Anacreonte de Teos fue un poeta griego que posiblemente vivió entre los años 574 y 485 a. C. Más sobre él.
A continuación tienes las traducciones, en verso y prosa, de José del Castillo y Ayensa (1795-1861) publicadas en 1832, por tanto en dominio público. La versión en verso me limito a transcribirla tal cual, solo modernizando ortografía y puntuación; en la versión en prosa me permito, además, hacer alguna mínima modificación (p. ej. nombres griegos en lugar de romanos).
Oda I, a su lira
En verso
Cantar de los Atridas,
cantar de Cadmo quiero,
mas en mi lira solo
sonar amores siento.Otra lira, otras cuerdas
mudé no ha mucho tiempo;
iba a cantar de Alcides,
y amores repitieron.Héroes, ¡salud por siempre!
Quedad por siempre, os ruego;
que mi lira no suena
sino de amor los ecos.
En prosa
Quiero hablar de los Atridas, y quiero cantar de Cadmo, mas la lira en sus cuerdas solamente toca amores. Hace poco que cambié las cuerdas y toda la lira, y ya cantaba los trabajos de Heracles, pero la lira respondió amores. Héroes, dejadme para siempre, porque la lira canta solo amores.
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Oda II, a las mujeres
En verso
Naturaleza al toro
dio cuernos en la frente;
casco duro, al caballo;
pie ligero, a la liebre;al león dio por boca
sima voraz de dientes;
el volar, a las aves;
el nadar, a los peces;al hombre, fortaleza.
¿Y nada a las mujeres?
Sí, que les dio hermosura,
arma la más potente.Diósela en vez de escudos,
en vez de espadas fuertes:
vencen con ella al fuego,
con ella el hierro vencen.
En prosa
Naturaleza dio cuernos a los toros; cascos, a los caballos; ligereza de pies, a las liebres; a los leones, una sima de dientes; a los peces, el nadar; a las aves, el volar; a los hombres, la fortaleza.
¿Ya nada tuvo para las mujeres? Pues ¿qué les dio? La belleza, en vez de todos los escudos, en vez de todas las espadas, porque la que es bella vence el acero y el fuego.
Oda III, a Eros
En verso
Cerca de la media noche,
cuando en el callado cielo
de Bootes a la mano
el Arctos va revolviendoy el hombre de sus fatigas
descansa en el dulce sueño,
Amor entonces la aldaba
toca, en mis umbrales puestos.«¿Quién llama? —digo—. ¿Quién ora
turba mi grato sosiego?».
«Abre —el Amor me responde—:
un niño, no tengas miedo;me estoy mojando, no hay luna,
y en la oscuridad me pierdo».
Compadecime de oírlo,
y ya mi lámpara enciendo.Abro, con arco y aljaba
un niño alado me encuentro;
y en el hogar cariñoso
lo siento conmigo al fuego.Sus manos entre las mías
con tierno afán le caliento,
y del húmedo rocío
le enjugo el blondo cabello.Ya recobrado, me dice:
«Dame el arco, y probaremos
si ha recibido algún daño
de haberse mojado el nervio».Tómalo, apunta, dispara,
hiéreme en medio del pecho,
cual de tábano rabioso
así es la herida que siento.Mas él da un salto y se ríe,
«¡Albricias! Huésped —diciendo—,
que sin lesión queda el arco,
y queda herido tu pecho».
En prosa
Una vez en las horas de media noche, cuando la Osa se vuelve hacia la mano de Bootes y los hombres de todo el mundo yacen rendidos de trabajo, entonces Eros, presentándose, golpeaba las aldabas de mis puertas.
—¿Quién llama a la puerta —dije—, interrumpiendo mi sueño?
—Abre —dijo Eros—; soy un niño: no temas; y me estoy mojando, y me he perdido en esta noche sin luna.
Al oír esto me compadecí y, encendiendo al punto la lámpara, le abrí, y veo un niño que traía arco, alas y aljaba. Sentándolo al fuego, le calentaba sus manos con las mías, y le enjugaba la cabeza empapada en agua; mas él, en cuanto desechó el frío…
—Dame —dijo—: probaremos el arco por si algo se me ha dañado ahora la cuerda mojada.
Lo extiende, pues, y me hiere en medio del corazón, como un tábano. Y al instante da un salto riéndose, y dice:
—Huésped, alégrate conmigo: el arco está sin lesión, mas tú quedarás llagado en el pecho.
Histori(et)as de griegos y romanos

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Oda IV, a sí mismo
En verso
De un lecho fabricado
de lotos y de mirtos
sobre las blandas hojas
quiero brindar tendido.Amor sirva la taza,
con cinta de papiro
por el hermoso cuello
su palio atrás prendido.Como la instable rueda,
tal sigue su camino
nuestra mísera vida
rodando de continuo.Y ya que nuestros huesos
al término prescrito
se desaten, en polvo
seremos convertidos.¿Para qué ungir las losas
de los sepulcros fríos?
¿Ni derramar en vano
aromas exquisitos?A mí más bien de esencias
ungidme mientras vivo,
de rosas coronadme,
llamad al amor mío.Primero que a las danzas
me lleven del abismo,
quiero dejar cuidados,
quiero vivir tranquilo.
En prosa
Quiero brindar tendido sobre tiernos mirtos y sobre hierbas de loto, y que Eros, atado su palio al cuello con un papiro, me sirva el vino, porque la vida pasa dando vueltas como la rueda de un carro y, cuando nuestros huesos lleguen a desatarse, yaceremos convertidos en un poco de polvo.
¿De qué sirve que unjas la losa? ¿De qué, librar en vano sobre la tierra? Úngeme a mí más bien, que estoy vivo, y, llenándome la cabeza de rosas, haz que venga mi querida. Mientras no conviene que yo salga de aquí para las danzas infernales, quiero disipar los cuidados.
Oda V, a una rosa
En verso
La rosa de los amores
con Baco mezclada sea;
en rosas de lindas hojas
ornemos la cabellera.Bebamos todos alegres:
la tierna rosa es la reina
de las flores, el cuidado
de la genial primavera.Es de los dioses delicia,
y al hijo de Citerea
las rubias sienes adorna
cuando con las Gracias juega.Pues adornadme las mías
de rósea guirnalda bella,
que voy al templo de Baco
para cantar en su fiesta.En ella al son de mi lira
diré del dios las proezas,
y bailaré con la joven
que el seno más lindo tenga.
En prosa
Mezclemos con el vino la rosa, flor de los amores. Bebamos alegres, poniendo en nuestras sienes la rosa de bellas hojas. La rosa es la mejor de las flores, el cuidado de la primavera. Con rosas se deleitan los dioses; con rosas se corona el hijo de Afrodita su hermosa cabellera para danzar con las Cárites. Coronémonos, pues. ¡Oh, Baco!, cantando al son de la lira bailaré en tu templo con la moza de hondo seno, coronado con guirnaldas de rosas.
Oda VI: el convite
En verso
Bebamos del vino,
bebamos contentos,
y en róseas coronas
las sienes ornemos.De pies una joven
graciosos y tiernos,
mirad cómo danza
al son de su plectro.Del tirso que trae
rizados y sueltos
los ramos de yedra
susurran al viento.Un joven la sigue
de blondo cabello,
sonando las cuerdas
en dulce punteo.Sus labios que espiran
el ámbar del cielo,
cantando derraman
divinos acentos.El rubio Cupido,
el bello Lieo,
la diosa de amores
se juntan a ellos.Que vengan, que lleguen,
que asistan contentos
en este convite,
delicia de viejos.
