A continuación tienes uno de los personajes de los Hombres ilustres de Nepote, texto transcrito, modernizado, etc., por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com a partir de diversas fuentes.
El siguiente vídeo incluye una grabación de todas las Vidas (voz artificial); puedes usarlo a modo de audiolibro si te apetece. Inmediatamente después, un poco más abajo, tienes todo el texto.
Eumenes, natural de Cardia en el Quersoneso, sirvió en los ejércitos de Alejandro Magno, quien le hizo cuñado suyo con la hermana de una de sus mujeres. Muerto Alejandro, le tocó el reino de Capadocia y Paflagonia; se le opuso Antígono, quien le persiguió hasta que le quitó la vida en el año primero de la olimpiada 116.
Capítulo I
Eumenes no logró entre los lacedemonios la reputación que merecía su valor por ser extranjero. Con todo, le distinguió Filipo nombrándole su secretario (empleo muy honorífico entre los griegos), y también lo fue de su hijo Alejandro. Fue además promovido a mandar un cuerpo de caballería.
Eumenes fue natural de Cardia. Su hibiera logrado tanta fortuna como valor, no habría sido mayor (porque medimos a los hombres grandes por el esfuerzo, no por la felicidad), pero sí mucho más ilustre y honrado, porque, habiendo vivido entre los macedonios en el tiempo en que florecían perdió mucho entre ellos por ser extranjero, y solo le hizo falta el descender de una de las casas ilustres de aquel reino, porque, aunque era de una de las más distinguidas de su tierra, con todo eso los macedonios llevaban a mal que fuese preferido algunas veces; bien que pasaban por ello, porque entre todos ellos ninguno había tan cuidadoso, vigilante, sufrido, astuto y de tan pronto ingenio.
Siendo aún muy joven, logró la gracia de Filipo, hijo de Amintas, y en breve tiempo llegó a ser uno de sus mayores confidentes, porque se veían en él, en medio de sus pocos años, claras muestras de valor; y así le eligió por su secretario. Este empleo era de mucho más honor entre los griegos que entre los romanos, porque aquí los secretarios están reputados por unos asalariados, como en efecto lo son, mas en Grecia ninguno logra este cargo como no sea de noble sangre y de acreditada fidelidad e industria, porque es preciso que pasen por su mano todas las resoluciones.
En este empleo se mantuvo con Filipo siete años, y después que este fue asesinado, con su hijo Alejandro, por espacio de trece. Al fin de estos mandó también una de las dos alas de la caballería llamada heterice. Durante todo este tiempo asistió en el consejo de estos dos príncipes; con él lo comunicaban todo.
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Capítulo II
Muerto Alejandro, queda mandando internamente Pérdicas, que procura atraer a Eumenes a su partido con el fin de conservar en sus manos las riendas del estado. Leonato, que aspiraba a lo mismo, trabaja también por ganarse a Eumenes, y, no pudiendo conseguirlo, trata de matarle, pero este se pone a salvo.
Habiendo muerto Alejandro en Babilonia, repartiéndose entre sus privados los reynos conquistados, habiéndose dado el mando supremo a Pérdicas, a quien Alejandro a la hora de la muerte había dado su anillo (de lo cual todos habían conjeturado que le encomendaba el reino hasta que sus hijos saliesen de poder de tutores, porque estaban ausentes Cratero y Antípatro, que al parecer tenían más cabida con el rey, y había ya muerto Hefestión, a quien en vida había dado Alejandro pruebas bien claras del mayor afecto y estimación), entonces también dieron a Eumenes Capadocia, aunque mejor diría que se la destinaron, porque a la sazón estaba aún en poder de los enemigos.
Pérdicas había ganado a Eumenes con singulares muestras de afecto, porque veía en él una gran fidelidad e industria y creía firmemente que, si le atraía a su partido, le serviría mucho para el logro de sus designios, porque pensaba (como suelen hacer casi todos los que se ven con grandes señoríos) arrebatar y abarcar él solo cuanto había cabido a los demás.
