A continuación tienes la Teogonía de Hesíodo en la traducción (¿1908-1909?) de Luis Segalá y Estalella (1873-1938). Edición para AcademiaLatin.com por Francisco Javier Álvarez Comesaña (más información).
Invocación a las musas
(1) Empecemos a cantar invocando a las musas helicónides, que habitan el grande sacro monte Helicón y danzan con sus tiernos pies alrededor de la violácea fuente y del ara del prepotente Cronión.
(5) Después de bañar sus delicados cuerpos en el Permeso, en la Hipocrene o en el divinal Olmío, formaban hermosos y encantadores coros en la cima del Helicón y tripudiaban ágilmente. Luego partían de allí, ocultas por copiosa niebla, y caminaban durante la noche dejando oír su voz lindísima para celebrar a Zeus, que lleva la égida; a la augusta Hera, la argiva, calzada de áureas sandalias; a la ojilúcida Atenea, hija de Zeus que lleva la égida; a Febo Apolo y a Ártemis, la que se complace en tirar flechas; a Poseidón, el que ciñe y bate la tierra; a la veneranda Temis; a Afrodita (1), la de las arqueadas cejas; a Hebe, la de corona de oro; a la bella Dione; a Leto, a Jápeto y al taimado Cronos; a la Aurora, al vasto Sol y a la resplandeciente Luna; a la Tierra, al dilatado Océano, a la negra Noche y a la sagrada familia de los demás inmortales sempiternos dioses.
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(22) Ellas son las que enseñaron a Hesíodo un hermoso canto, mientras apacentaba corderos al pie del sacro Helicón. Y las mismas diosas, las musas olímpicas, hijas de Zeus que lleva la égida, habláronme por primera vez con estas palabras:
(26) «¡Rústicos pastores, hombres sin dignidad, vientres tan solo! Sabemos forjar muchas mentiras que parecen verdades y también sabemos decir la verdad cuando nos place».
(29) Así hablaron las veraces hijas del gran Zeus. Cogieron entonces un hermoso ramo de verde laurel y me lo entregaron como cetro, inspirándome una voz divina para cantar lo futuro y lo pasado. Mandáronme asimismo que celebrara el linaje de los felices sempiternos dioses y que a ellas las invocase al principio y al fin de los cantos. Mas ¿qué puede importarme lo relativo a la encina o a la roca? (2).
(36) Principiemos por las musas que, cantando en el Olimpo, deleitan el gran ánimo del padre Zeus al celebrar con sus voces concertadas lo presente, lo futuro y lo pasado. De su boca mana una voz dulce e infatigable y, al difundirse el suave canto de las deidades, sonríe el alcázar de Zeus tonante y resuenan las cumbres del nevoso Olimpo y los palacios de los inmortales. Emitiendo su voz divina, comienzan por cantar el origen de las venerandas deidades que la Tierra y el anchuroso Cielo engendraron y los dioses, dadores de los bienes, que de las mismas nacieron. Después celebran a Zeus, padre de los dioses y de los hombres; y, empezando y terminando otro canto, refieren cuán excelente es aquel entre los dioses y cómo los aventaja a todos por su poder. Luego ensalzan la raza de los hombres y la de los fuertes gigantes. Así deleitan el ánimo de Zeus, en el Olimpo, las musas olímpicas, hijas de Zeus que lleva la égida; a las cuales Mnemósine, la que impera en los campos de Eleuter, habiéndose unido con el Cronida, dio a luz en la Pieria para olvido de los males y solaz de las inquietudes. Nueve noches subió el próvido Zeus el sagrado lecho y se juntó con Mnemósine, lejos de los inmortales; y al cabo de un año, a la vuelta de la misma estación, pasados los meses y transcurridos muchos días, parió la diosa nueve doncellas de iguales sentimientos, cuya ocupación es el canto y en cuyo pecho el ánimo está libre de cuidados, cerca de la más alta cumbre del nevoso Olimpo. (Allí es donde aquellas forman ahora espléndidos coros y tienen magníficos palacios). Acompáñanlas en los banquetes las cárites y el Deseo; y, emitiendo su boca una voz agradable, celebran con sones deliciosos las leyes de todo lo existente y las costumbres venerandas de los inmortales.
(68) Orgullosas de su pulcra voz y de sus divinas canciones, encaminábanse entonces al Olimpo; la oscura tierra retumbaba con el canto, y un agradable ruido se alzaba de los pies de las deidades que iban a reunirse con su padre, el cual impera en el cielo y dispone del trueno y del ardiente rayo desde que con su poder venció a Cronos, que lo había engendrado. Él fue quien puso en buen orden las cosas de los inmortales y les distribuyó los honores.
(75) Esto, pues, cantaban las musas, que poseen olímpicos palacios, las nueve hijas engendradas por el gran Zeus: Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Érato, Polimnia, Urania y Calíope (3), la más noble de todas por ser la que acompaña a los venerables reyes. Cuando las hijas del gran Zeus quieren honrar a alguno de los soberanos, alumnos de Zeus, en el cual han puesto los ojos desde que naciera, derraman en su lengua un dulce rocío y de allí en adelante las palabras fluyen de su boca como miel, y todo el pueblo lo contempla cuando falla con rectitud los litigios o hablando con decisión termina pronto y hábilmente grandes cuestiones, pues los soberanos son prudentes a fin de que, pronunciando en el ágora suaves y persuasivas palabras, consigan con facilidad que se restituya aquello de que alguien hubiese sido despojado. Al encaminarse el rey a la junta del pueblo, todos lo veneran con dulce respeto, como a un dios; y entre todos descuella cuando están reunidos. Tal es el sagrado don que las musas conceden a los hombres. Gracias a las musas y al flechador Apolo, existen en la tierra aedos y citaristas; pero los reyes proceden de Zeus. ¡Dichoso aquel a quien las musas aman! ¡Cuán suave es la voz que fluye de su boca! Cuando un hombre está afligido y tiene el corazón angustiado por reciente desgracia, si el aedo, ministro de las musas, celebra las hazañas de los varones antiguos y a los bienaventurados dioses que moran en el Olimpo, aquel olvida en el acto las inquietudes y ya no se acuerda de los disgustos: el presente de las diosas le distrae enseguida de sus cuitas.
(104) Yo os saludo, ¡oh, hijas de Zeus! Dadme vuestro delicioso canto. Celebrad la sagrada familia de los sempiternos dioses, así los que son oriundos de la Tierra, del Cielo estrellado o de la Noche oscura, como los criados por el salobre Ponto.
(108) Decidme cómo empezaron a existir las deidades y la tierra, los ríos, el ponto inmenso de hirvientes olas, los fúlgidos astros y por cima de todo el anchuroso cielo; qué dioses, dadores de los bienes, se originaron de los mismos y de cuál modo se repartieron las riquezas, se distribuyeron los honores y fueron a establecerse en el Olimpo, en valles abundosos. Contadme estas cosas desde sus comienzos, ¡oh, musas que poseéis olímpicos palacios!, y decidme cuál de ellas existió primero.
Cosmogonía
(116) Ante todo existió el Caos y después la Tierra, de ancho pecho, morada perenne y segura (4) de los inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo; el tenebroso tártaro, en lo profundo de la espaciosa tierra; y Eros, el más bello de los inmortales dioses, que libra de cuidados a todas las deidades y a todos los hombres y triunfa de su inteligencia y de sus prudentes decisiones.

Más sobre Eros
(123) Del Caos nacieron el Érebo y la negra Noche; y de la última, que quedó encinta por haber tenido amoroso consorcio con el Érebo, se originan el Éter (5) y el Día. La Tierra comenzó por producir el Cielo estrellado, de igual extensión que ella, con el fin de que la cubriese toda y fuera una morada perenne y segura para los bienaventurados dioses. Hizo luego las altas montañas, gratos albergues de divinales ninfas que viven en ellas dentro de los bosques. Dio también a luz, pero sin el deseable amor, al estéril piélago de hinchadas olas, al Ponto; y más tarde, ayuntándose con el Cielo, al Océano, de profundos remolinos, a Ceo, a Crío, a Hiperión, a Jápeto, a Tea, a Rea, a Temis, a Mnemósine, a Febe, la de áurea corona, y a la amable Tetis. Posteriormente nació el taimado Cronos, que fue el más terrible de los hijos del Cielo y odió a su floreciente padre.
