A continuación tienes uno de los personajes de los Hombres ilustres de Nepote, texto transcrito, modernizado, etc., por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com a partir de diversas fuentes.
Aníbal de Cartago fue hijo de Amílcar, quien le mandó que jurase sobre un altar que perseguiría a los romanos hasta la muerte. Sujetó a los olcades, pueblos vecinos a la villa de Ocaña en el reino de Toledo. Tomó Hermandica, que algunos creen ser Salamanca. Asoló Sagunto (hoy, Murviedro) y, pasando a Italia, ganó a los romanos muchas y muy famosas batallas. Tuvo acampadas sus tropas cerca de Roma, la cual habría tomado si hubiera sido constante en estrechar a los romanos. En la última batalla fue vencido por Escipión. Se refugió junto a un rey de Bitinia y se dio la muerte con veneno para no caer en poder de los romanos, en el año 571 de la fundación de Roma.

Más sobre Aníbal Barca
Capítulo I
Aníbal excedió en prudencia a todos los generales que se batieron con los romanos, pues siempre salió vencedor de ellos; y hubiera llegado a sojuzgarlos, a no ser por la envidia de los suyos. Nunca cesó durante su vida de guerrear con Roma, y llevó hasta el sepulcro el odio que contra ella había heredado de su padre.
Aníbal, hijo de Amílcar, fue natural de Cartago. Si es verdad que el pueblo romano excedió en valor a todas las naciones del orbe (lo cual ninguno pone en duda), debemos confesar que Aníbal fue tanto más prudente que todos los demás capitanes cuanto el pueblo romano más fuerte que los otros, porque en todas las batallas que Aníbal le dio en Italia, llevó siempre la mejor parte.
Y si la envidia no le hubiera enflaquecido las fuerzas en su misma patria, podría, según parece, haber triunfado sobre los romanos; mas la oposición de muchos prevaleció contra el valor de uno solo.
El odio contra los romanos que heredó de su padre se arraigó de tal manera en su corazón que la misma muerte no bastó para arrancarle, pues aún cuando se vio echado de su patria y en la necesidad de buscar favor entre extraños, siempre conservó en su corazón el deseo de hacerles guerra.
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Capítulo II
Hizo entrar en sus planes a Filipo, y mucho más particularmente a Antíoco; pero, habiendo logrado seducir a este los romanos, tuvo que avistarse con él Aníbal para manifestarle cuán irreconciliable era el odio que les tenía, en virtud del juramento que, siendo niño, había hecho de nunca estar en paz con ellos.
Porque dejando aparte a Filipo, a quien en ausencia hizo enemigo de los romanos, encendió en tan ardiente deseo de hacerles guerra a Antíoco, rey poderosísimo de Asia en aquellos tiempos, que desde el mar Rojo intentó este meter la guerra en Italia.
Habiendo ido a él embajadores de Roma para indagar su ánimo y procurar por medios ocultos hacer sospechoso con él a Aníbal, dándole a entender que ya le tenían ganado y que pensaba de otra manera que antes y habiendo logrado su designio, Aníbal, que lo supo y vio que el rey ya no le admitía a su consejo privado, se presentó ante Antíoco en la primera ocasión que tuvo, y después de haber hablado largamente de su fidelidad y odio contra los romanos, añadió:
«Siendo yo muy niño, como que no tenía más que nueve años, mi padre Amílcar, estando para partir de Cartago yendo por general a Hispania, hizo sacrificio a Júpiter Óptimo Máximo. Mientras se estaba celebrando, me preguntó si quería ir en su compañía a campaña. Acepté gustoso la proposición y comencé a instarle para que no se detuviese en llevarme, a lo cual él respondió: «Lo haré, como me des la palabra que te pidiere». Diciendo esto, me acercó al altar en que estaba sacrificando y, haciendo retirarse a los presentes, me mandó jurar con las manos puestas en el ara que jamás haría amistad con los romanos. Hasta el día de hoy he guardado este juramento que hice a mi padre, de manera que ya a nadie puede quedar duda de que en adelante haya de ser el mismo que fui hasta aquí. Por tanto, si pensares en tener amistad con los romanos, harás bien en ocultármelo, pero, si al contrario, te dispones a declararles la guerra, te tendrá poca cuenta no contar conmigo el primero».