En prosa
Emborrachémonos alegres, poniendo en nuestras sienes guirnaldas de rosas. Una moza de pies delicados baila al son de la lira, llevando los tirsos que hacen ruido con las hiedras ensortijadas. Y juntamente un mancebo de hermosa cabellera puntea su cítara, derramando una voz penetrante y divina de sus labios, que espiran dulcemente.
El rubio Eros, con el hermoso Lieo, al lado de la graciosa Afrodita asisten contentos a este convite, delicia de los viejos.
Oda VII, a Eros
En verso
Molesto Amor me hiere
con vara de jacinto,
mandándome imperioso
que siga su camino.Yo sudo fatigado
corriendo a par del niño
por bosques y torrentes
por hondos precipicios.El corazón del pecho
a la nariz subido,
salírseme parece,
y apenas ya respiro.Entonces con sus alas,
Amor compadecido,
tocándome la frente,
«Tú amar no puedes», dijo.
En prosa
Eros importuno, dándome golpes con una varetilla de jacinto, me mandaba que corriese con él. El sudor me fatigaba al atravesar por veloces torrentes, por malezas y precipicios. El corazón me subía hasta la nariz, y me dejaba sin aliento. Entonces Eros, tocándome la frente con sus tiernas alas, me dijo: «Tú no puedes amar».
Oda VIII, sobre un sueño
En verso
Durmiendo cierta noche
alegre ya con Baco,
sobre ricos tapetes de púrpura acostado,soñé que de puntillas
veloz iba saltando
a par de unas doncellas
en delicioso canto.Viéndome unos mancebos
más beodos que Baco,
de envidia por las bellas
me dicen mil agravios.Besarlas quise, y todas
con mi sueño volaron:
quedeme solo, ¡ay, triste!
otro sueño anhelando.
En prosa
Una noche, durmiendo yo alegre con el vino sobre tapetes de púrpura, me pareció ir corriendo velozmente en las puntas de los pies, jugueteando al lado de unas doncellas. Y unos mancebos más tiernos que Baco me denostaban diciéndome improperios por aquellas hermosas. Al querer besarlas todas se me escaparon del sueño; y hallándome solo, ¡infeliz!, quería volver a dormir.
Oda IX, a una paloma
En verso
Amable palomilla,
¡ay!, ¡ay!, ¿de dónde vuelas?
¿De dónde por los aires
caminas tan ligera?¡Qué fragantes aromas
espiras y goteas!
¿Quién eres, di, quién eres,
y qué cuidados llevas?—Mandome Anacreonte
que a su Batilo fuera,
al muchacho tirano
que a todos hoy sujeta.Comprome de Dione
por una cantilena;
desde entonces le sirvo
en cosas de gran cuenta.Ora, cual ves, le llevo
a Batilo estas letras;
y ha dicho que me haría
libre cuando volviera.Mas quedaré su esclava,
aunque me diere suelta,
que vagar no me place
por montes y por selvas,ni andar de rama en rama
posándome y, hambrienta,
manteniéndome solo
de las frutillas secas.Cuando con pan ahora,
que en sus manos me muestra,
y yo se lo arrebato
mi dueño me alimenta.Y del vino que él bebe
me da también que beba
y, ya que estoy beoda,
le bailo con mil fiestas.Y le hago sombra luego
con mis alitas tiernas,
y en su lira me pone
para que en ella duerma…Todo lo sabes, vete,
pues más que la corneja
con tu pregunta, amigo,
me has hecho ser parlera.
En prosa
Amable paloma, ¿de dónde, de dónde vuelas? ¿De dónde, corriendo por los aires con tantas esencias como espiras y destilas? ¿Quién eres? ¿Y qué cuidados llevas?
—Anacreonte me mandó al muchacho, a Batilo, que es ahora el señor que a todos avasalla. Afrodita me vendió, tomando un himno pequeño, y yo sirvo a Anacreonte en cosas de importancia. Ahora, ya lo ves, llevo una carta de él, y me dijo que al instante me daría libertad; pero yo, aunque me ahorre, he de permanecer siendo su esclava. Entonces, ¿de qué me sirve andar volando por campos y montes y posarme en los árboles para comer frutas silvestres? Ahora como yo el pan de Anacreonte, arrebatándoselo de la mano; y también me da para que beba del mismo vino que él bebe. Y después de haber bebido bailo, y hago sombra con mis alas a mi dueño. Y luego me acuesto para dormir en su lira. Todo lo sabes: adiós, hombre que me has hecho más habladora que la corneja.
El pódcast de mitología griega
Oda X, a un Eros de cera
En verso
Cierto joven vendía
un lindo Amor de cera;
lo paro y le pregunto:
—¿En cuanto me lo ferias?Y en dórico responde:
—Por lo que des lo lleva,
porque sabrás, amigo,
que no trabajo en cera,»mas no lo quiero en casa,
que todo lo desea
Amor antojadizo
desde que vive en ella.Toma, pues, una dracma,
y el bello huésped venga.
Amor, o tú me enciendes,
o al fuego vas en pena.
En prosa
Cierto muchacho vendía un amor de cera; yo, presentándome a él, le dije:
—¿En cuánto quieres que compre tu obra?
Y el respondió hablando en dórico:
—Tómalo en lo que quieras, pues, para que lo entiendas, yo no trabajo en cera, sino que no quiero vivir con el amor antojadizo.
—Pues dámelo, dámelo en una dracma, que es hermoso huésped.
Eros, al punto inflámame; si no, yo te derretiré al fuego.
Oda XI, sobre su calvicie
En verso
Las muchachas me dicen:
—Viejo estás, Anacreón:
mira tu frente calva,
toma, toma el espejo.Mas yo saber no curo
si existen los cabellos,
o ya volaron todos;
lo que sé bien es esto:que cuanto más cercana
fuere la muerte al viejo,
tanto más debe darse
a deliciosos juegos.
En prosa
Las mujeres dicen:
—Anacreonte, eres viejo. Toma el espejo y mira tu frente desnuda por carecer de cabellos.
Pero yo no entiendo de si los tengo o se han caído. Entiendo de esto: que cuanto más cerca están las determinaciones del hado, más le conviene al viejo entregarse a placeres.
Oda XII, a una golondrina
En verso
Parlera golondrina,
¿qué debo hacer contigo?
¿Si cortaré tus alas?
¿Si quebraré tu pico?¿O bien como Tereo,
aquel del tiempo antiguo,
te arrancará mi enojo
la lengua por castigo?El alba aún no despunta,
y tus cansados gritos
me roban con el sueño
la imagen de Batilo.
En prosa
¿Qué quieres que te haga, qué, parlera golondrina? ¿Quieres que, tomando tus ligeras alas, te las corte o, más bien, que te arranque de raíz la lengua como aquel Tereo? ¿Por qué me quitas a Batilo de mi hermoso sueño con tus tempranos cantos?
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Oda XIII, sobre sí mismo
En verso
Quien dice que Cibeles,
tras Atis delicado
corriendo, por los montes
enloqueció gritando.Quien dice que enloquece
el que orillas de Claros
bebe el agua parlera
de Febo laureado.Pues lleno yo de vino,
y esencias respirando,
quiero enloquecer, quiero
con mi muchacha al lado.
En prosa
Unos dicen que la hermosa Cibeles enloquecía llamando por los montes al delicado Atis. Otros, biebiendo el agua parlera del laureado Apolo, cantan enloquecidos en las riberas del Claros. Pues yo, satisfecho de vino, de esencias y de placeres, quiero, quiero enloquecer.
