nos ornaste.
Yo tu canto; tu haber otros llevaron.
¡Sículas musas!, comenzad el llanto.
¡Ay! ¡Ay! Cuando las malvas en el huerto
mueren, o el apio verde o floreciente
blando eneldo, retornan a la vida,
florecen otra vez, pero nosotros,
aunque varones grandes, fuertes, sabios,
cuando una vez finamos, olvidados
en la cóncava tierra, un largo eterno
no dispertable sueño ya dormimos.
Y tú también en el silencio puesto
serás en tierra, que a las ninfas place
el cantar de la rana en todo tiempo,
a la cual ciertamente yo no envidio,
que su canto no suena dulcemente.
¡Sículas musas!, comenzad el llanto.
A tu boca, Bion, mortal bebida
llegó: ¿sentir pudiste el veneno?
¿Cómo no fue endulzado por tus labios?
Que tan fiero varón el que mezclaba
el veneno, o mandó que te le dieran,
¿huyó de tus cantares la dulzura?
¡Sículas musas!, comenzad el llanto.
Más el justo dolor a todos llega,
y yo en aqueste luto lamentable
tu muerte lloro, y como yo pudiese
cual Orfeo y Ulises y como antes
Alcides, que bajaron al infierno,
así quizá también yo descendiera
de Plutón a la casa y miraría
si en Dite cantas, y tu canto oyera:
delante Proserpina cantar debes
algún sículo tono, algún suave
pastoral canto, que en la playa etnea
y sícula también se recreaba
y cantaba también dóricos tonos.
Ni despremiado quedará tu canto,
y como antes a Orfeo le fue dada
por el dulce cantar a la vihuela
la recobrada Eurídice, sin duda,
a ti, Bion, retornará a los montes,
y, si yo flautear hora supiera,
yo mismo en Dite ahora cantaría.
Idilio IV: Megara
Madre mía, ¿por qué con triste lloro
tu amante corazón así atormentas?
Ni el rosado color de tus mejillas
dura ya. ¿Por qué así te afliges tanto?
¿Es quizá porque pasa mil dolores
tu ínclito hijo por un hombre nadie?;
¿cual por un cervatillo, un león bravo?
¡Ay mí! ¡Por qué los dioses inmortales
tanto así me atormentan! ¡Por qué causa
con tan contrarios hados me engendraron
mis padres! ¡Ah! Cuitada que venida
al tálamo de un hombre irreprehensible,
al cual como a mis ojos (1) estimaba,
y aun en mi corazón venero y amo;
pero no fue jamás de los vivientes
otro más desgraciado y que probase
en su ánimo más penas y dolores.
¡Mísero! Con el arco y crudas flechas
que le dio el mismo Apolo, o bien las Parcas
o alguna de las Furias (2), a sus hijos
quitó la vida y el aliento amado.
Enfurecido por la casa y lleno
de estrago, y yo mezquina con mis ojos
los vi tirados de su mismo padre,
lo que nadie soñara, y no podía
socorrer a los tristes que clamaban
de contino a su madre, pues cercano
estaba el fiero mal, cual avecilla
que lamenta sus pollos que perecen,
y una horrorosa sierpe los devora
pequeñuelos aún en la arboleda
frondosa, y ella en torno revolando
pía con voz aguda y lastimosa,
y socorrer no puede a sus polluelos,
que el acercarse de la tierna madre
estorba el gran temor del fiero monstruo:
así yo infeliz madre, lamentando
mis dulces hijos, corro por la casa
con pies desatinados. ¡Ay! Siquiera
hubiese con mis hijos allí muerto.
¡Cayese ay mí! ¡Cayese yo cuitada!
De venenoso dardo traspasado
el pecho, ¡oh, Cintia!, quel potente imperio
tienes sobre las hembras delicadas,
y con piadosas manos nuestros padres
nos hubieran llorado, y con ofrendas
copiosas nos pusieran en un mismo
fuego, y cogidos todos nuestros huesos
en sola una urna de oro nos pusieran
y sepultaran do nací primero.
Mas hora ellos habitan allá en Tebas (3),
la fecunda en caballos, y cultivan
el gasón pingüe del aonio campo,
y yo en Tirinto en la ciudad potente
de Juno, en mil dolores atormento
mi corazón, y siempre, y ni así tiene
reposo mi llorar, y un tiempo breve
miran mis ojos al esposo en casa,
que, de muchos trabajos prevenido,
el continuado afán está sufriendo,
y por la tierra, y por el mar errante
afana, que un espíritu valiente
tiene en su pecho, cual de piedra o hierro.
Y hora tú como el agua (4) te deshaces
llorando noche y día: otro ninguno
de los parientes consolarme puedo
aquí presente, porque no los tiene
la pared destas casas. Todos moran
del pinoso Istmo allá mucho más lejos,
ni tengo alguno a quien volver los ojos
por descubrir mi corazón amado,
cual mujer afligida, sino a Pirra,
mi hermana, mas la triste se consume
también por tu hijo Ificlo, su marido.
