A continuación tienes uno de los personajes de los Hombres ilustres de Nepote, texto transcrito, modernizado, etc., por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com a partir de diversas fuentes.
El siguiente vídeo incluye una grabación de todas las Vidas (voz artificial); puedes usarlo a modo de audiolibro si te apetece. Inmediatamente después, un poco más abajo, tienes todo el texto.
Alcibíades, capitán ateniense, fue almirante de la flota de Atenas contra los siracusanos. Después de que Lisandro tomara la ciudad de Atenas, determinó Alcibíades unirse con el rey de Persia para destruir a los lacedemonios. Recelosos estos de que Alcibíades fuese a hablar al rey de Persia, le mataron a flechazos el año primero de la olimpiada XCIV.

Más sobre Alcibíades
Capítulo I
Su patria, nobleza, hermosura, fama, elocuencia y otras singulares prendas confundidas con los vicios más detestables.
Alcibíades, hijo de Clinias, fue natural de Atenas. Parece que la naturaleza experimentó en este lo que puede hacer (1). Convienen todos los que han escrito de él en que no ha habido nada más sobresaliente que él (2), tanto en los vicios como en las virtudes.
Nació en una ciudad de las más populosas, de un linaje muy ilustre; fue el más hermoso de todos los de su tiempo, hábil para todo y de mucho talento, pues fue un general consumado por mar y tierra; elocuente de modo que era singular la fuerza de su persuasión cuando arengaba, pues era tanta la gracia de su semblante y del decir que ninguno le podía resistir cuando hablaba.
Este mismo, cuando el tiempo lo pedía, era laborioso, sufrido, liberal, de esplendor, tanto en sus acciones como en su mesa: era afable, condescendiente y hombre que se acomodaba con mucha sagacidad a las circunstancias.
Pero este mismo apenas aflojaba (3) y no había motivo para trabajar con espíritu, se hallaba (4) dado al lujo, flojo, lujurioso y desarreglado, de manera que se admiraban todos de que hubiese en un mismo hombre tanta desemejanza y unas inclinaciones tan diversas.
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Capítulo II
Su educación y sus parientes. De jovencito le amaron muchos, y después, a su vez, amó él a varios mancebos.
Se crio en casa de Pericles (pues se dice que fue se entenado) y fue enseñado por Sócrates. Tuvo por suegro a Hipónico, el más elocuente de todos los griegos, de manera que, si él hubiera querido ponerse a pensar, ni hubiera podido traer a la memoria más bienes ni conseguir mayores que los que o la fortuna o la naturaleza le había dado.
Al principio de su mocedad fue amado por muchos, según la costumbre de los griegos, y, entre ellos, por Sócrates, de lo cual hace mención Platón en el Simposio (1), pues le introduce refiriendo que «él había pasado la noche con Sócrates y que se había levantado de su lado, no de otro modo que un hijo debía del lado de su padre». Después que entró más en edad, no menos amó él también a muchos, en cuyo amor, en los términos lícitos, hizo muchas cosas odiosas (2) con delicadeza y gracia, las cuales referiríamos si no tuviésemos cosas mayores y mejores.
Capítulo III
Por consejo de Alcibíades declaran guerra los atenienses a los siracusanos, y la dirige como general en jefe. Recaen sobre él las sospechas del hecho escandaloso de haber sido derribadas una noche todas las estatuas de Hermes, y aún se teme que atente contra las libertades públicas por las reuniones secretas que se celebraban en su casa.
En la guerra del Peloponeso, por su consejo y autoridad, declararon los atenienses la guerra a los siracusanos, y para hacerla le eligieron a él por general. Además, le dieron dos compañeros: Nicias y Lámaco.
Cuando esta se preparaba (1), antes de salir la armada, sucedió que una noche echaron por tierra todas las estatuas de Mercurio que había en Atenas, a excepción de una que estaba delante de la puerta de Andócides, por lo que se llamó después Mercurio de Andócides.
Conociéndose claramente que esto no se habría hecho sin una gran conspiración de muchos, por no dirigirse a un particular sino a la república, entró en gran temor el pueblo de que hubiese algún levantamiento repentino en la ciudad que oprimiese la libertad del pueblo.
