A continuación tienes la traducción de Federico Baráibar y Zumárraga (1851-1918) publicadas en 1881, en dominio público. Transcrito para AcademiaLatin.com (incluyendo la introducción, notas, etc.) a partir del escaneado original disponible en la BVPB.
Personajes
- Lisístrata
- Calónice
- Mírrina
- Lámpito
- Coro de ancianos
- Coro de mujeres
- Estratilis
- Un magistrado
- Algunas mujeres
- Cinesias
- Un muchacho
- Un heraldo de Lacedemonia
- Embajadores de Lacedemonia
- Algunos curiosos
- Un ateniense
- Arqueros
Comienza Lisístrata
La escena en Atenas: plaza pública.
Lisístrata (sola)
¡Ah! Si se las hubiese citado a una fiesta de Baco o de Pan o de Afrodita Colíade o Genetílide (1), la multitud de tambores no permitiría transitar por las calles. Ahora no viene ninguna, excepto esa buena vecina que sale de su casa. ¡Salud, Calónice!
Calónice
¡Salud, Lisístrata! ¿Qué es lo que te aflige? Serena tu frente, hija mía: no te sienta bien ese fruncido ceño.
Lisístrata
Calónice, me hierve la sangre. Me avergüenzo de mi sexo; los hombres pretenden que somos astutas…
Calónice
Y lo somos, por Zeus.
Lisístrata
Y cuando se les dice que acudan a este sitio, para tratar de un importante asunto, duermen en vez de venir.
Calónice
Ya vendrán, querida: las mujeres no pueden salir tan fácilmente de casa. Una está ocupada con su marido; otra despierta a su esclavo; otra acuesta a su hijo; aquella le lava o le da de comer.
Lisístrata
Más graves son estos cuidados.
Calónice
Pero sepamos para qué nos convocas. ¿Qué cosa es? ¿Es grande?
Lisístrata
Es grande.
Calónice
¿Es gruesa?
Lisístrata
Es gruesa
Calónice
Pues ¿cómo no hemos venido todas?
Lisístrata
No es lo que te figuras, pues, de serlo, ni una hubiera faltad. Se trata de un plan que yo he trazado y revuelto en todos sentidos durante mis insomnios.
Calónice
Precisamente habrá de ser muy sutil para darle vuelta en todos sentidos.
Lisístrata
Tan sutil que la salvación de Grecia entera estriba en las mujeres.
Calónice
¿En las mujeres? Liviano es su fundamento.
Lisístrata
En nosotras está o el salvar la república o el destruir completamente a los peloponesios…
Calónice
Que no quede ni uno para muestra: me parece muy bien.
Lisístrata
Y aniquilar a todos los beocios.
Calónice
A todos no: perdona siquiera a las anguilas (2).
Lisístrata
A Atenas no le desearé semejante cosa, pero se me ocurre otra idea: si se nos agregasen todas las mujeres del Peloponeso y Beocia, quizá, aunando nuestros esfuerzos, pudiéramos salvar Grecia.
Calónice
¿Pero acaso las mujeres pueden llevar a cabo empresa alguna ilustre y sensata? Nosotras, que nos pasamos la vida encerradas en casa, muy pintadas y adornadas, vestidas de túnicas amarillas y flotantes cimbéricas (3) y calzadas con elegantes peribárides (4).
Lisístrata
Precisamente en eso tengo yo puestas mis esperanzas de salvación: en las túnicas amarillas, en los perfumes, en el colorete,, en las peribárides, en los vestidos transparentes.
Calónice
¿Cómo?
Lisístrata
De suerte que ninguno de los hombres de hoy día levantará su lanza contra los otros…
Calónice
Por las diosas, me teñiré de amarillo una túnica.
Lisístrata
… ni embrazará el escudo…
Calónice
Me pondré una cimbérica.
Lisístrata
… ni empuñará la espada…
Calónice
Compraré unas peribárides.
Lisístrata
¿Pero no debían ya estar aquí todas las mujeres?
Calónice
Volando debían de haber venido hace tiempo.
Lisístrata
¡Ay, amiga mía! Has de ver que llegan demasiado tarde, como verdaderas atenienses. No se distingue ninguna mujer de la costa ni de Salamina.
Calónice
Pues de esas ya sé que se han embarcado muy de madrugada (5).
Lisístrata
Tampoco vienen las acarnienses, que yo esperaba y confiaba que estarían aquí las primeras (6).
Calónice
Pues la mujer de Teógenes (7), sin duda pensando acudir, consultó ayer la estatua de Hécate. Mira, ya llegan algunas; y otras, y otras. ¡Toma, toma! ¿De dónde son?
Lisístrata
De Anagiro (8).
Continuará…
Notas
(1) Las divinidades citadas por Lisístrata eran todas favorables a la crápula y la disolución. Para explicar el sobrenombre de Colíade, dado a Afrodita, el escoliasta cuenta la siguiente tradición. Unos bandidos se apoderaron de un joven ateniense y le ataron todos los miembros (κωλῆ), pero le libertó la hija del capitán de la banda. En recuerdo de esta prueba de amor, el joven edificó un templo y lo dedicó a Afrodita, que se llamó Colíade, del nombre de los miembros desatados. Sobre la advocación de Genetílide véase Las nubes, nota al verso 52.
(2) Ya hemos visto lo estimadas que eran las del lago Copais.
(3) Especie de túnica que no se sujetaba con ceñidor.
(4) Especie de calzado.
(5) Para pasar de Salamina al Ática, de la cual estaba separada por un canal de poca anchura. Hay en el texto uno de los equívocos indecentes de que está plagada la comedia.