Tú creo que de dios y un mortal hombre
has parido los hijos más mezquinos.
Así dijo, y caían de sus ojos
lágrimas más hermosas que manzanas
a su amoroso seno, al acordarse
de sus hijos y luego de sus padres.
Y Alcmena con sus lágrimas bañaba
sus cándidas mejillas igualmente,
y con graves suspiros de su pecho
dijo con sabios dichos a su nuera.
¡Oh, mísera en los hijos! ¿Qué ha caído
hora sobre tus mientes cuidadosas?
¿Cómo así quieres que ambas nos turbemos,
tan desmedidos males recordando?
¿Que no lloramos ahora lo primero,
no son bastante ya los que sentimos
de día en día siempre? Y dado al llanto
sería bien, el que contar quisiese
nuestros lamentos; mas confía, un hado
semejante no hubimos de los dioses.
De incesantes dolores agobiada,
hija mía, te veo, y fácilmente
excuso tu dolor, que aún hay hartura
del gozo, y te lamento y compadezco;
mas sepa Proserpina y la velada
Ceres (que por su mal algún malvado
perjure, que no menos en mi pecho
eres amada, que si deste seno
salido hubieras y en mi casa fueses
única doncellita, y yo no creo
que tú del todo ignores estas cosas,
y así no digas, ¡oh, pimpollo mío!,
que no cuido de ti, no porque lloro
muy más contino que la bien trenzada
Níobe, y ni se culpe que una madre
lamente por un hijo maltratado,
pues le llevé diez meses en mi seno,
y con grave dolor antes de verle,
y a puertas de Plutón casi llevome,
que padecí al parirle dolor fiero.
Hora solo partiose a lejas tierras
por acabar extrañas aventuras,
y ni sé, si tornado, ¡ay, mi cuitada!,
abrazarele o no, turbome ahora
en el suave sueño un horroroso
ensueño, y así temo, habiendo visto
una triste visión, el que suceda
algún mal a mis hijos, yo veía
al esforzado Hércules mi hijo,
que tenía en las manos una pala
bien labrada, y con ella socavaba,
cual tomado a merced, una gran hoya,
en el extremo de un florido campo,
desnudo sin la clena, y bien ceñido
gabán, y cuando al término llegaba
de todo su trabajo, reparando
la fuerte cerca de un plantel de viña,
y clavando la pala en lugar alto
del vallado, al tomar las vestiduras
que antes llevaba, resplandece al punto
en la profunda fosa un voraz fuego,
y llama inmensa le cercaba en torno:
él con ligeros pies atrás volvía,
deseando escapar la cruda llama,
vibrando siempre sin cesar la pala
delante de su cuerpo como escudo,
acá y allá sus ojos revolvía,
porque no le abrasara el voraz fuego.
El animoso Ificlo cayó en tierra
por quererle ayudar, me parecía
antes que le llegase, y ya no pudo
levantarse derecho, y sin moverse
así yacía cual un débil viejo,
a quien a su pesar vejez odiosa
hace caer por fuerza y derribado
allí se queda hasta que alguno pasa
y le alza con su mano, conmovido
de su vejez y venerables canas:
así se revolcaba por el suelo
Ificlo vibrador del ancho escudo,
y yo lloraba, viendo abandonados
y sin favor mis hijos, hasta tanto
que mis ojos dejo el suave sueño,
y se manifestó la clara aurora.
Tales sueños mi mente perturbaron
toda la noche, pero vayan todos
desde la nuestra en casa de Euristeo,
y de adivino mi ánimo les sea,
ni de otro modo dios lo perficione.
Mitología griega (y romana) 🎙️ el pódcast
Prácticamente toda la mitología grecorromana que puedas necesitar saber para apreciar la literatura y arte actuales.
En los primeros capítulos tienes un curso exprés; en los más recientes, relatos de los héroes y semidioses.
Idilio V
Cuando suavemente el viento mueve
al glauco mar, mi corazón cuitado
se agita, ni la tierra (1) es agradable,
y el sosegado mar muy más me lleva;
mas cuando el cano piélago resuena,
y el encorvado mar levanta espumas,
y la onda se enfurece, a tierra miro
y a los árboles, y huyo de los mares,
es me la tierra fiel, y ya me agrada
la selva umbrosa, allí si mucho viento
respira, canta el pino. Ciertamente
que vive el pescador, mísera vida,
al cual la barca es casa, y el trabajo
el mismo mar, y el pece falaz presa,
a mí bajo de un plátano frondoso
es dulce el sueño, y el oír el ruido
de la cercana fuente es mi deseo,
que al labrador con susurrar suave
deleita con recreo, y no amedrenta.
