Libro décimo

A continuación tienes un libro del Breviario de Eutropio, traducido de forma sumamente literal al español por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.

[1] Retirándose éstos, pues, de la administración de la república, Constancio y Galerio fueron nombrados Augustos y fue dividido entre ellos de tal forma el orbe romano que la Galia, Italia, África las obtuviera Constancio; el Ilírico, Asia, Oriente, Galerio, asumiendo a dos Césares. Constancio, sin embargo, contento con la dignidad de Augusto, rechazó la solicitud de administrar Italia y África, un varón egregio y de administración muy diligente, afanándose en las riquezas de las provincias y de los privados, preocupándose no demasiado por la cantidad del fisco, y diciendo que es mejor que las riquezas públicas sean tenidas por privados, a que sean reservadas en un solo lugar; hasta tal punto, por su parte, su culto por lo módico, que en los días de fiestas, si estaba con amigos muy numerosos para banquetearse, le eran prestados, pedida la plata de casa en casa, los triclinios. Éste no solo fue amable, sino también venerable por los galos, especialmente porque habían evadido la sospechosa prudencia de Diocleciano y la sanguinaria temeridad de Maximiano, bajo el imperio de éste. Murió en Britania, en Eboraco, en el año de su principado décimo tercero, y entre los dioses fue llevado.

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[2] Galerio fue un varón tanto de costumbres buenas como magnífico en el asunto militar, como escuchara que Italia también, estando de acuerdo Constancio, a su administración había pasado, a dos Césares nombró: a Maximino, a quien puso al frente de Oriente, y a Severo, al que dio Italia. Él mismo en el Ilírico se quedó. Pero, muerto Constancio, Constantino, hijo de él a raíz de un matrimonio muy oscuro, en Britania fue nombrado emperado y al lugar de su padre, como deseadísimo gobernante, accedió. En Roma entretanto los pretorianos, iniciado un tumulto, a Maxencio, hijo de Herculio, el que no lejos de la ciudad en la villa pública vivía, fue llamado Augusto. Anunciado esto, Maximiano Herculio, agradado por la esperanza de retomar su puesto que contra su voluntad había perdido, a Roma se apresuró desde Lucania, que como sede había elegido, envejeciendo en unos campos muy agradables, y a Diocleciano incluso, a través de cartas, exhortó a que retomara el poder depuesto, las cuales él tuvo por risibles. Pero contra el movimiento pretoriano también Severo César, enviado a Roma por Galerio, con el ejército de Maxentio vino y, asediando la ciudad, fue abandonado por una traición de sus soldados. Fueron aumentadas las riquezas de Maxentio y confirmado su imperio. Severo, huyendo, en Ravena fue muerto.

[3] Herculio Maximiano, en cambio, después de esto, en una asamblea de los ejércitos, intentando despojar a su hijo Maxentio, una revuelta y reproches de los soldados obtuvo. De ahí a las Galias se dirigió, preparado el engaño, como si hubiese sido expulsado por su hijo, de modo que a su yerno Constantino se uniera, planeando, sin embargo, matar a Constantino, descubierta la ocasión, quien en las Galias reinaba ya con gran favor de los soldados y los provinciales, muertos los francos y alamanes y capturados los reyes de ellos, a los que con bestias mató, como dispusiera un magnífico espectáculo de juegos. Detectados, pues, los engaños a través de su hija Fausta, que había anunciado el engaño al varón, huyó Herculio y en Masilia fue aplastado (desde ésta, en efecto, se disponía a navegar hasta su hijo) y pagó las penas con una muerte justísima, un varón proclive a toda crueldad y severidad, infiel, perverso, muy privado de consideración.

[4] Por este tiempo, Licinio fue nombrado emperador por Galerio, oriundo de Dacia, conocido para él por una antigua relación y en la guerra que contra Narseo había llevado a cabo, recibido por sus esforzados trabajos y servicios. La muerte de Galeria rápidamente siguió. Así, la república entonces era tenida por cuatro nuevos emperadores: Constantino y Maxentio —hijos de los Augustos—, Licinio y Maximino, hombres nuevos. En cambio, en el quinto año de su mandato, Constantino emprendió una guerra civil contra Maxentio: a sus tropas en muchos combates aniquiló; a él mismo, que sembraba el caos en el puente Mulvio contra los nobles con todas las crueldades, al final, en Roma venció y de Italia se apoderó. No mucho después, en Oriente también, contra Licinio, Maximino, emprendiendo una revolución, su muerte cercana adelantó por una muerte fortuita en Tarso.