Capítulo III
Cuando falleció su padre en Hispania, fue nombrado Aníbal general de la caballería, y a la muerte de su cuñado le sucedió en el mando del ejército. Sujetó toda Hispania, tomó a fuerza de armas Sagunto, levantó tres numerosos ejércitos y con uno de ellos pasó a Italia, derrotando a los habitantes de los Alpes que le disputaban el paso.
Pasó, pues, Aníbal a Hispania con su padre en la edad que llevo dicha, y, muriendo Amílcar y sucediéndole en el mando Asdrúbal, fue nombrado por comandante de la caballería.
Muerto también este segundo general, el ejército mismo dio a Aníbal el mando supremo. Se comunicó lo hecho a Cartago, y la ciudad lo aprobó. De esta manera Aníbal, siendo aún menor de veinticinco años, fue hecho general del ejército.
Sujetó en los tres primeros años a todas las naciones de Hispania; tomó a fuerza de armas a Sagunto, ciudad confederada con Roma; y levantó tres ejércitos numerosísimos. Envió uno a África; dejó otro en Hispania con su hermano Asdrúbal; y llevó consigo el tercero a Italia.
Pasó los Pirineos, llegó a las manos con los naturales de todas las partes por donde pasó, y de todos logró victoria. Habiendo llegado a los Alpes, que dividen Italia de Francia, por donde ninguno había pasado con ejército hasta él, aparte del griego Hércules (por lo cual se llama hoy el bosque Griego), derrotó a los habitantes de estas sierras, que intentaban impedirle el paso; abrió caminos, e hizo calzadas, de manera que podía ir un elefante con todos sus aprestos por donde antes con dificultad trepaba un hombre solo y desarmado. Por aquí llevó el ejército y llegó a Italia.
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Capítulo IV
Derrota tres veces a Publio Cornelio Escipión. Al atravesar el Apenino padece una grave enfermedad de ojos. Vence en repetidos encuentros a los ejércitos romanos, dando muerte a los cónsules y pretores que los mandaban.
Había ya llegado a las manos junto al río Ródano con el cónsul Publio Cornelio Escipión, y le había ahuyentado. Peleó con este mismo en las inmediaciones del Po y le derrotó y puso en fuga.
Tercera vez fue contra él Escipión con su colega Tiberio Longo. Aníbal les dio batalla en las riberas del río Trebia, y los venció a ambos. Desde allí atravesó el Apenino por el Genovesado, enderezándose a Etruria. En esta marcha padeció una enfermedad de ojos tan grave que nunca después vio bien del derecho.
Aún se hallaba molestado de esta indisposición, llevándole por esta causa en una litera, cuando dio muerte al cónsul Flaminio y deshizo sus tropas junto al lago Trasimeno, habiéndole hecho caer en una emboscada.
Y no mucho después mató también al propretor Gayo Centenio, que con un cuerpo de tropas escogido estaba apoderado de los desfiladeros. De aquí llegó Aníbal a Apulia, adonde vinieron a encontrarle los dos cónsules Gayo Terencio Varrón y Lucio Paulo Emilio.
Puso en fuga ambos ejércitos y mató a Paulo Emilio con algunos que habían sido cónsules, de los cuales fue uno Gneo Servilio, que el año antecedente había tenido esta dignidad.
Capítulo V
Marcha Aníbal sobre Roma sin hallar resistencia, y al volver a Capua se ve muy estrechado por Quinto Fabio Máximo, mas logra salvarse con su ejército valiéndose de un ardid. Sale después vencedor de varios encuentros con los romanos, llegando a infundirles tal miedo que ningún general suyo se atrevía a esperarle en campo raso.
Después de haber ganado esta batalla, marchó Aníbal a Roma sin que nadie le hiciese resistencia, e hizo alto en los montes vecinos. Habiendo estado allí acampado algunos días, y dado la vuelta a Capua, Quinto Fabio Máximo, dictador romano, se lo opuso en el territorio de Falerno.