Este hecho parecía que debía atribuirse principalmente a Alcibíades, por juzgarse él de más poder y ascendiente que un particular, porque había ganado a muchos con su liberalidad, y a muchos más tenía también por suyos (2) con el ejercicio del foro (3), lo que hacía que, cuantas veces salía al público, llevase tras sí los ojos de todos, y ninguno le igualase en la ciudad (4), y así (5) tenían en él no solo una esperanza muy grande, sino temor también, porque podía o hacerles mucho bien o hacerles mucho mal.
Además, tenía nota de infamia, que se decía que celebraba juntas secretas en su casa, lo cual era un gran delito según la costumbre de los atenienses, y esto se juzgaba que no era relativo a la religión, sino a alguna conjuración.
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Capítulo IV
Es acusado, estando ausente, y, habiéndole llamado para defenderse, se refugia en Tebas. Sabidas las circunstancias de su condena, se pasa a los lacedemonios y no piensa sino en vengarse de sus enemigos.
Sus enemigos le acusaban de ese delito en la junta del pueblo, pero instaba el tiempo de ir a la guerra. Él, temiendo esto y no ignorando la costumbre de sus ciudadanos, pedía que, si quería que se tratase alguna cosa sobre él (1), se hiciese la averiguación, más bien estando presente que en ausencia se le acusase de un delito de envidia (2); pero sus enemigos, conociendo que no podían dañarle, resolvieron que convenía estarse quietos por entonces y aguardar al tiempo en que hubiese salido (3) para, de este modo, estando ausente, acometerle, y así lo hicieron, pues, cuando creyeron que habría llegado ya a Sicilia, le acusaron ausente de haber profanado la religión (4).
Con este motivo, habiéndosele enviado aviso por el magistrado a Sicilia, que volviese a su casa a hacer su defensa, y, teniendo grande esperanza de desempeñar a satisfacción su encargo, sin embargo, no quiso dejar de obedecer, y se embarcó en la galera que habían enviado para conducirle; y, habiendo llegado a Turios, en Italia, reflexionando para sí sobre la desmedida licencia de sus ciudadanos y la crueldad para con los nobles (5), juzgó más útil evitar la tempestad (6) que le amenazaba, y se escapó ocultamente de los guardas (7). Y de aquí pasó primeramente a Élide, y después a Tebas.
Mas habiendo oído decir que le habían condenado a muerte, confiscados sus bienes, y lo que había sucedido, que el pueblo había obligado a los sacerdotes eumólpidas a que le excomulgasen, y que se había expuesto al público una copia de esta excomunión grabada en una columna de piedra, para que fuese más duradera su memoria, se fue a vivir a Lacedemonia.
Allí, como él solía decir, hizo guerra, no contra su patria, sino contra los enemigos de ella, pues los enemigos suyos eran los mismos que los de su ciudad, porque, conociendo que él podía servir de mucho a la república, le habían arrojado de ella y habían atendido más a satisfacer su particular resentimiento que a la utilidad común.
Y así (8) los lacedemonios, por consejo de Alcibíades, hicieron amistad con el rey de los persas; después (9) fortificaron Decelia en el Ática y, poniendo allí una guarnición perpetua, tuvieron bloqueada Atenas. Por su medio también separaron Jonia de la alianza de los atenienses, con lo cual empezaron a ser muy superiores en la guerra.
Capítulo V
Temiendo los lacedemonios que Alcibíades se reconciliase con los atenienses, tratan de matarle, lo que le obligó a acogerse a la protección de Tisafernes. Solicita volver a Atenas, y lo consigue después de haber conducido los ejércitos de esta república a la victoria.
Y con estas cosas no se hicieron tanto amigos de Alcibíades como se enajenaron de él por el temor (1), porque, conociendo la aventajada prudencia de este gran hombre en todas las cosas, temieron mucho que, llevado del amor de la patria, se separase de ellos alguna vez, y se reconciliase con los suyos, y así determinaron buscar ocasión para darle muerte.
