1. Sobre el valor del tiempo
Séneca saluda a su querido Lucilio
Actúa así, querido Lucilio; reivindícate a ti mismo, y el tiempo que todavía o se te arrebata, o se te quita o se te escapa reúnelo y consérvalo. Persuádete de que esto es así como escribo: algunos tiempos nos son robados, algunos nos son sustraídos, algunos se van. Sin embargo, la más vergonzosa pérdida es la que ocurre por negligencia. Y si quisieras echar cuenta, la mayor parte de la vida se escapa a los que la viven mal; una gran parte, a los que no hacen nada; toda la vida a los que la pasan en alguna otra cosa.
¿A quién me darás, que ponga algún precio al tiempo, que estime el día, que comprenda que cada día muere? Y es que en esto nos equivocamos, porque miramos con interés a la muerte; gran parte de ella ya ha pasado. Algo de la vida está detrás: la muerte lo posee.
Por tanto, querido Lucilio, haz lo que escribes que haces: abrazar todas las horas. Ocurrirá de tal modo que dependerás menos del mañana, si a lo de hoy le echas mano. Mientras se pospone, la vida transcurre. Todas las cosas, Lucilio, son ajenas: solo el tiempo es nuestro. La naturaleza nos ha puesto en posesión de esta única cosa fugaz y resbaladiza, de la que nos expulsa cualquiera que quiere. Y tan grande es la estupidez de los mortales que las cosas que son mínimas y vilísimas, ciertamente reemplazables, cuando se han obtenido, se soporta que sean atribuidas a uno mismo; que nadie que ha obtenido tiempo juzga que deba algo, a pesar de que este es algo único que ni siquiera alguien agradecido puede devolver.
Preguntarás quizá qué hago yo, que te recomiendo estas cosas. Te lo diré abiertamente: puesto que ocurre como si fuera acomodado, pero diligente, me consta la razón del gasto. No puedo decir que yo no pierda nada, pero qué pierdo y por qué y de qué modo, te lo diré; revelaré las causas de mi pobreza, pero me ocurre lo que a muchos, forzados a la pobreza no por su propio vicio: todos perdonan, nadie socorre.
¿Qué pasa, pues? No considero pobre a aquel a quien le queda alguna cosilla que le es suficiente. Tú, sin embargo, prefiero que conserves tus cosas y que empieces en buen momento, pues, como les pareció a nuestros mayores, tardía es la frugalidad cuando se llega al fondo. En efecto, al final solo queda lo mínimo pero pésimo. Adiós.
2. Sobre los viajes y la lectura
De las cosas que me escribes y de las que oigo, concibo una buena esperanza respecto a ti; no vas corriendo ni te inquietas con cambios de lugares. Esta agitación es propia de un ánimo enfermo. Considero que el primer indicio de una mente en su sitio es poder detenerse y quedarse consigo misma.
Sin embargo, contempla esto, para que esta lección de muchos autores y de todo tipo de volúmenes no tenga algo de vago e inestable. Es necesario pararse y nutrirse de ciertos ingenios, si quieres extraer algo que se asiente fielmente en el ánimo.
En ningún sitio está quien en todas partes está. A los que se pasan la vida de viaje les ocurre esto, que tienen muchos huéspedes, pero ningunas amistades. Es necesario que lo mismo les ocurra a aquellos que no se aplican íntimamente al ingenio de nadie, sino que van pasando todo rápidamente y corriendo.
No aprovecha ni se llega al cuerpo la comida que, en cuanto se toma, se devuelve; nada impide la sanación tanto como el cambio constante de remedios; no se cicatriza la herida en la que se van probando medicamentos; no crece fuerte la planta que a menudo se trasplanta. Nada es tan útil que sea de provecho solo de paso. El que abarca muchos libros poco aprieta.
Cuando no puedas leer cuanto tengas, es suficiente tener cuanto puedas leer. Dirás: «Pero quiero hojear ahora este libro, ahora aquel». Es propio de un estómago quejoso degustar muchas cosas, que, siendo variadas y diversas, molestan, no aportan nada positivo.
Así pues, lee siempre a autores solventes y, si alguna vez te apeteciera desviarte a otros, vuelve a los primeros. Obtén cada día algo de ayuda contra la pobreza, algo contra la muerte, y no menos contra otras cosas negativas; y, aunque vayas corriendo por muchas cosas, escoge una para digerirla ese día.
Esto es lo que hago yo mismo: de las muchas cosas que he leído, me detengo en algo. Lo de hoy es esto, que he sacado de Epicuro, pues suelo también pasarme al bando contrario, no como desertor, sino como explorador.
Dice: «Es cosa honesta la pobreza feliz». Pero no es eso pobreza, si es feliz. No es pobre quien poco tiene, sino quien desea más. Pues ¿qué importa cuanto se tenga en el arca, cuanto haya en los hórreos, cuanto pazca o se invierta, si se acecha lo ajeno, si no cuentan las adquisiciones, sino las cosas por adquirir? ¿Preguntas cuál es la medida de las riquezas? La primera, tener lo que es necesario, y luego lo que es suficiente. Adiós.
3. Sobre la confianza con los amigos
Entregaste una cartas que habían de ser traídas a mí por, según escribes, un amigo tuyo; luego me adviertes de que no trate con él todas las cosas relacionadas contigo, porque no sueles ni siquiera tú mismo hacerlo; así, en una misma carta lo llamaste amigo y te desdijiste.
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