Pero Aníbal, aunque se veía encerrado en un paraje muy estrecho, sacó a salvo su ejército de noche, engañando a un general tan avisado como Fabio. Mandó atar en las astas de muchos novillos manojos de sarmientos, y ya bien entrada la noche les pegó fuego y los soltó, echándolos hacia distintas partes. Este espectáculo, visto de repente por los romanos, les infundió tanto terror y espanto que ninguno se atrevió a salir de las trincheras.
Aníbal, pocos días después, empeñó con maña en una batalla a Marco Minucio Rufo, que tenía el mismo poder que el dictador, y le puso en fuga. Mató en Lucania en una emboscada por medio de un teniente a Tito Sempronio Graco, dos veces cónsul. De la misma manera dio muerte junto a Venusia a Marco Claudio Marcelo, que lo había sido cinco veces.
Pero ¿adónde voy yo con la narración de las batallas? Bastará que diga para que se forme juicio de este gran hombre que todo el tiempo que estuvo en Italia siempre salió vencedor de los combates que tuvo con el enemigo, y después de la batalla de Cannas ningún general osó sentar sus reales en campo raso contra él.
El pódcast de mitología griega
Capítulo VI
Es llamado Aníbal para defender a su patria contra el hijo de Publio Escipión y, habiéndole dado batalla, queda vencido. Castiga a los númidas que le habían hecho traición, recoge las reliquias de su ejército y lo aumenta con nuevas quintas.
El invicto Aníbal, llamado de los cartagineses, marchó al socorro de su patria e hizo guerra al hijo de Publio Escipión, a quien tres veces había puesto en fuga junto al Ródano, el Po y el Trebia.
Procuró por lo pronto algún buen ajuste, porque vio bien aniquiladas las fuerzas de su patria, con ánimo de volver después a la guerra con más poder. Tuvieron un congreso, mas no se convinieron.
Aníbal después le dio batalla en las inmediaciones de Zama, y, siendo vencido, anduvo con una celeridad increíble en dos días y dos noches casi treinta millas que hay de distancia desde esta ciudad a la de Adrumeto.
En el camino le hicieron traición los númidas que se habían retirado cuando él del campo de batalla, mas él se libró, dejando bien castigada su perfidia. Recogió en Adrumeto las reliquias de su ejército y juntó en pocos días mucha gente haciendo levas.
Capítulo VII
Aníbal y su hermano Magón siguen mandando el ejército y gobernando África, después de haber ajustado los cartagineses la paz con los romanos. Estos se niegan a poner en libertad a los prisioneros, mientras continuasen Aníbal y Magón al frente del ejército. Nombrado entonces Aníbal uno de los reyes que anualmente elegía el pueblo, no desempeñó menos bien este encargo que el de general. Sospechando que los romanos pedían que se les entregase su persona, se embarca secretamente y se acoge al rey Antíoco.
Cuando Aníbal estaba haciendo con la mayor actividad los preparativos para la guerra, los cartagineses ajustaron las paces con los romanos. Aníbal prosiguió mandando el ejército en la forma que antes e hizo la guerra en África con buen suceso, como también su hermano Magón, hasta el consulado de Publio Sulpicio y Gayo Aurelio.
En este tiempo vinieron a Roma embajadores de Cartago a dar las gracias al pueblo romano por la paz que les habían concedido y a regalarles en atención a este favor con una corona de oro.
Venían también encargados de pedir que se pasasen sus rehenes a Fregelas y se les restituyesen los prisioneros. El senado les respondió que estimaba mucho el regalo, y les daría gusto en cuanto a los rehenes; mas que no pondría en libertad a los prisioneros, porque, habiendo sido Aníbal la principal causa de la guerra y el mayor enemigo del nombre romano, aún le tenían los cartagineses al frente de su ejército junto con su hermano Magón.
En vista de esta respuesta, los cartagineses enviaron orden a uno y a otro para que se retirasen a Cartago. Aníbal, luego que llegó, fue elegido pretor, habiendo sido rey a los veintidós años de edad; porque también en Cartago se elegían cada año dos reyes, como en Roma dos cónsules.
