Teócrito vivió aproximadamente entre el 310 y el 260 a. C. Se le considera el fundador de la poesía bucólica. No se sabe mucho de su vida: quizá vivió en la isla de Cos, y se habría ganado el mecenazgo del tirano Hierón II de Siracusa y del rey Ptolomeo II Filadelfo en Alejandría.
A continuación tienes la traducción, dispuesta en verso, de José Antonio Conde y García (1766-1820) publicadas en 1796, en dominio público. Me limito a transcribir tal cual, solo modernizando ortografía y puntuación y si acaso alguna mínima modificación. Escaneado original disponible en Google Books.
Idilio I: Tirsis y el cabrero
Tirsis
Es dulce el susurrar de aqueste pino,
cabrero, que resuena en las fontanas;
pero más dulcemente tú flauteas:
después de Pan (1) habrás premio segundo,
y si un hermoso macho del cabrío
se llevare, la cabra será tuya,
y si la cabra quiere, una cabrilla
te darán, que la carne de las cabras
pequeñas es sabrosa hasta ordeñarlas.
Cabrero
Es más dulce, ¡oh, pastor!, el canto tuyo
que las sonoras (2) aguas derrumbadas
de la alta peña y, cuando en don se lleven
las musas una oveja, a ti un cordero
pequeño se dará, y si les aplace
el cordero llevar, tú habrás la oveja.
Tirsis
¿Quieres tú, por las ninfas, ¡oh, cabrero!,
aquí sentado sobre aquesta loma,
en do crece el taray, tocar la flauta,
y yo entre tanto paceré las cabras?
Cabrero
No es justo, no, pastor: al medio día
no debemos tocar, a Pan tememos,
que, de la caza entonces fatigado,
reposa, y es terrible, y la furiosa
cólera en su nariz está sentada (3);
mas tú, Tirsi, que sabes los dolores
de Dafni y los cantares pastorales,
aquí ven, y debajo nos sentemos
del olmo de Príapo (4) y a la vista
de las fuentes, do está el pastoral poyo
y las encinas: y si tú cantares
cual un tiempo cantaste contendiendo
con el líbico Cromi, yo he de darte
una cabra que cría dos mellizos,
que la ordeñes tres veces y, criando
los dos chotos, dos tarros siempre llena.
Y darete además un hondo vaso
de blanda cera orlado, de dos asas,
nuevo sin estrenar, que huele a talla,
y en sus labios por alto rodeada
hay una yedra, yedra al eliocriso
asida, y a par della un tallo alzado
de zafranado fruto, y por adentro
grabada una muger, obra divina,
de velo у manto ornada; y, cerca della,
varones con hermosas cabelleras
que contienden con dichos alternados
cada cual de su parte, y no hace caso,
tal vez risueña al uno dellos mira,
y tal vez su mirar al otro pone:
de amor entumecidos han los ojos,
y trabajan en vano. Cerca dellos
un viejo pescador hay esculpido
sobre una áspera peña y, afanando,
arrastra la gran red, y el viejo todo
se parece a un varón cuando trabaja,
dirías que pescaba ciertamente
con cuantas fuerzas han sus miembros todos:
hínchansele las venas por el cuello
y, aun siendo cano, su vigor conviene
a mocedad. No lejos del marino
viejo hay de rojas uvas una viña
bien cargada, que guarda un pequeñuelo
muchacho en los bardales asentado.
Dos zorras hay cercanas: una sigue
los sulcos, destrozando los racimos,
y la otra maquina sus engaños,
todos contra el zurrón, y va diciendo
que no le ha de dejar hasta que quede
como en seco (5) el muchacho; y él de pajas
hace una hermosa jaula para grillos
retejida de juncos, ni se acuerda
del zurrón ni del fruto de la viña,
en su trabajo todo embelesado.
vuela del vaso en torno blando acanto,
eólico prodigio (6), que pasmado
tu corazón será de maravilla,
por el cual a un marino calidonio
en precio di una cabra y un gran queso,
de blanca leche, al cual aún no tocaron
mis labios, y así yace no estrenado;
este yo te daré gustosamente
si tú, amigo, me cantas aquel dulce
cantar: no, pues, te envidio, sus amigos,
ni al olvidoso Dite el canto guardes.
Tirsis
Comenzad, musas, pastorales cantos.
Este es Tirsi del Etna; estas las voces
de Tirsi: ¿en dónde estabais, ninfas, cuando
Dafni se deshacía en los hermosos
bosques o del Peneo o en el Pindo?
No en las grandes corrientes del Anapo,
ni cumbres de Etna, ni agua sacra de Aci.
Comenzad, musas, pastorales cantos.
Por él lobos cervales y los lobos
aullaron; lloró también su muerte
el león de la selva. Amadas musas,
comenzad, musas, pastorales cantos.
