A continuación tienes uno de los personajes de los Hombres ilustres de Nepote, texto transcrito, modernizado, etc., por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com a partir de diversas fuentes.
El siguiente vídeo incluye una grabación de todas las Vidas (voz artificial); puedes usarlo a modo de audiolibro si te apetece. Inmediatamente después, un poco más abajo, tienes todo el texto.
Agesilao de Lacedemonia, rey de Esparta, segundo de este nombre, después de haber vencido varias veces las tropas de Artajerjes Menmón, rey de Persia, determinó conquistarla; pero, teniendo contraorden de los éforos de Lacedemonia, se retiró tan prontamente que en treinta días anduvo con sus tropas toda la tierra que Artajerjes en un año. Hallándose ocupado en otras expediciones, murió de enfermedad en el año tercero de la olimpiada 104 a los 41 años de su reinado.
Capítulo I
Familias que tenían el reinado en Lacedemonia. Leotíquidas disputa la corona a su tío Agesilao, el cual es preferido por favorecerle Lisandro.
Agesilao, natural de Lacedemonia, fue alabado por varios escritores, y con particularidad por Jenofonte, discípulo de Sócrates, que le trató muy familiarmente. Al principio compitió con su sobrino Leotíquidas sobre la corona, porque los lacedemonios, por costumbre heredada de sus antepasados, tenían dos reyes más en el nombre que en el poder, de las dos familias de Procles y Euristenes, que fueron los primeros descendientes de Hércules que reinaron en Esparta.
No se podía hacer rey de una familia en lugar del de la otra, y así cada una guardaba su línea. En primer lugar atendían al mayor de los hijos del rey difunto y, a falta de hijo varón, echaban mano del pariente más cercano.
Había fallecido el rey Agis, hermano de Agesilao, dejando un hijo llamado Leotíquidas, a quien no había reconocido por tal en vida, bien que a la hora de la muerte le declaró por suyo. Leotíquidas, pues, disputó a su tío Agesilao el honor de la corona, mas en vano, porque con el favor de Lisandro, que como ya atrás dejo dicho era faccionario y poderoso entonces, Agesilao logró la preferencia.
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Capítulo II
Persuade Agesilao a los lacedemonios para que hagan la guerra en Asia y, habiéndosele confiado el mando, obra con una celeridad extraordinaria. Hace treguas con Tisafernes, que las aprovecha para juntar gente, mientras Agesilao las observa con suma religiosidad.
Apenas Agesilao tomó las riendas del gobierno, persuadió a los lacedemonios de que enviasen su ejército a Asia e hiciesen la guerra al rey de Persia, haciéndoles ver que les tenía más cuenta hacer teatro de la guerra a Asia que a Europa, porque había corrido la noticia de que Artajerjes aprestaba una armada y levantaba ejércitos de tierra para invadir Grecia.
Habiéndole los lacedemonios dado el mando, anduvo tan diligente que estaba ya en Asia y aún no sabían los gobernadores reales su partida, y así los halló a todos desprevenidos y descuidados.
En vista de esto, Tisafernes, que era el principal sátrapa del reino, pidió treguas al lacedemonio, fingiendo que quería buscar algún buen ajuste con que se terminasen las diferencias entre el rey y los espartanos, aunque en la realidad era para poder juntar gente.
Agesilao le concedió tres meses de treguas, y ambos hicieron juramento de guardarlas sin fraude. Agesilao por su parte cumplió lo que había pactado con inviolable fidelidad, mas Tisafernes no pensó en otra cosa que en prepararse para la guerra.
El lacedemonio, aunque lo sabía, guardaba no obstante el juramento, diciendo que iba a ganar mucho con aquella conducta, pues, cuando Tisafernes por perjuro enajenaba las voluntades de los hombres y acarreaba sobre sí la ira de los dioses, él por el contrario, siendo fiel al juramento, por una parte daba nuevas fuerzas a su gente, pues esta vería de su parte a los dioses, y por otra ganaba las voluntades de los hombres, que siempre suelen inclinarse a favor de los que ven exactos en cumplir sus palabras.
Capítulo III
Agesilao, concluido el armisticio, asuela Frigia y toma cuarteles de invierno en Éfeso. Mientras se prepara allí para la próxima campaña, estimula con premios a los armeros y a los soldados. Marcha contra Sardes y toma muchas plazas, cuidando siempre de no batirse en campo raso, por ser inferior en caballería al enemigo.
Concluido el tiempo de las treguas, el bárbaro, no dudando que los enemigos invadirían primero Caria, porque tenía en ella muchísimas de sus posesiones y corría entonces con la fama de riquísima, había hecho marchar allá todas sus tropas.
Mas Agesilao revolvió sobre Frigia y la asoló antes que Tisafernes diese un paso para socorrerla. Después de haber enriquecido a sus tropas con un rico botín, volvió con ellas a invernar a Éfeso, y allí hizo los preparativos para la guerra con mucho cuidado y diligencia, estableciendo a este fin fábricas de armas.