Y no fue el único que pensó en esto, porque lo mismo hicieron todos los otros que habían sido privados de Alejandro. Leonato había resuelto adelantarse primero a tomar Macedonia. Hizo este muchas y grandes promesas a Eumenes para que dejase a Pérdicas y se aliase con él. Viendo que trabajaba en vano, intentó matarle, y lo hubiera ejecutado de no haberse escapado secretamente de noche de entre sus tropas.
Capítulo III
Después de la muerte de Alejandro, todos se unen contra Pérdicas, a quien se mantiene fiel Eumenes. Como las tropas que este tenía no se hubieran atrevido a medir sus armas con los macedonios, les oculta mañosamente los enemigos con quienes iban a pelear y no da la batalla hasta lograr sitio en que pudiera desplegar toda su caballería.
Entretanto se encendieron aquellas guerras tan sangrientas que hubo después de la muerte de Alejandro, y todos se reunieron para acabar con Pérdicas, mas Eumenes, aunque veía a su amigo sin fuerzas porque todos estaban contra él, con todo eso no le desamparó, y no quiso posponer la lealtad a su conservación.
Habiéndole dado Pérdicas el mando de aquella parte de Asia que cae entre el monte Tauro y el Helesponto, contemplando que Eumenes solo bastaba para resistir a los enemigos que tenía en Europa, marchó él mismo en persona a Egipto contra Ptolomeo.
Eumenes tenía poca gente, y esa poco segura, porque no estaba adiestrada y hacía poco que la había juntado. Corrían noticias de que estaban cerca, y habían ya pasado el Helesponto los dos valientes y experimentados capitanes Antípatro y Cratero, con un grueso ejército de macedonios, cuyo nombre era entonces formidable a todas las naciones, como lo es hoy el de los romanos porque siempre han pasado por más valerosos los que se apoderaron del mando universal, por lo cual Eumenes tenía entendido que, como sus soldados llegasen a saber quiénes eran los enemigos contra los que iban a combatir, no solo no irían, sino que al punto huiría cada uno por su lado; y así tomó la acertada resolución de conducirlos por caminos extraviados para que no pudiesen tener noticias ciertas de lo que había, haciéndoles asimismo creer que los llevaba contra unos bárbaros.
Logró de esta manera su intento, sacando su gente a campo de batalla y dándola antes que sus soldados supiesen con quiénes estaban peleando. También consiguió, anticipándose a ocupar los puestos ventajosos, un sitio en que podía servirse más de la caballería, en que era superior al enemigo, que de la infantería, en que le era inferior.
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Capítulo IV
Mueren en la batalla Cratero y su segundo, Neoptólemo, el cual pierde la vida a manos de Eumenes. Este, a pesar de hallarse herido, carga de nuevo a los enemigos y los obliga a pedir la paz. Magníficas exequias que hace Eumenes a su antiguo amigo Cratero.
Habiendo durado gran parte del día la batalla, que fue muy reñida, cayó herido el general Cratero y su lugarteniente Neoptólemo. Este último y Eumenes se encontraron y cayeron en tierra de sus caballos abrazados, sin que los pudiesen separar hasta la muerte del uno de los dos, lo que mostró bien claramente el odio con que peleaban y que aún era más la oposición interior de las voluntades, que la exterior de los cuerpos.
Eumenes, aunque sacó algunas heridas de este combate, con todo eso no se retiró de la batalla: antes, cargó con más vigor a los enemigos. Estando ya derrotada la caballería contraria, muerto el general Cratero y otros muchos, hechos prisioneros los más principales, el ejército de a pie, viéndose en tal situación que le era imposible retirarse si se oponía Eumenes, le pidió la paz; mas, aunque la consiguió, no le fue fiel y se pasó a Antígono en cuanto pudo.
Eumenes hizo por curar a Cratero, a quien habían sacado medio muerto del campo de batalla; y habiendo muerto, le hizo magníficas exequias en atención a su mérito y a la estrecha amistad que había habido entre los dos en vida de Alejandro, y remitió sus huesos a Macedonia, a su mujer e hijos.
Capítulo V
Pasa el mando supremo a Antígono por la muerte de Pérdicas. Eumenes, como partidario de este, es proscrito, perseguido sin descanso y sitiado en el castillo de Nora. Medio de que se vale para tener en actividad los caballos cuando no podían hacer ningún ejercicio. Después de haber sufrido un largo asedio, logra escaparse con toda su gente.