Castración de Urano
(139) Asimismo parió la Tierra a los cíclopes, de corazón orgulloso: Brontes, Estéropes y Arges (6), el de ánimo esforzado, que más adelante habían de proporcionar el trueno a Zeus y forjarle el rayo. Los tres eran semejantes a los dioses, pero con un ojo único en medio de la frente. (Se les llamó cíclopes porque tenían solo un ojo redondo en medio de la frente). Su vigor, su fuerza y sus mañas pusiéronse de manifiesto en las obras que realizaron.
(147) De la Tierra y el Cielo nacieron aún tres hijos grandes, muy fuertes, nefandos: Coto, Briareo y Gías. ¡Prole soberbia! Cien brazos invencibles se agitaban desde sus hombros y por cima de los válidos miembros habíanles crecido cincuenta cabezas. Tenían una fuerza incontrastable, poderosa, proporcionada a su gran estatura.
(154) Eran estos los más terribles de cuantos hijos pocrearan la Tierra y el Cielo, y ya desde un principio se atrajeron el odio de su propio padre. Así que nacían, el Cielo, en vez de dejar que salieran a la luz, los encerraba en el seno de la Tierra, gozándose en su mala obra. La vasta Tierra, henchida de ellos, suspiraba interiormente, y al fin ideó una engañosa y pérfida trama. Produjo enseguida una especie de blanquizco acero, construyó una gran falce, mostrola a sus hijos, y con el corazón apesadumbrado habloles de esta suerte para darles ánimo:
«¡Hijos míos y de un padre malvado! Si quisierais obedecerme, vengaríamos el ultraje inicuo que nos infirió vuestro padre, ya que fue el primero en maquinar acciones indignas».
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(167) Así se expresó. Sintiéronse todos poseídos de miedo, sin que ninguno osara desplegar los labios, hasta que el grande y taimado Cronos cobró ánimo y respondió a su madre veneranda de esta manera:
«¡Madre! Yo prometo ejecutar esa obra, pues nada me importa nuestro padre de aborrecido nombre, ya que fue el primero en maquinar acciones indignas».
(173) Tal dijo, y el corazón se le llenó de alegría a la vasta Tierra, la cual ocultó a Cronos, poniéndolo en acecho con la hoz de agudos dientes en la mano, y le refirió íntegramente la dolosa trama. Vino el gran Cielo, seguido de la Noche, y, deseoso de amar, se acercó a la Tierra extendiéndose por todas partes (7). Entonces el hijo, desde el lugar en que se hallaba apostado, echó la mano izquierda a su padre; y, asiendo con la diestra la grande hoz de afilados dientes, cortole en un instante las partes verendas y tirolas hacia atrás. No en balde salieron de su mano: las gotas de la sangre derramada las recibió la Tierra, la cual parió en el transcurso de los años a las robustas erinias, a los enormes gigantes, que vestían lustrosas armaduras y manejaban ingentes lanzas, y a las ninfas llamadas melias (8) en la tierra inmensa. Y las partes verendas, que Cronos cortó con el acero y arrojó desde el continente al undoso ponto, fueron llevadas largo tiempo de acá para allá en el piélago, hasta que la carne inmortal se cubrió de blanca espuma y nació una joven, que se dirigió primero a la sagrada Citera y más tarde a Chipre, situada en medio de las olas. Al salir del mar la veneranda hermosa deidad, brotaba la hierba doquier que ponía sus tiernas plantas. Dioses y hombres la llaman Afrodita, porque se nutrió en la espuma; Citerea, la de hermosa diadema, porque se dirigió a Citera; Ciprigenia, porque nació en Chipre, la isla azotada por las olas; y Filomedes (9), porque brotó de las partes verendas. Acompañaba Eros y seguíala el hermoso Deseo, cuando, poco después de nacer, se presentó por vez primera al concilio de los dioses. Tal honra tuvo Afrodita desde un principio y cupiéronle en suerte, entre los hombres y los inmortales dioses, los paliques de las doncellas, las risas, los engaños, los dulces placeres, el amor y las ternezas.

Más sobre Afrodita
(207) El gran Cielo, increpando a los hijos que había engendrado, los apodó titanes, pues acostumbraba decir que tendieron la mano para cometer un grave delito, que sería vengado más adelante.
Los espíritus de la Noche
(211) La Noche parió al odioso Destino, a la negra Ker, a la Muerte, al Sueño y a la multitud de Ensueños, sin que tal deidad —la tenebrosa Noche— se acostara con nadie; y, posteriormente, a Momo, a la dolorosa Aflicción y a las hespérides, que tienen a su cuidado las hermosas manzanas de oro y los árboles que las producen más allá del ilustre Océano. También engendró las moiras y las keres, inexorables en el castigo —Cloto, Láquesis y Átropo (10), quienes dan a los mortales que van naciendo la suerte o la desgracia—, pues persiguen a los culpables, sean hombres o dioses, y no templan jamás su cólera terrible hasta que logran imponer cruel pena al que ha pecado. La perniciosa Noche parió asimismo a Némesis, que es una calamidad para los mortales hombres; después de ella, al Fraude, al Amor carnal y a la funesta Vejez; y, por último, a Eris, la de corazón obstinado.
(226) La aborrecible Eris produjo el molesto Trabajo, el Olvido, el Hambre, los lacrimosos Dolores, los Combates, las Peleas, los Asesinatos, las Batallas, las Matanzas de hombres, los Discursos mendaces, las Disputas, la Ilegalidad con Ate, su compañera, y a Horco, el que más daña a los terrestres hombres cuando perjuran voluntariamente.
Los dioses del mar
(233) El Ponto procreó al ingenuo y veraz Nereo, su hijo mayor, a quien llaman anciano porque es sincero y apacible y no se olvida de las leyes, pues sabe dar consejos inspirados en la justicia y en la benevolencia; y más tarde, uniéndose con la Tierra, al gran Taumante, al valeroso Forcis, a Ceto, la de hermosas mejillas, y a Euribía, que tiene en su pecho un corazón de acero.
(240) De Nereo y de Doris, la de hermosa cabellera, hija del Océano, río que vuelve sobre sí mismo, nacieron en el estéril ponto estas diosas amabilísimas (11): Ploto, Eucrante, Sao, Anfitrite, Eudora, Tetis, Galene, Glauce, Cimótoe, Espeyo, Toe, la amable Halía, Pasítea, Érato, Eunice, la de los róseos brazos; la graciosa Mélita, Eulímene, Ágave, Doto, Proto, Ferusa, Dinámene, Nesea, Actea, Protomedía, Doris, Panoplia, la hermosa Galatea, la amable Hipótoe, Hipónoe, la de los róseos brazos; Cimódoce, la cual, junto con Cimatolegue (12) y Anfitrite, la de los pies hermosos, apacigua fácilmente las olas del sombrío ponto y calma los vientos de impetuoso soplo; Cimo, Eyone; Halimede, la de bella corona; la risueña Glaucónome, Pontoporía, Leágora, Evágora, Laomedía, Polínoe, Autónoe, Lisianasa, Evarne, la de grato carácter e irreprochable belleza; Psámate, la de gracioso cuerpo; la divinal Menipe, Neso, Pompe, Temisto, Prónoe y Nemertes (13), dotada de la misma inteligencia que su padre inmortal. Tuvo, pues, el eximio Nereo esas cincuenta hijas, que son diestras en primorosas labores.
(265) Taumante tomó por esposa a una hija del Océano, de profunda corriente, a Electra, que parió a la veloz Iris y a las harpías, de linda cabellera, Aelo y Ocípete, las cuales, agitando sus ligeras alas, siguen al viento y a las aves, pues se remontan a las alturas.
Bestiario
(270) De Forcis tuvo Ceto las greas, de hermosas mejillas, canas desde su nacimiento y designadas de esta suerte así, por los dioses inmortales, como por los hombres que pisan la tierra: Penfredo, la de lindo peplo, y Enio, que lo lleva de color de azafrán; y las gorgonas, las cuales residen más allá del ilustre Océano, en los confines de la Noche, donde están las hespérides de voz sonora: Esteno, Euríale y Medusa, que padeció luctuosos males. Esta última era mortal; las otras dos están exentas de la vejez y de la muerte. Con aquella acostose el dios de cerúlea cabellera (14), en un tierno prado, entre las flores primaverales.
(280) De Medusa, cuando Perseo le cortó la cabeza, nacieron el gran Crisaor y el corcel Pegaso. Este debió su nombre a haber nacido junto a las fuentes del Océano; el otro, a que su mano empuñaba áurea espada. Pegaso dejó la tierra, madre de ovejas, llegó volando a la mansión de los inmortales, habita en el palacio de Zeus y le lleva a este próvido dios el trueno y el relámpago.