[5] Constantino en cambio, un varón grande e inclinado a realizar todo lo que en su ánimo se hubiese dispuesto, aspirando a la vez al principado de todo el orbe, llevó a Licinio la guerra, aunque tuviese conexión y afinidad con él, pues su hermana Constancia estaba casada con Licinio. Y en primer lugar, a él, que estaba preparando la guerra con gran aparato en Cibalas, en Panonia repentinamente lo aplastó y, apoderándose de toda Dardania, Mesia, Macedonia, numerosas provincias ocupó.

[6] Luego, varias guerras entre ellos se hicieron y la paz se reconcilió y se rompió. Al final, Licinio, vencido en combate naval y terrestre en Nicomedia, se entregó y, como privado yendo contra un juramento, en Tesalónica fue muerto. En este tiempo, la cosa romana estuvo bajo un solo Augusto y tres Césares, lo cual nunca había pasado, como los hijos de Constantino gobernaran en Galia, Oriente e Italia. Pero, por la insolencia de las cosas favorables, mucho cambió Constantino desde aquella docilidad de su ánimo favorable. Primero, persiguiendo a sus familiares, a su hijo, egregio varón, y al hijo de su hermana, joven gentil índole, mató; enseguida a su esposa; después a numerosos amigos.

[7] Varón en el primer tiempo de su gobierno que podía compararse con los mejores prínceps; en el último, con los regulares. Brillaron innumerables virtudes en él de ánimo y cuerpo. Fue muy ambicioso de gloria militar, de fortuna próspera en las guerras, pero de tal modo que no superara su actividad. En efecto, también a los godos, después de la guerra civil, derrotó varias veces, dada la paz a éstos al final, y una gran gracia de su recuerdo puso entre los pueblos bárbaros. Dedicado a las artes civiles y a los estudios liberales, ávido de un justo cariño que buscó de todos para sí tanto con liberalidad como con amabilidad; como con algunos amigos era dubitativo, así con otros era magnífico, no dejando ninguna ocasión en la que los hiciera más ricos y más ilustres.

[8] Solicitó muchas leyes: algunas de bien e igualdad, y otras superfluas, algunas severas, fue el primero que emprendió el alzar la ciudad de su nombre a tanto prestigio que la hiciera competidora de Roma. Preparando la guerra contra los partos, quienes ya atacaban Mesopotamia, en el trigésimo primer año de su mandato, en el sexagésimo sexto de edad, en Nicomedia, en la villa pública, murió. Le fue anunciada su muerte incluso a través de una estrella fugaz, que brilló bastante tiempo, de inusitada magnitud; a ésta los griegos la llaman “cometa”. Y entre los dioses mereció ser llevado.

[9] Éste dejó como sucesores a sus tres hijos y a un hijo de su hermano. Pero Dalmacio César, de magnífica índole, y no sin similitud a su tío, no mucho después fue eliminado por una revuelta militar y consintiéndolo Constancio, su primo, más que ordenándolo. Más adelante a Constantino, que llevaba una guerra contra su hermano y organizaba en Aquileia, sin declaración, un combate, los generales de Constante mataron. Así, la república quedó para dos Augustos. El gobierno de Constante fue fuerte mucho tiempo y justo. Después, como tanto de una fortaleza escasa y de amigos muy malvados se valiera, se pasó a fuertes vicios, como intolerable fuera con los provinciales, impopular con los soldados, por una revuelta en Magnentio fue muerto. Murió no lejos de las Hispanias en el campamento para el que el nombre es el de “Helena”, en el año de su gobierno décimo séptimo, de edad trigésimo, hechas, sin embargo, muchas cosas enérgicamente en la milicia, y terrible para el ejército durante todo el tiempo de su vida, sin demasiada crueldad.