Oda XIV, a Eros
En verso
Ya quiero amar, ya quiero.
Amor me lo mandaba,
mas no me persuadían,
¡oh, necio!, sus palabras.El arco toma al punto
con la dorada aljaba;
a combatir se apresta,
y a combatir me llama.Yo ufano, como Aquiles
vistiéndome las armas,
escudo y lanza tomo,
recibo la batalla.Dispara, y huyo el golpe:
las flechas se le acaban,
y entonce ardiendo en ira
cual flecha se dispara.Por medio de mi pecho
Amor cruel me pasa,
quitándome la vida,
dejándome sin alma.Arnés en vano llevo,
en vano tengo adarga:
¿qué temeré de fuera
si es dentro la batalla?
En prosa
Quiero, quiero amar. Eros me mandaba que amase, pero yo estaba loco y no obedecía. Tomando al punto el arco y la dorada aljaba, me llamaba a la pelea. Y yo, poniéndome loriga sobre los hombros, como Aquiles, y tomando lanza y adarga, desafiaba a Eros. Me disparó, y hui el golpe. Y como no tuviese ya flechas, se disparó a sí mismo cual un dardo: entró por medio de mi corazón, y me dejó sin vida. Ya en vano tengo adarga: ¿qué tiros temeremos de fuera, siendo la batalla dentro?
Oda XV, del vivir sin envidia
En verso
De Giges, rey del Sardio,
no quiero las riquezas:
nadie me causa invidia,
aunque un imperio tenga.Yo curo que mi barba
esté de olores llena;
yo curo en lindas rosas
ornar mi cabellera.De hoy tan solo me curo
gozando lo que pueda:
¿quién ve lo de mañana?;
¿quién sabe lo que espera?
En prosa
No me importan las cosas de Giges, rey de los sardios; jamás me molestó la envidia; nunca envidio a los tiranos. Me importa si ungir la barba con ungüentos; me importa coronar con rosas mi cabellera. Me importa lo de hoy: lo de mañana ¿quién lo sabe?
Histori(et)as de griegos y romanos


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Oda XVI, sobre sí mismo
En verso
Tú cantas de tebanos
los bélicos furores;
aquel los frigios canta;
yo canto mis prisiones.Ni naves me vencieron,
ni ejércitos de hombres,
mas, puesto en unos ojos,
un escuadrón de amores.
En prosa
Tú cantas las guerras de Tebas, y aquel, las de Frigia; pero yo, mis prisiones. Ni caballos, ni infantes, ni naves me vencieron: otro nuevo ejército fue, tirándome desde unos ojos.
Oda XVII, a un vaso de plata
En verso
Tú, que labras la plata,
fabrícame, Vulcano,
no arneses, que no pienso
mover batalla armado;pero de bella forma
harás un hondo vaso,
procurando que sea
lo más que puedas nacho.No grabes en su adorno,
no grabes ningún astro,
ni el Orión maligno,
ni el esplendente Carro.¿Qué a mí con las pléyadas,
ni menos con el tardo
Bootes? Pon racimos
de las vides colgados.Las ménades me graba
con afán vendimiando;
y para el dulce mosto
lagar proporcionado.Y en oro a mi Batilo,
y a Amor, y al lindo Baco
me grabarás, las uvas
en el lagar pisando.
En prosa
¡Oh, Hefesto, que labras la plata!, hazme no un arnés —pues ¿qué a mí con las batallas?—, sino un ancho vaso, ahondándolo cuanto se pueda. Grábame en él no estrellas, ni el Carro, ni el triste Orión —¿qué me importan las pléyades, ni la estrella Bootes?—. Grábame vides y racimos en ellas, y a las ménades vendimiando. Graba un lagar de vino y pisadores dorados a Eros, a Batilo y al hermoso Lieo.
Oda XVIII, sobre el beber
En verso
Bebe la tierra oscura,
beben de ella las plantas,
bebe el mar de los ríos,
y al mar, el sol las aguas.Al sol bebe sus luces
la cándida Diana.
¿Y si beber yo quiero,
me reñiréis, muchachas?
En prosa
Bebe la negra tierra, y de ella beben los árboles; el mar bebe de los ríos; el sol, del mar; y la luna, del sol. ¿A qué me reñís, compañeros, porque quiero beber?
Oda XIX, a una muchacha
En verso
En piedra convertida
Níobe en otro tiempo,
y en ave fue mudada
la esposa de Tereo.Yo porque me mirases
me trocara en espejo,
trocárame en vestido
que tú llevaras puesto.En agua me cambiara
para lavar tu cuerpo,
y para ungirlo todo
en oloroso ungüento.Tornárame la cinta
que ajustas a tu pecho;
volviérame la perla
que pende de tu cuello.Y fuera la sandalia
que el pie te ciñe tierno;
que por tu planta hollado
viviera yo contento.
En prosa
En otro tiempo la hija de Tántalo fue convertida en piedra en las riberas Frigias, y la hija de Pandión voló transformada en golondrina. ¡Fuera yo espejo para que siempre me mirases! ¡Convirtiérame en túnica para que siempre me llevases! Agua querría ser para lavar tu cuerpo, y ungüento, muchacha, para ungirte. ¡Oh, si me volviese la cinta de tu pecho o la perla de tu cuello o tu sandalia, para que solo me pisaras con los pies!
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Oda XX, a Batilo
En verso
De aquel árbol, Batilo,
me sentaré a la sombra.
Mira, ¡qué bello!, mira
su verde y blanda copa.El Céfiro la mece,
moviendo bulliciosas
de sus ramillos tiernos
las delicadas hojas.La fuente al pie murmura,
y al dulce amor provoca.
De tan feliz estancia,
¿quién, viéndola, no goza?
En prosa
Me sentaré a la sombra, Batilo. ¡Hermoso árbol! Mueve su blanda cabellera con los ramillos más tiernos. Una fuente corre cerca de él llevando deseos. ¿Quién, pues, al ver semejante albergue pasará de largo?
Oda XXI, sobre las riquezas
En verso
Si los hombres con oro
su vivir alargasen,
yo lo guardara entonces
con empeño incesante.«Toma —dijera— y marcha»,
si la muerte llegase.
Mas ¿en dónde la vida
compraron los mortales?En vano los suspiros,
en vano lamentarme,
siendo morir forzoso,
¿el oro qué me vale?Dadme que beba junto
con mis amigos; dadme
que a Venus sacrifique
en tálamos suaves.
En prosa
Si la abundancia del oro alargase el vivir a los hombres, yo haría por guardarlo incesantemente, para decir a la muerte, cuando viniese: «Toma y pasa de largo». Pero si el vivir no se compra en ninguna parte por los mortales, ¿por qué me aflijo en vano? Y si es inevitable el morir, ¿de qué me sirve el oro? Sea para mí el beber y, bebiendo el dulce vino, estar con mis amigos y sobre blandos tálamos hacer sacrificios a Afrodita.