(287) Crisaor, juntándose con Calírroe, hija del ilustre Océano, engendró al tricípite Gerión, a quien dio muerte el fornido Heracles cabe a los flexípedes bueyes en Eritia, situada en medio de las olas, el día en que el héroe atravesó el Océano, después de matar a Orto y al boyero Euritión en un oscuro establo al otro lado del ilustre río, y se llevó aquellos bueyes de espaciosa frente a la sagrada Tirinto.
(295) Calírroe parió en honda cueva otro monstruo invencible, sin parecido alguno ni con los mortales hombres ni con los inmortales dioses: la divinal Equidna, de ánimo esforzado, mitad ninfa de ojos vivos y hermosas mejillas, y mitad sierpe monstruosa, horrible y grande, de piel manchada, que se alimenta de carne cruda y vive en las entrañas de la divina tierra. Allí tiene su gruta, en lo profundo, dentro de la excavada peña, lejos de los inmortales dioses y de los mortales hombres; allí le asignaron las deidades una habitación magnífica para que en ella morase. Y quedó encerrada debajo del suelo de Arimos la perniciosa Equidna, ninfa inmortal y exenta de la senectud para siempre jamás.

Más sobre Equidna, Gerión, Hidra de Lerna, la Esfinge, Quimera, Tifón
(306) Dicen que Tifón, el viento terrible e impetuoso, se unió por amor con esa doncella de ojos vivos, la cual quedó embarazada y tuvo una formidable prole. Con efecto: dio a luz la Equidna primeramente a Orto, perro de Gerión; después, al indómito e infando Cerbero, can de Hades, voraz, de voz de bronce, de cincuenta cabezas, descarado y fuerte; y en tercer lugar, a la dañosa Hidra de Lerna, que fue alimentada por la bracinívea Hera, cuando la diosa se airó implacablemente con el fornido Heracles, y hubo de sucumbir a manos del mismo hijo de Zeus, de Heracles Anfitriónida: acompañado el héroe de Yolao, caro a Ares, matola con el cruel bronce por consejo de Atenea, la que impera en las batallas. Aquella ninfa parió más tarde a la Quimera, que respiraba ineluctable fuego; monstruo terrible, grande, ligero de pies, fuerte, de tres cabezas: una de león, de relucientes ojos, otra de cabra y otra de sierpe, cual si fuera de un robusto dragón. (Era león por delante, dragón por detrás y cabra por en medio, y vomitaba encendidas y horribles llamas). Matáronla Pegaso y el bravo Belerofonte. Y por fin, ayuntándose con Orto, parió a la funesta Esfinge, azote de los cadmeos, y al león de Nemea, que crio Hera, la gloriosa consorte de Zeus, dejándolo luego en los campos de Nemea, a fin de que fuese una plaga para los hombres. Establecido allí, imperando en el Treto de Nemea y en el Apesante, causaba daño a las tribus de los hombres, pero hízolo sucumbir la fuerza del robusto Heracles.
Los dioses titanes
(333) Ceto, habiendo tenido amoroso consorcio con Forcis, parió su último vástago: una terrible serpiente que con sus grandes tornos guarda las manzanas de oro en las entrañas de la oscura tierra. Tal es el linaje de Ceto y Forcis.
(337) De Tetis y el Océano nacieron los voraginosos ríos: el Nilo, el Alfeo, el Erídano, de profundos remolinos; el Estrimón, el Meandro, el Ister, de hermosa corriente; el Fasis, el Reso, el Aqueloo, de argentados vórtices; el Neso, el Rodio, el Haliacmón, el Heptáporo, el Gránico, el Esepo, el divino Simois, el Peneo, el Hermo, el Caico, de bello raudal; el caudaloso Sangario, el Ladón, el Partenio, el Eveno, el Ardesco y el divino Escamandro.
(346) Tetis dio a luz otra sagrada prole, es a saber, un gran número de hijas (15) que, junto con el soberano Apolo y los ríos, están encargadas de criar en la tierra a los varones, pues recibieron de Zeus esta misión: Pito, Admete, Yante, Electra, Doris, Primo, la deiforme Urania, Hipo, Clímene, Rodía, Calírroe, Zeuxo, Clitia, Idiya, Pasítoe, Plexaura, Galaxaura, la amable Dione, Melóbosis, Toe, la bella Polidora, Cerceís, la de natural amable; Ploto, la de los grandes ojos; Perseís, Yanira, Acaste, Jante, la amable Petrea, Menesto, Europa, Metis, Eurínome, Telesto, la de azafranado velo; Criseís, Asia, la deseable Calipso, Eudora, Tique, Anfiro, Ocírroe y Estix, que es la más excelente de todas. Estas son las hijas que nacieron primeramente del Océano y de Tetis, pues hay muchas más. Existen, con efecto, tres mil oceánidas de anchos tobillos, ilustres diosas, las cuales están diseminadas por doquier y habitan la tierra y el fondo de los lagos. Otros tantos son los ríos, que corren rumorosos, hijos del Océano, a quienes dio a luz la veneranda Tetis; y no le sería fácil a un mortal decir el nombre de cada uno, pero lo saben cuantos moran en sus riberas.
(371) Tea, después de rendirse al amor de Hiperión, parió al gran Sol, a la fúlgida Luna y a la Aurora, que brilla para cuantos se hallan en la tierra y para los inmortales dioses que poseen el anchuroso cielo.
Euribía, la divina entre las diosas, habiéndose ayuntado con Crío, dio a luz al gran Astreo, a Palante y a Perses, que por su inteligencia descollaba sobre todos los hombres.
(378) De Astreo tuvo la Aurora, después de haberse acostado esta deidad con aquel dios, los vientos de fuerte soplo: el ágil Céfiro, el Bóreas, de curso rápido, y el Noto. La hija de la mañana (16) parió luego a la estrella Lucifer y a los fulgentes astros de que el cielo está coronado.
(383) Estix, hija del Océano, habiéndose unido con Palante, dio a luz en su palacio a la Emulación y a la Victoria, de pies hermosos; y luego al Poder y a la Fuerza, hijos preclaros, los cuales tienen su residencia y morada junto a Zeus, no van por ningún camino sin llevar a su frente al dios y siempre se hallan a la vera de Zeus tonante. Así se lo alcanzó la imperecedera Estix Oceánida el día en que Zeus Olímpico, fulminador, llamó a todos los dioses inmortales al vasto Olimpo para decirles que cuantos se le juntaran para combatir a los titanes no solo no serían despojados de las recompensas que ya tuviesen, sino que además conservarían los honores de que hasta entonces disfrutaran entre los inmortales dioses; y los que en tiempo de Cronos no hubiesen alcanzado honores ni recompensas obtendrían aquellos y estas como era justo. La imperecedera Estix fue quien acudió primero; secundando los designios del padre, presentose con sus hijos en el Olimpo. Y Zeus la honró y le hizo magníficos presentes, designándola a ella para que recibiese el juramento solemne de los dioses y admitiendo a los hijos en su propio palacio para que lo habitaran siempre. De la misma manera cumplió cuanto había prometido a los demás, y ahora impera y reina poderosamente.
(404) Febe entró en el deseado lecho de Ceo y, habiendo quedado encinta de resultas de la amorosa unión con el dios, parió a Leto, la del cerúleo peplo, que fue dulce ya desde su nacimiento, la deidad más afable del Olimpo, benévola así para los hombres como para los inmortales dioses. También dio a luz a la célebre Asteria, a quien Perses condujo luego a su gran palacio para darle el nombre de esposa suya.
Himno a Hécate
(411) Asteria quedó encinta y parió a Hécate, a quien Zeus Cronida honró sobre todos los dioses: le hizo mercedes espléndidas y le concedió que tuviera potestad en la tierra y en el mar estéril. También obtuvo honores del Cielo estrellado y goza de gran respeto entre los inmortales dioses. Actualmente, siempre que alguno de los terrestres hombres ofrece bellos sacrificios expiatorios conforme al rito, es a Hécate, a quien invoca; y esta consigue muy fácilmente que aquel reciba gran honra, si acoge benévola sus ruegos, y le concede también la prosperidad, pues está en su mano procurársela.
