A continuación tienes uno de los personajes de los Hombres ilustres de Nepote, texto transcrito, modernizado, etc., por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com a partir de diversas fuentes.
Epaminondas, capitán de Tebas, ganó a los lacedemonios aquella célebre batalla de Leuctra en el año segundo de la olimpiada 102, y la de Mantinea ocho años después; pero esta victoria mantinense le fue funesta, porque en ella recibió una herida de la cual murió. Conquistó muchas ciudades y consiguió por su valor que las armas tebanas fuesen temidas por los lacedemonios.

Más sobre Epaminondas
Capítulo I
Hecha la advertencia de que entre los griegos eran miradas ciertas habilidades como propias de la mejor educación, las cuales se estiman poco en otros países, se anuncia que va a tratarse del linaje de Epaminondas, de las ciencias que cultivó, de sus costumbres e ingenio, y finalmente de sus hazañas.
Epaminondas, hijo de Polimno, fue natural de Tebas. Conviene advertir a los lectores antes de escribir su vida de que no comparen las costumbres de las otras naciones con las suyas, ni piensen que lo que en su país es de poca consideración lo fue igualmente en los extranjeros, pues sabemos que entre nosotros desdice de la persona de un príncipe la música y el baile aún se reputa por vicio, y ambas cosas entre los griegos pasan por gracias dignas de alabanza.
Mas siendo mi ánimo formar un retrato fiel de la vida y costumbres de Epaminondas, juzgo que no debo omitir cuanto sea conducente para su comprensión, y así hablaré primeramente de su linaje; después, de las ciencias que aprendió y de los maestros que tuvo; se seguirán sus costumbres, talentos y todo lo demás que hubiere memorable; y dejaré el último lugar para sus hazañas, que, según opinión de muchísimos, deben ser preferidas a las de todos.
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Capítulo II
Epaminondas, aunque no fue hijo de padres ricos, tuvo una sobresaliente educación y aventajó a todos sus condiscípulos en tocar la cítara, en el baile y en la filosofía. En la palestra se esmeraba más en salir ágil que forzudo, manifestando desde muy joven su particular afición a las armas.
Epaminondas fue hijo, como ya dijimos, de Polimno, de una familia honrada, pero pobre de tiempo atrás. Ninguno en Tebas pudo decir que hubiese tenido mejor educación que él, porque el que le enseñó a tocar la cítara y a cantar al son de las cuerdas fue el famoso músico Dionisio, cuya gloria compitió con la de los celebrados Damón y Lampro; Olimpiodoro le enseñó a tocar la flauta, y Califrón, a danzar.
Su maestro en filosofía fue Lisis, natural de Tarento, discípulo de Pitágoras; a él Epaminondas, en medio de sus pocos años, se aficionó tanto, aunque era un viejo severo y melancólico, que anteponía su trato al de sus coetáneos, y no le dejó hasta haber aventajado tanto a sus condiscípulos en las ciencias que ya se dejaba conocer fácilmente que los excedería también a todos en las demás habilidades. Y si bien todas estas cosas son de poco aprecio, y aun despreciables entre nosotros, mas en Grecia eran en otro tiempo muy estimadas y de mucha recomendación.
Habiendo entrado en los años de la juventud y comenzado a dedicarse a la palestra, no se empeñó tanto en hacerse forzudo como en salir ágil, porque le parecía que las fuerzas conducían solo para los ejercicios de los atletas, mas la agilidad era muy importante en el de las armas. Por este motivo se ejercitaba en la lucha y carrera, tirando a llegar a poder abrazar a su contrario y luchar con él a pie firme, mas su principal ocupación eran las armas.
Capítulo III
Entre las singulares prendas de que estaba dotado, sobresalían su horror a la mentira, la fidelidad en el secreto y el deseo de aprender. Fue tan desinteresado que jamás trabajó sino por la gloria, ni cansó a sus amigos más que para remediar las necesidades ajenas.
Este vigor de cuerpo estaba acompañado de muchas prendas de alma. Era modesto, prudente, grave, sabía acomodarse al tiempo, entendía bien las máximas de la guerra, era valiente y de muy gran ánimo, tan amante de la verdad que ni aún en chanza mentía.
Además de esto, era templado, clemente y sobremanera sufrido, llevando con paciencia las injurias, así las que le hacía el pueblo, como las que los amigos. Guardaba con inviolable fidelidad los secretos que le confiaban, prenda que algunas veces no es menos apreciable que la elocuencia.