A sus pies muchas vacas, muchos toros,
novillas y becerras rebramaron.
Comenzad, musas, pastorales cantos.
El primero Mercurio desde el monte
vino, y decía: Dafni ¿qué te aflige?
Buen Dafni, ¿qué te abrasa? Amadas musas,
comenzad, musas, pastorales cantos.
Vinieron los vaqueros, los pastores,
los cabreros vinieron,todos dicen:
¿Qué mal tienes? Príapo también vino
y dice: «¿Qué te acabas, triste Dafni?».
La moza misma por las fuentes todas
y por todos los bosques es llevada,
Comenzad, musas, pastorales cantos (7).
De sus pies, lamentando, desgraciado
amador eres, falto de consejo;
llamábante boyero, mas ahora
pareces al cabrero, el cual, mirando
ayuntarse las cabras, se deshacen
sus ojos por no haber cabrón nacido.
Comenzad, musas, pastorales cantos.
Así tú cuando miras las doncellas
que juegan, por los ojos te deshaces
porque con ellas tú danzar no puedes;
pero el boyero nada respondía,
sino el cruel amor al fin llevaba.
Comenzad, musas, pastorales cantos.
Y vino la risueña y dulce Venus,
ríe disimulada, y grave pena
en su ánimo tenía, y dice: «¡Oh, Dafni!,
desvanecido tú vencer creías
al amor, y hora dél eres vencido».
Comenzad, musas, pastorales cantos.
Entonces Dafni así le respondia:
«¡Oh, triste Venus! Venus enfadosa,
Venus a los mortales enemiga:
¿juzgas que todo el sol hame faltado (8)?
Dafni en Dite será de amor tormento».
Comenzad, musas, pastorales cantos.
Anda al Ida, no dicen que a Citere
el boyero… al Anquises también anda,
allí están las encinas y el Cipero,
y susurran allí suavemente
las abejas en torno a las colmenas.
Comenzad, musas, pastorales cantos.
Bello es Adonis, y rebaños guía,
las liebres hiere, y otras fieras sigue.
Comenzad, musas, pastorales cantos.
Anda, llega otra vez a Diomedes,
y dile: «Yo vencí al boyero Dafni,
mas conmigo pelea». Amadas musas,
comenzad, musas, pastorales cantos.
¡Oh, lobos; oh, cervales; y vosotros,
osos, por las montañas encerrados!,
vivid, porque ya Dafnis el boyero
no estará con vosotros, ni en los bosques,
ni en las selvas, ni espesas enramadas.
A Dios, pues, ¡oh, Aretusa!, y claros ríos,
que las aguas lleváis cerca del Timbris.
Comenzad, musas, pastorales cantos.
Yo aquel Dafnis que aquí bueyes pacía
y toros y novillos abrevaba.
Comenzad, musas, pastorales cantos.
¡Oh, Pan! ¡Pan!, ya que estés en las montañas
excelsas del Liceo, o que ora vagues
por el Menalo grande, venir quieras
a la isla siciliana, abandonando
la cumbre de Elis y la alzada tumba
de Licaón a dioses venerable.
Dejad, musas, los cantos pastorales.
Ven, rey, y lleva aquesta hermosa flauta
con cera bien compuesta y torneada
al labio, porque soy arrebatado
al negro Érebo (9) del amor insano.
Dejad, musas, los cantos pastorales.
Violas, lleven ya los espinales,
y ellas espinas, y el narciso hermoso
florezca entre el enebro, y todo sea
al contrario, ya lleve el pino peras,
después que finó Dafnis, a los canes
persiga el ciervo, y ya las abubillas
contiendan a cantar con ruiseñores.
Dejad, musas, los cantos pastorales.
Esto dicho, calló: Venus quería
levantarle, y los hilos de las parcas
faltaron todos (10). Deste modo Dafnis
pasó al río, y las aguas zabulleron
al varón estimado de las musas
y de las ninfas nunca aborrecido.
Dejad, musas, los cantos pastorales.
Dame el vaso y la cabra que la ordeñe
y a las musas ofrezca. En adelante
he de cantarte yo más dulcemente.
Cabrero
Llena sea de miel y de panales
tu hermosa boca, Tirsi, y del Egilo
los dulces higos comas, porque cantas
con dulzura muy más que la cigarra (11).
Toma el vaso y admírate, mi amigo,
de su suave olor: dirás ser hecho
en fuentes de las Horas (12). ¡Oh, Ciseta!,
ven aquí, tú la ordeña. Mis cabrillas,
No retocéis porque el cabrón no monte.
Idilio II: La encantadora
¿En dó están los laureles? ¿Dó, Testilis,
los encantos? Aquella copa ciñe
con la purpúrea lana de la oveja,
porque al cruel amante que me abrasa
encante: ya pasaron doce días
que, cual solía, el triste a mí no viene
ni sabe si vivimos o hemos muerto,
ni ha llamado el cruel a nuestras puertas;
mas partiose a otra parte, y le han mudado
Venus y Amor sus mientes repentinas (1).