(421) Cuantos honores tocaron en suerte a los hijos de la Tierra y el Cielo, ella los disfruta todos. Por el Cronida nada se le ha quitado ni arrebatado de lo que obtuvo entre los titanes, los precedentes dioses, sino que lo conserva como en un principio, cuando se hizo el reparto, y también la potestad sobre la tierra, sobre el cielo y sobre el mar. Y no por ser Hécate unigénita participó menos de los honores, sino, por el contrario, mucho más, ya que Zeus la honra. Asiste y ayuda grandemente a quien le place: en los juicios tiene su asiento junto a los venerables reyes; en el ágora hace descollar entre los hombres al que ella favorece; y, cuando los varones se arman para el homicida combate, preséntase la deidad y con su benevolencia da la victoria a los que quiere, concediéndoles, a la vez, ínclita fama. Cuando los hombres luchan en los juegos, la diosa les asiste propicia y les ayuda; y el que vence por su vigor y fortaleza consigue con facilidad y alegría un hermoso premio y cubre de gloria a sus progenitores. Muéstrase también propicia al socorro de los jinetes a quienes favorece. Y a los que efectúan la difícil travesía del cerúleo mar y hacen votos a Hécate y al ruidoso Poseidón, que bate la tierra, la ilustre diosa les concede fácilmente abundante presa o les quita sin trabajo la que les mostrara, según lo decida su corazón. Es asimismo propicia, junto con Hermes, al aumento del ganado en los establos: las manadas de toros, los hatos de carneros, los rebaños copiosos de cabras y las greyes de lanudas ovejas, ella los multiplica o los disminuye según le place a su ánimo. Así, siendo la unigénita (17) de su madre, se ve honrada con dichas prerrogativas entre los inmortales todos. Además, el Cronida le encargó la crianza de los niños, que de allí en adelante abrieran los ojos a la luz de la multividente Aurora. De esta suerte fue desde un principio la criadora de los niños. Tales son los honores de que disfruta.
Hijos de Crono
(453) Rea tuvo de Cronos hijos preclaros: Hestia (18), Deméter, Hera, la de las áureas sandalias, el fuerte Hades, que mora en subterráneo palacio y tiene un corazón despiadado, el estruendoso Poseidón, que bate la tierra, y el próvido Zeus, padre de los dioses y de los hombres, que con el trueno hace estremecer la anchurosa tierra. A todos los iba devorando el gran Cronos, así que, saliendo del sagrado vientre de la madre, llegaban a sus rodillas, con el propósito de que ningún otro de los nobles descendientes del Cielo tuviera entre los inmortales la dignidad real, pues oyó decir a la Tierra y al Cielo estrellado, como era fatal que él, no obstante su poder, se viese subyugado por un hijo suyo, por la decisión del gran Zeus (19); por este motivo no vigilaba en balde, sino que, siempre al acecho, devoraba a sus hijos, causando a Rea vehemente pesar; mas esta, cuando iba a parir a Zeus, el padre de los dioses y de los hombres, suplicó a sus progenitores, la Tierra y el Cielo estrellado, que la aconsejasen para que pudiera darlo a luz ocultamente y vengarse de las furias del padre, del grande y artero Cronos, contra los hijos a quienes había devorado. Aquellos escucharon y complacieron a la hija, revelándole todo lo que decretara el destino acerca del soberano Cronos y de su hijo de ánimo vigoroso. Y la enviaron a Lictos, en la rica comarca de Creta, poco antes de que pariese al menor de sus hijos, al gran Zeus, a quien la vasta Tierra recibió en la dilatada Creta para alimentarle y criarle. Rea, llevando a su hijo durante la oscura y rápida noche, llegó primero a Lictos, y allí lo ocultó con sus propias manos en las entrañas de la tierra divina, en una excelsa gruta del monte Egeo poblado de frondoso bosque. Luego envolvió en pañales una piedra enorme y se la dio al gran soberano Uránida, al anterior rey de los dioses, quien, cogiéndola con las manos, la introdujo en su vientre. ¡Infeliz! No le pasó por el pensamiento que, gracias a la piedra, quedaba seguro su invencible hijo, el cual, a no tardar, había de someterle con la fuerza de sus manos, quitarle la dignidad real e imperar a su vez sobre los inmortales.
(492) Pronto crecieron el vigor y los hermosos miembros de aquel rey y, transcurriendo los años, el grande artero Cronos, engañado por los sagaces consejos de la Tierra, devolvió la prole y fue vencido por los artificios y la fuerza de su hijo. Lo primero que vomitó fue la piedra, lo último que había tragado; y Zeus la fijó en la espaciosa tierra, en la divina Pito, más abajo de los valles del Parnaso, a fin de que constituyese un monumento para los venideros y una maravilla para los mortales hombres (20).
(501) Zeus libró de las perniciosas ligaduras a sus tíos paternos, los Uránidas, a quienes Cronos locamente había encadenado, y ellos, agradecidos por tal favor, diéronle el trueno, el ardiente rayo y el relámpago que antes la vasta Tierra ocultaba en su seno. Confiando en tales armas, reina Zeus sobre mortales e inmortales.


Más sobre Zeus
Prometeo
(507) Jápeto casó con Clímene, la joven oceánida de pies hermosos; y esta, habiendo compartido su lecho, parió un hijo de ánimo esforzado, Atlante, y luego al gloriosísimo Menecio, al versátil y astuto Prometeo y al imprudente Epimeteo, el cual fue, desde que nació, una calamidad para los hombres industriosos por haber aceptado por mujer una doncella plasmada según los designios de Zeus. Al injurioso Menecio, el longividente Zeus hiriole con el encendido rayo y arrojolo en el Érebo a causa de su maldad y de su presuntuoso valor. Atlante, obligado por la dura necesidad, sostiene el anchuroso cielo con su cabeza e infatigables manos, en los confines de la tierra, delante de las hespérides de voz sonora, pues tal destino le impuso el próvido Zeus. Y al astuto Prometeo el dios hízolo atar al centro de una columna con lazos penosos e indisolubles y le envió un águila de anchas alas que le royera el hígado inmortal, recreciendo por la noche cuanto el ave aliabierta devorara en todo el día; pero Heracles, el robusto hijo de Alcmena, la de los pies hermosos, libró de tan grave mal al Japetiónida y acabó con sus pesares, no sin que Zeus Olímpico, que reina en las alturas, lo consintiese, para que la gloria de Heracles, nacido en Tebas, se acrecentara sobre la fértil tierra. Para lograr tal propósito, honró Zeus a su ilustre hijo, y, aunque lleno de ira, depuso la cólera que antes sintiera contra Prometeo, quien había rivalizado en astucia con el prepotente Cronión, pues, cuando los dioses y los mortales hombres disputaban en Mecona, Prometeo, queriendo engañar a Zeus, les presentó con astuta idea un enorme buey dividido en dos partes: en una de ellas había colocado, dentro de la piel, la carne y los intestinos con la pingüe manteca, cubierto todo por el vientre del animal; y en la otra estaban, dispuestos hábilmente y con dolosa arte, los blancos huesos ocultos por una porción de luciente grasa. Y entonces el padre de los hombres y de los dioses le dirigió estas palabras:
«¡Japetiónida, el más ilustre de todos los reyes! ¡Oh, amigo! ¡Con qué desigualdad hiciste las porciones!».
El pódcast de mitología griega
Así habló Zeus, el conocedor de los decretos eternales, zahiriendo a aquel. Y el taimado Prometeo respondiole con dulce sonrisa y sin olvidar el arte de fingir:
«¡Zeus gloriosísimo, el mayor de los sempiternos dioses! Escoge de ambas la que te aconseje el corazón que tienes en el pecho».
(550) Así dijo, con dolosa intención. Zeus, el conocedor de los decretos eternales, advirtió y no dejó de comprender el engaño, pero maquinaba en su ánimo cosas funestas contra los mortales hombres, que luego habían de verse realizadas. El dios quitó con ambas manos la blanca grasa y se irritó en su corazón, y la cólera llegole al alma, al descubrir los albos huesos del buey colocados con arte engañador. Desde entonces las tribus de los hombres queman en la tierra blancos huesos a los dioses sobre perfumados altares. Y poseído de gran indignación, dijo Zeus, que amontona las nubes:
«¡Japetiónida, que a todos superas en el consejo! ¡Oh, amigo! ¡Aún no has olvidado el arte de fingir!».
(561) Tales fueron las palabras que, al irritarse, pronunció Zeus, el conocedor de los decretos eternales; y en lo sucesivo, acordándose siempre del engaño, dejó de proporcionar la fuerza del incansable fuego a los infelices mortales (21) que viven sobre la haz de la tierra. Mas el noble hijo de Jápeto le burló, robando en hueca férula la llama, visible a distancia, del incansable fuego; y aguijole el ánimo a Zeus altitonante, cuyo corazón se airó al advertir entre los hombres la ígnea llama, visible a distancia. Y enseguida trocó por la siguiente plaga contra los hombres la privación del fuego. El perínclito cojo de ambos pies formó de barro, por consejo del Cronida, la efigie de una púdica doncella; y Atenea, la diosa de los brillantes ojos, ataviola con blanco vestido, púsole un ceñidor y con un admirable velo bordado cubriole la cabeza, que la misma Palas adornó posteriormente con hermosas guirnaldas de flores y fresca hierba. Luego le ciñó las sienes con una corona de oro que el perínclito cojo de ambos pies hiciera con sus propias manos para complacer al padre Zeus. En ella veíanse buen número de artísticas figuras —¡cosa digna de admiración— de cuantos animales crían el continente y el mar, pues fueron muchos los que Hefesto grabó de modo tan maravilloso que parecían dotados de voz y una gracia singular los esmaltaba.