Era muy amigo de oír, porque juzgaba que por este medio adelantaría a poca costa. Y así, cuando llegaba a algún corrillo donde se disputaba algún punto tocante a la república o a la filosofía, jamás se iba hasta haberse concluido la conversación.
Estuvo tan bien hallado con su pobreza que no solicitó sacar otro interés de la república que la gloria. No se valió de los bienes de sus amigos para sí, mas, para alivio de otros, se sirvió tan francamente de su fidelidad que parecía que no había nada partido entre él y ellos.
Y así, cuando alguno de sus paisanos había sido cautivado por enemigos o alguna doncella casadera de algún amigo suyo no se podía colocar por su pobreza, juntaba a sus amigos y, con arreglo a sus haberes, señalaba a cada uno con cuanto había de contribuir hasta llegar a la cantidad necesaria, y entonces, antes de recibir el dinero, presentaba al necesitado a los contribuyentes, haciéndoles que se lo pusiesen en la mano ellos mismos para que así supiese el interesado cuánto debía a cada uno.
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Capítulo IV
Diomedonte intenta sobornar a Epaminondas por encargo de Artajerjes, pero adquiere nuevas pruebas de su desinteresada integridad y, desengañado, pide restituirse a su país con lo que había traído. Epaminondas le da escolta para su seguridad.
De su desinterés hizo prueba Diomedonte Ciciceno, porque a ruegos de Artajerjes se encargó de sobornarle y fue a este fin a Tebas con una gran cantidad de dinero. Ganó primeramente al joven Micito, muy querido entonces de Epaminondas, haciéndole un regalo de cincuenta talentos.
Micito estuvo con Epaminondas y le dijo el fin a que Diomedonte venía; mas Epaminondas respondió en presencia del mismo Diomedonte: «Para nada nos hace al caso el dinero, porque, si las pretensiones del rey son útiles a los tebanos, estoy pronto a servirle sin interés alguno; mas, si son en su perjuicio, no tiene bastante oro y plata para moverme a darle gusto, porque aprecio yo mi patria más que todos los haberes del mundo. De ti, Diomedonte, no extraño que, no conociéndome, hayas hecho esta prueba y me hayas tenido por otro tal como tú, y así te perdono; mas sal pronto de aquí, no sea que sobornes a otros, ya que a mí no has podido. Tú, Micito, devuélvele a este su dinero, porque, de no hacerlo al punto, te pondré en manos del magistrado».
Pidiéndole entonces Diomedonte que le dejase salir libre y sacar lo que había traído, respondió Epaminondas: «Sí lo haré, y no por ti, sino por mí, porque no diga algún, si te quitaren el oro, que llegó a mi poder robado lo que no quise recibir cuando se me ofrecía voluntariamente. ¿Le preguntó después a dónde quería que le condujesen?».
Y respondiendo Diomedonte que a la ciudad de Atenas, le dio escolta suficiente para llegar allá con seguridad. Y no contento con esto, se valió de Cabrias Ateniense, de quien arriba hice mención, y por su medio hizo que se embarcase sin haber recibido el más leve daño.
Este hecho será bastante prueba de su desinterés, bien que pudiera traer otras muchas; mas debo irme a la mano, porque mi ánimo es reducir a este solo volumen las vidas de muchos varones ilustres, las cuales otros escritores escribieron antes que yo, separada y difusamente.
Capítulo V
Era no solo elocuente en sus discursos, sino también agudo en las réplicas, según lo demuestran las que dio a su antagonista Menéclides.
Su elocuencia era superior a la de todos los tebanos, y no era menos la hermosura de sus respuestas breves que el adorno de sus discursos seguidos. Le hizo competencia cierto Meneclides, también natural de Tebas, y que seguía máximas opuestas a las suyas en orden al gobierno de la república.
Estaba este Meneclides bastante ejercitado en hablar en público en la forma que cabe en un tebano, porque los de esta nación tienen más de fuertes y robustos que de ingeniosos. Viendo, pues, Meneclides la gloria que las armas daban a Epaminondas, solía exhortar a sus paisanos a que prefiriesen la paz a la guerra, porque de esta suerte no haría falta la persona de aquel general.
Le respondió un día Epaminondas: «Abusas, Meneclides, del nombre especioso de la paz para engañar a tus ciudadanos, queriendo apartarlos de la guerra, sujetándolos al yugo de la servidumbre con el título de reposo, porque la paz se logra con la guerra, y los que quieren tenerla duradera han de estar ejercitados en las armas; y así, si queréis los tebanos ser los principales de Grecia, sabed que habéis de salir a campaña y dejar los ejercicios de la palestra».
