A continuación tienes uno de los personajes de los Hombres ilustres de Nepote, texto transcrito, modernizado, etc., por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com a partir de diversas fuentes.
El siguiente vídeo incluye una grabación de todas las Vidas (voz artificial); puedes usarlo a modo de audiolibro si te apetece. Inmediatamente después, un poco más abajo, tienes todo el texto.
Dion, capitán siracusano, vivía en tiempo de los dos Dionisios. El mayor fue amigo de Dion; el menor, enemigo. Dion le hizo la guerra y le echó de Siracusa. Fue asesinado a traición por un amigo suyo el año segundo de la olimpiada 106.
Capítulo I
Dion, noble y emparentado con los dos Dionisios, fue muy distinguido por el mayor y enviado a varias embajadas, que desempeñó con tino, granjeándose el aprecio de los cartagineses.
Dion, hijo de Hiparino, natural de Siracusa, fue de un linaje ilustre y estuvo implicado en la tiranía de los dos Dionisios, porque el mayor estuvo casado con Aristomaque, hermana de Dion, de la cual tuvo dos hijos, Hiparino y Niseo, y otras tantas (1) hijas, llamadas Sofrosine y Areté, de las cuales a la primera la casó con su hijo Dionisio, el mismo a quien le dejó el reino; y la otra, Areté, con Dion.
Mas Dion además de su noble parentela, y el glorioso renombre de sus antepasados, tuvo otras muchas buenas prendas de naturaleza. Entre estas, un natural dócil, afable, apto para las buenas artes, gran gallardía de cuerpo (2), que no poco recomienda a una persona; y además muchas riquezas que su padre le había dejado, las cuales él había aumentado con las dádivas del tirano.
Era íntimo de Dionisio el mayor, no menos por sus costumbres que por el parentesco, pues aunque la crueldad de Dionisio le desagradaba, no obstante, procuraba que estuviese salvo (3) por el enlace que con él tenía, y mucho más por causa de los suyos.
Intervenía en los negocios de importancia, y sus consejos movían mucho al tirano; menos en las cosas en que intervenía alguna pasión suya vehemente. Y las embajadas, que eran de más lustre, se encargaban a Dion, las cuales, dirigiéndolas con cuidado y desempeñándolas con fidelidad, cubría (4) con la dulzura de su trato el odiosísimo nombre del tirano. Los cartagineses, cuando Dionisio lo envió allá de embajador, le miraron con tanta consideración que jamás admiraron tanto a ningún griego.
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Capítulo II
Su amistad con Platón, y servicios que le presta por el singular cariño que le profesaba Dionisio el mayor. Hallándose este gravemente enfermo, desea hablarle Dion acerca de la división del reino, pero Dionisio el hijo lo impide dando a su padre una bebida soporífera, que le causó la muerte.
Dionisio no ignoraba esto, conociendo de cuánto honor le era Dion, lo que era causa de que condescendiese con él más que con nadie y lo amase como si fuera su hijo; y habiendo llegado a Sicilia la noticia de que Platón había venido a Tarento, no pudo negarle al joven (1) enviarle a llamar, estando Dion deseosísimo de oírle.
Le dio gusto, pues, y trajo a Siracusa a Platón con gran magnificencia. Dion le miró con tanta admiración y le amó tanto que se le entregó enteramente, y Platón no estuvo menos contento con Dion, por cuya causa, sin embargo de haber sido tratado por Dionisio con la mayor crueldad, como que había mandado venderle, con todo, volvió allá (2), movido de las súplicas del mismo Dion.
Entretanto cayó Dionisio en una enfermedad, de la cual estando muy apretado, preguntó Dion a los médicos en qué estado se hallaba y juntamente les pidió que si estaba en peligro inminente se lo confesasen, porque quería hablar con él sobre partir el reino, pues opinaba que los hijos de su hermana y de Dionisio debían tener parte en el reino.
Los médicos no callaron esto y lo contaron al hijo Dionisio, con lo que, puesto él en cuidado, para que Dion no tuviese proporción de hablar con el enfermo, obligó a los médicos a dar a su padre una bebida soporífera. El enfermo, habiéndola tomado, entró en un letargo, en que murió.
Capítulo III
Después de la muerte de Dionisio el padre, continuó en la apariencia la buena armonía entre su hijo y Dion, por cuyo influjo volvió Platón a Siracusa. Persuadido por este, se decide Dionisio a restituir la libertad a los atenienses, pero las sugerencias de Filisto le separan de tan buen propósito.