(585) En cuanto el dios hubo hecho, en vez de una obra útil, esta hermosa calamidad, sacola adonde se hallaban reunidos dioses y hombres: la doncella apareció ufana de los adornos con que la había engalanado la de los brillantes ojos, la hija del prepotente padre; y puso en admiración así a los dioses como a los mortales hombres, la vista del excelso y engañoso artificio contra el cual nada habían de poder los humanos.
(590) De aquella procede el sexo femenino; en aquella tuvo origen el linaje funesto, el conjunto de todas las mujeres —¡calamidad grandísima!—, las cuales viven con los mortales hombres y no quieren compartir la pobreza dañosa sino tan solo la abundancia. Así como en las cerradas colmenas las abejas crían zánganos, causantes de malas obras, y mientras ellas pasan el día hasta la puesta del sol moviéndose presurosas para formar los blancos panales, los otros permanecen en el interior y llenan su vientre con el trabajo ajeno, así también Zeus altitonante produjo para los hombres una calamidad, las mujeres, autoras de molestas acciones, y les proporcionó, además, este otro mal, en vez de hacerles un bien: el que, rehuyendo las bodas y el penoso trato de las mujeres, no ha querido casarse y llega a la funesta decrepitud sin tener quien le cuide, ese no vive en la miseria, pero a su muerte los colaterales se reparten los bienes; aquel a quien la suerte le llevó al matrimonio y tiene una mujer casta e inteligente ve que en su vida luchan de continuo el bien y el mal; pero el que tropezó con una mujer de raza perversa vive con el ánimo y el corazón siempre angustiados y el mal que padece es incurable.
(613) No es posible, en efecto, engañar la mente de Zeus, ni sustraerse a ella. Ni siquiera el Japetiónida, el benéfico Prometeo, consiguió librarse de la vehemente cólera del dios, puesto que, no obstante su mucho saber, quedó necesariamente sujeto por fuerte vínculo.
La titanomaquia
(617) Cuando, en época anterior, Briareo, Coto y Gías se atrajeron la cólera de su padre, receloso por la braveza, formas y estatura enorme que en ellos advertía, este los ató con fuertes cadenas y llevolos a lo más profundo de la vasta tierra. Allí, debajo del suelo, entregados al dolor, habitaban en una extremidad, en los confines de la grande tierra, afligidos desde largo tiempo y abrumado su corazón por grave pesar.
(624) Mas Zeus y los otros inmortales que Rea, la de hermosa cabellera, había concebido de Cronos, los sacaron nuevamente a la luz por consejo de la Tierra, la cual, al enterarles detalladamente de cuanto era opuesto, aseguroles que con ellos conseguirían vencer y ganarían espléndida gloria, pues hacía mucho tiempo que luchaban con dolorosa fatiga los dioses titanes y los engendrados por Cronos; y entre aquellos y estos trabábanse ásperos combates, sostenidos desde las alturas del Otris por los ilustres titanes y desde el Olimpo por los dioses, dadores de los bienes, a quienes había dado a luz Rea, la de hermosa cabellera, después de acostarse con Cronos. Poseídos de dolorosa ira los unos contra los otros, batallaron incesantemente por espacio de diez años enteros, sin que ninguna de las partes consiguiese hallar solución ni dar fin a la grave contienda, porque los resultados de la lucha fueron iguales para entrambas; mas, cuando Zeus dio a aquellos las cosas convenientes y además el néctar y la ambrosía de que se alimentan los mismos dioses, el ánimo audaz cobró más vigor en todos los pechos. Y así que hubieron gustado el néctar y la deliciosa ambrosía, díjoles el padre de los hombres y de los dioses:
(644) «¡Oídme, hijos preclaros de la Tierra y el Cielo, para que os manifieste lo que en mi pecho el ánimo me ordena deciros! Mucho tiempo ha que nos disputamos la victoria y el imperio, sin dejar de combatir ni un solo día, los dioses titanes y cuantos descendemos de Cronos. ¡Mostrad vosotros, en la luctuosa batalla contra los titanes, vuestra gran fortaleza e invictas manos, y acordaos de la buena amistad que nos une y de cuanto padecisteis hasta que, libertados de un lazo cruel por nuestra decisión, habéis vuelto nuevamente a la luz desde la oscuridad sombría!».
(654) Así se expresó, y el eximio Coto respondiole de esta suerte: «¡Augusto Zeus! Nos hablas de cosas que no ignoramos. Conocemos también la superioridad de tu inteligencia y de tu pensamiento, y nos consta que proteges a los inmortales contra plagas horribles. Merced a tu providencia, ¡oh, soberano hijo de Cronos!, nos libramos de los duros lazos y hemos salido inesperadamente de las tinieblas sombrías. Por esto ahora, con ánimo firme y decisión prudente, salvaremos tu imperio en esa contienda terrible, trabando con los titanes encarnizados combates».
(664) Así habló. Oído el discurso, los dioses, dadores de los bienes, lo aprobaron —en su corazón habíase acrecentado el deseo de pelear— y promovieron aquel día una deplorable batalla, todos juntos, así las hembras como los varones, es a saber, los dioses titanes, cuantos descendían de Cronos y aquellos a quienes Zeus sacara a la luz desde lo más hondo de la tierra, desde el Érebo, los cuales eran formidables y vigorosos y estaban dotados de extraordinaria fuerza. Cada uno tenía cien brazos que se agitaban desde los respectivos hombros y encima, coronando los robustos miembros, habíanles crecido cincuenta cabezas. Entonces, después de coger grandes y fuertes rocas con sus robustas manos, dispusiéronse a luchar contra los titanes; estos, en la parte opuesta, cerraron las filas de las falanges, y pronto demostraron unos y otros qué labor realizaba la fuerza de sus brazos: retumbó horriblemente el inmenso ponto, recrujió la tierra, gimió estremecido el anchuroso cielo y tembló el vasto Olimpo desde lo más profundo, al chocar impetuosamente los inmortales; la recia sacudida llegó al oscuro tártaro y juntamente con ella el estrépito causado por las pisadas, el enorme tumulto y los fuertes tiros. ¡De tal manera arrojaban unos y otros los dolorosos proyectiles! Las voces de ambos partidos al exhortarse llegaban al cielo estrellado y los combatientes vinieron a las manos con gran clamoreo.
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(687) Tampoco Zeus quiso reprimir su furor y, habiéndosele llenado de cólera las entrañas, desplegó todo su poder: fue siempre hacia adelante, relampagueando desde el cielo y el Olimpo; los rayos salían frecuentemente de su robusta mano, junto con el trueno y el relámpago, y propagaban la oscilante llama sagrada; la vivificante tierra, al quemarse, crujía por doquier y la gran selva crepitaba fuertemente por la acción del fuego. Abrasábase toda la tierra y hervían las corrientes del Océano y el estéril ponto; un vapor cálido rodeaba a los titantes terrestres; la llama inmensa subía al divino éter y el intenso fulgor de rayos y relámpagos cegaba los ojos de los más esforzados. El vastísimo incendio invadió el Caos y, así por el espectáculo que contemplaban los ojos como por el alboroto que percibían los oídos, hubiérase dicho que el alto y anchuroso Cielo iba a chocar con la Tierra, pues un estruendo semejante se produciría si esta fuese aplastada porque aquel le cayera encima. ¡Tal estrépito se dejó oír al entrar los dioses en batalla! Mientras tanto, los vientos levantaban ruidosamente torbellinos de polvo que coincidían con los truenos, los relámpagos y los ardientes rayos, las armas del gran Zeus, y llevaban por en medio de ambos ejércitos el fragor y el vocerío. Alzábase de la horrorosa contienda un estrépito terrible y la fuerza de unos y otros se manifestaba en las respectivas hazañas, pero al fin decidiose la pelea, después de acometerse todos con igual empeño y de sostener sin intermisión una encarnizada batalla.