Cuando esto pasaba junto al Helesponto, Pérdicas fue muerto cerca del río Nilo por Seleuco y Antígono, y pasó a Antípatro el mando supremo. Entonces, votando el ejército, fueron condenados a muerte en ausencia los que habían desamparado su partido, y fue uno de ellos Eumenes. No bastó este golpe a rendirle; antes, prosiguió la guerra con el mismo vigor, bien que la vista de sus pocas fuerzas, si no quebrantaba su gran corazón, hacía no obstante en él alguna mella.
Yendo Antígono en alcance suyo con numerosas tropas de todo género, fue muchas veces molestado en las marchas y nunca pudo llegar a las manos sino en los parajes en que poca gente bastaba para hacer resistencia a mucha; mas al fin Antígono logró con el crecido número de sus tropas lo que no pudo conseguir con el ardid, llegando a tenerle cercado por todas partes. Sin embargo, Eumenes escapó de aquí, aunque con pérdida de muchos de los suyos, y se metió en un castillo de Frigia, llamado Nora.
Estando allí sitiado, temiendo perder los caballos, porque dentro de aquel encierro no tenía espacio para correrlos, discurrió un medio sagaz con que estos sin moverse de un sitio entrasen en calor e hiciesen ejercicio para que comiesen con más ganas y se supliese la falta de paseo. Les ataba la cabeza por debajo con un correón, levantándola tan alta que no pudiesen asentar en tierra las manos; después, sacudiéndoles latigazos en las ancas, los obligaba a dar saltos y tirar coces. Esta agitación les hacía sudar tanto como si corriesen en un picadero. Por este medio, al cabo de muchos meses que duró el cerco, sacó con admiración universal los caballos tan lucios como si los hubiera tenido en la campiña.
Mientras Eumenes estuvo sitiado, quemó o arruinó, siempre que quiso, los trabajos y fortificaciones de Antígono. Se mantuvo en este castillo durante el invierno, y porque allí no podía ser socorrido y se acercaba la primavera, dando muestras de querer entregarse y tratando de las capitulaciones, engañó a los lugartenientes de Antígono y se puso a salvo con todos los suyos.
Capítulo VI
A pesar de que Olimpia, madre del difunto Alejandro, en nada había seguido los cuerdos consejos de Eumenes, este se resuelve a darle el auxilio que le pedía para que su nieto recobrase el trono.
Olimpia, madre del difunto Alejandro, envió embajadores a Asia a consultar a Eumenes sobre si iría a recobrar Macedonia y se anticiparía a apoderarse de aquel estado. Ella a la sazón residía en el Epiro. Eumenes la aconsejó ante todas cosas que se estuviese quieta hasta que el hijo de Alejandro fuese coronado; y que, en caso de que algún vehemente deseo la arrastrase a Macedonia, se olvidase de todas las injurias recibidas y a ninguno tratase con rigor.
Mas ella ni uno ni otro hizo, porque marchó a Macedonia y procedió allí con la mayor crueldad. Envió, a pesar de pedir a Eumenes que no consintiese que los mayores enemigos de la casa y familia de Filipo reinasen, y los más amigos pereciesen, y que diese favor a los hijos de Alejandro, y que, si le quería hacer este favor, sin dilación levantase gente con que ir en su socorro. Le decía que para facilitarle la ejecución había despachado cartas circulares a todos los gobernadores que permanecían fieles, mandándoles que le obedeciesen y siguiesen sus dictámenes.
Movido por estas razones, Eumenes tuvo por mejor morir (si así lo dispusiese la fortuna) pagando los beneficios recibidos que vivir siendo ingrato.
Capítulo VII
Se prepara Eumenes para la guerra contra Antígono, y levanta en los reales un pabellón figurando que lo ocupaba el mismo Alejandro, al que se concurría para todas las determinaciones de importancia. De este modo procuró calmar los celos con que, por ser extranjero, le miraban los macedonios.