Esto no pudo estar oculto a Alcibíades mucho tiempo, pues eran tan sagaz que no podía ser engañado, especialmente cuando aplicaba su ánimo para precaverse (2). Con este motivo se dirigió a Tisafernes, gobernador del rey Darío, y, habiendo llegado a ser su íntimo amigo, y viendo que las fuerzas de los atenienses iban en decaída por sus pérdidas en Sicilia, y, al contrario, se aumentaban las de los lacedemonios, primero habló por intermediarios con el general Pisandro, que tenía su ejército junto a Samo, y le hizo mención de su vuelta, pues era del mismo modo de pensar que Alcibíades, enemigo del poder del pueblo y favorecedor de los nobles.
Desechado por este (3), primeramente fue recibido por el ejército, por medio de Trasibulo, y fue nombrado general en Samo; después, favoreciéndole Terámenes, fue restituido (4) por un decreto del pueblo, y se le confirió en ausencia igual mando juntamente con Trasibulo y Terámenes (5). Durante el mando de estos se mudaron tanto las cosas que los lacedemonios, que poco antes habían estado tan pujantes con sus victorias, llenos de temor, pidieron la paz, pues habían sido vencidos en cinco batallas terrestres y tres navales, en que habían perdido doscientas naves trirremes, que, tomadas, cayeron en poder de los enemigos.
Alcibíades, junto con sus compañeros, había reconquistado Jonia, el Helesponto y, además, muchas ciudades griegas que están situadas en la costa de Asia, de las cuales algunas las habían tomado a la fuerza, y entre estas Bizancio, y no menos (6) a muchas las habían atraído a su amistad mediante su prudencia, por haber usado clemencia con los vencidos.
De aquí, cargados de botín, enriquecido el ejército y con muy grandes victorias, dieron la vuelta a Atenas.
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Capítulo VI
Salen a recibirle todos los de la ciudad sin hacer caso de los otros dos generales que juntamente con él habían mandado el ejército. Se le devuelven los bienes y se hacen desaparecer todos los monumentos en que se le había infamado.
Habiendo bajado toda la ciudad al puerto Pireo a recibir a estos, fue tan grande el anhelo de todos de ver a Alcibíades que corrían en tropas a su galera, como si él solo hubiese llegado, pues estaba persuadido el pueblo de que tanto las desgracias pasadas como las prosperidades presentes habían acaecido por su culpa, y así la pérdida de Sicilia y las victorias de los lacedemonios las atribuían a la culpa de ellos mismos, por haber desterrado de la ciudad a un hombre de tanto mérito. Y no sin fundamento parecía que pensaban esto, porque, desde que empezó a mandar el ejército, no pudieron los enemigos resistirles ni por tierra ni por mar.
Luego de desembarcar Alcibíades, aunque Terámenes y Trasibulo habían tenido el mismo mando y habían llegado juntos al Pireo, todos dirigían a él solo sus obsequios, y, lo que nunca antes había sucedido, si no es con los vencedores en Olimpia, le regalaban a cada paso coronas de oro y de bronce.
Alcibíades recibía con lágrimas esta demostración de afecto de sus ciudadanos, acordándose de la crueldad del tiempo anterior. Cuando llegó a la ciudad (1), convocado el pueblo, les arengó de modo (2) que no hubo ninguno de un corazón tan duro que no llorase su desgracia y no se mostrase enemigo de aquellos por cuyo medio había sido expulsado de la patria, como si otro pueblo, y no el mismo que entonces lloraba, le hubiese condenado de sacrílego.
Se le restituyeron, pues, a este sus bienes por acuerdo del pueblo, y obligaron a los mismos sacerdotes eumólpidas, que lo habían excomulgado, a que le levantasen la excomunión, y las columnas en que se había grabado el anatema fueron arrojadas al mar.
Capítulo VII
El concepto, demasiado ventajoso que de Alcibíades se habían formado sus conciudadanos, le perjudica en un pequeño desastre que experimenta, pues lo atribuyen a mala voluntad suya; y, sospechando de nuevo de él, le quitan el mando. Cuando lo supo, no quiso regresar a Atenas, sino que se fue a Tracia, donde cobró crédito y riquezas.