[10] La fortuna de Constancio fue distinta. En efecto, por los persas muchas y graves cosas sufrió a menudo, capturadas las ciudadelas, asediadas las ciudades, aniquilados los ejércitos, y ningún combate contra Sapor le fue próspero, salvo en el que en Sígara perdió una no dudosa victoria por el ansia de sus soldados, quienes  pidieron una lucha, de forma sediciosa y estúpida, contra la costumbre de la guerra, acabando ya el día. Después de la muerte de Constante, obteniendo Magnentio Italia, África, las Galias, incluso el Ilírico tuvo revoluciones, elegido Vetranión para el gobierno por consenso de los soldados. A éste, ya muy anciano, amable con todos desde siempre y por el éxito de la milicia al proteger el Ilírico, lo nombraron prínceps, un varón bueno y de costumbres antiguas y de dichosa amabilidad, pero ignorante de todas las artes liberales hasta el punto de que los primeros elementos de las letras los recibió ya anciano y emperador.

[11] Pero por Constancio, que para la venganza de la muerte de su hermano había emprendido una guerra civil, le fue arrebatado a Vetranión el imperio; fue forzado a deponer su poder por una nueva e inusitada costumbre y consenso de los soldados. En Roma también hubo un tumulto, reivindicando Nepotiano —hijo de la hermana de Constantino— a través de una tropa de gladiadores el gobierno, quien con crueles exordios obtuvo su merecida muerte. En efecto, en el vigésimo octavio día, aplastado por los generales de Magnencio, pagó la pena. La cabeza de él en una estaca fue llevada alrededor de la ciudad, y hubo muchísimas proscripciones y matanzas de nobles.

[12] No mucho después, Magnencio fue derrotado en batalla en Mursa, y casi capturado. Enormes fuerzas del imperio romano en esta batalla fueron exterminados, suficientes para cualquier guerra externa, que muchos triunfos podrían traer y seguridad. Enseguida a Oriente por Constantino fue llevado como César el hijo de su tío, Galo, y Magnencio, vencido en diversos combates, trajo el final a su vida en Lugduno, en el año tercero de su gobierno, mes séptimo; también el hermano de él, Decencio, en territorio de los senones, a quien había enviado como César para proteger las Galias.

[13] Por estos tiempos también por Constancio, hechas muchas cosas malvadas, Galo César fue muerto, fiero en su naturaleza y proclive a lo tiránico, si por su derecho hubiese podido gobernar. Silvano también en la Galia, emprendiendo una revolución , antes del trigésimo día, fue aniquilado, y solo Constancio en el imperio romano, por ese tiempo, fue prínceps y Augusto.

[14] Enseguida envió a Juliano César a las Galias, su sobrino, hermano de Galo, dada su hermana a él en matrimonio, como muchas ciudadelas los bárbaros hubiesen asaltado, otras asedaran, por todas partes hubiese horrenda devastación y el imperio romano no con dudosa calamidad ya se tambaleara. Por éste con tropas modestas en Argentorato, ciudad de la Galia, enormes tropas de los alamanes fueron eliminadas; su más noble rey, capturado; las Galias, recuperadas. Muchas cosas magníficas después a través del mismo Juliano, contra los bárbaros, fueron hechas y sometidos más allá del Rin los germanos y restituido el imperio romano a sus fronteras.

[15] Y no mucho después, como los ejércitos germánicos fuesen quitados de la defensa de las Galias, por consenso de los soldados Juliano fue nombrado Augusto, y, pasado un año, se dirigió al Ilírico para tomarlo, ocupado Constancio en combates con los partos. Éste, conocidas las circunstancias, volviendo a la guerra civil, murió en el camino entre Cilicia y Capadocia, en el año de su gobierno trigésimo octavo, de edad el cuadragésimo quinto, y mereció ser llevado entre los dioses, un varón de magnífica tranquilidad, agradable, confiante en sus amigos y gente cercana, y al final incluso demasiado entregado a sus esposas; éste, sin embargo, en los primeros años de gobierno, se comportó con gran modestia, incluso fue favorable con sus conocidos cercanos y no permitiendo a los deshonrosos, de cuyos esforzados servicios era conocedor, muy propenso a la severidad por entonces si una sospecha de su gobierno se alzaba —era blando de lo contrario— y cuya fortuna ha de alabarse en los asuntos civiles más que en las guerras externas.