Y para que los soldados las tomasen con más gusto y anduviesen más lucidos, propuso premios para gratificar a los artífices que trabajasen con más primor. Hizo lo mismo en varios ejercicios con que adiestraba su gente, premiando largamente a los que aventajaban a los otros, logrando por estos medios tener unas tropas muy lucidas y ejercitadas.
Cuando le pareció tiempo de sacar a su gente de los cuarteles de invierno, advirtió que, si publicaba adónde había de marchar, no sería creído por los enemigos, y estos acudirían a fortificar otras provincias, creyendo ciertamente que no haría lo que hubiese dicho.
En efecto, habiendo echado voz de que marcharía a la ciudad de Sardes, Tisafernes creyó que debía atender a la defensa de la misma carta. Habiéndole engañado el pensamiento, y viéndose vencido del ardid del lacedemonio, marchó al socorro de los suyos, pero ya era tarde, porque, cuando él llegó, ya Agesilao había hecho un rico botín en la toma de muchas plazas.
Agesilao, viendo que la caballería enemiga era superior a la suya, jamás se presentó en campo raso, sino que siempre llegaba a las manos en los parajes en que la infantería podía obrar con ventaja, y de esta manera salió superior en todos los reencuentros con las tropas contrarias, aunque eran más numerosas que las suyas, y se paseó por Asia, pasando en la opinión de todos por vencedor.
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Capítulo IV
Obedece, sin replicar y con una prontitud extraordinaria, la orden de los magistrados de Lacedemonia, en la que se le mandaba que regresase con el ejército a su patria, no obstante la halagüeña perspectiva de poderse apoderar de Persia. Derrota a los atenienses, a los beocios y a sus aliados, saliendo herido de la batalla, y prohíbe que se haga mal a los que se habían acogido al templo de Minerva.
Cuando pensaba en pasar a Persia y hacer la guerra al mismo rey en persona, recibió unos pliegos de los éforos con la noticia de la guerra que los atenienses y beocios habían declarado a Lacedemonia, y orden de volver inmediatamente a su patria.
En esta ocasión no es menos de admirar su amor y respeto a la patria que en las otras su valor y esfuerzo, porque, mandando un ejército victorioso y teniendo muy grandes esperanzas de apoderarse del reino de Persia, obedeció con tanto rendimiento las órdenes de los magistrados, ausente, como si se hallara en una de las juntas de Esparta como un particular. ¡Ojalá hubieran querido seguir nuestros generales su ejemplo!
Mas volvamos al asunto. Agesilao antepuso la buena reputación a un reino opulentísimo, creyendo que le daría mucha más gloria la obediencia a las leyes de su patria que la rendición de toda Asia.
Siguiendo este modo de pensar, pasó con sus tropas el Helesponto y anduvo tan diligente que anduvo en treinta días lo que Jerjes en más de medio año. Estando ya cerca del Peloponeso, los atenienses, los beocios y sus aliados intentaron impedirle el paso junto a Coronea, pero los venció en una sangrienta batalla.
Mas lo que hizo más gloriosa la victoria fue la clemencia que usó con los que se refugiaron en el templo de Minerva. Le preguntaron los suyos qué quería que se hiciese con ellos, y él, aunque había recibido algunas heridas en la batalla y parecía que estaba irritado contra todos los que habían tomado las armas contra él, con todo, pospuso su ira al respeto de la diosa y prohibió que se les hiciese algún mal.
Y no solo trató con respeto los templos de los dioses en Grecia, sino que también entre los bárbaros conservó con suma veneración intactas sus imágenes y altares. Y así acostumbraba a decir que extrañaba, como no se reputaba por sacrílegos a los que hacían algún mal a los que se acogían al sagrado de los dioses, y que no se diese más severo castigo a los que les faltaban al respeto y veneración debida, que a los que despojaban sus templos.
Capítulo V
Se duele Agesilao de las victorias que conseguía de los griegos y rehúsa entrar a la fuerza en sus ciudades, teniendo por máximo que si Grecia se debilitaba por las guerras de unas repúblicas con otras, fácilmente sería presa de los extranjeros.
Después de esta batalla todo el peso de la guerra vino a caer en las cercanías de Corinto, de donde se llamó corintiaca. Habiendo Agesilao matado en una batalla a diez mil de los contrarios, y pareciendo que quedaban con esto muy debilitados, tan lejos estuvo de desvanecerse con esta gloria que antes bien lloró la infelicidad de Grecia al ver vencidos y muertos a tantos por culpa de los enemigos, pues con aquella gente, decía, si hubieran tenido juicio, habrían podido los griegos vengarse de los agravios que habían recibido de los persas.
Asimismo, habiendo obligado a los enemigos a encerrarse en Corinto, y siendo importunado por muchos para batir esta ciudad, respondió que no correspondía eso a su valor: que él pondría en razón a los que se desmandasen, mas que nunca entraría a fuerza de armas en las nobilísimas ciudades de Grecia, porque, si queremos —decía— acabar con los que estuvieron de nuestra parte en las guerras contra los bárbaros, nos arruinaremos a nosotros mismos, estándose ellos quietos, y cuando quieran, nos acabarán de destruir sin trabajo.