Más sobre Titanomaquia, centímanos, titanes
(713) Con efecto: Coto, Briareo y Gías, el insaciable de pelea, trabaron desde las primeras filas un combate encarnizado, y con las robustas manos despidieron seguidamente trescientas rocas, nubes de tiros que dejó en la oscuridad a los titanes; vencieron a estos, a pesar de su soberbia; lleváronlos a un lugar debajo del espacioso suelo y los ataron con fuertes cadenas en aquel sitio que dista de la tierra como esta del cielo, pues tal es el espacio que hay entre la tierra y el sombrío tártaro. Un yunque de bronce caería desde el cielo durante nueve días con sus noches, y al décimo llegaría a la tierra, y, a su vez, un yunque de bronce caería desde la tierra durante nueve días con sus noches y al décimo llegaría al tártaro.
(726) A este lo circunvala broncíneo muro; en su entrada se difunde la oscuridad de una triple noche, y en su parte superior hállanse los cimientos de la tierra y del mar estéril.
(729) Allí, dentro de las tinieblas sombrías, en un lugar pútrido, junto a los confines de la vasta tierra, están encerrados los dioses titanes por la voluntad de Zeus, que amontona las nubes. Para ellos no hay salida, pues Poseidón la cerró con puertas de bronce y el muro da la vuelta por ambas partes. Allí residen Gías, Coto y el magnánimo Briareo, custodios fieles a Zeus, que lleva la égida.
Cosmografía
(736) Allí comienzan la tierra oscura, el tártaro caliginoso, el ponto estéril y el cielo estrellado: allí tienen estos, sin separación alguna, sus lindes terríficas, pútridas, aborrecidas de los mismos dioses; ingente abismo, a cuyo fondo no llegara en un año entero quien transpusiese la puerta, ya que sería llevado de acá para allá por terribles y sucesivos huracanes. En este prodigioso abismo, causa de horror hasta para los dioses inmortales, se halla el terrible palacio de la Noche tenebrosa, envuelto en sombrías nubes.
(746) Delante está el hijo de Jápeto (22), de pie, sosteniendo sin vacilaciones el ancho cielo con su cabeza e infatigables manos. Por allí la Noche y el Día pasan muy juntos, se hablan y atraviesan en dirección contraria el grande broncíneo umbral, pues ella entra cuando él sale y viceversa, y jamás el palacio los cobija a entrambos: mientras el uno se halla en el exterior y recorre la tierra, el otro permanece dentro y aguarda la hora en que ha de emprender su camino. El Día lleva a los terrestres la multividente luz; la Noche perniciosa va envuelta en sombría nube y tiene en sus brazos al Sueño, que es el hermano de la Muerte.
(758) Allí tienen sus casas los hijos de la tenebrosa Noche, el Sueño y la Muerte, deidades terribles, a quienes el Sol resplandeciente jamás ilumina con sus rayos, ni cuando sube al cielo, ni cuando del cielo desciende. El uno recorre la tierra y el ancho dorso del mar, siendo apacible y dulce para los hombres; la otra tiene corazón de hierro y ánimo duro y cruel en su pecho, no suelta nunca al hombre a quien logra echar mano y es odiosa a los propios inmortales dioses.
(767) Allí, en la parte anterior, están las resonantes moradas del dios infernal, el vigoroso Hades, y de la tremenda Perséfone. Guarda la entrada un perro terrible, cruel, dotado de una perversa habilidad: a los que entran los halaga con el meneo de la cola y de ambas orejas, mas no permite que vuelvan a salir: antes los observa continuamente y devora al que coge repasando el umbral de la casa del vigoroso Hades y de la tremenda Perséfone.
(775) Allí habita una deidad odiosa a los inmortales, la terrible Estix, hija mayor del refluente (23) Océano: alejada de los dioses, mora en un palacio magnífico, cubierto por enormes rocas y asegurado con columnas de plata que desde su ámbito llegan al cielo. Tal cual vez la hija de Taumante, Iris, la de los pies ligeros, se dirige a aquel sitio como mensajera, volando por cima del ancho dorso del mar, porque, cuando se arma contienda o porfía entre los inmortales y miente alguno de los que viven en los palacios del Olimpo, Zeus, a fin de tomar a las deidades solemne juramento, envía a Iris para que le traiga de lejos, en jarro de oro, la celebérrima agua helada que destila de alta y escarpada peña. Grande es el caudal que fluye del sacro río en la oscuridad de la noche, debajo de la vasta tierra, y su conjunto forma un brazo del Océano, excepto la décima parte que se reserva para el juramento: nueve décimas, pues, corren y producen argentados remolinos alrededor de la tierra y del ancho dorso del mar, hasta que finalmente caen en este último (24); la décima restante mana de la roca y constituye una gran calamidad para los dioses. De los inmortales que habitan las cumbres del nevoso Olimpo, aquel que, haciendo libaciones, comete un perjurio, queda sin aliento todo un año y no toma néctar ni ambrosía para alimentarse, sino que, falto de respiración y de voz, yace en torneado lecho y padece dañoso letargo. Transcurrido un año largo, se libra de la enfermedad, pero entonces comienza a padecer un infortunio que aún es más grave: durante nueve años vive apartado de los sempiternos dioses, sin que jamás se reúna con ellos ni en las juntas ni en los festines, y solamente al llegar el décimo vuelve a entrar en los concilios de los inmortales, que poseen olímpicas moradas. De tal manera los dioses han consagrado al juramento la antigua e incorruptible agua de Estix, que corre por aspérrima comarca.


Más sobre Iris
(807) Allí comienzan, pues, la tierra oscura, el tártaro caliginoso, el ponto estéril y el cielo estrellado; allí tienen estos, sin separación alguna, sus lindes terríficas, pútridas, aborrecidas de los mismos dioses. Allí existen unas puertas brillantes y un umbral broncíneo, inmoble, sujeto por largas raíces y producido por sí mismo (25); y enfrente, lejos de todos los dioses, a la parte opuesta del tenebroso Caos, habitan los titanes; mas los ínclitos aliados de Zeus, que truena fuertemente, tienen su morada junto a las fuentes del Océano: allí viven Coto y Gías, pues al valiente Briareo tomolo por yerno el ruidoso Poseidón, que bate la tierra, dándole en matrimonio su hija Cimopolía.
Tifón
(820) Cuando Zeus hubo arrojado del cielo a los titanes, la vasta Tierra parió a su hijo menor, Tifoeo, después de haberse unido amorosamente con el Tártaro, gracias a la intervención de la dorada Afrodita. El robusto dios tenía brazos fuertes, siempre activos, y pies infatigables; sobre sus hombros erguíanse cien cabezas serpentinas, de espantoso dragón, con negruzcas lenguas que vibraban fuera de las bocas; en los ojos de las monstruosas cabezas relucía el fuego debajo de los párpados (en cada una, cuando miraba, se le veía arder); y de todas las terribles cabezas salían voces y sonidos de índole variadísima, inefables: ya eran gritos inteligibles para las deidades; ya semejaban mugidos de un toro indómito, orgulloso de su voz, o rugidos de un león de ánimo cruel; ya imitaban de admirable modo el ladrar de unos perritos; ya consistían en silbidos que resonaban en las elevadas montañas. Y efectuárase aquel día una incontrastable revolución, llegando Tifoeo a reinar sobre mortales e inmortales, si no lo hubiese advertido con su perspicacia el padre de los hombres y de los dioses; mas Zeus comenzó a despedir truenos secos y fuertes, y a su alrededor retumbaba horrendamente la tierra, y arriba el anchuroso cielo, y también el ponto y las corrientes del Océano, y el subterráneo tártaro. Al levantarse el soberano dios, se estremeció la tierra. Extendiose por el violáceo ponto el ardor que causaban así los truenos y los relámpagos como el fuego vomitado por el monstruo, además de los vientos tempestuosos y el flagrante rayo. Ardía la tierra toda, el cielo y el mar; por doquier enormes olas chocaban furiosamente contra las riberas a causa del ímpetu con que se atacaban los dioses; producíase un sacudimiento continuo; y temblaron de miedo Hades, que reina sobre los difuntos en el infierno, y los titanes en el tártaro, alrededor de Cronos, así que oyeron el fragor sin término de aquel horrible combate. Pero cuando Zeus hubo reunido sus fuerzas, tomó las armas —el trueno, el relámpago y el ardiente rayo—, saltó desde el Olimpo e hirió a Tifoeo, quemando las enormes cabezas del terrible monstruo. Y tan pronto como lo hizo sucumbir a los repetidos golpes, Tifoeo cayó mutilado mientras gemía la vasta tierra. La llama brotó del cuerpo de este rey al ser fulminado en una garganta del escabroso Etna (26). Gran parte de la vasta tierra, envuelta en denso vapor, se quemaba y derretía como se funde el estaño que jóvenes artífices ponen al fuego en crisoles de ancha boca (27) o como, vencido por la ardiente llama en la garganta de un monte, el hierro, que es lo más duro, fluye líquido en la divinal tierra por obra de Hefesto (28). Así se liquidaba la tierra al resplandor del ardiente fuego. Y Zeus, que tenía el corazón irritado, arrojó a Tifoeo en el anchuroso tártaro.