Y así juntó tropas e hizo los preparativos para la guerra contra Antígono; y porque estaban con él muchos nobles macedonios, como era Peucestes, que había sido guardia personal de Alejandro, y entonces gobernaba Persia, y Antígenes, que mandaba la falange macedonia, Eumenes, temiendo la envidia (de la que sin embargo no pudo librarse) si él, siendo extranjero, tuviese el mando supremo con preferencia a tantos macedonios como allí había, levantó en la plaza de armas de los reales una tienda con el nombre de Alejandro y mandó poner en ella un trono de oro, y sobre él, un cetro y una corona, ordenando que todos concurriesen todos los días a esta tienda para deliberar sobre los asuntos de importancia, porque creía que sería menos envidiado si, deslumbrando los ojos con aquellas exterioridades, pareciese que él hacía la guerra como subalterno bajo el nombre y órdenes de Alejandro.
En efecto, fue así, porque, como no se juntaban en la tienda de Eumenes, sino en la de Alejandro, y allí se tomaban las determinaciones, en cierta manera parecía que no era Eumenes el jefe, siendo así que lo disponía él solo todo.
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Capítulo VIII
Pelea Eumenes con ventaja contra Antígono, y toma cuarteles de invierno, atemperándose, más bien que a las reglas de la guerra, al capricho de los veteranos que rehusaban sujetarse a sus jefes. Se aprovecha Antígono del estado de insubordinación de sus contrarios y resuelve caer sobre ellos por el camino más corto, por donde no le esperaban a causa de ser muy quebrado y desierto.
Eumenes peleó con Antígono en el país de los paretacos, no en batalla campal, sino sobre la marcha; le maltrató bastante y le obligó a volver a hibernar a Media. Repartió también él sus tropas en cuarteles de invierno por las cercanías de Persia, no en la forma que él quería, sino como le obligaba el capricho de los soldados, porque aquella falange de Alejandro Magno, que había paseado Asia y vencido a los persas, viendo como vinculada en sí la gloria, y acostumbrada a no hacer más que su antojo, pretendía mandar, en vez de obedecer a sus jefes, lo que ahora hacen nuestros veteranos, por lo cual corre riesgo de que hagan lo que aquellos con su insolencia y desorden y sean la perdición de todos, tanto de aquellos por quienes estuvieron como de aquellos contra quienes pelearon, porque, en efecto, cualquiera que lea los hechos de aquellos veteranos juzgará que son los mismos que los de estos, sin haber más diferencia que en el tiempo; mas vuelvo al asunto.
Los soldados de Eumenes habían tomado cuarteles de invierno acomodados para darse buena vida, no para las necesidades de la guerra, y estaban muy apartados unos de otros. Antígono tuvo noticia de esto y, conociendo que sus fuerzas eran inferiores a las del enemigo, a no cogerle desprevenido resolvió valerse de una estratagema.
Había dos caminos para pasar desde sus cuarteles de invierno que tenía en Media, a los de los contrarios: el uno más corto por lugares desiertos y despoblados por falta de agua, pero era de casi diez días, y el otro, que era el pasajero, al doble largo por razón del rodeo, pero abundante de todo.
Antígono veía que yendo por este último camino antes que hubiese andado la tercera parte de él ya sus enemigos tendrían aviso de su ida, cuando yendo por el otro esperaba cogerlos descuidados y desbaratarlos.
Resolviendo, pues, tomar el camino del desierto, mandó hacer mucha prevención de pellejos y odres, de forraje para los caballos y de comida cocida para diez días; y dando orden para que se hiciese el menos fuego que se pudiese en los reales, se puso en marcha por el camino que había resuelto, sin descubrir a nadie a dónde pensaba ir.
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Capítulo IX
Conoce Eumenes el movimiento de Antígono, cuando por tener este ya andada la mitad del camino le era imposible reunir sus tropas diseminadas; pero con una estratagema burla la de su enemigo y le obliga a retroceder y desistir de su intento.
Habría andado Antígono casi la mitad del camino cuando el humo de los reales les hizo sospechar que se acercaba el enemigo, y así se dio aviso a Eumenes. Se juntaron los capitanes a deliberar sobre la resolución que debían tomar en aquellas circunstancias.