Oda XXII, a un pintor
En verso
Retrata, pintor famoso,
que del arte rodia tienes
el principado, retrata,
cual yo te diga, a mi ausente.Negro el cabello, y suave
harás primer, y de suerte
que grata esencia destile,
si esto en la cera se puede.Dispón tu pincel ahora
a imitar su ebúrnea frente:
de la cabellera salga,
y toda, pintor, se muestre.No el entrecejo separes,
ni tampoco se lo cierres:
mas como en ello lo miras,
que apenas la unión se advierte.Pestañas negras, y en arco
llevar los párpados deben
y otra retrata los ojos,
si a retratarlos te atreves.Pinta unos ojos que lancen
vivas centellas ardientes,
lascivos cual los de Venus,
como los de Palas verdes.En la nariz y mejillas
mezcladas rosas y leche;
la persuasión en sus labios,
provocando a que los besen.Y en su barba delicada,
dentro del hoyito breve,
y en torno del albo cuello
las Gracias todas revuelen.Todo lo demás cubierto
de un peplo purpúreo quede;
mas deja un poco desnudo
que lo encubierto revele.Basta, basta, que la miro:
suelta, pintor, los pinceles;
no es ilusión del deseo:
la cera hablarme ya quiere.
En prosa
Ea, pintor excelente, pinta, pintor excelente, príncipe del arte rodia, pinta como yo te diga a mi muchacha ausente.
En primer lugar, píntame los cabellos negros y suaves y, en cuanto la cera lo permita, píntamelos espirando ungüento. Pinta de lleno la frente de marfil debajo de la negra cabellera. El entrecejo no me lo separes, ni los confundas; tenga el retrato negras las pestañas, como ella las tiene.
Pon luego los ojos vivos y ardientes, cerúleos como los de Atenea, gachones como los de Afrodita. Pinta la nariz y las mejillas como rosas mezcladas con leche. Pinta sus labios como persuadiendo y provocando al beso; y todas las Cárites vuelen en torno del hoyuelo de su barba, y del pulido cuello.
Todo lo demás cúbrelo con vestidos de púrpura, pero de modo que se descubra algo de las carnes, que sea la muestra del cuerpo.
Basta, que ya la miro. Cera, pronto vas a hablar.
Oda XXIII, a Eros
En verso
Las musas con guirnaldas
al Amor encadenan,
y luego a la Hermosura
atado se lo entregan.A rescatarlo viene
su madre Citerea,
mil dones ofreciendo
con tal que lo devuelvan.Mas aunque lo rediman,
cautivo Amor se queda:
que sus prisiones ama
quien sirve a la Belleza.
En prosa
Las musas, atando a Eros con guirnaldas, lo entregaron a la Hermosura, y luego Citerea, llevando el rescate, procura libertar a Eros. Pero si van a libertarlo, no se libra, sino se queda, porque aprendió a ser esclavo.
Oda XXVI, a una muchacha
En verso
No dejes mis amores
porque eres niña y bella;
no me huyas porque mires
mi cana cabellera.Advierte en las guirnaldas
con qué primor se mezcla
a la encendida rosa
la cándida azucena.
En prosa
No me huyas porque veas mi cabellera blanca, ni desdeñes mis caricias porque te acompaña la flor brillante de hermosura. Repara en las guirnaldas cómo sienta entrelazar los blancos lirios con rosas.
Oda XXVII, sobre la primavera
En verso
Mira cómo, apareciendo
alegre la primavera,
las Gracias rosas producen,
las ondas el mar serena.Mira ya nadar el ánsar,
caminar la grulla lenta,
y el sol que salió brillante,
las nubes huyendo prestas.Luce el trabajo del hombre,
creciendo la sementera;
Baco racimos corona,
la oliva su esquilmo ostenta;y en las nacientes hojillas,
y en los tallos que las llevan,
con dulce amor apegado
florido el fruto se muestra.
En prosa
Mira cómo, apareciendo la primavera, las Cárites producen rosas. Mira cómo la ola del mar se sosiega con la calma; mira cómo nada el ánsar; mira cómo camina la grulla.
Titán salió despejado, arrumbadas las sombrías nubes. Los trabajos de los hombres aparecen; la tierra muestra sus sembrados, y el fruto de la oliva brota. Todo fruto florece apegado a las hojas y a los ramos.
Oda XXVIII, sobre sí mismo
En verso
Más bebo que los mozos,
aunque me veis tan viejo;
como a bailar me ponga,
el odre nunca suelto.La caña no me sirve,
la caña no la quiero:
aquel que busque riñas
que salga y reñiremos.Un vaso a mí, muchacho,
del vino tinto añejo:
lo mezclarás con agua,
color de miel lo bebo.Voy a bailar, amigos,
aunque me veis tan viejo,
y en medio de los coros
remedaré a Sileno.
En prosa
Yo soy viejo, pero bebo más que los mozos; y si me pongo a bailar llevo por cetro una bota: no tengo otro bastón. El que quiera reñir, sálgase y riña. Tú, muchacho, tráeme la taza, mezclando dulce vino de color de miel. Yo soy viejo, pero bailaré en medio de todos, remedando a Sileno.
Oda XXIX, sobre el beber
En verso
Si bebo dulce vino,
mi corazón se enciende,
a las musas invoco
y canto alegremente.Si bebo dulce vino,
cuidados no parecen,
y el seso doy al viento
que los mares revuelve.Si bebo dulce vino,
jugando Baco viene,
de mi beodez se alegra
y entre flores me vuelve.Si bebo dulce vino,
guirnaldas entretejen
mis manos y, cantando
la paz, ornó mis sienes.Si bebo dulce vino,
ungido en suave aceite
abrazo a mi querida,
cantándole a Citeres.Si bebo dulce vino
que en hondos vasos hierve,
ensánchase mi alma,
y al baile asisto alegre.Si bebo dulce vino,
ese interés me mueve:
gócelo yo bebiendo,
que al fin la muerte viene.
En prosa
Cuando bebo vino, enardecido entonces mi corazón empieza a cantar a las musas.
Cuando bebo vino, los cuidados y los pensamientos graves son arrojados a los vientos azotadores del mar.
Cuando bebo vino, entonces el juguetón Baco, divirtiéndose con mi beodez, me agita entre muchas flores de primavera.
Cuando bebo vino, haciendo guirnaldas de flores y poniéndolas en la cabeza, canto la serenidad de la vida.
Cuando bebo vino, ungiendo mi cuerpo con oloroso ungüento y teniendo en los brazos a mi muchacha, canto a Afrodita.
Cuando bebo vino en hondas copas, ensanchando mi alma, me huelgo en el baile de los mancebos.
Cuando bebo vino, esta es entonces mi sola ganancia, pues la sacaré tomándola, porque después de todo hay que morir.
El pódcast de mitología griega
Oda XXX, sobre Eros y una abeja
En verso
Amor entre las rosas
no advierte que escondida
una abejilla estaba,
y en el dedo le pica.Restrégase las manos
y del dolor suspira,
y corre presto y vuela
para la hermosa Cipria.«Perdido soy», le dice,
«yo muero, madre mía:
hiriome crudamente
alada sierpecilla;esa que abeja nombran
los que el campo cultivan».
Entonces Citerea
al hijo así replica:«Amor, si tal te pone
picando una abejilla,
¿cuál se pondrán aquellos
a quienes dardos tiras?».
En prosa
En cierta ocasión, Eros no vio una abeja que estaba acostada en las rosas, y ella le picó el dedo.
Restregándose las manos, sollozó y, corriendo y volando hacia la hermosa Citerea, «Estoy perdido, madre», decía, «estoy perdido: ¡yo fallezco! Una sierpecilla con alas, a la que llaman los labradores abeja, me ha picado».
Mas Citerea le dijo: «Si el aguijón de la abeja te molesta, Eros, ¿cuánto te parece que sufrirán aquellos a quienes tú tiras?».