Histori(et)as de griegos y romanos


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(869) De Tifoeo salen los fuertes vientos de húmedo soplo, a excepción del Noto, del Bóreas y del rápido Céfiro, que descienden de los dioses y prestan gran utilidad a los mortales. Los demás soplan encima del mar sin provecho alguno y, cayendo en el oscuro ponto, ¡gran calamidad para los hombres!, producen violentos y perniciosos torbellinos: unas veces dispersan los barcos con su soplo y hacen perecer a los navegantes, sin que haya socorro posible para los que entonces se encuentran en el ponto; en otras ocasiones, cuando la vasta tierra está floreciente, destruyen las labores hermosas de los terrígenos varones y las llenan de polvo con espantoso ruido.
(881) Así que los felices dioses hubieron acabado la empresa, después de conquistar en la lucha con los titanes los honores y el poder, incitaron al longividente Zeus Olímpico, siguiendo las indicaciones de la Tierra, a que reinara e imperara sobre los inmortales. Y Zeus les repartió las divinales prerrogativas.
Los dioses olímpicos
(886) Zeus, el rey de los dioses, tomó por mujer primeramente a Metis, la persona más sabia entre las deidades y los mortales hombres, la cual iba a parir a Atenea, la diosa de los brillantes ojos, cuando aquel, engañándola con astucia por medio de seductoras palabras, la introdujo en su vientre, como se lo aconsejaban la Tierra y el estelífero Cielo. Así se lo indicaron para que no fuese desposeído de la dignidad real por ningún otro de los sempiternos dioses, pues el hado había dispuesto que de Metis nacieran hijos muy inteligentes: primero, la virgen Tritogenia, la de los brillantes ojos, tan poderosa y sabia como su padre; y después, un niño de corazón soberbio que llegaría a ser el rey de los dioses y de los hombres. Pero antes de que esto ocurriese, Zeus introdujo en su vientre a Metis para que le diera el conocimiento del bien y del mal.
(901) Tuvo luego por esposa a la espléndida Temis. Esta parió a las Horas, a Eunomía, a Dice y a la floreciente Irene, que protegen los trabajos de los mortales; y a las moiras —Cloto, Láquesis y Átropo—, grandemente honradas por el próvido Zeus, las cuales dan a los hombres los bienes de que estos disfrutan o los males que padecen.
(907) Eurínome, la hija del Océano, la de apetecible belleza, hubo de él las tres cárites, de hermosas mejillas —Aglaya, Eufrosine y la amable Talía—, cuyos párpados causaban desfalleciente amor, y cuyo mirar aparecía dulce debajo de las cejas.
(912) También entró en el lecho de la criadera Deméter y la diosa parió a Perséfone, la de los níveos brazos, que fue robada de junto a su madre por Hades, a quien el próvido Zeus se la concedió luego.
(915) Amó más tarde a Mnemósine, la de hermosa cabellera, y de tal deidad proceden las nueve musas, de doradas mitras, a quienes placen los festines y el deleitoso canto.
(918) Leto, habiéndose unido con Zeus, que lleva la égida, fue madre de Apolo y de Ártemis, la que se goza en tirar flechas: la más amable prole entre todos los celestes dioses.
(921) Su última esposa ha sido la floreciente Hera, y del amoroso consorcio de esta deidad con el rey de los dioses y de los hombres nacieron Hebe, Ares e Ilitía.
(924) Además, Zeus hizo salir de su propia cabeza a la ojilúcida Tritogenia (29), diosa potente, tumultuaria, que guía a los ejércitos, indómita, veneranda, la cual se huelga con los bélicos clamores, los combates y las batallas; y Hera, irritada contra su esposo y rivalizando con él, dio a luz, sin haberse juntado con nadie, al ínclito Hefesto, que es el más hábil artífice de cuantos dioses hay en el cielo.
(929a) (30) Pero Hera se enfadó mucho y riñó con su compañero, y a causa de esta disputa dio a luz sin unión con Zeus, que tiene la égida, a un hijo glorioso, Hefesto, que superó a todos los hijos del Cielo en artesanía. Pero Zeus se acostó con la hermosa hija de Océano y Tetis aparte de Hera […] engañando a Metis, aunque ella era plenamente sabia; pero él la agarró con sus manos y la metió en su vientre, por miedo a que pudiera dar a luz algo más fuerte que su rayo: por eso Zeus, que está sentado en lo alto y habita en el éter, se la tragó de repente. Pero ella concibió enseguida a Palas Atenea, y el padre de los hombres y de los dioses la dio a luz por medio de su cabeza a orillas del río Tritón, y permaneció oculta bajo las entrañas de Zeus, Metis, la madre de Atenea, obradora de justicia, más sabia que los dioses y los hombres mortales. Allí la diosa recibió aquello (31) con lo que superó en fuerza a todos los inmortales que moran en el Olimpo, ella que hizo el arma espantahuestes de Atenea. Y con esto la dio Zeus a luz, ataviada con armas de guerra.
(930) De Anfitrite y el estruendoso Poseidón, que bate la tierra, nació el grande y poderosísimo Tritón, terrible dios, el cual vive junto a su madre querida y a su padre rey, en el fondo del mar donde posee áureo palacio. De Ares, que horada los escudos, concibió Citerea al Terror y al Espanto, dioses terribles, los cuales junto con su padre, el asolador de ciudades, tumultúan las densas falanges de guerreros en la batalla horrenda; y de las mismas deidades procede Harmonía, a quien el magnánimo Cadmo tomó por esposa.
(938) A Zeus la Atlántida Maya diole un hijo glorioso, Hermes, el nuncio de los inmortales, después de haber compartido con aquel dios el sagrado lecho.
Uniose asimismo con él la hija de Cadmo, Sémele, y le parió un hijo ilustre, el regocijador Dioniso: siendo ella mortal, dio a luz un inmortal, pero ahora ambos son dioses.
Y de la propia suerte, habiéndose Alcmena ayuntado con Zeus, que amontona las nubes, fue madre del forzudo Heracles.
(945) A la más joven de las cárites, Aglaya, escogiola Hefesto, el ilustre cojo de ambos pies, por su floreciente esposa.
Dioniso, el de dorada cabellera, eligió a la rubia Ariadna, hija de Minos, por su floreciente esposa. Y el Cronión la hizo inmortal y librola para siempre de la senectud.
(950) El esforzado hijo de Alcmena, la de los pies hermosos, el robusto Heracles, cuando llegó al fin de sus dolorosos trabajos, tomó por casta esposa en el nevado Olimpo a Hebe, hija del gran Zeus y de Hera, la de las sandalias de oro; y, habiendo realizado grandes hazañas, vive dichoso con los inmortales, sin penas y exento de la vejez para siempre jamás.
(956) La ilustre Oceánida Perseís tuvo del Sol infatigable a Circe y al rey Eetes. A su vez, Eetes, hijo del Sol, que alumbra a los mortales, casó por la voluntad de los dioses con Idiya, la de hermosas mejillas, hija del río Océano, que vuelve sobre sí mismo; subyugada esta por la áurea Afrodita, uniose con aquel y parió a Medea, la de los pies hermosos.
Sobre las diosas y los hombres
(963) Y ahora, ¡adiós, vosotros que poseéis olímpicos palacios, islas, continentes, ponto de salobres entrañas! Ahora, musas olímpicas de voz suave, hijas de Zeus, que lleva la égida, cantad la serie de las diosas que se acostaron con algún mortal y, siendo inmortales, tuvieron hijos semejantes a las deidades.
(969) Deméter, la divina entre las diosas, habiéndose juntado amorosamente con el héroe Yasión en un campo noval, tres veces labrado, de la fértil Creta, dio a luz al excelente Pluto, el cual recorre la tierra y el ancho dorso del mar y enriquece y proporciona inmensa felicidad a cuantos encuentra o le salen al camino.
(975) De Cadmo y de Harmonía, hija de la áurea Afrodita, nacieron Ino, Sémele, Ágave, la de hermosas mejillas, Autónoe, con la que casó Aristeo, el de larga cabellera; y además Polidoro, en la bien murada Tebas.