(6) Sin duda, porque, habiendo sido su país muy castigado por la guerra, debían de ser más solícitas en procurarse la paz.
(7) Teógenes era un hombre rico y supersticioso, que no emprendía nada sin consultar a una estatua de Hécate, diosa, según la creencia vulgar, de los honores y la buena fortuna. Su mujer era natural que siguiese sus prácticas.
(8) Aldea del Ática.
Noticia preliminar
Lisístrata, como quien dice Pacífica, pues la etimología de esta palabra hace pensar en el licenciamiento de las tropas (1), es un nombre muy adecuado a la protagonista de una comedia cuyo objeto, como el de Acarnienses, Aves y Paz, es apartar a los atenienses de una guerra interminable y desastrosa.
Lisístrata, esposa de uno de los ciudadanos más influyentes de Atenas, harta de los males de la guerra que afligen a su patria, y viendo el ningún interés que el pueblo manifiesta por terminarlos, se decide a hacerlo por sí misma, reuniendo al efecto a las mujeres de su país y de los demás pueblos beligerantes, y comprometiéndolas solemnemente a abstenerse de todo trato con sus maridos mientras estos no estipulen la deseada paz.
Al mismo tiempo que se pacta esta resistencia pasiva, otras mujeres se apoderan de la ciudadela y se hacen cargo del tesoro en ella custodiado, persuadidas de que la falta de recursos contribuirá no menos que los estímulos del amor a la pacificación de Grecia.
En efecto, el miedo de perder su salario de jueces trae pronto a las puertas de la ciudadela una turba de viejos animados de proyectos incendiarios, que son rechazados mediante un diluvio de agua y otro de desvergüenzas, que las sitiadas y el refuerzo de otra legión mujeril arrojan sin consideración sobre todos ellos.
Un magistrado que acude después es también víctima del descoco femenino y ve arrollados y sopapeados por la nata y flor de las verduleras atenienses a todos los arqueros de su guardia.
No obstante este triunfo, la situación va haciéndose insostenible dentro y fuera de la ciudadela. A Lisístrata le cuesta un trabajo infinito evitar la deserción de sus soldados, que inventan mil pretextos especiosos para volver a sus casas, mientras los hombres no aciertan a vivir más tiempo separados de sus mujeres.
En esto llega un heraldo de Lacedemonia, pintando con vivos colores los males que también allí afligen al sexo feo, en vista de lo cual hay mutuo envío de embajadores entre ambas ciudades y se llega por fin a estipular la paz. Una vez aceptado este acuerdo, se abren las puertas de la ciudadela, las mujeres vuelven con sus esposos y las ciudades rivales olvidan sus rencores, entre cantos, danzas y festines, himnos a los dioses, burlas y algazara.
Lo que más llama la atención en esta comedia es, además de la libertad con que el poeta trata en ella de los asuntos más graves del Estado, la obscenidad abominable que en ella domina, tanto en el asunto como en los cuadros y detalles.
Ya en las otras piezas de Aristófanes habrán podido observar nuestros lectores cuán poco se respeta el pudor y la decencia en el teatro griego, por más que hemos tratado de disimular sus desnudeces con el velo de una púdica perífrasis; pero en la Lisístrata esta precaución es imposible, porque, estando basada toda la comedia en la singular tortura decretada contra los hombres, todas las pinturas son de una libertad escandalosa, digna del obsceno pincel de Petronio, Marcial, Apuleyo y Casti.
Así es que, después de haber vacilado mucho tiempo sobre si debíamos verter al castellano sus impúdicas escenas, solo nos hemos decidido a hacerlo ante la consideración de que los lectores tienen derecho a conocer por completo el teatro de Aristófanes; y aun con todo nos hemos visto obligados a poner en latín las escenas de más subida obscenidad, por si esta versión, destinada, como todos los libros de esta especie, solo a personas ilustradas y maduras, llegase a caer en manos inexpertas.
Aparte de este defecto capital, que afea la Lisístrata, no puede menos de reconocerse que bajo el punto de vista puramente literario abundan en ella bellezas estimables.
El carácter de la protagonista está muy bien trazado y sostenido, observándose en él cierto decoro y dignidad que contrasta agradablemente con las indecencias de la comedia. La primera escena —dice Brumoy— es digna del arte más depurado, y no lo son menos todas aquellas en que se ponen en juego, con admirable verdad, todos los recursos de la coquetería y la astucia femeniles. Es de notar también el lenguaje rudo y leal de los embajadores de Esparta, y tampoco puede menos de verse con agrado el valor y puro patriotismo que revelan en Aristófanes la energía con que, desafiando las iras del populacho inconstante, se atreve a decirle sin rodeos las verdades más amargas.
La representación de la Lisístrata, según se deduce de varios de sus pasajes (2) y afirma rotundamente uno de sus prefacios, tuvo lugar el año 412 antes de nuestra era, o por lo menos entre el vigésimo y vegesimotercero de la guerra del Peloponeso.
Notas de la noticia preliminar
(1) Así lo indica el anónimo autor de su prefacio.
(2) Lisístrata se queja (v. 104) de que su marido hace siete meses que está de guarnición en Pilos, que fue recobrado por los lacedemonios el año 23 de la guerra; habla después de la defección de los milesios (v. 108), que tuvo lugar al principio del año vigésimo de la guerra. La alusión a desastres recientes (v. 586) solo puede referirse a los de Sicilia, y la libertad con que habla de Pisandro hace suponer que estaba ya abolido el gobierno oligárquico de los Cuatrocientos, que cayeron en el año 21 de la guerra (véase Tucídides, VIII).