A todos les parecía que por prisa que se diesen a juntar sus tropas dispersas, llegaría antes Antígono. Aquí, no sabiendo nadie qué hacerse, y dándolo todo por perdido, Eumenes les dijo que, como quisiesen darse prisa y estar obedientes a sus órdenes, lo que no habían hecho hasta allí, los sacaría de aquel apuro, haciendo que se atrasase la llegada del enemigo cinco días, que eran los que podía haber que estaba en marcha; y así que fuesen por toda la comarca y cada uno juntase sus tropas.
Y para detener la celeridad de Antígono se valió de esta estratagema. Envió a algunos hombres de confianza a las faldas de los montes, que estaban al paso por donde venían los contrarios, ordenándoles que en la primera vigilia hiciesen grandes hogueras, ocupando con ellas cuanto terreno pudiesen; que en la segunda las fuesen disminuyendo; y en la tercera las apagasen casi del todo, haciendo lo mismo la noche siguiente, dando con hacer lo que se hace en un campo motivo al enemigo de sospechar que había campamento en aquellas montañas, y que se había tenido noticia de su marcha.
En efecto, Antígono, avistando al anochecer los fuegos, creyó que ya estaban sobre aviso los enemigos, y que le esperaban en aquel sitio; y viendo que ya no podía cogerlos descuidados, cambió de parecer y torció el camino, metiéndose en el otro bastante más largo, y allí hizo alto un día para que descansase la tropa y se reparasen los caballos, por no dar la batalla con la gente cansada.
Capítulo X
De poco le sirvió a Eumenes haber frustrado con su ardid el de Antígono, pues fue puesto en manos de este por sus mismos soldados y capitanes. Antígono quería perdonarle la vida para aprovecharse de sus servicios, pero halló oposición en sus generales porque recelaban que Eumenes se les sobrepondría.
Aquí Eumenes frustró con su ardid el de Antígono, y detuvo su presteza, mas le sirvió de poco, porque fue entregado a su contrario por envidia de sus mismos capitanes y perfidia de los soldados veteranos macedonios, habiendo salido con victoria de la batalla y habiéndole jurado tres veces el ejército en distintas ocasiones que le defendería siempre, y que nunca le desampararía; mas fue tanta la oposición de muchos a su valor que no repararon en pasar por desleales a cambio de vengarse.
Antígono, aunque estaba muy irritado contra él, con todo eso le hubiera hecho gracia de la vida si lo permitieran los suyos, porque tenía entendido que ninguno le podía servir más en la guerra que ya todos veían que le amenazaba, porque iban a echarse sobre él Seleuco, Lisímaco y Ptolomeo, que se hallaban pujantes, los cuales le habían de disputar con las armas el mando supremo.
Mas los que tenía cerca de su persona no se lo consintieron, viendo que, si Eumenes entraba en su gracia, todos ellos serían estimados en poco en su comparación; y por otra parte el mismo Antígono estaba tan irritado que solo esperando de Eumenes los más señalados servicios se podría mitigar.
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Capítulo XI
Antígono hace guardar, como si fuera un animal feroz, a Eumenes, el cual se queja de que se prolongue tanto su prisión y de que no se le ponga en libertad o se le quite la vida, ya que había tenido la desgracia de no perderla peleando.
Y así, cuando Antígono le mandó meter en prisión, habiéndole preguntado el alcaide en qué forma quería que le tuviese preso, le respondió que en la misma que a un león furiosísimo o a un ferocísimo elefante, porque aún no había resuelto si le daría la muerte o no.
Le iban a ver a su prisión dos suertes de personas: unas que por la mala voluntad que le tenían deseaban apacentar sus ojos con la vista de su desgracia, y otras que querían hablarle y consolarle en atención a la amistad que antiguamente habían tenido; también entraban muchos solo por ver y conocer de vista al que por tan dilatado tiempo les había causado tanto terror y espanto y en cuya muerte había tenido puesta la esperanza de la victoria.