Este fue el principio de la desavenencia de Dion y Dionisio, y esta se aumentó por otras muchas cosas, pero, con todo, al principio permaneció por algún tiempo entre ellos una amistad aparente, y como Dion no cesase de rogar a Dionisio que hiciese venir a Platón de Atenas, y que se aprovechase de sus consejos, queriendo Dionisio imitar en algo a su padre, condescendió con él.
Mas al mismo tiempo hizo volver a Siracusa al historiador Filisto, hombre que no era más amigo del tirano que de la tiranía; pero de este he hablado largamente en aquel libro mío que escribí sobre los historiadores.
Platón pudo tanto con su autoridad para con Dionisio, y fue tan eficaz su elocuencia, que le persuadió a poner fin a la tiranía y restituir la libertad a los siracusanos; pero, habiendo desistido de este intento por consejo de Filisto, empezó a ser algo más cruel.
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Capítulo IV
Dionisio, lleno de envidia y desconfianza, aparta de su lado a Dion enviándole a Corinto, y procura calmar la indignación que este hecho excitó. Se prepara Dion para hacerle la guerra, y Dionisio toma la infame venganza de hacer que el hijo de aquel se entregase a excesos impropios de su corta edad y que muriese por fin desastradamente.
Viendo Dionisio que Dion le aventajaba en ingenio, autoridad y amor del pueblo, y recelándose que si le tenía consigo le podría dar ocasión de que le derribase, le dio una galera trirreme, en que fuese conducido a Corinto, pretextando que lo hacía por causa (1) de ambos, no fuese que, temiéndose mutuamente, se adelantase el uno a quitar del medio al otro.
Llevando muchos muy a mal esta resolución y acarreándole gran odio al tirano, Dionisio hizo embarcar todas las cosas de Dion que podían moverse (2) y se las envió, queriendo hacer creer de este modo que él lo había hecho no por odio a su persona, sino por causa de su propia seguridad; mas después que oyó que levantaba gente en el Peloponeso y que intentaba hacerle la guerra, casó con otro a Areté, mujer de Dion, y que a su hijo lo criasen de modo que, condescendiendo con su gusto, le imbuyesen en las pasiones más vergonzosas, pues, niño aún, antes que le apuntase el bozo, le presentaban rameras y le hacían beber vino y comer con exceso, y no le dejaban estar tiempo alguno en su acuerdo.
Este, cuando el padre volvió a su patria, no pudo sufrir una forma de vida tan contraria (pues se le habían puesto guardas que le apartasen de su anterior modo de vivir) que se arrojó de lo más alto de la casa, y de esta manera murió.
Pero vuelvo al asunto.
Capítulo V
Dion y Heraclides no adelantaban gran cosa en los preparativos para hacer la guerra a Dionisio, mas, contando el primero con el odio que existía contra el tirano, se atreve a emprenderla con fuerzas muy desiguales y entra en Siracusa a los tres días de su llegada, apoderándose en poco tiempo de la parte de Sicilia en que dominaba Dionisio. Se ajustan las paces entre este y Dion.
Después que Dion llegó a Corinto y se acogió a esta ciudad Heraclides, general que había sido de la caballería y que había sido desterrado por el mismo Dionisio, empezaron con el mayor empeño a hacer los preparativos para la guerra.
Mas no adelantaban mucho, porque una tiranía de muchos años se creía de muchas fuerzas, por cuya causa pocos se atraían (1) a acompañarles en el peligro; pero, confiado Dion no tanto en sus tropas como en el odio del tirano, partió con el mayor denuedo con dos naves de carga a atacar un imperio de cincuenta años, defendido con quinientas naves largas con diez mil soldados de a caballo y cien mil de a pie, y, lo que pareció admirable a todas las naciones, le derribó tan fácilmente que entró en Siracusa al tercer día de haber tocado en Sicilia, de donde puede entenderse que no hay imperio ninguno seguro, como no esté defendido por el amor de los súbditos.
Dionisio estaba ausente por aquel tiempo y aguardaba la escuadra en Italia, persuadido de que ninguno de sus contrarios iría contra él sin un ejército muy numeroso, en lo que se engañó, pues Dion, con los mismos que habían estado bajo la obediencia de su contrario, abatió el orgullo del tirano y se apoderó de toda aquella parte de Sicilia que había estado bajo el mando de Dionisio, y del mismo modo se apoderó también de la ciudad de Siracusa, a excepción de la fortaleza y la isla inmediata a la ciudad, y puso la cosa en términos que el tirano tuvo a bien hacer la paz con estas condiciones: que Dion obtuviese Sicilia; Dionisio, Italia; y Apolocrates, de quien Dionisio hacía particular confianza, Siracusa.