Esta alegría no le fue muy duradera a Alcibíades (1), pues, después de habérsele decretado toda clase de honores y de habérsele entregado todo el manejo de la república, en paz y en guerra (2), de manera que se gobernaba al arbitrio de él solo, y, después de haber pedido él que se le diesen dos compañeros, Trasíbulo y Adimanto, y no habérsele negado, habiendo partido ya con la escuadra a Asia, por no haber salido, como pensara, la apresan de Cimes, reincidió en el odio de sus ciudadanos, pues juzgaban que él nada podía dejar de hacer (3).
De aquí resultaba atribuir a culpa suya todas las cosas que salían mal, diciendo que habría obrado o con descuido o con malicia, como entonces sucedió, pues le acusaban de que sobornado por el rey no había querido tomar a Cimes; y así juzgamos que la demasiada opinión de talento y de valor fue su mayor mal, porque le temían, no menos que le amaban, y así recelaban que, ensoberbecido con su fortuna y grandes fuerzas, aspirase a la tiranía.
Estas cosas fueron causa para que le quitasen el mando estando ausente. Luego que oyó esto Alcibíades, no quiso volver a su casa, y se fue a Pactia, y allí fortificó tres castillos: Bornos, Bisantes y Neónticos; y, habiendo reunido un cuerpo de tropas, fue el primero de los griegos que entró en Tracia, juzgando más glorioso enriquecerse con los despojos de los bárbaros que de los griegos. De aquí creció en fama y en riquezas, y se adquirió íntima amistad con algunos reyes de Tracia.
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Capítulo VIII
Movido todavía Alcibíades por el amor a su patria, propone a los atenienses el modo de vencer a Lisandro, y les ofrece la cooperación del rey de Creta; pero el general Filocles, envidioso de que pudiera atribuirse el buen resultado al dictamen de Alcibíades, no lo sigue y es completamente derrotado.
No obstante, no pudo separarse del amor de su patria, pues, habiendo situado la escuadra (1) junto al río Egos (2) Filocles, general de los atenienses; y no estando lejos Lisandro, general de los lacedemonios, que estaba ocupado en dilatar lo más que pudiese la guerra, por cuanto el rey les suministraba a ellos dinero; y por el contrario, exhaustos los atenienses, nada les quedaba, sino armas y naves.
Fue Alcibíades al ejército de los atenienses y allí, en presencia de los soldados, empezó a tratar (3): que, si quería, él obligaría a Lisandro o a pelear o a pedir la paz; que los lacedemonios no querían pelear con la escuadra (4) porque podían más con las tropas de tierra que con las naves (5); y que a él le era fácil reducir a Seutes, rey de los tracios, a que los echase de la tierra, con lo cual necesariamente o darían la batalla naval o harían la paz.
Aunque Filocles conocía que era cierto lo que se decía, con todo no quiso hacer lo que se proponía, porque veía que, admitido Alcibíades, él no sería de ningún aprecio en el ejército, y, si sucedía algo favorable, no tendría él parte alguna en esto; pero por el contrario, si acaecía alguna desgracia, sería él solo el culpado de este delito.
Alcibíades, al separarse de este (6), le dice: «Supuesto que tú te opones a la victoria de la patria, esto te amonesto: que tengas apostadas naves cerca de los enemigos, porque hay el riesgo de que por la insubordinación de nuestros soldados se le dé ocasión a Lisandro de destruir nuestro ejército (7)».
Y en esto no se engañó, pues, habiendo sabido Lisandro por los espías que el vulgo de los atenienses (8) había salido a tierra a saquear (9), y que habían dejado las naves casi vacías, no dejó pasar la ocasión de hacer su negocio (10), y con este golpe concluyó toda la guerra.
Capítulo IX
Alcibíades se retira al interior de Tracia creyendo poder ocultar allí sus riquezas, pero se las roban y difícilmente salva la vida y logra pasar a Asia, donde Farnabazo le protege. Deseoso siempre de servir a su patria, procura granjearse la amistad del rey de Persia.