En otra ocasión este mismo Meneclides le echó en cara la falta de hijos y el no haberse casado, motejándole principalmente por su arrogancia en creer que había conseguido tanta gloria en las armas como Agamenón.
Mas Epaminondas le respondió: «Deja, Meneclides, de zaherirme en punto a mujer, porque en este particular antes tomaría consejo de otro cualquiera que de ti. (Es de advertir que Meneclides tenía sospechas de que su mujer le era infiel). En cuanto a pensar que yo compito con Agamenón, te engañas, porque Agamenón con toda Grecia junta apenas pudo tomar una sola ciudad en diez años, y yo, por el contrario, con solo los tebanos en un día solo liberté a toda Grecia, poniendo en fuga a los lacedemonios».
Capítulo VI
Triunfa con su elocuencia sobre el orador ateniense Calístrato, y consigue que todas las repúblicas de Grecia se separen de la alianza con los lacedemonios.
El mismo Epaminondas llegó en una ocasión a la asamblea de los arcadios, solicitando que hiciesen alianza con los tebanos y argivos. Se hallaba en el mismo congreso Calístrato, embajador de Atenas, el más elocuente de su tiempo, pretendiendo que se aliasen antes con los atenienses.
Este hizo una larga invectiva contra los de Tebas y Argos, diciendo entre otras cosas que los arcadios debían reparar qué hijos habían dado estas dos ciudades para formar juicio por ellos de los demás; que de Argos habían sido hijos Orestes y Alcmeón, ambos matricidas; y de Tebas, Edipo, que, después de matar a su padre, había tenido hijos en su misma madre.
Epaminondas, en su respuesta, después de haber hablado sobre los demás puntos, cuando llegó a estos dos oprobios, dijo que se admiraba de la necedad del orador Ático, que no había reparado en que estos habían nacido en su patria inocentes, y que, cuando fueron echados de ella por culpados, habían hallado acogida en Atenas.
Pero donde más lució su elocuencia fue en Esparta, donde estuvo por embajador antes de la batalla de Leuctra. Habiendo acudido allá las embajadas de todos los aliados, en presencia de un concurso numerosísimo de embajadores, habló con tanto calor contra la tiranía de los lacedemonios que seguramente no arruinó menos sus fuerzas con aquel razonamiento que después en la batalla de Leuctra, pues entonces hizo que quedasen sin el socorro de los aliados, como se verificó después.
Capítulo VII
Olvidando los desaires que le hacían sus conciudadanos, salvó varias veces los ejércitos de su patria, encargándose del mando. En una ocasión lo retuvo cuatro meses, contra la voluntad del pueblo, y se expuso a las resultas de esta infracción por evitar la ruina del ejército.
Veamos ahora las pruebas de su sufrimiento y de la paciencia con que llevaba las injurias de sus paisanos, teniendo por una culpa execrable el enojo contra su patria.
En una ocasión los tebanos, solo por envidia, dejaron de nombrarle por general del ejército y eligieron a otro que ignoraba el arte militar. Por la impericia de este llegó la tropa a términos de perderse cerca de los enemigos en un paso muy estrecho. En este aprieto comenzaron a echar de menos la actividad de Epaminondas, que se hallaba allí de voluntario. Recurrieron a él y, sin acordarse de la afrenta que le habían hecho, obligó a los enemigos a levantar el cerco y volvió con el ejército salvo a Tebas. Y esto no lo hizo una vez sola, sino muchas.
Mas con particularidad se celebró y aplaudió su proceder en la guerra del Peloponeso contra los lacedemonios. Habiendo Epaminondas conducido allá sus tropas y teniendo dos colegas, de los cuales era uno el esforzado y valeroso Pelópidas, las acusaciones de sus contrarios los hicieron a los tres odiosos; y así el pueblo les quitó el mando y envió otros en su lugar; mas Epaminondas no quiso obedecer el decreto de la plebe y, y persuadiendo a sus colegas de que hiciesen lo mismo, continuó la guerra que había tomado a su cargo, porque veía que, de no hacerlo así, se seguiría la ruina de todo el ejército por la temeridad e impericia de los nuevos generales.
Había una ley en Tebas que condenaba a muerte al que continuase en el mando después del tiempo señalado por el pueblo. Pero Epaminondas, que veía que esta ley se había hecho para al conservación de la república, no quiso que contribuyese para su ruina, y por este motivo retuvo el mando cuatro meses más del tiempo que la plebe había ordenado.