(979) Calírroe, hija del Océano, juntose, gracias a la áurea Afrodita, con el esforzado Crisaor y dio a luz al más robusto de los mortales, a Gerión, que más tarde había de morir a manos del fornido Heracles, con ocasión de los flexípedes bueyes, en Eritia, situada en medio de las olas.
(984) De Titono tuvo la Aurora a Memnón, el de broncíneo casco, príncipe de los etíopes, y al rey Hematión. Y de Céfalo concibió un hijo ilustre: el esforzado Faetonte, varón semejante a los dioses. A este, cuando todavía era mozo —hallábase en la flor de la tierna y gloriosa juventud y solo pensaba en cosas pueriles—, arrebatolo la risueña Afrodita y lo hizo guardián nocturno de sus sagrados templos cual si fuese un genio divino.
(992) Por la voluntad de los sempiternos dioses, el Esónida quitole la hija al rey Eetes, alumno de Zeus, después de llevar al cabo los muchos y penosos trabajos que le había impuesto el grande y soberbio rey, el insolente, impío y criminal Pelias. Tan pronto como dio fin a los mismos, el Esónida volvió a Yolcos, padeciendo muchas fatigas y llevando en la velera nave a la doncella de ojos vivos, a la cual tomó luego por su floreciente esposa. Esta, una vez casada con Jasón, pastor de pueblos, tuvo un hijo, Medeo, a quien Quirón Filírida crio en el monte. Y así se cumplió la voluntad del gran Zeus.
(1003) De las hijas de Nereo, el anciano del mar, Psámate, la divina entre las diosas, fue amada por Éaco, merced a la áurea Afrodita, y dio a luz a Foco; y la argentípeda Tetis, casada con Peleo, parió a Aquiles, que desbarataba las falanges de los enemigos y tenía el ánimo de un león.
(1008) Citerea, la de linda corona, habiéndose unido amorosamente con el héroe Anquises en las alturas del poblado Ida, en valles abundoso, dio a luz a Eneas.
(1011) Circe, hija del Sol Hiperiónida, tuvo de su amor por el paciente Odiseo a Agrio, al irreporchable y fuerte Latino y también a Telégono, merced a la dorada Afrodita. Estos reinaron sobre todos los muy ilustres tirrenos en apartadas comarcas, dentro de sagradas islas.
(1017) Calipso, la divina entre las diosas, habiendo tenido agradable consorcio con Odiseo, fue madre de Nausítoo y de Nausínoo.
(1019) Tales son las inmortales que se acostaron con hombres mortales y parieron hijos semejantes a los dioses. Cantad ahora la muchedumbre de las demás mujeres, ¡oh, musas olímpicas de voz suave, hijas de Zeus que lleva la égida!
Notas
Tomadas de la edición y traducción de Hugh G. Evelyn-White (1884-1924), traducidas y adaptadas para nuestro propio texto en español.
(1) El epíteto indica probablemente coquetería.
(2) Dicho proverbial que significa: ‘¿Para qué extenderse en temas irrelevantes?’.
(3) «La de la voz noble»: Calíope es la reina de la poesía épica.
(4) La tierra, en la cosmología de Hesíodo, es un disco rodeado por el río Océano y flotando sobre un desierto de aguas. Se la llama «morada» de todo (el calificativo «los inmortales…», etc., es una interpolación), porque en ella se apoyan no solo los árboles, los hombres y los animales, sino incluso las colinas y los mares.
(5) El éter es la brillante e impoluta atmósfera superior, a diferencia del aer, la atmósfera inferior de la tierra.
(6) Brontes es «el tronador»; Estéropes, «el relampagueante»; y Arges «el brillante».
(7) El mito explica la separación de Urano (el Cielo) y Gea (la Tierra). En la cosmología egipcia, Nut (el Cielo) es empujada y separada de su hermano Geb (la Tierra) por su padre Shu, que corresponde al Atlas griego.
(8) Ninfas de los fresnos, como las dríades son ninfas de los robles.
(9) «Amante del miembro»: el título no es quizá más que una perversión del habitual Philomeides (amante de la risa).
(10) Cloto («la hilandera») es la que hila el hilo de la vida del hombre; Láquesis («la que dispensa la suerte») asigna a cada hombre su destino; Átropo («la inexorable») es la moira de las horribles tijeras.
(11) Muchos de los nombres que siguen expresan diversas cualidades o aspectos del mar: así Galene es «calma», Cimótoe es la «veloz como una ola», Ferusa y Dinámene son «la que acelera (los barcos)» y «la que tiene poder».
(12) Son «la receptora de olas» y «la destiladora de olas».
(13) Es «la infalible» o «veraz».
(14) Es decir, Poseidón.
(15) Goettling señala que algunas de estas ninfas derivan sus nombres de las tierras que presiden, como Europa, Asia, Doris, Janeira (señora de los jonios), pero que la mayoría se llaman por alguna cualidad que poseían sus corrientes: así Jante es «la parda» o «turbia», Anfiro es el río «circundante», Yante es «la que se deleita», y Ocírroe es «la de rápido fluir».
(16) Es decir, Eos, la Aurora, «la nacida temprano».
(17) Van Lennep explica que Hécate, al no tener hermanos que la apoyaran, podría haber sido menospreciada.
(18) La diosa del hogar (la Vesta romana), y por tanto de la casa.
(19) La variante «de su padre» (sc. Cielo) se basa en una autoridad inferior del manuscrito y es probablemente una alteración debida a la dificultad declarada por un escoliasta: «¿Cómo podría Zeus, no siendo todavía engendrado, conspirar contra su padre?». Sin embargo, la frase forma parte de la profecía. Toda la línea bien puede ser espuria, y es rechazada por Heyne, Wolf, Gaisford y Guyet.
(20) Pausanias (X 24.6) vio cerca de la tumba de Neoptólemo «una piedra de no gran tamaño», que los delfianos ungían cada día con aceite, y que según él se suponía que era la piedra dada a Crono.
(21) El griego hace referencia a los melios. Un escoliasta explica: «O porque ellos (los hombres) surgieron de las ninfas melias, o porque, cuando nacieron […], se arrojaron bajo los fresnos, es decir, los árboles». La referencia puede ser al origen de los hombres a partir de los fresnos.
(22) Es decir, Atlas, el Shu de la mitología egipcia.
(23) Océano es considerado aquí como una corriente continua que encierra la tierra y los mares, y por lo tanto como fluyendo de nuevo sobre sí mismo.
(24) La concepción de Océano es aquí diferente: tiene nueve corrientes que rodean la tierra y desembocan en el «principal», que parece ser el residuo de aguas sobre el que, según la cosmología griega y hebrea primitiva, flotaba la tierra en forma de disco.
(25) Es decir, el umbral es de metal «nativo» y no artificial.
(26) Según Homero, Tifón fue aplastado por Zeus entre los arimos de Cilicia. Píndaro lo representa como enterrado bajo el Etna, y Tzetzes lee «Etna» en este pasaje.
(27) El epíteto (que significa literalmente «bien perforado») parece referirse al pico del crisol.
(28) El dios del fuego. No hay ninguna referencia a la acción volcánica: el hierro se fundía en el monte Ida.
(29) Es decir, Atenea, que nació «a orillas del río Tritón».
(30) Restaurado por Peppmuller. Las diecinueve líneas siguientes de otra recensión de las líneas 889-900, 924-9 son citadas por Crisipo (en Galeno).
(31) Es decir, la égida. La línea 929 es probablemente espuria, ya que no concuerda y contiene una referencia sospechosa a Atenas.
Créditos, etc.
Mi trabajo para AcademiaLatin.com ha sido el de transcribir el texto a partir de un ejemplar en papel que compré de segunda mano, editarlo y publicarlo en internet (2022), lo cual, hasta donde yo sé, soy el primero en hacer en línea.
Mi edición incluye la modernización de la ortografía y la puntuación, así como nombres de los dioses y personajes principales en griego (p. ej. Zeus y Atenea, no Júpiter y Minerva; Odiseo, no Ulises; moiras y cárites, no parcas y gracias, etc.).
La división en capítulos, las notas y el párrafo 929a están tomados (y traducidos y adaptados) de Hugh G. Evelyn-White (1884-1924).
Las ilustraciones son de John Flaxman (1755-1826), prácticamente estándar en publicaciones de Hesíodo y Homero.
👉 Por cierto, he publicado esta misma traducción en papel, para Kindle y en pdf, a un precio muy asequible. ¡Incluye un utilísimo apéndice de nombres propios (no publicado en AcademiaLatin.com)!