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Capítulo VI
Desgracias de Dion que principian por la pérdida de su hijo y por sus disensiones con Heraclides. Se sospecha que aspira al poder absoluto y se empeña en acallar las hablillas por medio del rigor, haciendo dar muerte a Heraclides.
A estos sucesos tan prósperos e inopinados se siguió una repentina mudanza, porque la fortuna, por su inconstancia, empezó a abatir al que poco antes había elevado. Primeramente empleó su rigor con el hijo, de quien he hablado arriba, porque, habiendo Dion devuelto a su casa a su mujer, que había sido entregada a otro, y queriendo reducir al hijo de su vida estragada a la virtud, recibió el padre un golpe terrible en la muerte de su hijo.
Después se originó cierta discordia entre él y Heraclides, el cual no concediéndole la superioridad, atrajo partido, y no tenía (1) menos autoridad para con los principales, de cuyo consentimiento mandaba la armada, teniendo Dion el mando del ejército de tierra.
Dion no llevó en paciencia esto, refiriendo aquel verso de Homero de la segunda rapsodia (2) en que se contiene esta sentencia: «que una república no puede estar bien gobernada, mandando muchos». A este dicho siguió gran odio (3), pues parecía dar a entender en esto que quería que todo estuviese en su mano (4). Este odio no procuró él suavizarlo con la dulzura, sino ahogarlo con el rigor, e hizo dar muerte a Heraclides cuando llegó a Siracusa.
Capítulo VII
La muerte de Heraclides difunde el terror en el público. Reparte Dion entre los soldados los bienes de sus contrarios, pero, no atreviéndose a echar mano de los de sus adictos para pagar y contentar a la tropa, empieza esta a disgustarse y el vulgo a explicarse en libertad contra él.
Este hecho infundió gran terror en todos, porque, muerto Heraclides, ninguno se juzgaba seguro; y Dion, habiendo quitado del medio a su contrario, repartió con más libertad entre sus soldados los bienes de aquellos que sabía haber pensado contra él.
Repartidos estos, y siendo muy crecidos los gastos que cada día se hacían, presto comenzó a faltar el dinero, y no había de qué echar mano sino de las posesiones de sus amigos; mas esto era de calidad que perdería a los magnates cuando se hubiese ganado a los soldados.
El cuidado de estas cosas le quebrantaba (1) y, no acostumbrado a oír hablar mal de él, llevaba con impaciencia (2) que formasen mal concepto de él aquellos mismos que poco antes le habían levantado hasta el cielo con sus alabanzas; y el vulgo, disgustados los soldados con Dion, hablaba con más libertad y decía frecuentemente que no se debía sufrir más a aquel tirano.
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Capítulo VIII
En medio de sus apuros se le vende como amigo un tal Calícrates de quien se fía. SU mujer y hermana le hacen presente la perfidia de este y el riesgo que corre, lo cual no le inquieta por estar alucinado. Calícrates, no obstante el juramento que le exigen aquellas, sigue poniendo en práctica sus perversos designios.
Viendo esto Dion, no sabiendo cómo sosegarlos y temiendo en qué vendrían a parar estas cosas, cierto Calícrates, ciudadano de Atenas que había venido juntamente con él del Peloponeso a Sicilia, hombre astuto y hábil para urdir un engaño, sin ninguna religión ni fe, se presenta a Dion y le dice que estaba en gran peligro por el disgusto del pueblo y el odio de los soldados, el cual de ningún modo podía evitar si no daba el encargo a alguno de los suyos que se fingiese su enemigo; que, si lo encontraba a propósito, conocería fácilmente el modo de pensar de todos y quitaría del medio a sus contrarios, porque sus enemigos descubrirían sus sentimientos al que considerasen desafecto al rey.
Aprobado este consejo, toma a su cargo este negocio (1) el mismo Calícrates y se arma con la ignorancia de Dion (2). Busca compañeros para matarle, habla con sus enemigos y confirma la conjuración.