Oda XXXI, en un convite
En verso
Bebamos del vino,
bebamos contentos,
cantando beodos
un himno a Lieo.Inventor de danzas,
amigo de versos,
de Venus querido,
de Amor compañero.La beodez de él solo,
las Gracias nacieron:
afanes disipa
y aduerme los duelos.Bebed; los cuidados
afuera lancemos:
¿qué lucro nos viene
de penar con ellos?Decid: lo futuro,
¿por dónde saberlo?
A tristes mortales
vivir es incierto.Ponerme beodo
y ungirme deseo;
jugar con las bellas,
danzar solo quiero.Quien duros cuidados
acoja en su pecho,
que lleve lo grave,
que guste lo acerbo.Nosotros bebamos
del vino contentos,
cantando beodos
un himno a Lieo.
En prosa
Bebamos vino alegres y cantemos a Baco: al inventor de la danza, al amigo de las cantilenas, al compañero de Eros, al querido de Citerea, del cual nace la beodez y nace también la gracia, por el cual se disipa la pena y se adormece la tristeza.
Bebamos, pues, y echemos fuera los cuidados: ¿de ser atormentado con pesares qué ganancia te viene? ¿Por dónde sabremos lo que ha de suceder? La vida es incierta para los mortales. Yo quiero bailar beodo y jugar ungido de ungüentos con las bellas muchachas. Afánese quien quiera con todo lo que hay en los cuidados.
Bebamos vino alegres y cantemos a Baco.
Oda XXXII, sobre sí mismo
En verso
La danza me gusta
del alegre Baco,
y cuando en convites
de donceles canto.Pero más gozoso
con doncellas bailo,
de bello jacinto
las sienes ornando.La invidia en mi pecho
jamás se ha cebado;
de lenguas malignas
evito los dardos.Vinosas peleas,
la paz ahuyentando
de amables banquetes,
me causan enfado.Con tiernas doncellas
allí juego y danzo:
tranquilos gocemos,
tranquilos vivamos.
En prosa
Deseo las danzas del juguetón Baco, y gusto de cantar con lira en convite de donceles; mas cantar con doncellas, coronando mis sienes con guirnaldas de jacintos, es lo que me gusta sobre todo.
Mi corazón no conoció la envidia: no conoció la envidia mordaz. Huyo el sutil dardo de una lengua maldiciente. Aborrezco las riñas vinosas en los bulliciosos banquetes cuando estoy bailando al son de la lira con tiernas muchachas. Pasemos la vida tranquila.
Oda XXXIII, a la cigarra
En verso
Cigarra, feliz eres
sobre las tiernas ramas
bebiendo de rocío
una gotilla escasa.Desde allí, como reina,
sonoramente cantas;
cuanto miras es tuyo
por selvas y campañas;tú del colono amiga,
que daño a nadie causas;
por nuncio del verano
los mortales te acatan;a ti quieren las musas,
y el mismo Febo ama;
te dio la voz sonora
que los bosques encanta.Vejez no te consume;
dulce, impasible, sabia,
terrígena, sin sangre,
a los dioses te igualas.
En prosa
Dichoso te decimos, cigarrón, cuando en las puntas de los árboles, bebiendo un poco de rocío, cantas como un rey, porque es tuyo todo cuanto miras en los campos y cuanto encierra la selva. Eres amigo de los labradores, y a ninguno haces daño. Eres caro a los mortales, siendo dulce nuncio del estío. Las musas te aman; el mismo Febo te ama, y él te dio el agudo canto. No te aflige la vejez: eres sabio, hijo de la tierra, amigo del canto, impasible, sin sangre, y casi semejante a los dioses.
Oda XXXIV, sobre un sueño
En verso
Soñé que iba corriendo
con alas en los hombros,
y un Amor me seguía
puesto en sus pies un plomo;alcanzome ligero,
me sujetó brioso.
¿Este sueño qué dice?
Con él estoy absorto.Dice que yo enredado
ya en este amor, ya en otro,
de todos me vi suelto,
prendiéndome aquel solo.
En prosa
Me parecía en sueños que daba vueltas, llevando alas en los hombros, y que Eros, teniendo en sus hermosos piececitos un plomo, me perseguía y alcanzaba. ¿Qué quiere decir este sueño?
Creo que esto: que, enredado yo en muchos amores, me soltaba de los demás y me sujetaba este solo.
Histori(et)as de griegos y romanos


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Oda XXXV, las armas de Eros
En verso
El marido de Citeres
allá en sus fraguas de Lemnos
las flechas de los Amores
labraba del duro hierro.Venus mojaba las puntas
en dulce miel, pero luego
Amor maligno mezclaba
toda su hiel y veneno.Llegó de la guerra Marte,
la enorme lanza blandiendo,
y miró los leves dardos
del Amor con menosprecio.«Toma un dardo» dijo el niño:
«tómalo y verás su peso».
Con desdén lo coge Marte;
mira y sonríese Venus.Dando un profundo suspiro,
«Pesa», clamó el dios guerrero:
«tómalo». Y Amor repuso:
«No, Marte, no pesa: tenlo».
En prosa
El marido de Citerea, tomando el hierro, labraba las flechas de los amores en las fraguas de Lemnos. Afrodita luego, tomando dulce miel, untaba con ella las puntas, pero Eros le mezclaba hiel. Ares venía de la guerra blandiendo su gruesa lanza, y despreciaba las armas de Eros. Y Eros le dijo: «Mis armas son pesadas: prueba, y lo sabrás». Ares tomó un dardo, y Afrodita se sonreía. Ares, suspirando profundamente, dijo: «Pesado es: tómalo»; mas Eros respondió: «Tenlo tú».
Oda XXXVI, sobre el amor
En verso
El amar es muy molesto;
el no amar es dura cosa;
amar y no ser querido
es la más dura de todas.Ya en el amor no se miran
las costumbres; nada importan
ni la ciencia ni el linaje:
todo el dinero lo arrolla.Perezca aquel que primero
buscó la plata ominosa:
por la plata no hay hermanos,
y hasta los padres estorban.De ella vinieron las guerras
y las muertes desastrosas,
y, lo peor, los amantes
morimos por ella sola.
En prosa
Duro es no amar; duro es también amar; pero lo más duro de todo es, amando, no conseguir ser amado.
De nada sirve para el amor el linaje; la sabiduría y las costumbres son holladas: a la plata solo se atiende. ¡Perezca el primero que la quiso! Por ella no hay hermanos ni parientes: las guerras, las muertes nacen de ella.
Mas lo peor es que los amantes perecemos también por su causa.
Oda XXXVII, a un viejo
En verso
Gusta bailando el joven;
gusta bailando el viejo:
que es joven en su alma,
si viejo en el cabello.
En prosa
Amo al viejo alegre y amo al joven bailador: porque, cuando el viejo baila, tiene los cabellos de viejo, mas el corazón, de joven.
Oda XXXVIII, sobre los enamorados
En verso
Señálase con fuego
el anca a los caballos;
también por las tiaras
se distinguen los partos.Y yo conozco al punto
a los enamorados
por cierta señalita
que en el pecho les hallo.
En prosa
Los caballos tienen una señal de fuego en las ancas, y todos conocen a los partos en las tiaras; pero yo, al punto que veo a los amantes, los conozco, porque tienen cierta sutil señal dentro del alma.