Mas Eumenes, viendo que su prisión se dilataba más que él había pensado, habló con Onomarco, que era el alcaide, diciendo que extrañaba cómo dejaban correr ya el tercer día de prisión, teniéndole de aquella manera; que no sabía en la prudencia de Antígono el aprovecharse tan mal de su vencimiento, sin mandar o darle libertad o matarle.
Onomarco, juzgando que este lenguaje era demasiado altivo, le dijo: «¿Cómo tú, si tenías tanto ánimo, no escogiste morir peleando antes que venir a poder de tu enemigo?».
Eumenes le respondió entonces: «¡Ojalá hubiera tenido yo esa fortuna! Mas no fui tan dichoso, porque nunca peleé con otro más fuerte que yo, no habiendo jamás medido las armas con alguno que no le venciese y, si estoy preso, no es por el valor de los enemigos, sino por la deslealtad y perfidia de los amigos».
Y no mentía, porque era de buena presencia, de fuerzas robustas para tolerar las fatigas de la guerra, aunque más agraciado que corpulento.
Capítulo XII
Antígono duda resolver acerca de la suerte de Eumenes sin oír el consejo de sus generales, a quienes extraña que no se le hubiese quitado ya la vida. Repugnándole sin embargo derramar la sangre de uno que había sido amigo suyo, manda que no se le dé de comer, pero, sin él saberlo, degollaron los guardas a Eumenes al tercer día.
Como Antígono no se atrevía a decidir el destino de su enemigo bajo su propia responsabilidad, remitió el asunto a un consejo. En esa asamblea, todos se inquietaron al principio, preguntándose por el retraso en la ejecución de un hombre por quien habían sufrido tanto durante tantos años, que a menudo se habían visto reducidos a la desesperación, y que había matado a sus más grandes generales; en resumen, el único hombre que, mientras viviera, podría amenazar su tranquilidad, y cuya muerte les aliviaría de todos los problemas. Por último, preguntaron, si Antígono le perdonaba la vida, ¿en qué amigos podía confiar? Pues, dijeron, no permanecerían a su servicio en compañía de Eumenes.
Antígono, tras conocer la decisión del consejo, se concedió, no obstante, un plazo de seis días para reflexionar. Pero entonces, empezando a temer el estallido de una revuelta en el ejército, prohibió que nadie tuviera acceso al prisionero y dio órdenes de que se le privara de su comida diaria, pues declaró que no haría violencia a un hombre que una vez había sido su amigo. Sin embargo, Eumenes no había pasado hambre más de dos días cuando, mientras trasladaban el campamento, fue estrangulado por sus guardias sin que Antígono lo supiera.
Capítulo XIII
Muere Eumenes después de haber servido a Filipo de secretario y con gloria en el ejército. Viviendo él, ninguno de los gobernadores se atrevió a usurpar el dictado de rey. Su cuerpo fue entregado a sus parientes, que le hicieron los funerales con asistencia de todo el ejército.
Así fue como murió Eumenes, a la edad de cuarenta y cinco años, habiendo servido a Filipo desde los veinte, como ya he dicho, habiendo ocupado el mismo empleo en vida de Alejandro por espacio de trece, mandando en los últimos una de las dos alas de la caballería. Después de la muerte de Alejandro, mandó ejércitos y venció o mató a los capitanes más famosos.
Cuán gran concepto habían formado de Eumenes los que se intitularon reyes después de la muerte del gran Alejandro, se puede conjeturar muy fácilmente a vista de que ninguno de todos ellos tomó este título mientras Eumenes vivió, contentándose con el de gobernador; mas apenas faltó un contrario tan temible, cuando usurparon el nombre y las insignias reales, sin querer cumplir lo que habían publicado al principio, que era, que guardaban el reino para los hijos de Alejandro.
Y quitado del medio Eumenes, que era el único que en la realidad los defendía, descubrieron sus intenciones. Los que más se señalaron en esta usurpación fueron Antígono, Ptolomeo, Seleuco, Lisímaco y Casandro; mas Antígono entregó el cadáver de Eumenes a sus parientes para que le dieran sepultura. Estos le hicieron su entierro militar con decencia, acompañándole todo el ejército y cuidaron de enviar sus huesos a Capadocia a su mujer e hijos.