Mas Alcibíades, vencidos los atenienses (1), juzgando que no estaba muy seguro en aquel lugar, se metió en lo más interior de Tracia, más arriba de la Propóntide, esperando poder ocultar allí más fácilmente sus riquezas; engañadamente (2), porque, habiendo advertido los tracios que había ido con mucho dinero, le pusieron asechanzas y le quitaron cuanto había llevado, pero a él no lo pudieron coger.
Viendo Alcibíades que no estaba seguro en ningún lugar de Grecia, por el poder de los lacedemonios, pasó a Asia a Farnabazo, a quien ganó tanto con su buen modo que ninguno le aventajaba en la amistad (3), pues le había dado (4) a Grunio, que es un castillo de Frigia, del cual tomaba cincuenta talentos de alcabala.
Alcibíades no estaba contento con esta fortuna, ni podía sufrir que Atenas, vencida, estuviese bajo la esclavitud de los lacedemonios; y así todos sus pensamientos le llevaban a librar la patria (5), pero veía que esto no podía ser sin la ayuda del rey de Persia, y por tanto deseaba hacerle su amigo (6), y no dudaba conseguirlo fácilmente como tuviese proporción de hablarle, porque sabía que su hermano Ciro se preparaba ocultamente para hacerle la guerra, ayudándole los lacedemonios, y, si le descubría esto, veía que le tendría por muy amigo.
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Capítulo X
Lisandro, estimulado por Critias y los demás tiranos de Atenas, pide a Farnabazo que le entregue a Alcibíades y logra que, olvidando la amistad que profesaba a este, envíe dos hombres para matarle. Temiendo ellos acometerle cara a cara, incendian la choza en que dormía y, al escapar de las llamas, le quitan la vida disparándole algunos dardos.
Cuando trazaba esto y solicitaba de Farnabazo que le enviase al rey, al mismo tiempo Critias y los demás tiranos de los atenienses enviaron a Asia a Lisandro sujetos comisionados (1) para que le hiciesen saber que, si no quitaba del medio a Alcibíades, no tendría cumplimiento nada de aquellas cosas que él había establecido en Atenas; y así que, si quería que permaneciesen sus disposiciones, lo persiguiese (2).
Conmovido con esto el lacedemonio (3), determinó tratar con más cuidado con Farnabazo. Le envió a decir, pues, a este, que serían sin efecto las cosas que estaban convenidas entre el rey y los lacedemonios si no entregaba vivo o muerto a Alcibíades. No dio lugar el sátrapa a esto, y quiso más faltar a la clemencia que el que se disminuyese el poder del rey, y así envió a Sisámitres y a Bageo para dar muerte a Alcibíades, estando este en Frigia y disponiendo su viaje al rey (4).
Los emisarios dan el encargo ocultamente a la vecindad en que estaba Alcibíades de que le maten. No atreviéndose ellos a acometerle con las armas, pusieron leña de noche alrededor de la choza en que estaba descansando Alcibíades y la incendiaron para acabar con el fuego con aquel a quien desconfiaban poder vencer con sus manos; mas Alcibíades, habiendo despertado con el ruido de la llama, como le hubiesen quitado la espada, tomó un cutón de uno de su familia, pues estaba con él un huésped de Arcadia que nunca había querido separarse.
A este le manda que le siga, y echa mano de cuanta ropa había a la vista. Arrojada esta al fuego, pasó la fuerza de la llama, y, habiendo visto los bárbaros desde lejos que se había escapado del incendio, le dispararon tiros y le mataron, y llevaron su cabeza a Farnabazo. Y una mujer que había acostumbrado vivir con él le cubrió con un vestido suyo mujeril y lo quemó muerto con el fuego del edificio que se había preparado para quemarle vivo. De este modo murió Alcibíades cerca de los cuarenta años de edad.
Capítulo XI
Están muy discordes los autores al emitir su juicio acerca de Alcibíades. Tres sumamente respetables le elogian, y la verdad es que siempre se acomodó a las costumbres de aquellos entre quienes vivía, descollando en lo bueno y en lo malo.