El pódcast de mitología griega
Capítulo VIII
Previene a sus colegas de que le echen la culpa de no haber obedecido el plebiscito y, confesándolo él mismo, se allana a sufrir la pena impuesta por la ley, con tal de que exprese la sentencia de que se le condenaba por haber salvado la república. No fue menester más para declararle libre de todo cargo.
Cuando volvieron a Tebas, siendo acusados sus colegas por la inobediencia, les permitió que le echasen a él solo la culpa, sosteniendo que en él había consistido el que ellos no obedeciesen al decreto del pueblo con cuyo descargo salieron libres del riesgo en que estaban.
Nadie pensaba que Epaminondas daría alguna disculpa, porque no tenía qué alegar. Mas él se presentó en el tribunal. No negó ninguno de los cargos que le hacían sus contrarios: confesó que era verdad cuanto sus colegas habían dicho, y se conformó con la pena de la ley, pidiendo solamente que el auto de su sentencia estuviese concebido en estos términos:
«Epaminondas fue sentenciado a muerte por los tebanos porque les precisó junto a Leuctra a vencer a los lacedemonios, a quienes antes que él hubiese empuñado el bastón, ningún beocio había osado mirarles a la cara en campo raso, y porque con una sola batalla no solo impidió la inminente destrucción de Tebas, sino que también libertó a toda Grecia poniendo en tales términos las cosas de los tebanos y lacedemonios que los primeros llegar a combatir a Esparta y los últimos se contentaron con solo salir salvos, y finalmente, porque no dejó las armas antes de haber sitiado la ciudad de Lacedemonia reedificando a Mesena».
Al acabar de decir esto, soltaron todos la risa con gran contento, sin que hubiese juez que se atreviese a votar contra él, y así se libertó de la muerte con el mayor lauro.
Capítulo IX
Epaminondas es herido mortalmente en una batalla contra los lacedemonios y, conociendo que moriría así que se sacase el dardo que tenía clavado, no se lo quitó hasta saber que los suyos habían vencido.
Al fin, hallándose Epaminondas mandando el ejército junto a Mantinea, y apretando en una batalla a los enemigos con demasiado ardor, fue conocido de los lacedemonios, los cuales, considerando que la conservación de su patria consistía en la muerte del general tebano, le acometieron todos a una y no se retiraron hasta que le vieron caer herido desde lejos con un dardo, peleando valerosamente después de haber hecho un gran destrozo y matanza.
Los beocios aflojaron algo por su caída, aunque no se retiraron hasta haber derrotado a los enemigos, que aún hacían frente. Mas Epaminondas, reparando que la herida que había recibido era mortal y que no se dilataría más su muerte que lo que se tardase en sacar el hierro de la lanza, que se había quedado atravesado en el cuerpo, no permitió que lo sacaran hasta que llegó la noticia de que había quedado la victoria para los tebanos. Entonces, diciendo estas palabras: «Bastante he vivido, pues muero sin ser vencido», tiró del hierro y expiró al punto.
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Capítulo X
Nunca fue casado ni quiso mezclarse a favor de ningún partido en los disturbios civiles. Basta decir, para conocer el valor de los servicios que hizo a su patria, que esta solo se vio exenta de dominio extraño mientras tuvo el mando Epaminondas.
Este gran hombre nunca quiso casarse. Pelópidas, que tenía un hijo de muy mala fama, le respondió por esto un día, diciendo que atendía poco a los intereses de su patria, pues no procuraba dejar hijos. A esto Epaminondas le respondió: «Mira no le hagas tú peor servicio, pues has de dejar un hijo como el tuyo; mas a mí no me puede faltar sucesión, dejando por hija mía la batalla de Leuctra, que no solo me sobrevivirá, sino que será inmortal y eterna».
Cuando Pelópidas, al frente de los desterrados, se apoderó de Tebas y echó de la fortaleza la guarnición lacedemonia, Epaminondas se estuvo quieto en su casa el tiempo que duró la matanza entre los ciudadanos, no queriendo ofender ni defender a los malos por no manchar sus manos con la sangre de sus compatriotas, porque tenía por funesta toda victoria civil. Mas cuando llegaron a las manos con los lacedemonios junto a la fortaleza llamada Cadmea, fue de los primeros que acudieron.
Creo que habré dicho cuanto hay que decir acerca de las hazañas y vida de Epaminondas, con añadir una cosa que nadie me pondrá en duda, y es que Tebas, así antes del nacimiento como después de la muerte de Epaminondas, siempre estuvo sujeta a dominio extranjero; por el contrario, mientras él tuvo el mando de la república, fue esta ciudad cabeza de toda Grecia, de lo cual se deja entender que un hombre solo pudo e hizo más que una ciudad entera.