Oda XXXIX
En verso
Lábrame ya, platero,
la copa del verano;
y antes que todo en ella
pondrás al roseo Mayo.Y luego has de imitarme
el néctar delicado,
con el mayor esmero
la plata cincelando.Pero no junto al vino
me grabes los extraños
misterios, ni del mundo
ningún terrible caso.Grábame a Baco, el hijo
de Jove soberano,
y a la diosa de amores
himeneos fraguando.Bajo un parral frondoso,
de racimos cargado,
pon Gracias y Amorcillos
sin flechas y sin arco.Y grábame una turba
de jóvenes gallardos,
y en medio de ellos Febo
diviértase jugando.
En prosa
Artífice excelente, lábrame ya la copa del verano, y en primer lugar pon la estación que lleva rosas, delicias mías. Adelgazando la plata, pon también la bebida que me agrada, y no me pongas junto al vino nada de los misterios extranjeros, ninguna historia terrible. Grábame más bien a Baco, hijo de Zeus, y a Afrodita, iniciadora de los amores, fraguando himeneos. Graba a Eros desarmados, y Cárites risueñas bajo una vid frondosa de sarmientos extendidos y llena de racimos. Pon un corro de mancebos gallardos y a Febo jugueteando con ellos.
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Oda XL, sobre sí mismo
En verso
Al nacer, de la vida
me puse en el sendero;
ya sé lo caminado,
cuanto he de andar no acierto.Nada tenéis conmigo:
marchad, cuidados, lejos;
antes que el hado llegue,
vivir tan solo quiero.Vivir entre las danzas,
y entre risas y juegos,
y siempre acompañado
del hermoso Lieo.
En prosa
Desde que nací mortal camino por el sendero de la vida, sé el tiempo que he caminado, mas ignoro el que me resta por andar. Dejadme, cuidados, nada tengo con vosotros. Antes que la muerte me prevenga, jugaré, reiré y danzaré con el hermoso Lieo.
Oda XLI, sobre sí mismo
En verso
Cuando bebo vino
se aduermen las penas.
Fatigas, afanes,
cuidados, afuera.¿A qué de la vida
vagar en la senda?
Morir me conviene,
por más que no quiera.Bebamos el vino
que Baco presenta:
bebiendo con Baco
se aduermen las penas.
En prosa
Cuando bebo vino se aduermen las penas. ¿Y a mí por dónde el trabajo, el llanto y el cuidado? Yo he de morir aunque no quiera. ¿Para qué vagar en la vida? Bebamos, pues, el vino del hermoso Baco, con el cual, si lo bebemos, se adormecen los cuidados.
Oda XLII, sobre sí mismo
En verso
Cuidados me abandonan,
si viene a mí Lieo;
ser Creso me figuro,
cantar alegre quiero.De yedra coronado,
¡qué ufano me presento
pisando cuanto miro
con ánimo soberbio!Muchacho, da la copa;
otro se arme: yo bebo,
que vale más caerse
beodo que no muerto.
En prosa
Cuando Baco entra en mí, se disipan los cuidados. Pareciéndome tener las riquezas de Creso, me viene deseo de cantar alegremente: corono de hiedra mis sienes, y todo lo piso con altanería. ¡Ármense, que yo bebo! Muchacho, dame la copa, porque es mucho mejor tenderme beodo que no muerto.
Oda XLIII, a Dioniso
En verso
Bailes me enseña Baco,
el divinal Lieo,
si entre copas de vino
se introduce en mi pecho.¡Cuál amo estar beodo!
Me halaga entonces Venus
entre algazara y cantos,
y al baile torno luego.
En prosa
El hijo de Zeus, Baco, el desatador del ánimo, Lieo, cuando entra en mis entrañas dándome la embriaguez, me enseña a bailar. Y yo tengo por una gloria el ser amador de la beodez. Y Afrodita me deleita entre la algazara y el canto, y otra vez quiero bailar.
Oda XLIV
En verso
Píntame cual yo te diga,
píntame al caro Batilo.De su hermosa cabellera
deslumbre a todos el brillo:
por dentro oscuro el cabello,
rubio en las puntas lo pido.Y ordenándolo de modo
que anilles los sueltos rizos,
déjalos que se derramen
por el cuello alabastrino.Coronen su tierna frente
llena de blando rocío
unas cejas más azules
que los dragones marinos.Negros y ardientes los ojos,
mas el mirar encendido
deje traslucir en ellos
algo apacible y tranquilo.Tengan la furia de Marte,
de Venus el atractivo;
tema cualquier, mas espere
de su mirar seducido.En sus rosadas mejillas
que despunte un vello fino,
al de la fruta sabrosa
de albérchigos parecido.Y que asomado al semblante
se muestre el pudor sencillo.
¿He de decirte sus labios…?
Pintor, no alcanzo a decirlos.Píntalos dulces y lleven
a la Persuasión consigo:
en fin la callada cera
que pongas hablando pido.Píntame después del rostro
el albo cuello, tan lindo
como el de Adonis, regalo
de la alma diosa de Cipro.Como el del muelle Lieo
harás el vientre a Batilo;
pecho y manos de Mercurio,
muslos de Pólux divino.Píntalos blandos, fogosos,
y en el conveniente sitio
la pubertad anhelante
por las delicias de Gnido.¡Mal haya tu arte invidiosa!
No puede, pintor amigo,
mostrarme la bella espalda,
que es lo mejor de Batilo.¿Pues ya para qué decirte
quiero sus pies? No prosigo.
Recibe por el trabajo,
recibe el precio pedido.Hazme a Batilo teniendo
por modelo este Apolito;
mas cuando a Samos te vayas
un Febo harás por Batilo.
En prosa
Píntame al caro Batilo así como yo te enseñe. Haz los cabellos brillantes, negros por dentro y rubios por las extremidades. Juntando sin orden los sueltos anillos de los rizos, déjalos que caigan a su amor.
Y que una ceja más azulada que los dragones corone su blanda y rociada frente; que los ojos sean negros y terribles, mezclados con la serenidad: que tengan lo terrible de Ares y lo apacible de la hermosa Afrodita, de modo que cualquiera ora les tema, ora cuelgue de la esperanza.
Haz la rosada mejilla vellosa como el albérchigo. Haz de manera que pueda asomarse el color rojo, signo del pudor. No sé ya de qué manera me harás los labios… suaves llenos de la Persuasión; en suma, que la misma cera parezca hablar callando.
Esté con el semblante el cuello de marfil, que sobrepuje al de Adonis. Haz el pecho y ambas manos de Hermes; los muslos, como los de Pólux; y el vientre, como el de Baco. Pon encima de los hermosos muslos, los muslos que broten fuego, la pubertad anhelosa ya por Afrodita.
Profesas un arte envidioso, porque no puede manifestar la espalda, que es lo mejor. ¿Para qué te he de decir los pies? Toma el precio que pidas. Descolgando aquel Apolo, haz a Batilo; pero si fueses alguna vez a Samos, pinta un Febo por Batilo.
Oda XLV, sobre sí mismo
En verso
Déjame que beba
por los altos dioses:
quiero, de un beodo,
quiero los furores.Furiosos Orestes
y Alcmeón se ponen,
de sus tristes madres
ambos matadores.Yo, que a nadie he muerto
ni ahora ni entonces,
del rosado vino
busco los furores.Alcides furioso
se muestra si oye
del arco Ifiteo
y aljaba los sones;y Áyax se enfurece
como de Héctor tome
la espada terrible
y su escudo enorme.Armas no: guirnaldas
y copa disponme;
quiero, de un beodo,
quiero los furores.
En prosa
Déjame beber por los dioses: quiero beber sin descansar, quiero enfurecerme. Se enfurecían Alcmeón y Orestes el de los blancos pies, ambos matadores de sus madres.