Buscarele mañana en la palestra
de Timageto para verle, y luego
le pediré razón de cuál me trata.
Hora le hechizaré con los encantos;
pero tú, Luna, hermosamente luzcas,
a ti quiero cantar suavemente,
¡oh, diosa!, y a la Hécate (2) profunda
a quien tiemblan los canes pequeñuelos
cuando pisa las tumbas de finados,
y la negra sanguaza derramada.
¡Ea, terrible diosa!, al fin nos sigue,
y haz los venenos míos no menores
que aquellos de la Circe, o de Medea,
o aquellos de la rubia Perimeda.
Pezpilta (3), trae aquel varón a casa.
En fuego lo primero se deshaga
la harina, mas espárcela, cuitada
Testilis, ¿dó las mientes te volaron?
¿Soy por caso, malvada, burla tuya?
Esparce y dí: «De Delfi esparzo huesos».
Pezpilta, trae aquel varón a casa.
Atorméntame Delfis, sobre Delfi
quemo laurel, y cuál ardiendo suena,
y encendido deshácese al instante
que dél ni las cenizas descubrimos,
así Delfis en llama se consuma.
Pezpilta, trae aquel varón a casa.
Cual esta cera yo, favor divino,
derrito, el Mindio Delfis al instante
de amor sea deshecho, y, cual voltea
este globo de arambre por Citere,
así voltee aquel a nuestras puertas.
Pezpilta, trae aquel varón a casa.
Ahora sacrifico los salvados:
tú, pues, Diana (4), que mover bien puedes
a Radamanto (5), que el Érebo mora,
y si hay algo más firme. Ya Testilis
por la ciudad los canes nos aúllan,
ya cierto está la diosa entre caminos,
¡ea!, suena de súbito el arambre (6).
Pezpilta, trae aquel varón a casa.
Mira, ya calla el mar, callan los vientos,
mas no calla el dolor del pecho mío,
pues en amor de aquel toda me abraso,
que a mí cuitada de mujer infame
hizo, y que ya no sea mas doncella.
Pezpilta, trae aquel varón a casa.
Ofrezco por tres veces, y tres veces
¡oh, venerable!, aquestas cosas digo:
o duerma con mujer, o con mancebo,
tanto le olvide cuanto, según dicen,
un tiempo en Día (7) se olvidó Teseo
de la hermosa Ariadna bien trenzada.
Pezpilta, trae aquel varón a casa.
El Hipomanes es planta de Arcadia,
con la cual se enfurecen por los montes
los caballos y yeguas corredoras.
Ojalá que así vea entrar a Delfi
a esta casa, a un furioso semejante,
viniendo de la Liza esclarecida.
Pezpilta, trae aquel varón a casa.
Aquesta orla perdió (8) de su vestido
Delfi, la que hora, yo despedazada,
arrojó al voraz fuego. ¡Ay, ay!, cuitado
Amor, ¿por qué la denegrida sangre
de mi cuerpo bebiste, como sierpe
de las lagunas al costado asida?
Pezpilta, trae aquel varón a casa.
Cogiendo una lagarta, he de traerte
Una mala bebida en la mañana.
Toma ahora, Testilis, estos zumos
y los umbrales unge, a los que aún hora
tengo enlazada el alma, y no hace caso.
Di escupiendo: «De Delfi esparzo huesos».
Pezpilta, trae aquel varón a casa.
Ahora estando sola, ¿desde dónde
este amor lloraré? ¿De dó comience?
¿Quién me movió tan desmedidos males?
Anaxo la de Ubilo a mí se vino,
La canéfora (9), al bosque de Diana,
cuando hubo allí mil fieras, y llevaba
por todo en derredor una leona.
Entiende, ¡oh, Luna (10)!, de mi amor la causa.
Rogome Teucarila, ama de Tracia,
de memoria feliz, la que moraba
vecina de mi puerta, y suplicome
saliese a ver la pompa; yo, cuitada,
la seguí, y arrastraba un fino manto
de viso, y embozada por encima
de Clearista con el rico velo.
Entiende, ¡oh, Luna!, de mi amor la causa.
A la media carrera ya llegaba
En do estan de Licón las heredades,
y allí vi a Delfi y a Eudamipo juntos
que venían: el bozo dellos era
más rojo que Eliocriso, y más brillantes
sus pechos que tú o Luna, cual dejado
de la palestra el ínclito trabajo.
Entiende, ¡oh, Luna!, de mi amor la causa.
¡Ay mí! Cómo le vi, cómo furiosa,
mísera, yo quedé, y el pecho mío
tiernamente tocado! Mi belleza
se deshacía, y ya no más cuidaba
de aquella pompa, ni tornar a casa
sabía, y me acosaba un mal ardiente.