Tres historiadores muy graves han celebrado con los mayores elogios a Alcibíades, de quien han hablado muy mal los más de los escritores: Tucídides, que fue del mismo tiempo; Teopompo, que fue algo posterior; y Timeo; y estos dos últimos muy maldicientes (1), no sé cómo convinieron en alabar a este solo, pues refieren de él lo que hemos dicho arriba, y esto más: que, habiendo nacido en Atenas, ciudad la más ilustre, aventajó a todos los atenienses en el esplendor y estimación de vida (2); que, después que arrojado de aquí, fue a Tebas, se aplicó a los ejercicios de ellos (3), de modo que ninguno le podía igualar en el trabajo y fuerzas del cuerpo, porque todos los beocios cultivan más las fuerzas del cuerpo que la agudeza del ingenio; que también él entre los lacedemonios, según cuyas costumbres la virtud más sublime consistía en el sufrimiento, de tal suerte procuró hacerse duro que excedía a todos los lacedemonios en la moderación del alimento y vestido; que estuvo entre los tracios, hombres vinolentos y dados a los deleites sensuales, y a estos también llevó ventaja en estas cosas; que pasó a los persas, entre los cuales era la mayor alabanza el cazar con intrepidez y el vivir con lujo; y que de modo imitó las costumbres de estos, que ellos mismos le admiraban sobremanera en ello; y que con estas cosas logró ser tenido por el primero en donde quiera que estuvo, y ser el más amado.
Pero basta de este: sigamos con los demás.
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Notas
Capítulo I
(1) Hasta donde llegan sus fuerzas.
(2) Que no ha habido ninguno que le aventajase.
(3) Descansaba de los negocios.
(4) Se veía.
Capítulo II
(1) En el diálogo titulado Simposio o Banquete.
(2) Jugó algunos lances algo pesados.
Capítulo III
(1) Cuando se estaban haciendo los preparativos para esta guerra.
(2) A su devoción.
(3) Habiéndolos defendido en los tribunales.
(4) Sin haber quien le igualase en la ciudad.
(5) Con estos motivos.
Capítulo IV
(1) Formarle causa.
(2) De un delito que no tenía otro fundamento que el desafecto y el odio con que le miraban. Temiendo que se levantase con la soberanía.
(3) En que estuviese fuera.
(4) De sacrílego.
(5) Para con todos los sujetos que se distinguían por sus acciones políticas o militares.
(6) El peligro.
(7) De los que le custodiaban.
(8) En estas circunstancias.
(9) Enseguida.
Capítulo V
(1) Estos méritos tan señalados de Alcibíades no solo no sirvieron para aumentarle la buena voluntad de sus ciudadanos, sino que al contrario fueron causa de que le fuesen perdiendo el afecto que le tenían, por el temor que les infundía su poder.
(2) Cuando andaba con cuidado, para evitar una sorpresa.
(3) No hallando acogida en este.
(4) Se le levantó el destierro.
(5) El mando del ejército de mancomún con Trasibulo y Terámenes.
(6) También.
Capítulo VI
(1) A Atenas.
(2) Les habló en unos términos tan enérgicos.
Capítulo VII
(1) No le duró mucho a Alcibíades.
(2) Político y militar.
(3) Que no había cosa imposible para él.
Capítulo VIII
(1) Habiendo dado fondo a la escuadra.
(2) Junto a la desembocadura del río Egos.
(3) Propuso.
(4) Entrar en batalla naval.
(5) Por ser superiores sus fuerzas terrestres a las navales.
(6) De Farnabazo.
(7) La insubordinación de nuestra tropa dé ocasión a Lisandro para acabar con nuestro ejército.
(8) Que los soldados del ejército de los atenienses.
(9) Habían saltado en tierra al pillaje.
(10) De dar la batalla.
Capítulo IX
(1) Después de esta derrota de los atenienses.
(2) Pero se engañó.
(3) Que llegó a ser el mayor de sus amigos.
(4) Habiéndole dado Farnabazo.
(5) No pensaba en otra cosa que en la libertad de la patria.
(6) Procuraba ganar su amistad.
Capítulo X
(1) Sujetos de confianza.
(2) Diese sobre él hasta quitarle del medio.
(3) Lisandro.
(4) A la corte.
Capítulo XI
(1) Que de nadie hablaron bien.
(2) Con que vivía.
(3) De los tebanos.