Pero yo, que a nadie he matado, quiero, quiero enfurecerme bebiendo el rojo vino. También Heracles se enfurecía agitando la terrible aljaba y el arco Ifiteo; y Áyax se enfurecía vibrando la espada de Héctor. Mas yo, sin arco ni espada, teniendo la copa en la mano y esta corona en la cabeza, quiero, quiero enfurecerme.
Oda XLVI, sobre el rapto de Europa
En verso
El toro que miras,
muchacho, llevar
la ninfa sidonia
es la gran deidad.¿El ponto anchuroso
no lo ves pasar
con sus pies echando
las ondas atrás?¿Algún toro, dime,
fuera de este habrá
que deje el rebaño
y nade en el mar?
En prosa
Este toro, muchacho, me parece que es el mismo Zeus, porque lleva sobre su espalda una mujer sidonia. Pasa el ancho ponto, corta las olas con sus patas y ningún otro toro, escapándose del rebaño, navegaría por el mar, a no ser aquel solamente.
Oda XLVII, sobre vivir sin preocupaciones
En verso
Déjame ya de argumentos
y de retóricas leyes:
¿a qué, si nada me sirven,
tan altos discursos vienen?Más bien cómo el suave néctar
del dulce Baco se bebe;
más bien con la rubia Venus
quiero que a jugar me enseñes;pues ya mi cabeza cubren
cabellos como la nieve,
dame agua, y échale vino,
muchacho: mi alma adormece.Muy corto tiempo me queda
para llegar a la muerte:
me llevarás a la tumba,
y el muerto nada apetece.
En prosa
¿Para qué me enseñas las reglas y los argumentos de los retóricos? ¿De qué me sirven tan pomposos discursos que nada aprovechan? Enséñame más bien a beber el precioso licor de Lieo; enséñame más bien a jugar al lado de la rubia Afrodita.
Las canas cubren ya mi cabeza. Muchacho, dame agua, derrama en ella el vino que adormece el alma. En breve me enterrarás muerto, y el muerto no desea.
Oda XLVIII, sobre Dioniso
En verso
El dios que en los trabajos
alienta al fuerte joven,
al bailador gracioso,
intrépido en amores;el dios de los misterios
desciende ya a los hombres,
trayendo dulce néctar,
que el ánimo alboroce.Al hijo de las vides
la racimosa prole
envuelve que guardada
sarmiento hojoso esconde.Y cuando el hora llegue
de los vendimiadores,
será cualquiera sano
que los racimos corte.Sano en el cuerpo bello,
sano en el alma noble,
hasta que el nuevo otoño
vuelva sanando al orbe.
En prosa
El dios que hace al joven incansable en los trabajos, intrépido en los amores, hermoso danzador en los convites, desciende trayendo a los hombres el licor suave, la alegre bebida, el hijo de la vid, el vino; y lo guarda en los sarmientos, envuelto en los frutos de otoño, para que, cuando corten el racimo, todos queden sanos; sanos en el admirable cuerpo, sanos en el apacible ánimo, hasta que aparezca otro año.
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Oda XLIX, sobre un disco que representaba a Afrodita en el mar desnuda
En verso
Decid: ¿quién ha grabado
con arte encantadora
en este disco el ponto
y las marinas olas?¿Cuál genio, alzando el vuelo
do las deidades moran
grabó en el mar a Cipria,
de quien proceden todas?Él púsola desnuda:
cuanto el pudor estorba
mirar, lo velan solo
las trasparentes ondas.Nadando va por ellas:
como flotantes ovas,
que por serenas aguas
la superficie cortan;tal lleva su albo cuerpo
la dulce nadadora,
y el ímpetu marino
que se le opone arrolla.Después que por encima
de sus pechos de rosa,
erguido el lindo cuello,
rompió las grandes olas.Y luego en mar tranquilo
por el sulco que forma,
cual lirio la miramos
envuelto con violas.Delfines saltadores
llevan risueña tropa
de amores y deseos
en argentadas conchas.Amores y deseos
que todo lo trastornan,
haciendo de los hombres
las almas engañosas.El coro de los peces
zabúllese en las ondas,
para que alegre nade
jugando con la diosa.
En prosa
¿Quién, pues, ha grabado el ponto? ¿Qué arte atrevida ha puesto en el disco las olas sobre las espaldas del mar? ¿Quién, elevando su mente hasta los dioses, ha puesto en el mar a la hermosa Afrodita, principio de la naturaleza de los bienaventurados? El cual la mostró desnuda; las olas solamente cubren lo que no es decente mirar.
Vagando por ellas como el delicado musgo sobrenada en la blanda y serena superficie; llevando su cuerpo a nado arrolla delante de sí el ímpetu marino. Y por encima de sus rosados pechos y por debajo de su hermoso cuello corta primero las olas grandes. Y por encima del sulco aparece Cipria serena como lirio mezclado con violetas.
Sobre la plata son llevados por delfines saltadores el amor y el deseo, que hacen engañosos los ánimos de los hombres: el amor y el deseo riéndose. El coro de gibosos peces se zabulle en las ondas, y juega con el cuerpo de Afrodita para que nade placentera.
Oda L: el himno del lagar
En verso
Con cestos al hombro
de negros racimos
van mozos, y llevan
doncellas consigo.Y luego en lagares
los vuelcan, y listos
pisando los hombres
desatan el vino:al dios invocando
con báquicos gritos,
alegres entonan
lagáricos himnos:mirando en las cubas
el mosto cogido,
el néctar amable
que hierve continuo.Temblón danza el viejo
cuando lo ha bebido,
los cabellos canos
al aire esparcidos.Mas joven amante
beodo del vino
la virgen acecha
con tierno delirio.Si puesta en las hojas
del bosque sombrío
la mira que al sueño
su cuerpo ha rendido,a dulces amores
la llama improviso;
y olvide las bodas
cediendo al cariño.Si no sus palabras,
la vencen sus bríos.
Con jóvenes Baco
tal juega festivo.
En prosa
Los hombres al lado de las doncellas llevan sobre sus hombros en canastas negros racimos y, echándolos en el lagar, ellos solos pisan la uva, desatando el vino, invocando a gritos al dios con los himnos del lagar, mirando hervir en las tinajas al amable y nuevo Baco, el cual, si el viejo bebe, baila con pies temblones sacudiendo sus canas.
Mas el amable mancebo, cuando se embriaga, acechando a la virgen que se oculta reclinando su hermoso cuerpo sobre las hojas de la umbría, oprimida del sueño, la llama intempestivamente al amor, para que haga traición a las bodas; y si ve que sus palabras no la persuaden, entonces la oprime con la fuerza, porque Baco juega desordenadamente entre jóvenes beodos.
El pódcast de mitología griega
Oda LI, a una rosa
En verso
Con la primavera
que adornan guirnaldas,
cantemos la rosa,
cantemos, muchacha.La rosa que ofrece
a dioses el ámbar,
al hombre delicia,
y ornato a las Gracias.De amor y de flores
la estación llegada,
a Venus recrea
la rosa galana.Asunto es la rosa
de todo el que canta,
porque es de las musas
la flor más amada.Es dulce entre espinas
probar a cortarla;
más dulce en las manos
olerla cortada.De fiestas, convites
y báquicas danzas
la luz es la vida;
las rosas, el alma.¿Sin rosas qué hubiera?