[16] Entonces Juliano se apoderó de las circunstancias y con gran aparato a los partos llevó la guerra; en esa expedición yo también estuve. Algunas ciudadelas y castillos de los persas recibió por rendición o por la fuerza asaltó y, asolando Asiria, un campamento fijo en Ctesifonte por bastante tiempo tuvo. Y, volviendo victorioso, cuando se metió insensatamente en combates, por enemiga mano fue muerto el sexto día de las kalendas de julio, en el año séptimo de su gobierno, en el trigésimo segundo de edad, y entre los dioses fue llevado, un varón magnífico y que habría administrado la república honorablemente, si por los hados se le hubiese permitido. En las disciplinas liberales muy erudito; en las letras griegas muy culto, hasta el punto de que su erudición latina en absoluto se comparaba con su sabiduría griega, de gran elocuencia y preparada, de muy tenaz memoria, en algunas cosas muy cercano a un filósofo. Para sus amigos era liberal, pero menos diligente de lo que realmente es apropiado a un prínceps. En efecto, fueron algunos los que infligieron heridas a la gloria de él. Con los provinciales fue muy justo y contenido con los impuestos en la medida en que podía hacerse. Amable con todos, teniendo un cuidado normal del erario, ávido de gloria e incluso de un ánimo no moderado por ella, muy perseguidor de la religión cristiana, hasta el punto, sin embargo, de que de la sangre se abstenía, no distinto a Marco Antonino, a quien incluso se esforzaba en emular.

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[17] Después de éste, Joviano, que como servidor militaba, fue elegido para obtener el gobierno por consenso del ejército, más conocido para los soldados por el renombre de su padre que por el suyo propio. Éste, ya confundidas las cosas, pasando penalidades el ejército también por falta de recursos, vencido en uno y otro combate por los persas, la paz, muy necesaria, pero innoble, con Sapor hizo, forzado por las fronteras y entregada alguna parte del imperio romano. Esto, antes de él, unos mil ciento dieciocho años, desde que el imperio romano había sido fundado, nunca ocurrió. Incluso nuestras legiones en Caudio, por el Ponto Telesino, y en Hispania en Numantia, y en Numidia, bajo el yugo habían sido enviadas, pero no se habían cedido nada de las fronteras. Esta condición de paz no habría sido digna de demasiada censura, si la necesidad del tratado entonces, cuando estuvo entero, hubiese querido cambiar, como por los romanos en todas estas guerras que he conmemorado se ha hecho. En efecto, tanto a los samnitas como a los numantinos y a los númidas, en seguida se les llevaron guerras y no fue ratificada la paz. Pero, mientras temiera a un rival del imperio, permaneciendo dentro de Oriente, poco de su gloria se preocupó. Así, emprendiendo el camino y dirigiéndose al Ilírico, en las fronteras de Galacia pereció por una repentina muerte, un varón en otras cosas ni inactivo ni imprudente.

[18] Muchos piensan que murió por una fuerte indigestión (en efecto, en la cena se había permitido manjares); otros, que por el olor de su habitación, que por el reciente enyesado del techo era perjudicial para los que descansaban; algunos por la dureza de los carbones, que había ordenado que fueran quemados por el fuerte frío. Murió en el séptimo mes de gobierno, el décimo tercer día de las kalendas de marzo, según cuentan más o menos, en el trigésimo tercer año de edad, y por la benevolencia de los prínceps que a él sucedieron, entre los dioses fue llevado. En efecto, fue muy inclinado a la amabilidad y muy liberal de naturaleza. Éste era el estado de la república romana, siendo este Joviano y Varroniano cónsules, en el año de la fundación de la ciudad milésimo centésimo decimoctavo. Por otra parte, como a unos fantásticos prínceps y dignos de veneración se ha llegado, por aquí daremos límite a la obra. En efecto, las cosas restantes con mayor estilo han de decirse. Éstas, ahora, no tanto las omitimos como que las reservamos para mayor diligencia de escribirlas.