Capítulo VI
Desaprueba la campaña de Leuctra y no va a ella, como si adivinara cuán funesta había de ser a los lacedemonios. Cuando Esparta fue atacada por Epaminondas, la salvó por haber sabido utilizar la traición de unos jóvenes que iban a pasarse a los tebanos.
Entretanto, recibieron los lacedemonios la derrota de Leuctra, a la cual expedición, para que la dejasen, no quiso él ir, aunque le hicieron muchas instancias, como si adivinara el suceso; mas cuando Epaminondas atacó Esparta, siendo así que estaba sin muros, Agesilao desempeñó tan bien el cargo de un general que hizo ver a todo el mundo que, si él no fuera, no habría quedado en pie Esparta.
En aquel aprieto una pronta resolución suya fue la que los salvó a todos. Unos jóvenes, sorprendidos del miedo al acercarse el enemigo, resolvieron pasarse a los tebanos, y para esto se apoderaron de una colina fuera de la ciudad. Agesilao, viendo las fatales consecuencias que tendría semejante ejemplo si se llegase a sabe, fue allá con los suyos y, como si hubiesen tomado aquella resolución con buen fin, les alabó el acierto en haberse anticipado a ocupar aquel puesto y les dijo que él también había pensado que convenía hacer lo que ellos habían hecho. De esta manera, por medio de este fingido elogio, recobró aquellos jóvenes y, con agregarles algunos de los que él llevaba, dejó aquel puesto asegurado, porque los mancebos, viendo aumentado el número de los que estaban ignorantes de su inclinación, no osaron hacer movimiento, y con tanto más gusto cuanto creían que se ignoraba su primer designio.
Capítulo VII
Aunque los lacedemonios sufrieron la derrota de Leuctra por no haber seguido el dictamen de Agesilao, no dejó este de auxiliarles cuanto pudo, destinando para las necesidades públicas todo el dinero que tenía, de modo que nunca hubo en su casa más lujo que en la de un simple particular.
Es sin duda que los lacedemonios, después de la batalla de Leuctra, no volvieron sobre sí ni recobraron antiguo señorío, aunque no dejó Agesilao de ayudar a su patria en cuanto pudo, porque, hallándose los espartanos muy faltos de dinero, marchó a socorrer a todos los que habían negado la obediencia al rey, y alivió las necesidades de su patria con las gruesas sumas que recibió de ellos.
Y lo más particular en Agesilao fue no haber llevado jamás a su casa cosa alguna, ni innovado nada en la comida y vestido de su país, siendo así que fueron muy cuantiosos los regalos que le hicieron varios reyes, dinastas y ciudades.
Estuvo bien hallado en la casa misma en que había vivido Eurístenes, tronco de su familia, en la cual no vería ninguno que entrara ninguna muestra de suntuosidad o lujo; antes sí muchas de la templanza y desinterés del dueño, pues no tenía más mueble que la de cualquier pobre particular.
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Capítulo VIII
La naturaleza le escaseó las dotes corporales, y por ello le despreciaban los que no le conocían. Socorre al rey Taco, cuyos enviados no pudieron reconocerle por lo pobremente que iba vestido, cuando le presentaron varios regalos de su parte. Admite solo algunas vituallas y reparte o devuelve lo demás. Habiendo muerto en el camino al regresar de Egipto, embalsaman su cuerpo.
Mas este gran hombre, así como experimentó benéfica a la naturaleza en las prendas con que adornó su alma, así la tuvo por contraria en cuanto a las del cuerpo, porque fue de baja estatura, de poco cuerpo y cojo de un pie, lo que también le ocasionaba alguna deformidad; y los que no le conocía, al ver su cara, le despreciaban, aunque los que sabían su valor no acababan de admirarse.
Como le sucedió cuando de edad de ochenta años marchó a Egipto en socorro de Taco. Se recostó con los suyos en la ribera sin pabellón ni otra alguna cubierta, teniendo por alfombra unas pajas extendidas en el suelo, y una piel que las cubría; y allí se recostaron todos los que le acompañaban con vestidos pobres y viejos, de manera que el adorno, lejos de demostrar que estaba allí la persona del rey, antes indicaba hombre de pocas conveniencias.
Habiendo llegado la noticia de su arribo a los gobernadores reales, al punto le enviaron todo género de regalos. Los que los llevaron preguntaron por Agesilao, y con dificultad se les hizo creer que era uno de los que allí estaban recostados. Habiéndole ofrecido en nombre del rey lo que traían, Agesilao no quiso recibir sino algunos platos de carne de becerro y otros semejantes que en la ocasión presente hacían falta: repartió los ungüentos, coronas y postres entre los criados y mandó que volviesen a llevarse todo lo demás. Los bárbaros, viendo esto, hicieron aún más bajo concepto de él, juzgando que había hecho aquella elección por no saber lo que era bueno.
Volviendo Agesilao de Egipto con doscientos veinte talentos con que le había regalado el rey Nectanebes para que hiciese un donativo a su pueblo, habiendo llegado a un puerto llamado de Menelao, que está entre Cirenas y Egipto, enfermó y murió. Sus amigos le embalsamaron con cera a falta de miel, y de esta manera llevaron su cadáver a Esparta.