¿Rosados no llaman
los brazos de ninfas
los dedos del Alba?Y aquellos que sabios
pregona la fama
al cuerpo de Venus
rosado proclaman.De cualquier dolencia
la rosa nos sana;
su aroma en la tumba
nuestros restos guarda.Al tiempo la rosa
detiene y contrasta;
vejez no le quita
de joven fragancia.Direte su origen.
En la espuma blanca
del mar cuando Cipria
nació rociada;cuando del celebro
Júpiter sacaba
la diosa guerrera
la terrible Palas;entonces produjo
la primera planta
del rosal divino
la tierra emulada.Y porque naciera
la rosa derraman
su néctar los dioses,
y en néctar lo bañan:y entre las espinas
salió con jactancia
la flor de Lieo,
la rosa preciada.
En prosa
Con el verano florido celebremos la tierna rosa: juntos, querida, conviene celebrarlos, porque la rosa es el ámbar de los dioses y la delicia de los hombres; ornamento de las Cárites en la estación de los floridos amores y entretenimiento de Afrodita.
La rosa es asunto para los cantos y la planta graciosa de las musas. Dulce es al que hace experiencia por ella en caminos espinosos; y dulce al que cogiéndola la fomenta en sus manos, y al que acerca a la nariz suavemente la flor del amor.
Lo mismo que la luz es la rosa el deleite en los convites, en las mesas y fiestas de Baco. ¿Qué hay sin la rosa? La Aurora tiene los dedos de rosa; las ninfas, los brazos de rosa; y Afrodita es llamada por los sabios «la de rosado cuerpo».
La rosa quita las enfermedades, conserva los muertos y contrarresta al tiempo, porque la vejez de las rosas guarda el gracioso olor de su juventud.
Pero vaya, hablemos de su origen. Cuando el ponto produjo en la espuma de sus cerúleas ondas a la rocada Afrodita, cuando Zeus sacó de su cerebro a la guerrera Atenea, diosa temible en el Olimpo, entonces la tierra produjo la nueva planta de las admirables rosas, parto delicadísimo. Y la turba de los felices dioses bañándola en néctar para que naciera la rosa hizo nacer orgullosa de la espina la flor inmortal de Baco.
Oda LII, sobre sí mismo
En verso
Cuando un corro alegre
de jóvenes veo,
juveniles bríos
al punto renuevo.Entonces, entonces,
al baile, aunque viejo,
del corro festivo
solícito vuelo.Aguarda, Cibeles:
coronarme quiero;
da flores: la cana
vejez vaya lejos.Con jóvenes joven
bailaré contento,
mas antes el néctar
me den de Lieo.Veranme, ¡qué firme!,
si canto, si bebo:
verán la graciosa
locura de un viejo.
En prosa
Cuando miro un corro de mancebos me rejuvenezco. Entonces, entonces, aunque soy viejo, vuelo al baile. Aguárdame, Cibeles; trae, que quiero coronarme. ¡Lejos la cana vejez!
Como joven bailaré con los mancebos. Que me traigan el licor del fruto de Baco, y verán la fortaleza de un viejo elocuente en sus palabras, maestro en la bebida y que enloquece con gracia.
Oda LIII, sobre sí mismo
En verso
¡Ay!, ¡cómo se emblanquecen
mis sienes y cabeza!
¡Y cómo presurosa
la juventud se aleja!¡Ya de la dulce vida
qué poco tiempo queda!
¡Ay!, ¡cómo el alma gime,
que del Averno tiembla!Terrible es la morada
del Tártaro secreta,
de espinas el camino
sembrado que a él nos lleva.Pero si nadie sube
de allá, como descienda;
gocemos de la vida,
mientras gozar se pueda.
En prosa
Ya las sienes me blanquean, y la cabeza se encanece; ni existe la graciosa juventud, y los dientes envejecen. Ya no me queda mucho tiempo de la dulce vida. Por ello gimo con frecuencia, temeroso del Tártaro, porque la mansión del infierno es terrible, y el camino para él, difícil; y el que baja tenga por seguro no subir.
Histori(et)as de griegos y romanos


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Oda LIV, a una potranca
En verso
Yegüita de Tracia,
¡qué torvos me miran
tus ojos ardientes!
¡Cuán fiera me esquivas!Que yo no cabalgo
quizás imaginas.
Pues, guarda, que el freno
te pondré, yegüita.Y luego, en mis manos
las riendas recogidas,
verás en el circo
cual corres y giras.No que ora paciendo
retozas y brincas,
sin diestro jinete
que el lomo te oprima.
En prosa
Potranca de Tracia, ¿por qué huyes de mi lado, mirándome torvamente con los ojos? ¿Piensas que yo no soy inteligente? Sábete que si yo bonitamente te pongo el freno, teniendo las riendas, te haré dar vueltas alrededor del término de la carrera.
Mas ahora paces por los prados, retozando con brinquitos, porque no tienes un diestro jinete que te monte.
Oda LV, a un muchacho
En verso
Muchacho, dame agua;
muchacho, dame vino;
róseas guirnaldas trae,
que a coronarme aspiro.Muchacho, presto llega,
que lucha Amor conmigo,
y en la amorosa lucha
me lleva ya vencido.
En prosa
Dame agua, muchacho, dame vino, dame coronas de flores. Tráelas para no luchar con el amor.
Oda LVI, a un muchacho
En verso
Miras, muchacho,
como doncella;
sígote y nunca
oyes mis quejas.¡Ay!, que no sabes,
¡ay!, que no aciertas
cómo del alma
tienes las riendas.
En prosa
¡Oh, muchacho, que miras virginalmente!, yo te busco; mas tú no me oyes, no sabiendo que tienes las riendas de mi corazón.
Oda LVII
En verso
Por mí habla, donoso,
pudiérasme amar;
si canto gracioso,
gracioso sé hablar.
En prosa
Por mis palabras debieran amarme los muchachos, porque, si canto graciosamente, sé también hablar con gracia.
Noticias de Anacreonte
Transcripción (casi) literal de las Noticias de Anacreonte incluidas en el volumen original. El escaneado está disponible p. ej. aquí.
Anacreonte, natural de Teos o Teyos, ciudad de Jonia, nación por los años 562 a. C. en la olimpiada 62; Homero le había precedido 368 años. De la ciudad de Abdera en Tracia, donde se habían refugiado los teyanos huyendo de los persas que invadieron Jonia, pasó Anacreonte a Samos, y allí vivió con Polícrates, tirano de aquella isla, hasta la desgraciada muerte de este príncipe.
Se trasladó de Samos a Atenas llamado por Hiparco, hijo de Pisístrato, que envió para conducirlo una nave suya de cincuenta remos. A Hiparco, amante de las letras, que agasajaba y atraía a los hombres de conocido mérito, debió muchas honras Anacreonte, y habría permanecido en Atenas si la famosa conjuración de Harmodio y Aristogitón no le hubiese privado de su protector. Faltándole este, se volvió a su patria, donde vivió hasta la edad de 85 años.
Valerio Máximo cuenta que estaba chupando pasas y quedó ahogado con un grano que se le pegó tenazmente a las fauces. Sus obras, que fueron muchas, y de que solo restan las cortas reliquias que he traducid, le adquirieron grande celebridad y estimación en Grecia. Todas hubieron de ser eróticas, según el testimonio de Cicerón, y no se sabe que trabajase ningunos versos en honor de sus protectores.
Los atenienses conservaron su memoria en una estatua, que —dice Pausanias— estaba en la ciudadela, no lejos de la de Pericles y próxima a la de Jantipo, y lo representaba en ademán de un beodo cantando.