Se portó con tanta vigilancia en este cargo como en la guerra, haciendo que de los nuevos impuestos se sacase tanto dinero que hubiese para pagar a los romanos el que se les debía por el tratado de la paz y aún sobrase para reservar en el erario.
El año después de su pretura, siendo cónsules Marco Aurelio y Lucio Furio, llegaron a Cartago embajadores de Roma. Aníbal, sospechando que iban a pedir que se les entregase su persona, antes que se les diese audiencia en el senado, se embarcó secretamente y huyó a Siria a favorecerse del rey Antíoco.
Cuando se divulgó en Cartago su fuga, los cartagineses despacharon en su seguimiento dos naves con orden de prenderle si le pudiesen alcanzar; confiscaron todos sus bienes; arruinaron desde los cimientos sus casas; y le declararon por desterrado.

Tras nueve años de asedio y no mucha actividad guerrera, los griegos aún confían en tomar la ciudad de Troya. Todo se precipita con la famosa cólera de Aquiles: el gran rey Agamenón deshonra al mejor de los griegos, que entonces se niega a luchar contra el enemigo. Sin su lanza, el ejército griego no es rival para los soldados de Héctor, el gran comandante troyano. Comienzan los duelos de los héroes de ambos bandos y las hazañas de héroes como Áyax, Diomedes y Odiseo. Sin embargo, los griegos solo podrán conquistar Troya cuando Aquiles deponga su cólera y regrese al campo de batalla. 👉 Seguir.
Capítulo VIII
Se acerca a las costas de África para inducir a los cartagineses a declarar guerra a los romanos y, no pudiendo conseguirlo, vuelve al lado de Antíoco. Este tuvo que arrepentirse de no haber seguido las ideas de Aníbal acerca del modo de conducir la guerra. Aníbal manda unas pocas naves contra los rodios y sale vencedor de las numerosas fuerzas enemigas.
A los tres años después que había salido huyendo de su tierra, en el consulado de Lucio Cornelio y Quinto Minucio, se acercó con cinco naves a las costas de los cireneos en África para ver si podía inducir a los cartagineses a la guerra con la esperanza del favor y ayuda de Antíoco, a quien ya tenía persuadido a marchar con su ejército a Italia.
Hizo venir adonde él estaba a su hermano Magón, y los cartagineses, así que lo supieron, dieron a este el mismo castigo que habían dado a Aníbal, por lo cual, perdidas en un todo las esperanzas, se hicieron a la vela. Aníbal llegó a la corte de Antíoco. Sobre la muerte de Magón hay dos opiniones, porque unos escriben que naufragó, y otros, que le dieron muerte sus mismos esclavos.
Volviendo a Antíoco, si, como emprendió la guerra por parecer de Aníbal, hubiera también seguido su consejo en el modo de hacerla, habría dado la batalla que había de decidir de su imperio, más cerca de Tíber que de Termópilas; mas Aníbal, aunque le veía intentar muchas empresas temerarias, nunca le abandonó. Tuvo el mando de un corto número de naves que se le mandó conducir de Siria a Asia, con las cuales dio batalla a los rodios en el mar de Panfilia; y, aunque quedaron deshechos los suyos por el mucho número de los contrarios, Aníbal quedó superior en el ala donde peleó.
Capítulo IX
Derrotado Antíoco, resuelve Aníbal pasarse a los cretenses, cuya avaricia burla, logrando salvar por medio de un ardid las muchas riquezas que consigo llevaba.
Habiendo sido puesto en fuga Antíoco, Aníbal, temiendo ser entregado a los romanos (como efectivamente habría sucedido si se hubiese puesto a tiro donde pudieran echarle mano), se fue a los gortinios en Creta para deliberar a dónde iría a dar consigo. Vio como tan sagaz el gran riesgo que corría si no tomaba alguna precaución contra la avaricia de los cretenses, porque llevaba consigo una gran suma de dinero, y le constaba que ya todos lo sabían; y así tomó esta resolución.