Yací en cama diez dias y diez noches.
Entiende, ¡oh, Luna!, de mi amor la causa.
Y mi color al tapso (11) parecía,
se me cayeron todos los cabellos,
solos huesos y cutis me quedaron.
Mas ¿a dónde no fui, ni de cual vieja
encantadora me dejé la casa?
Pero nada sirvió, y el tiempo en tanto
en vano se pasaba y consumía.
Entiende, ¡oh, Luna!, de mi amor la causa.
Al fin dije lo cierto a la criada:
«Ea, Testilis, busca algún remedio
a mi furioso mal: el Mindio, toda,
cuitada yo, me tiene; ves y observa
de Timageto cerca de la liza,
allí va muchas veces, y le agrada
estar allí sentado. Anda, Testili».
Entiende, ¡oh, Luna!, de mi amor la causa.
Y cuando allí le vieres andar solo,
hazle una oculta seña, y di: Simeta (13)
te llama, y tráele aquí. Como le dije
ella partió, y me trajo aquel hermoso
de Delfis a mi casa; mas yo, al verle
entrar con presto pie por los umbrales…
Entiende, ¡oh, Luna!, de mi amor la causa.
De la puerta, quedé má que la nieve
helada, y de la frente me caía
un sudor cual del Austro las escarchas.
Nada pude decir, ni cuanto en sueños
lalea (13) un niño a su querida madre;
pero por todo, mi gallardo cuerpo
endarecido queda como un yelo.
Entiende, ¡oh, Luna!, de mi amor la causa.
Y mirome el cruel clavando al suelo
los ojos, y en el lecho se sentaba,
y sentado me dijo estas razones:
«Te me has adelantado, mi Simeta,
tanto cuanto corriendo el otro día
me adelanté a Filino el agradable,
llamándome a tu casa que viniese;
viniera yo, viniera, te lo juro
por el suave amor, acompañado
de tres o cuatro amigos por la noche;
en el seno guardando las manzanas (14)
de Baco, y en la frente la corona
del álamo de Alcides planta sacra,
toda cercada de purpúreas cintas».
Entiende, ¡oh, Luna!, de mi amor la causa.
Y si de ti admitido acaso fuese,
como te estaba bien, pues soy llamado
el hermoso y ligero entre los mozos,
me hubiera contentado solamente
con el besar de tus hermosos labios;
mas si me desechabas y la puerta
con aldabas tenías bien cerrada,
todas las armas contra ti vinieran,
y teas y segures se aprestaran.
Entiende, ¡oh, Luna!, de mi amor la causa.
Hora las gracias doy primero a Venus,
y luego a ti, del fuego me has sacado
llamándome, Simeta, a tu morada
casi abrasado ya, que amor mil veces
suele encender muy más ardiente llama,
que Vulcano (15) de Lipari en las fraguas.
Entiende, ¡oh, Luna!, de mi amor la causa.
Y con cruel furor a la doncella
de su retrete saca, у a la esposa
del tálamo aún caliente, abandonado
del varón. Así dijo. Yo, mezquina
y simple, ya fácil le creí al instante,
tomele de la mano, y al suave
lecho inclinele, y luego se encendía
mi cuerpo con el suyo, y las mejillas
muy más que antes ardientes se pusieron,
y nos acariciamos dulcemente.
Y por no molestarte, amada Luna,
hízose, pues, lo más, y ambos llegamos
al fin de los deseos. Ni hubo queja
hasta el pasado día, ni yo misma
dél la tenía, pero a mí se vino
la madre de Filista, mi flautera (16)
y madre de Meliso, esta mañana
cuando al cielo corrían los caballos
que conducían la rosada Aurora
del océano, y entre varias cosas,
me dijo, estaba Delfi enamorado;
si de mujer o de varón tenía
amores, no sabía ciertamente;
mas él brindaba siempre enamorado,
y que al fin se fue huyendo, y me decía
tener su casa llena de coronas (17);
esto, pues, me contaba aquella amiga;
y dijo la verdad, que a mí venía
por tres o cuatro veces, y la alcuza
dórica me dejaba, y se han pasado
ya doce días sin haberle visto.
Él tendrá otra delicia y me he olvidado.
Yo pienso hora moverle con encantos
y, si me aflige más, juro a las parcas
que del Érebo llamará en la puerta,
que tan malos encantos, dicen, guardo
en la cesta, los cuales aprendiera,
señora, del asirio peregrino.
Mas tú, apacible, guía tus caballos
del océano, diosa; yo cual antes
mis males sufriré. Tú, clara Luna,
a dios, y a dios también vosotros, astros,
los que seguís el reluciente carro
de la sagrada y apacible noche.
Continuará…