Idilio VI
A la vecina Eco Pan amaba,
y Eco a un saltante sátiro quería,
y el sátiro por Lida enloquecía;
cuanto Eco a Pan, el sátiro abrasaba
a Eco, y Lida al sátiro encendía:
Amor así a los míseros perdía,
y cuanto alguno al otro desdeñaba,
tanto era de su amante despreciado,
de odiosa ingratitud justo castigo,
dulce venganza al triste namorado.
Yo de la turba enamorada, amigo,
que amantes ha de haber si hay hermosura,
este ejemplar les doy, y al fin les digo:
amad, amantes, con igual ternura.
Idilio VII
Esperio (1), bella luz del alma Venus,
Esperio amad, de la negra noche
sacro decoro, entre los otros astros
luces después de la fulgente luna.
Ea, mi dulce luz, tus resplandores
dame en vez de la luna que hoy comienza,
y presto se traspone, voy (2) de ronda
a mi amada (3), ni voy por hacer robo
ni por dañar de noche al caminante,
mas amo, y el amante es de amor digno.
Idilio VIII
De allá de Pisa Alfeo al mar entrado
a su Aretusa va, lleva las aguas
que crían acebuches, lleva en dones
bellas (1) hojas y flores, polvo sacro,
y profundo camina por las aguas,
y debajo del mar se va escurriendo,
y ni las aguas con las aguas mezcla,
ni siente el mar al traspasante río.
Así el fiero doncel, el malicioso
Amor, que enseña cosas admirables,
por amoroso encanto a un río enseña
a zambullirse a nado por las aguas.
Idilio IX
Dejada tea y arco amor dañoso,
tomo vara de bueyes movedora,
y de sus hombros el zurrón pendía,
y la cerviz sufrida de los toros
al yugo unciendo, siembra el fértil sulco
de Ceres, y mirando a lo alto dijo
al mismo Jove: llena aquestos campos,
o te pongo al arado, buey de Europa.
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Notas
Me limito a transcribir (casi) tal cual las notas de Conde, muchas de las cuales hay que coger con pinzas.
Idilio II
(1) Los sueños de la mañana se creían verdaderos, y no así los del principio de la noche.
(2) Dice Homero que los sueños son enviados de dios, y esta opinión era común entre los orientales.
(3) Ya hemos notado cuánto agradaba el ruido del agua a los griegos y, sin duda, es un placer que encanta, el estruendoso fragor de algunas cascadas y derrumbaderos, y más si las aguas que bajan despeñadas caen entre álamos y hiedras.
(4) La voz τάλαρος he traducido «canastillo» o «cestillo»; puede decirse «vaso».
(5) El nombre del Nilo quieren algunos decir que significa color índico; es cierto que los árabes y nosotros los españoles llamamos «añil» al color índico, y que los antiguos nombres de este río eso significan […].
(6) Ya se ha dicho del cinto o banda virginal.
(7) Juno es llamada en griego Hera, que en su origen significa ‘celosa’.
(8) El toro Serapis dice Heródoto que tenía una estrella en la frente: el nombre oriental era Sor-Ah, toro de la cesta o del agua, atendida la lengua pérsica; son de la misma radical que Theraf y Seraf, voces más conocidas.
(9) El nombre griego de Neptuno es Poseidón, que en su origen significa ‘el que bate con violencia’; bien sabido es el continuo embate del mar sobre la tierra.
(10) Lo mismo dicen las bendiciones de Ephraim.
Idilio III
(1) Por manifestar mayor sentimiento quiere que lloren las cosas insensibles: dice el griego ailina; los griegos creían que fuesen canciones en que se lloraba la muerte de Lino, músico y poeta célebre; pero la voz es fenicia y significa alarido de dolor, gemido, grito fúnebre.
(2) Mele, río de Esmirna, patria según algunos de Homero y de nuestro Bion.
Idilio IV
(1) Amar como a los ojos, expresión tan tierna como vulgar. Lloraba Megara los trabajos de su esposo Heracles, sus aventuras son muy sabidas […].
(2) Las Furias Erinies, voz oriental que significa ‘atormentadoras’.
(3) Tebas, ciudad famosísima de Beocia: en su origen el nombre significa ‘la hermosa’, con otras radicales ‘la nave’ o ‘arca’.
Idilio V
(1) He seguido la corrección de Grocio en este idilio, el más gracioso de los de Mosco.
Idilio VII
(1) Esperio, estrella muy resplandeciente y hermosa, que eso significa el nombre en su origen.
(2) Aquí he dado al komazein de los griegos un equivalente muy vulgar.
(3) Por poti poimena he leído (por darle significación más honesta) pot’ eromena.
Idilio VIII
(1) Hojas y flores de las coronas de los atletas y el polvo de los sagrados juegos.