Llenó de plomo muchos cántaros, y, cubriéndolos por encima con plata y oro, los depositó a vista de los principales en el templo de Diana, dándoles a entender que confiaba de su fidelidad todo cuanto tenía. Teniéndolos así engañados, llenó con su dinero todas las estatuas de bronce que llevaba consigo y las arrojó en el patio de la casa.
Los gortinios guardaron el templo con mucha vigilancia, no tanto de los otros como del mismo Aníbal, para que no sacase ni llevase cosa alguna sin noticia de ellos.
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Capítulo X
Habiendo conservado con tal astucia sus tesoros, se acogió al rey Prusias y le ayudó contra Eumenes, a quien favorecían los romanos. Para destruirle, a pesar de la superioridad de su escuadra, ordenó a los soldados que todos acometiesen a la nave en que iba Eumenes, y que se defendiesen de las otras, arrojando en ellas unas ollas de barro llenas de serpientes.
Habiendo el cartaginés conservado por este medio su dinero, y dejado burlados a todos los cretenses, se acogió a Prusias, que reinaba en el Ponto. Mientras estuvo con él, conservó el mismo odio y mala voluntad hacia Italia, y no hizo otra cosa que ponerle en armas y adestrarle contra los romanos. Y viendo que Prusias por sí solo tenía pocas fuerzas, atraía a su alianza y amistad a otros reyes y naciones belicosas.
Había algunas diferencias entre Prusias y Eumenes, rey de Pérgamo, muy amigo de los romanos, y se hacían guerra por mar y tierra. La amistad con Roma era la causa principal, porque Aníbal deseaba destruirle. Pero en todas partes salía el de Pérgamo superior con el favor de sus aliados los romanos.
Aníbal, creyendo que, quitando este enemigo del medio, tenía vencida la mayor dificultad, tomó este camino para matarle. Habían de dar una batalla naval dentro de pocos días, y porque el de Pérgamo tenía mayor número de naves, era menester que Aníbal supliese con el ardid lo que le faltaba de fuerzas.
Mandó, pues, coger vivas muchísimas serpientes y meterlas en ollas de barro. Teniendo ya junta una gran multitud de ellas, llamó a la gente de la armada en el mismo día en que había de dar la batalla, y ordenó que todos acometiesen a la nave de Eumenes, contentándose con defenderse de las otras, lo cual no les sería difícil con tantas serpientes; les dijo que él haría como supiesen en qué nave iba Eumenes, y ofreció premiarles bien si le matasen o prendiesen.
Capítulo XI
Puestas las escuadras en orden de batalla, envió Aníbal un parlamentario a Eumenes, a fin de que todos los suyos conociesen la nave que montaba, y la acometiesen, según lo ejecutaron. Eumenes procuró salvarse como pudo, mientras su escuadra cargaba a los contrarios, los cuales, arrojando las vasijas llenas de culebras, sembraron el desorden entre los enemigos y los vencieron.
Habiendo alentado a sus soldados con estas palabras, los dos generales hicieron avanzar sus armadas para dar el combate. Estando ya puestas en orden de batalla, antes que se diese la señal para ella, Aníbal envió a Eumenes un rey de armas con un caduceo en una lancha para manifestar a los suyos la nave en que iba el de Pérgamo.
El rey de armas, luego que llegó a las naves de los contrarios, mostró una carta que llevaba y preguntó en voz alta por Eumenes. Fue conducido al punto a su presencia, porque todos creían que venía a tratar de paz. Mas él, después de manifestar a los suyos la nave del rey, se retiró al lugar de donde había salido.
Eumenes, abriendo la carta, halló que todo su contenido se reducía a hacer burla de él, mas, aunque extrañaba la embajada y no podía discurrir qué motivo había tenido Aníbal para aquello, con todo eso no dudó dar al punto la batalla.
Al encontrarse las dos armadas, los bitinios, según la orden de Aníbal, acometieron todos juntos a la nave de Eumenes, el cual, no pudiendo sostener el choque, procuró salvarse huyendo; y no lo habría conseguido, de no retirarse a los cuerpos de reserva que estaban apostados en la próxima rivera.