Esto que se hacía, siendo muchos los que lo sabían, se extiende y llega a los oídos de Aristomaque, hermana de Dion, y a su mujer Areté. Ellas, atemorizadas, van a ver a aquel de cuyo peligro temían, pero él les dice que Calícrates no le pone asechanza, y que lo que se hacía se hacía por orden suya. Las mujeres, no obstante, llevan al templo de Prosérpina a Calícrates y le obligan a jurar que de su parte no correría peligro Dion; mas Calícrates no solo no desistió por la religión del juramento de su empresa, sino que se avivó más para acelerarla, recelando que se descubriese su designio antes de llevar al cabo sus proyectos.
Capítulo IX
Calícrates distribuye los puestos más fuertes de la ciudad a los conjurados, y hace entrar a otros en casa de Dion sin armas para que, no inspirando ningún recelo, se les admita y le maten. Tiene al mismo tiempo preparado un buque para poder escapar en caso necesario. Los asesinos reciben por la ventana una espada, con la cual quitan la vida a Dion.
En esta inteligencia el próximo día festivo, estando Dion en su casa, retirado de la Junta (1) y acostado en un cuarto alto, entregó (2) a los conjurados los sitios más fuertes de la ciudad, cercó la casa con guardas y encargó a sujetos de su confianza que no se apartasen de las puertas: prepara con tropa armada una galera de tres remos por banda y la entrega a su hermano Filóstrato, y manda que la tenga en movimiento en el puerto, como que quería ejercitar a los remeros, pensando, si acaso la suerte se oponía a sus designios, tener en qué huir para salvar la vida.
Elige del número de los suyos unos jóvenes de la isla de Zante, de mucho arrojo y de muy grandes fuerzas, y a estos les encarga que vayan a casa de Dion sin armas, de modo que pareciese que iban a hablarle. A estos les dan entrada por ser conocidos; mas ellos, luego que entraron del umbral adentro, habiendo cerrado las puertas, le acometen acostado en la cama. Le atan, se hace ruido, de modo que podía oírse de la parte de afuera.
Aquí pudo entender cualquiera fácilmente, como se ha dicho antes, qué aborrecido es el poder de uno solo, y qué miserable la vida de los que quieren más ser temidos que amados, pues los mismos guardas, si le hubieran querido bien, le habrían podido salvar, rompiendo las puertas, pues aquellos sin armas (3) le tenían vivo, pidiendo de afuera algún arma. Y, no socorriéndole nadie, cierto Lico de Siracusa les dio por la ventana una espada, con que fue muerto Dion.
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Capítulo X
Acude la gente a la casa de Dion y, resucitando de repente el antiguo aprecio que de él hacían, matan a los que creyeron ser del número de los asesinos, y lo entierran con gran pompa.
Ejecutada la muerte y habiendo entrado muchos a verle, los que no estaban enterados dan muerte a algunos que no tenían culpa en lugar de los culpados, pues, habiendo corrido pronto la voz que habían asesinado a Dion, habían concurrido muchos a quienes desagradaba semejante hecho.
Estos, llevados de falsas sospechas, dan muerte a inocentes como si fuesen culpados. Luego que se hizo pública la muerte de Dion, se cambió maravillosamente la voluntad del vulgo, pues los que vivo le habían llamado tirano, a este mismo le apellidaban libertador de la patria y expulsor del tirano.
De suerte había sucedido de repente la compasión al odio, que quisieran, si pudiesen, rescatarle con su sangre del Aqueronte (1). Y así le llevaron a enterrar y colocaron en un magnífico sepulcro costeado por el pueblo en el sitio más público de la ciudad. Murió cerca de los cincuenta y cinco años de su edad, cuatro años después de haber vuelto del Peloponeso.
Notas
Capítulo I
(1) Otras dos.
(2) Buena presencia.
(3) Su conservación.
(4) Endulzaba.
Capítulo II
(1) A Dion.
(2) A Siracusa.
Capítulo IV
(1) Por el bien.
(2) Todos los bienes muebles de Dion.
Capítulo V
(1) Se resolvían.
Capítulo VI
(1) No teniendo.
(2) Del segundo libro de la Ilíada.
(3) Estas expresiones le acarrearon gran odio.
(4) Ser él el absoluto.
Capítulo VII
(1) Esta congoja y sobresalto le traía muy caído de ánimo.
(2) No podía sufrir.
Capítulo VIII
(1) Hacer este papel.
(2) La ignorancia de Dion le da armas contra el mismo.
Capítulo IX
(1) Del concurso.
(2) Señaló.
(3) Los de adentro como que estaban sin armas.
Capítulo X
(1) Restituirle a la vida, aunque fuese a costa de la suya.