Y como las otras naves de Pérgamo apretasen demasiado a los contrarios, comenzaron estos de improviso a arrojar en ellas los cántaros de barro de que arriba se hizo mención. Al principio movieron a risa a los combatientes, que no podían entender por qué lo hacían; mas, después que vieron las naves llenas de serpientes, asustados con la novedad, no sabiendo qué riesgo evitar primero, se retiraron a sus reales náuticos.
Con este ardid venció Aníbal el poder de Pérgamo, y no solo entonces, sino también otras muchas veces, ayudado de su singular prudencia, derrotó en tierra a los contrarios.
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Capítulo XII
Piden los romanos por medio de legados al rey Prusias que les entregue la persona de Aníbal que se hallaba en su territorio, pero, no queriendo faltar aquel a las leyes de la hospitalidad, se limita a consentir que le prendan ellos mismos. Cercan la casa los guardas de los embajadores y, viendo Aníbal que no podía escapar, toma un veneno y se mata.
Mientras esto pasaba en Asia, sucedió casualmente que los embajadores de Prusias cenaban en Roma en casa de Lucio Quinto Flaminio, que había sido cónsul, y, haciendo mención de Aníbal, dijo uno de ellos que estaba en la corte del rey su amo.
Flaminio dio parte de esto al senado al día siguiente. Los senadores, que no se tenían por libres de asechanzas mientras viviese Aníbal, enviaron embajadores a Bitinia, y con ellos al mismo Flaminio para que pidiesen al rey que no tuviese consigo a su mayor enemigo y se lo mandase entregar.
No se atrevió Prusias a negarse: solo sí, no quiso ser él mismo quien lo pusiese en las manos de los romanos contra el derecho de la hospitalidad. Les dijo que le echasen ellos manos si podían, que no les sería dificultoso dar con el lugar donde estaba.
Se mantenía Aníbal en un solo sitio, que era un castillo que le había dado el rey, que él había hecho con salidas por todas partes, porque siempre temió lo que al cabo vino a sucederle.
Los embajadores romanos llegaron a este lugar y cercaron su casa con gran multitud de guardas. Un niño, viéndolos desde una puerta, le dijo a Aníbal que se descubría más gente armada que la ordinaria. Aníbal le mandó que registrase todas las puertas del castillo y le avisase con diligencia si le tenían igualmente cercado por todas partes.
El chico volvió pronto, diciendo que todas las salidas estaban tomadas. Conoció entonces Aníbal que aquello no se había hecho por azar, sino que lo buscaban a él, y había ya llegado su última hora; mas por no morir a disposición ajena, acordándose de quién era, tomó el veneno que siempre solía llevar consigo.
Capítulo XIII
De esta manera murió a la edad de setenta años. En medio de sus continuas ocupaciones guerreras se dedicó también a las letras y dejó escritos algunos tratados. Ha habido varios historiadores de su vida, y con ella termina Nepote la de los generales extranjeros, dando principio a las de los célebres capitanes romanos.
Así acabó este valerosísimo hombre a los setenta años de edad, después de haber pasado muchos y varios trabajos. No están de acuerdo los historiadores respecto al tiempo en que murió. Según Ático en sus anales, fue su muerte en el consulado de Marco Claudio Marcelo y Quinto Fabio Labeón; según Polibio, en el de Lucio Emilio Paulo y Gneo Bebio Tánfilo; mas según Sulpicio, no fue sino en el de Publio Cornelio Cetego y Marco Bebio Tánfilo.
Este gran hombre, aunque ocupado en tantas y tan reñidas guerras, dedicó no obstante algún tiempo a las letras, y nos quedaron de él algunos libros, como el que escribió a los rodios de las hazañas que hizo en Asia Gneo Manlio Vulsón. Muchos historiadores escribieron las guerras de Aníbal, y con especialidad dos que le siguieron en las campañas y anduvieron en su compañía mientras la fortuna lo permitió. Estos fueron Sileno y Sósilo de Lacedemonia, que fue el que le enseñó griego.
Pero ya es tiempo de concluir este volumen y dar principio a las vidas de los generales romanos, para que, comparando los hechos de unos y otros, se pueda fácilmente hacer juicio de los que merecen la preferencia.